Los primeros añosGonzalo Queipo de Llano y Sierra nació en Tordesillas el 5 de febrero de 1875. Durante el año anterior, habían tenido lugar los respectivos pronunciamientos militares de Pavía y Martínez Campos: el primero había puesto fin a la Primera República; mientras que el segundo había restaurado en el trono a los Borbones, a través de la persona de Alfonso XII.
Los padres de nuestro biografiado, continuando la tradición de tantas familias de linaje hidalgo, dispusieron que el muchacho debía seguir la carrera eclesiástica. Con tal fin, lo hicieron ingresar en el seminario de Valladolid. Pero el pequeño Gonzalo, mortificado por los duros castigos de la disciplina religiosa y llevado por impulsos vocacionales bastante distintos, huyó de aquella institución al cabo de unos pocos meses, ingresando en el Ejército. Como quien no quiere la cosa, Gonzalo Queipo de Llano se vio ejerciendo de trompetista en un Regimiento de Artillería que disponía de una sección equina. Al jovencísimo tordesillano le atraía la Caballería y, tras dos años de menester trompetil y otros dos de artillero segundo, se incorporó a la Academia de Caballería de Valladolid. Por aquellas calendas, ya tenía más que cumplidos los 18 años.
Algo después, nuestro joven militar se graduó como teniente segundo, y fue destinado a Cuba en plena guerra colonial. Durante la travesía hacia la isla caribeña, Queipo de Llano agredió a un funcionario civil (oriundo también de tierras vallisoletanas) que se permitió ironizar sobre su poca afición a los libros y el suspenso que había cosechado en la asignatura de Física...
En la Guerra de CubaUna vez en la isla, Queipo de Llano se hizo tristemente célebre por su actuación violenta y despectiva contra los civiles cubanos, lo que le costó una seria llamada al orden. Entre otros incidentes dignos de mención, el joven tordesillano, yendo en un coche de caballos en compañía de un cubano al que le unía cierta amistad y del capitán Fernández Silvestre, algo bebidos los tres, comenzó a sentirse hastiado por la conversación de aquel personaje... Y tuvo la ocurrencia de arrojarle del coche en marcha, dándose a la fuga momentos después.
En las hostilidades bélicas, Queipo de Llano hizo gala de una valentía muy próxima a la temeridad. En su primera carga, se batió sólo contra tres jinetes, matando a dos de ellos. Uno resultó ser Acosta, cabecilla de la insurrección antiespañola en la provincia de Pinar del Río. Por tal heroicidad, el joven Gonzalo fue ascendido a primer teniente. Con el paso del tiempo, obtendría también el grado de capitán y cinco cruces por méritos de guerra, cuatro de ellas acompañadas por su respectiva pensión. Tales fueron los éxitos de Queipo en la Guerra de Cuba, que ya estaba próxima a su fin.
En 1898, el Ejército español se hallaba desmoralizado y agotado, según reconocía el propio general Blanco, uno de los responsables de las operaciones militares en la isla. Como no podía ser de otra manera, la fulminante intervención de los Estados Unidos puso fin a una contienda que, como muchos pensaban, ya estaba totalmente perdida para España. Sin embargo, como suele ocurrir en los conflictos coloniales, algunos militares no querían admitir la derrota y se mostraron resueltos a prolongar las operaciones bélicas: entre éstos se hallaba Queipo de Llano, que fue obligado a regresar rápidamente a España.
Entre otras consecuencias, el desastre de Cuba provocaría la eclosión del militarismo español. En 1905, grupos de oficiales asaltaron las redacciones de varios periódicos en Madrid, Barcelona y otras ciudades; molestos por las críticas al Ejército que realizaba un sector de la prensa. El general Weyler (ministro de la Guerra y uno de los más atacados por su actuación en Cuba) adoptaría entonces una actitud pasiva, supuestamente neutral. Una comisión de jefes y oficiales de la guarnición madrileña intentaría atraerlo a sus posiciones, que identificaban como extensibles a todo el Ejército. Uno de estos comisionados era el capitán Queipo de Llano.
La crisis política abierta a raíz de estos sucesos desembocaría en la famosa Ley de Jurisdicciones, por la cual el Ejército recuperaba privilegios perdidos con la malograda Primera República. Así, los acusados de delitos contra éste (o “contra la Patria”) quedaban sometidos a jurisdicción militar. Los diputados carlistas, catalanistas y republicanos mostraron su desacuerdo con esta Ley. Al mismo tiempo, nuestro militar tordesillano ensalzaría tan polémica disposición legal, atacando y escarneciendo a los partidos de izquierdas por haberse opuesto a ella.
En 1901, Queipo de Llano contraería matrimonio con Genoveva Martí, una damisela de ilustre familia. Como nuestro biografiado se casó sin el preceptivo permiso del Rey, obligatorio para los militares, tuvo que soportar un mes de arresto. El joven matrimonio (que pronto tuvo cuatro vástagos) vivió de guarnición en guarnición por toda España, sin guerra alguna que proporcionase ascensos , medallas o pensiones... Hasta que, en 1909, el Gobierno conservador de Maura ofreció al Ejército español, en desquite por lo del 98, la penetración en el Norte de Marruecos a partir de los enclaves de Ceuta y Melilla.
En la Guerra de ÁfricaQueipo permaneció unos meses en Melilla, al comienzo de la guerra. Después, fue enviado a Argentina con el objetivo de que estudiase una serie de asuntos relacionados con la cría caballar. En 1911 volvió al Norte de África, siendo ascendido a comandante por antigüedad y destinado a la yeguada de Smir-El-Maa, propiedad del sultán marroquí.
En 1912, con una carga sobre la retaguardia enemiga, Queipo de Llano contribuyó a frustrar un asalto a la posición española de Alcazarquivir, ganándose así las estrellas de coronel. Su amigo Fernández Silvestre autorizó tal operación, considerada temeraria por algunos. Por desgracia para Queipo, la carga de Caballería perdió toda efectividad, ya que los rebeldes norteafricanos adoptaron el orden disperso en el combate. Ni que decir hay que nuestro biografiado lo sintió mucho, ya que era un especialista en las más viejas tácticas del cuerpo de Caballería. La carrera de Queipo, como la de muchos combatientes “africanistas”, progresó en Marruecos con suma rapidez. Al igual que ciertos militares, que compaginaron el arte de la milicia con los negocios, Queipo se hizo representante de una empresa de carbones e intentó una y otra vez aproximarse al naviero vasco Horacio Echevarrieta.
Ya en 1918, Queipo de Llano fue destinado a la localidad madrileña de Alcalá de Henares, quedando bajo las órdenes del general Miguel Cabanellas, con el que entablaría una amistad no exenta de disputas.
Ascendido pocos años después a general de brigada, Queipo fue enviado como jefe militar a la zona de Ceuta, donde provocó un escándalo considerable. Nada más llegar, el tordesillano asistió a una recepción ofrecida por el Ayuntamiento ceutí a una misión de científicos portugueses y pronunció un discurso zafio que incomodó sobremanera a todos los allí presentes (entre los que se hallaban un coronel y un canónigo):
“Aquí, señores, hay que tener […] ¿No es verdad, coronel, que hay que tener […]? Padre, perdóneme usted, que antes no le había visto cuando eso de los […], pero en fin, sigo insistiendo en que hacen falta […]”.Uno de los oyentes comentaría tan groseras palabras en la prensa de Lisboa:
“Somos una misión de sabios portugueses, venimos a estudiar y no veo motivo ni razón para hablaros de cosas que los españoles necesitan en África como también fuera de África”.El flamante general, además de grandes capacidades para la oratoria, resultó tener también cierta ambición política. Durante el verano de aquel mismo año, visitó el distrito electoral de Sequeros (Salamanca) con el propósito de presentar su candidatura a las Cortes para las siguientes elecciones. Pero éstas se iban a demorar unos ocho años, ya que poco después el general Primo de Rivera (artífice de un golpe de Estado con la anuencia del rey Alfonso XIII) se proclamaría dictador y disolvería las instituciones democráticas.
Instalado ya en Ceuta, Queipo se negó a suscribir un telegrama de protesta contra la dictadura primorriverista redactado por un grupo de jefes militares y oficiales de aquella ciudad. Es más, nuestro biografiado haría pública su adhesión al nuevo régimen a través de una gaceta castrense titulada “Revista de Tropas Coloniales”, desde donde se deshizo en halagos al monarca y a todos los generales del Directorio Militar. Por aquellas calendas, Queipo de Llano estaba aún muy lejos de presentir que acabaría convertido en un acérrimo enemigo del régimen primorriverista...
Y es que, para entonces, el anciano dictador había declarado en varias ocasiones que estaba dispuesto a terminar con las operaciones bélicas en Marruecos. Molesto por los agresivos mensajes a favor de la continuación de la guerra que se lanzaban desde la “Revista de Tropas Coloniales”, el general Primo de Rivera decidió suprimir esta publicación, cuyo director había llegado a ser el mismísimo Queipo de Llano. A partir de entonces, la relación entre el militar tordesillano y las autoridades dictatoriales comenzaron a volverse muy tensas. Queipo acabaría por ser apartado del frente marroquí, pasando a cumplir una condena de confinamiento en Tetuán. Escribió una carta al dictador, que ni le contestó. Se dirigió a sus superiores inmediatos de manera bastante impertinente, lo que le costó un mes de arresto que cumpliría en El Ferrol. Desde allí, escribiría una instancia al rey Alfonso XIII, algunos de cuyos párrafos fueron considerados altamente ofensivos para con el Presidente del Directorio militar... Y sobre nuestro biografiado cayeron, en esta ocasión, dos meses de arresto.
Contra Primo de RiveraPese a todo, Queipo no llegó a cumplir estos dos meses de arresto, ya se benefició de una amnistía en enero de 1925. Pero Primo de Rivera creyó conveniente que no volviese a ser destinado a Marruecos; y es que el general metido a dictador opinaba que el tordesillano era un hombre peligroso:
“Queipo es enemigo de sí mismo […]. Yo (que) conozco (su) carácter […] había de presumir que no saldría de aquí sin querer tirar las columnas del templo, consagrándose a enaltecer su figura destruyendo la de los demás.”En septiembre de 1925, Queipo fue designado jefe de la Tercera Brigada de Caballería instalada en Córdoba, cargo que llevaba aparejado el de Gobernador Militar. La guerra de Marruecos terminaría ese mismo año. Primo de Rivera repartiría entonces medallas y ascensos a granel, concediéndose a sí mismo la Cruz laureada de San Fernando. Al teniente coronel Francisco Franco, que había sido uno de los “africanistas” descontentos con el dictador, se le concedió el ascenso a coronel y la confirmación como jefe de la Legión.
Mientras tanto, el resentimiento de Queipo con el régimen dictatorial iba en aumento. En marzo de 1926, fue abierto un proceso contra él por una presunta negligencia debida a su actuación en la retirada de las tropas españolas desde Zinat a Ben-Karrich, mandadas por el general José Riquelme. Los rebeldes norteafricanos habían atacado de repente a los soldados patrios y, según parece, Queipo había acudido en su auxilio con demasiada tardanza. Aunque salió bien parado de tal proceso, el tordesillano consideró que todo aquello no era sino un ataque contra su persona dirigido por Primo de Rivera: desde aquellos momentos, Queipo se mostró dispuesto a conspirar contra la dictadura. Por diversas razones, eran muchos los que lo hacían; y recién concluido el conflicto colonial, ciertos círculos políticos y militares consideraron llegada la hora de acabar con Primo de Rivera y su régimen.
Conviene recordar que, ya en 1925, el dictador había desmantelado una conspiración dirigida por el general López de Ochoa; a la cual siguió otra más importante, acaudillada por los generales Weyler y Aguilera, a los cuales acompañaban viejos políticos como Romanones, Álvarez, Villanueva y Lerroux. En la noche de San Juan de 1926 tuvieron lugar pequeños movimientos insurrecionales que el Gobierno sofocó rápidamente... Y es que muchos comprometidos en aquella intentona desertaron en los últimos momentos: encontrábase entre ellos el general Queipo, que se retiró de ella cuando pudo.
Desde Córdoba, los partidarios de la dictadura denunciaron las licencias verbales que el rebelde Queipo se permitía hacer contra el régimen. Y entonces, el 13 de julio de 1926, en un banquete ofrecido por los olivareros al Marqués de Viana, abanderado del proteccionismo oleícola, el general tordesillano contó un chiste que circulaba por Sevilla: trataba de la Unión Patriótica, el partido único que impulsaba la dictadura y que, por lo visto, no acababa de cuajar en la capital andaluza. Resulta que allí se habían abierto unos urinarios públicos con el letrero “U.P.” y los sevillanos comenzaron a decir: “en Sevilla no hay Unión Patriótica, pero ya tiene casino”.
Una semana después, Queipo de Llano fue destituido. El general Saro, muy próximo al régimen primorriverista, le aconsejó entrevistarse con el dictador y pedirle disculpas. Como no podía ser de otra manera, Queipo se negó, prefiriendo dedicarse a la elaboración casera de un detergente que luego vendía a los comercios de Madrid. Al mismo tiempo, colaboraba con todos los movimientos de oposición a la dictadura.
Estando así las cosas, a nuestro biografiado todavía le tocaría padecer otra nueva contrariedad. Sucedía que, por antigüedad, Queipo de Llano podía ascender a general de división en 1928. Pero la junta clasificadora del Ejército (presidida por el general Burguete) decidió pasarlo a la reserva por “indisciplinado, díscolo y difícil de ser mandado”. Según algunos, Alfonso XIII no estaba de acuerdo con esta medida, pero llegado el momento, firmaría el decreto referente a ella que le presentó Primo de Rivera. A sus 53 años, a Queipo de Llano se le impedía culminar su carrera militar...
A partir de entonces, el tordesillano participó activamente en todas las conspiraciones contra Primo de Rivera, como la rebelión militar acaecida el 29 de enero de 1929. Aquel día, los artilleros de Ciudad Real se levantaron en armas; pero a esta sublevación le faltó apoyo en el resto de España. Y Queipo de Llano, cuya misión consistía en extender la rebelión por tierras murcianas, fracasó rotundamente. Sólo y desasistido, nuestro general se escondió en el castillete de Archena, propiedad del médico masón y republicano Mario Spreáfico. Tras una serie de peripecias rocambolescas, Queipo fue detenido y confinado durante semanas en una prisión militar.
El fin de la DictaduraPrimo de Rivera y su régimen personalista tenían los días contados. A principios de 1930, Alfonso XIII se deshizo del anciano dictador y encargó al general Berenguer la formación de un nuevo Gobierno, cuya misión sería restablecer la constitución y convocar elecciones.
Queipo de Llano sería puesto en libertad, permaneciendo todavía en su situación de general pasado a la reserva. Como enemigo personal del anciano dictador que era, Queipo insultó en una ocasión al hermano mayor de éste, José Primo de Rivera y Orbaneja, y le desafió a un duelo. Sin embargo, dada su respetable edad, el mismísimo primogénito del autócrata terció en la disputa: nos referimos, como es evidente, a José Antonio Primo de Rivera.
Un buen día, junto a sus dos hermanos y tres primos, José Antonio Primo de Rivera se presentó en el céntrico café madrileño Lyon D´Or, donde Queipo tenía su tertulia, y entabló con él una enérgica pelea. Salieron a relucir ciertos objetos contundentes y, según parece, José Antonio golpeó a Queipo con una llave inglesa. Pero tres de aquellos agresores no salieron impunes: a consecuencia de tan lamentables hechos, los señores Miguel Primo de Rivera y Sancho Dávila y Fernández de Celis fueron degradados como alféreces provisionales del Cuerpo de la Princesa. Al mismo tiempo, ambos y José Antonio serían procesados. Esto supuso un duro golpe para la trayectoria militar de Sancho Dávila, futuro procurador en las Cortes franquistas, quien tuvo que retirarse a Sevilla y dedicarse a la explotación de un cortijo familiar.
A lo largo de 1930, Queipo de Llano acrecentó su odio contra el dictador y, desde que tuvo la convicción de que se cruzaba en su camino, contra el propio Alfonso XIII. A finales de año, desde el exilio francés, tuvo la satisfacción de ver publicado en España su libro autobiográfico, en el que ajustaba cuentas con una serie de personalidades. Obviamente, atacaba en más de una ocasión al dictador:
“Pletórico de vanidad […] llegó a suponerse elegido de Dios para salvar a España; mientras que, según muchos, su espíritu se debatía en el fango de todas las pasiones y todos los vicios”.Queipo daba rienda suelta a su resentimiento contra el Ejército, al que acusaba de ser “pretoriano, no patriota, y por eso ha perdido el amor de sus conciudadanos”. Pero la raíz de su despecho es su propia experiencia personal; su caída en desgracia y la poca solidaridad que encuentra entre sus colegas:
“Vosotros, mis compañeros del Ejército, no os conmovísteis, aunque estábais convencidos de que era una inquinidad; los compañeros del Arma en que serví […] guardaron el más profundo silencio […]. Algunos que habían convivido conmigo se alejaban cuando me veían en la calle...”Queipo comenzaría otro libro, esta vez sobre los ascensos en tiempos de Primo, que no llegaría a terminar. Las turbulencias políticas iban en aumento; cada vez faltaba menos para el advenimiento de la II República...
La caída de la Dictadura arrastró consigo a la desprestigiada monarquía de Alfonso XIII. En agosto de 1930, los partidos republicanos y las fuerzas catalanistas firmaron el Pacto de San Sebastián; el PSOE y la UGT aseguraron su colaboración para el establecimiento de una República democrática. Bajo la presidencia del ex-ministro liberal Niceto Alcalá-Zamora se constituyó un Comité revolucionario y, en contacto con éste, se organizó un Comité militar republicano, al frente del cual se puso el general Queipo de Llano.
Ambos Comités decidieron preparar una sublevación y una huelga general revolucionaria para mediados de diciembre. Pero, como es bien sabido, el 12 de aquel mes la guarnición de Jaca comenzó la sublevación antes de la cuenta. El Gobierno acabaría por dominar la situación, fusilando poco después a los cabecillas de aquella guarnición aragonesa: los capitanes Galán y García Hernández. El día 15, Queipo de Llano y un puñado de jefes y oficiales desencadenaron una sublevación republicana en el aeródromo de Cuatro Vientos, cerca de Madrid... Pero esta última intentona revolucionaria quedó aislada, y los socialistas no la secundaron proclamando la esperada huelga general, aunque ésta se lleve a cabo en algunos puntos. Escapando de un fusilamiento más que seguro, Queipo de Llano y sus camaradas huyen a Lisboa. Después, marcharán a París, donde se entrevistarán con dos prominentes miembros del Comité revolucionario (Indalecio Prieto y Marcelino Domingo); recibiendo al mismo tiempo la admiración de los masones españoles afincados en la capital francesa, integrantes de la Logia “Plus Ultra”. Ramón Franco ingresará en la venerable fraternidad, y Queipo domiciliará su correspondencia en casa de un destacado masón, el señor Antonio Marsá Vancells. Otro miembro de la Masonería, el catedrático Ramón González-Sicilia de la Corte, se sirvió del capital familiar para ayudar a Queipo y sus compañeros exiliados.