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Autor Tema: Gonzalo Queipo de Llano. Una reseña biográfica.  (Leído 12704 veces)
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« : Abril 15, 2012, 21:11:17 »




Los primeros años

Gonzalo Queipo de Llano y Sierra nació en Tordesillas el 5 de febrero de 1875. Durante el año anterior, habían tenido lugar los respectivos pronunciamientos militares de Pavía y Martínez Campos: el primero había puesto fin a la Primera República; mientras que el segundo había restaurado en el trono a los Borbones, a través de la persona de Alfonso XII.
Los padres de nuestro biografiado, continuando la tradición de tantas familias de linaje hidalgo, dispusieron que el muchacho debía seguir la carrera eclesiástica. Con tal fin, lo hicieron ingresar en el seminario de Valladolid. Pero el pequeño Gonzalo, mortificado por los duros castigos de la disciplina religiosa y llevado por impulsos vocacionales bastante distintos, huyó de aquella institución al cabo de unos pocos meses, ingresando en el Ejército. Como quien no quiere la cosa, Gonzalo Queipo de Llano se vio ejerciendo de trompetista en un Regimiento de Artillería que disponía de una sección equina. Al jovencísimo tordesillano le atraía la Caballería y, tras dos años de menester trompetil y otros dos de artillero segundo, se incorporó a la Academia de Caballería de Valladolid. Por aquellas calendas, ya tenía más que cumplidos los 18 años.
Algo después, nuestro joven militar se graduó como teniente segundo, y fue destinado a Cuba en plena guerra colonial. Durante la travesía hacia la isla caribeña, Queipo de Llano agredió a un funcionario civil (oriundo también de tierras vallisoletanas) que se permitió ironizar sobre su poca afición a los libros y el suspenso que había cosechado en la asignatura de Física...



En la Guerra de Cuba

Una vez en la isla, Queipo de Llano se hizo tristemente célebre por su actuación violenta y despectiva contra los civiles cubanos, lo que le costó una seria llamada al orden. Entre otros incidentes dignos de mención, el joven tordesillano, yendo en un coche de caballos en compañía de un cubano al que le unía cierta amistad y del capitán Fernández Silvestre, algo bebidos los tres, comenzó a sentirse hastiado por la conversación de aquel personaje... Y tuvo la ocurrencia de arrojarle del coche en marcha, dándose a la fuga momentos después.
En las hostilidades bélicas, Queipo de Llano hizo gala de una valentía muy próxima a la temeridad. En su primera carga, se batió sólo contra tres jinetes, matando a dos de ellos. Uno resultó ser Acosta, cabecilla de la insurrección antiespañola en la provincia de Pinar del Río. Por tal heroicidad, el joven Gonzalo fue ascendido a primer teniente. Con el paso del tiempo, obtendría también el grado de capitán y cinco cruces por méritos de guerra, cuatro de ellas acompañadas por su respectiva pensión. Tales fueron los éxitos de Queipo en la Guerra de Cuba, que ya estaba próxima a su fin.
En 1898, el Ejército español se hallaba desmoralizado y agotado, según reconocía el propio general Blanco, uno de los responsables de las operaciones militares en la isla. Como no podía ser de otra manera, la fulminante intervención de los Estados Unidos puso fin a una contienda que, como muchos pensaban, ya estaba totalmente perdida para España. Sin embargo, como suele ocurrir en los conflictos coloniales, algunos militares no querían admitir la derrota y se mostraron resueltos a prolongar las operaciones bélicas: entre éstos se hallaba Queipo de Llano, que fue obligado a regresar rápidamente a España.
Entre otras consecuencias, el desastre de Cuba provocaría la eclosión del militarismo español. En 1905, grupos de oficiales asaltaron las redacciones de varios periódicos en Madrid, Barcelona y otras ciudades; molestos por las críticas al Ejército que realizaba un sector de la prensa. El general Weyler (ministro de la Guerra y uno de los más atacados por su actuación en Cuba) adoptaría entonces una actitud pasiva, supuestamente neutral. Una comisión de jefes y oficiales de la guarnición madrileña intentaría atraerlo a sus posiciones, que identificaban como extensibles a todo el Ejército. Uno de estos comisionados era el capitán Queipo de Llano.
La crisis política abierta a raíz de estos sucesos desembocaría en la famosa Ley de Jurisdicciones, por la cual el Ejército recuperaba privilegios perdidos con la malograda Primera República. Así, los acusados de delitos contra éste (o “contra la Patria”) quedaban sometidos a jurisdicción militar. Los diputados carlistas, catalanistas y republicanos mostraron su desacuerdo con esta Ley. Al mismo tiempo, nuestro militar tordesillano ensalzaría tan polémica disposición legal, atacando y escarneciendo a los partidos de izquierdas por haberse opuesto a ella.
En 1901, Queipo de Llano contraería matrimonio con Genoveva Martí, una damisela de ilustre familia. Como nuestro biografiado se casó sin el preceptivo permiso del Rey, obligatorio para los militares, tuvo que soportar un mes de arresto. El joven matrimonio (que pronto tuvo cuatro vástagos) vivió de guarnición en guarnición por toda España, sin guerra alguna que proporcionase ascensos , medallas o pensiones... Hasta que, en 1909, el Gobierno conservador de Maura ofreció al Ejército español, en desquite por lo del 98, la penetración en el Norte de Marruecos a partir de los enclaves de Ceuta y Melilla.



En la Guerra de África

Queipo permaneció unos meses en Melilla, al comienzo de la guerra. Después, fue enviado a Argentina con el objetivo de que estudiase una serie de asuntos relacionados con la cría caballar. En 1911 volvió al Norte de África, siendo ascendido a comandante por antigüedad y destinado a la yeguada de Smir-El-Maa, propiedad del sultán marroquí.
En 1912, con una carga sobre la retaguardia enemiga, Queipo de Llano contribuyó a  frustrar un asalto a la posición española de Alcazarquivir, ganándose así las estrellas de coronel. Su amigo Fernández Silvestre autorizó tal operación, considerada temeraria por algunos. Por desgracia para Queipo, la carga de Caballería perdió toda efectividad, ya que los rebeldes norteafricanos adoptaron el orden disperso en el combate. Ni que decir hay que nuestro biografiado lo sintió mucho, ya que era un especialista en las más viejas tácticas del cuerpo de Caballería. La carrera de Queipo, como la de muchos combatientes “africanistas”, progresó en Marruecos con suma rapidez. Al igual que ciertos militares, que compaginaron el arte de la milicia con los negocios, Queipo se hizo representante de una empresa de carbones e intentó una y otra vez aproximarse al naviero vasco Horacio Echevarrieta.
Ya en 1918, Queipo de Llano fue destinado a la localidad madrileña de Alcalá de Henares, quedando bajo las órdenes del general Miguel Cabanellas, con el que entablaría una amistad no exenta de disputas.
Ascendido pocos años después a general de brigada, Queipo fue enviado como jefe militar a la zona de Ceuta, donde provocó un escándalo considerable. Nada más llegar, el tordesillano asistió a una recepción ofrecida por el Ayuntamiento ceutí a una misión de científicos portugueses y pronunció un discurso zafio que incomodó sobremanera a todos los allí presentes (entre los que se hallaban un coronel y un canónigo):

“Aquí, señores, hay que tener […] ¿No es verdad, coronel, que hay que tener […]? Padre, perdóneme usted, que antes no le había visto cuando eso de los […], pero en fin, sigo insistiendo en que hacen falta […]”.

Uno de los oyentes comentaría tan groseras palabras en la prensa de Lisboa:

“Somos una misión de sabios portugueses, venimos a estudiar y no veo motivo ni razón para hablaros de cosas que los españoles necesitan en África como también fuera de África”.

El flamante general, además de grandes capacidades para la oratoria, resultó tener también cierta ambición política. Durante el verano de aquel mismo año, visitó el distrito electoral de Sequeros (Salamanca) con el propósito de presentar su candidatura a las Cortes para las siguientes elecciones. Pero éstas se iban a demorar unos ocho años, ya que poco después el general Primo de Rivera (artífice de un golpe de Estado con la anuencia del rey Alfonso XIII) se proclamaría dictador y disolvería las instituciones democráticas.
Instalado ya en Ceuta, Queipo se negó a suscribir un telegrama de protesta contra la dictadura primorriverista redactado por un grupo de jefes militares y oficiales de aquella ciudad. Es más, nuestro biografiado haría pública su adhesión al nuevo régimen a través de una gaceta castrense titulada “Revista de Tropas Coloniales”, desde donde se deshizo en halagos al monarca y a todos los generales del Directorio Militar. Por aquellas calendas, Queipo de Llano estaba aún muy lejos de presentir que acabaría convertido en un acérrimo enemigo del régimen primorriverista...
Y es que, para entonces, el anciano dictador había declarado en varias ocasiones que estaba dispuesto a terminar con las operaciones bélicas en Marruecos. Molesto por los agresivos mensajes a favor de la continuación de la guerra que se lanzaban desde la “Revista de Tropas Coloniales”, el general Primo de Rivera decidió suprimir esta publicación, cuyo director había llegado a ser el mismísimo Queipo de Llano. A partir de entonces, la relación entre el militar tordesillano y las autoridades dictatoriales comenzaron a volverse muy tensas. Queipo acabaría por ser apartado del frente marroquí, pasando a cumplir una condena de confinamiento en Tetuán. Escribió una carta al dictador, que ni le contestó. Se dirigió a sus superiores inmediatos de manera bastante impertinente, lo que le costó un mes de arresto que cumpliría en El Ferrol. Desde allí, escribiría una instancia al rey Alfonso XIII, algunos de cuyos párrafos fueron considerados altamente ofensivos para con el Presidente del Directorio militar... Y sobre nuestro biografiado cayeron, en esta ocasión, dos meses de arresto.



Contra Primo de Rivera

Pese a todo, Queipo no llegó a cumplir estos dos meses de arresto, ya se benefició de una amnistía en enero de 1925. Pero Primo de Rivera creyó conveniente que no volviese a ser destinado a Marruecos; y es que el  general metido a dictador opinaba que el tordesillano era un hombre peligroso:

“Queipo es enemigo de sí mismo […]. Yo (que) conozco (su) carácter […] había de presumir que no saldría de aquí sin querer tirar las columnas del templo, consagrándose a enaltecer su figura destruyendo la de los demás.”

En septiembre de 1925, Queipo fue designado jefe de la Tercera Brigada de Caballería instalada en Córdoba, cargo que llevaba aparejado el de Gobernador Militar. La guerra de Marruecos terminaría ese mismo año. Primo de Rivera repartiría entonces medallas y ascensos a granel, concediéndose a sí mismo la Cruz laureada de San Fernando. Al teniente coronel Francisco Franco, que había sido uno de los “africanistas” descontentos con el dictador, se le concedió el ascenso a coronel y la confirmación como jefe de la Legión.
Mientras tanto, el resentimiento de Queipo con el régimen dictatorial iba en aumento. En marzo de 1926, fue abierto un proceso contra él por una presunta negligencia debida a su actuación en la retirada de las tropas españolas desde Zinat a Ben-Karrich, mandadas por el general José Riquelme. Los rebeldes norteafricanos habían atacado de repente a los soldados patrios y, según parece, Queipo había acudido en su auxilio con demasiada tardanza. Aunque salió bien parado de tal proceso, el tordesillano consideró que todo aquello no era sino un ataque contra su persona dirigido por Primo de Rivera: desde aquellos momentos, Queipo se mostró dispuesto a conspirar contra la dictadura. Por diversas razones, eran muchos los que lo hacían; y recién concluido el conflicto colonial, ciertos círculos políticos y militares consideraron llegada la hora de acabar con Primo de Rivera y su régimen.
Conviene recordar que, ya en 1925, el dictador había desmantelado una conspiración dirigida por el general López de Ochoa; a la cual siguió otra más importante, acaudillada por los generales Weyler y Aguilera, a los cuales acompañaban viejos políticos como Romanones, Álvarez, Villanueva y Lerroux. En la noche de San Juan de 1926 tuvieron lugar pequeños movimientos insurrecionales que el Gobierno sofocó rápidamente... Y es que muchos comprometidos en aquella intentona desertaron en los últimos momentos: encontrábase entre ellos el general Queipo, que se retiró de ella cuando pudo.
Desde Córdoba, los partidarios de la dictadura denunciaron las licencias verbales que el rebelde Queipo se permitía hacer contra el régimen. Y entonces, el 13 de julio de 1926, en un banquete ofrecido por los olivareros al Marqués de Viana, abanderado del proteccionismo oleícola, el general tordesillano contó un chiste que circulaba por Sevilla: trataba de la Unión Patriótica, el partido único que impulsaba la dictadura y que, por lo visto, no acababa de cuajar en la capital andaluza. Resulta que allí se habían abierto unos urinarios públicos con el letrero “U.P.” y los sevillanos comenzaron a decir: “en Sevilla no hay Unión Patriótica, pero ya tiene casino”.
Una semana después, Queipo de Llano fue destituido. El general Saro, muy próximo al régimen primorriverista, le aconsejó entrevistarse con el dictador y pedirle disculpas. Como no podía ser de otra manera, Queipo se negó, prefiriendo dedicarse a la elaboración casera de un detergente que luego vendía a los comercios de Madrid. Al mismo tiempo, colaboraba con todos los movimientos de oposición a la dictadura.
Estando así las cosas, a nuestro biografiado todavía le tocaría padecer otra nueva contrariedad. Sucedía que, por antigüedad, Queipo de Llano podía ascender a general de división en 1928. Pero la junta clasificadora del Ejército (presidida por el general Burguete) decidió pasarlo a la reserva por “indisciplinado, díscolo y difícil de ser mandado”. Según algunos, Alfonso XIII no estaba de acuerdo con esta medida, pero llegado el momento, firmaría el decreto referente a ella que le presentó Primo de Rivera. A sus 53 años, a Queipo de Llano se le impedía culminar su carrera militar...
A partir de entonces, el tordesillano participó activamente en todas las conspiraciones contra Primo de Rivera, como la rebelión militar acaecida el 29 de enero de 1929. Aquel día, los artilleros de Ciudad Real se levantaron en armas; pero a esta sublevación le faltó apoyo en el resto de España. Y Queipo de Llano, cuya misión consistía en extender la rebelión por tierras murcianas, fracasó rotundamente. Sólo y desasistido, nuestro general se escondió en el castillete de Archena, propiedad del médico masón y republicano Mario Spreáfico. Tras una serie de peripecias rocambolescas, Queipo fue detenido y confinado durante semanas en una prisión militar.

El fin de la Dictadura

Primo de Rivera y su régimen personalista tenían los días contados. A principios de 1930, Alfonso XIII se deshizo del anciano dictador y encargó al general Berenguer la formación de un nuevo Gobierno, cuya misión sería restablecer la constitución y convocar elecciones.
Queipo de Llano sería puesto en libertad, permaneciendo todavía en su situación de general pasado a la reserva. Como enemigo personal del anciano dictador que era, Queipo insultó en una ocasión al hermano mayor de éste, José Primo de Rivera y Orbaneja, y le desafió a un duelo. Sin embargo, dada su respetable edad, el mismísimo primogénito del autócrata terció en la disputa: nos referimos, como es evidente, a José Antonio Primo de Rivera.
Un buen día, junto a sus dos hermanos y tres primos, José Antonio Primo de Rivera se presentó en el céntrico café madrileño Lyon D´Or, donde Queipo tenía su tertulia, y entabló con él una enérgica pelea. Salieron a relucir ciertos objetos contundentes y, según parece, José Antonio golpeó a Queipo con una llave inglesa. Pero tres de aquellos agresores no salieron impunes: a consecuencia de tan lamentables hechos, los señores Miguel Primo de Rivera y Sancho Dávila y Fernández de Celis fueron degradados como alféreces provisionales del Cuerpo de la Princesa. Al mismo tiempo, ambos y José Antonio serían procesados. Esto supuso un duro golpe para la trayectoria militar de Sancho Dávila, futuro procurador en las Cortes franquistas, quien tuvo que retirarse a Sevilla y dedicarse a la explotación de un cortijo familiar.
A lo largo de 1930, Queipo de Llano acrecentó su odio contra el dictador y, desde que tuvo la convicción de que se cruzaba en su camino, contra el propio Alfonso XIII. A finales de año, desde el exilio francés, tuvo la satisfacción de ver publicado en España su libro autobiográfico, en el que ajustaba cuentas con una serie de personalidades. Obviamente, atacaba en más de una ocasión al dictador:

“Pletórico de vanidad […] llegó a suponerse elegido de Dios para salvar a España; mientras que, según muchos, su espíritu se debatía en el fango de todas las pasiones y todos los vicios”.

Queipo daba rienda suelta a su resentimiento contra el Ejército, al que acusaba de ser “pretoriano, no patriota, y por eso ha perdido el amor de sus conciudadanos”. Pero la raíz de su despecho es su propia experiencia personal; su caída en desgracia y la poca solidaridad que encuentra entre sus colegas:

“Vosotros, mis compañeros del Ejército, no os conmovísteis, aunque estábais convencidos de que era una inquinidad; los compañeros del Arma en que serví […] guardaron el más profundo silencio […]. Algunos que habían convivido conmigo se alejaban cuando me veían en la calle...”

Queipo comenzaría otro libro, esta vez sobre los ascensos en tiempos de Primo, que no llegaría a terminar. Las turbulencias políticas iban en aumento; cada vez faltaba menos para el advenimiento de la II República...
La caída de la Dictadura arrastró consigo a la desprestigiada monarquía de Alfonso XIII. En agosto de 1930, los partidos republicanos y las fuerzas catalanistas firmaron el Pacto de San Sebastián; el PSOE y la UGT aseguraron su colaboración para el establecimiento de una República democrática. Bajo la presidencia del ex-ministro liberal Niceto Alcalá-Zamora se constituyó un Comité revolucionario y, en contacto con éste, se organizó un Comité militar republicano, al frente del cual se puso el general Queipo de Llano.
Ambos Comités decidieron preparar una sublevación y una huelga general revolucionaria para mediados de diciembre. Pero, como es bien sabido, el 12 de aquel mes la guarnición de Jaca comenzó la sublevación antes de la cuenta. El Gobierno acabaría por dominar la situación, fusilando poco después a los cabecillas de aquella guarnición aragonesa: los capitanes Galán y García Hernández. El día 15, Queipo de Llano y un puñado de jefes y oficiales desencadenaron una sublevación republicana en el aeródromo de Cuatro Vientos, cerca de Madrid... Pero esta última intentona revolucionaria quedó aislada, y los socialistas no la secundaron proclamando la esperada huelga general, aunque ésta se lleve a cabo en algunos puntos. Escapando de un fusilamiento más que seguro, Queipo de Llano y sus camaradas huyen a Lisboa. Después, marcharán a París, donde se entrevistarán con dos prominentes miembros del Comité revolucionario (Indalecio Prieto y Marcelino Domingo); recibiendo al mismo tiempo la admiración de los masones españoles afincados en la capital francesa, integrantes de la Logia “Plus Ultra”. Ramón Franco ingresará en la venerable fraternidad, y Queipo domiciliará su correspondencia en casa de un destacado masón, el señor Antonio Marsá Vancells. Otro miembro de la Masonería, el catedrático Ramón González-Sicilia de la Corte, se sirvió del capital familiar para ayudar a Queipo y sus compañeros exiliados.
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« Respuesta #1 : Abril 15, 2012, 21:20:09 »




Los años de la República: de Azaña a Lerroux, pasando por Marcelino Domingo

Inevitablemente, la Monarquía se derrumbó tras las elecciones municipales del 12 de abril de 1931, ganadas por la conjunción republicano-socialista en las grandes ciudades y zonas industriales. En medio de un apoteósico fervor popular, el día 14 fue proclamada la República. Queipo de Llano confesó a un periodista madrileño lo que, según él, sintió por aquellas fechas:

“Lo que se siente al librarnos de una horrible pesadilla; lo que se experimenta al ver que nuestra madre se muere y un milagro la restablece, esa alegría inmensa que sentimos al ver a nuestro hijo fuera de peligro, algo inexplicable que no tiene comparación con ningún placer de la tierra”.


En esta entrevista, Queipo de Llano se declaró partidario de una República Federal, aduciendo que en ésta se encontrarían “todas las soluciones al gran problema español”. Tan exaltado republicano afirmaría, algunos años más tarde, que “la implantación de la República fue, como es bien sabido, producto de una estafa electoral”. El Gobierno provisional republicano le ascendió a general de división, con efectos retroactivos a 1928, y le nombró capitán general de Madrid. En el Comité militar republicano se había hablado de hacerle Ministro de la Guerra, pero el tordesillano se negó, “para subrayar la incondicional sumisión al poder civil” y porque no se encontraba “lo suficientemente preparado para desarrollar la enorme labor que requería la radical transformación que tendría que sufrir el Ejército”.
El 11 de mayo, tras ciertas provocaciones monárquicas, estalló en Madrid una revuelta incendiaria que acabaría por extenderse a otras ciudades. El Gobierno provisional declaró el estado de guerra y el recién designado capitán general de Madrid salió a la calle para leer el respectivo bando en persona. Poco después, un coronel afirmó desde las páginas del monárquico “ABC” que nuestro biografiado había facilitado la quema de iglesias y conventos, haciendo que las tropas permanecieran en lugares donde no había disturbio alguno. Por aquel entonces, el modo de actuar de Queipo empezó a infundir sospechas a Miguel Maura, Ministro de Gobernación.
En junio, Queipo de Llano presentó su candidatura a las Cortes por Salamanca, pero ni la conjunción republicano-socialista ni el derechista Bloque Agrario de aquella provincia le hicieron un hueco en sus listas electorales. Tuvo que concurrir como candidato independiente. Así lo hizo también (pero dentro de las filas monárquicas) su amigo Diego Martín Veloz, alias “Martinillo”, un miltar veterano de la Guerra de Cuba que ya había sido diputado por varios distritos salmantinos y al que algunos acusaban de monopolizar el juego ilegal en la región. Este personaje profesaba tal aversión al rector de la Universidad salmantina, Miguel de Unamuno, que bautizó con su nombre a un burro de su propiedad.
Tras fracasar en las elecciones, Queipo fue nombrado inspector general del Ejército. Desde este puesto respaldó las reformas militares de Azaña con mucho empeño, granjeándose así la enemistad de amplios sectores castrenses. Nuestro biografiado pronunció arengas a la tropa que dejaban en muy mal lugar a los oficiales cesados por el Gobierno republicano.
Nos consta que los continuos desprecios e improperios de Queipo contra sus colegas, sus polémicos discursos y su ambición política comenzaron a sacar de quicio a Manuel Azaña. Una noche, Queipo de Llano se presentó en casa de éste y se ofreció voluntario para reprimir una sublevación inminente. El ilustre político le tranquilizó y, al cabo de un rato, la conversación entre ambos vino a parar en que el general quería presentarse candidato a las Cortes por Valladolid, con el apoyo de Lerroux y del propio Azaña. Éste respondió con evasivas y quedó convencido de que aquel era el objetivo real de tan intempestiva visita, y no el supuesto golpe. “Por inocente que parezca la cosa, no es inverosímil; Queipo es un simple y su frente muy angosta”; anotó Manuel Azaña en sus diarios.
Sin embargo, tanto Azaña como Alcalá-Zamora creyeron conveniente nombrar a Queipo jefe de la Casa Militar de éste último, a la sazón Presidente de la República. El controvertido general aceptó tal oferta, aunque siguió haciendo de las suyas. Un día, se apoderaba porque sí del coche blindado que había pertenecido a Primo de Rivera y Azaña se lo quitaba; al otro, se entrometía en las funciones del Director General de Seguridad y el Presidente del Gobierno tenía que volver a intervenir...
Como Azaña no quería apadrinar la carrera política que él deseaba iniciar, Queipo de Llano se arrimó al dirigente del Partido Radical-Socialista, Marcelino Domingo, a quien se dirigía como su “querido amigo y jefe”. Al ver que éste le ignoraba, el militar tordesillano decidió aproximarse a Lerroux, jefe de la principal oposición parlamentaria, que cobraría un tremendo impulso tras la represión del levantamiento anarquista sucedido en Casas Viejas (provincia de Cádiz).
Queipo de Llano frecuentaba los pasillos de las Cortes, con notable disgusto del Presidente de la República, y en ellos intrigaba contra el Gobierno, secundado por el diputado lerrouxista Salazar Alonso y en presencia de no pocos periodistas. El jefe de Prensa de la Presidencia republicana intentó que éstos no difundieran el escandaloso comportamiento del general; pero enterado de ello Alcalá-Zamora, sugirió a Manuel Azaña la inmediata destitución de Queipo, propuesta que el Presidente del Gobierno haría efectiva el 9 de marzo de 1933.
Antes de retirarse a la finca salmantina de su amigo Martín Veloz, el general díscolo se proclamó “caído en desgracia”, hizo mucho ruido e insinuó terribles amenazas en el Ministerio de la Guerra. Manuel Azaña mostró el más evidente desprecio:

“De este general de dos metros comienzan a decir también que se propone hacer esto y lo otro; me lo dicen de la dirección general de Seguridad. Pero yo no lo creo. Lo que hará sin duda será proferir necedades, que las produce naturalmente. En el Ejército nadie le hace caso”.

Estando así las cosas, Queipo se echó en brazos de Lerroux, que se había convertido en un muro de las lamentaciones para todos los generales descontentos con Azaña.
En septiembre de 1933, con las izquierdas fuera del poder, Lerroux formó su primer Gobierno y nombró a Queipo de Llano inspector general de Carabineros, uno de los puestos más remunerados a los que un militar podía aspirar. Al mismo tiempo, con vistas a las inmediatas elecciones a Cortes, el nuevo Presidente pidió al tordesillano que le enviase por escrito un análisis sobre la situación de las fuerzas políticas en Salamanca. Queipo se lo remitió el 11 de octubre, ofreciéndose a formar parte de una candidatura de centro-derecha.
Pero para entonces, el Gobierno de Lerroux había caído ya, siendo sustituido por otro que presidía Martínez Barrio, su lugarteniente en el Partido Radical. Queipo no fue incluido en la conjunción que los radicales formaron en Salamanca con los republicanos conservadores, ahorrándose al menos la estrepitosa derrota que ésta sufrió a manos de agrarios y socialistas.
Lerroux regresó al Gobierno, apoyado esta vez por la CEDA de Gil Robles. Queipo se encontraba muy a disgusto con su poco brillante destino al frente de los Carabineros, solicitando a Lerroux que lo nombrara inspector general de la Guardia Civil o del Ejército; cosa que el viejo político se cuidó mucho de hacer, si bien aumentó las atribuciones del director general de Carabineros, tal y como éste pedía.
La tensión existente entre Alcalá-Zamora y Lerroux hizo dimitir a éste último, que fue relevado por otro líder radical, Ricardo Samper. Apenas tomó posesión de su cargo, el nuevo Presidente destituyó a Queipo como director general de Carabineros, debido a una indiscreción de éste que probablemente tuvo que ver con su opinión sobre el cambio operado en el Gobierno. Pese a todo, el caudillo radical seguía siendo Lerroux, al que nuestro biografiado asediaba con un sinfín de recomendaciones en las que se mezclaban los intereses políticos y los familiares. Entre tantas otras cosas, pidió “una colocación en las oficinas del Canal de Isabel II para don Jacinto Queipo de Llano y Yagües”; la vicepresidencia “del jurado mixto del ferrocarril de Ponferrada a Villablino” para don Gerardo Queipo de Llano y Sierra; el Gobierno Civil de Salamanca para don José García García, que según él “haría una labor importantísima en favor del partido radical en aquella provincia”; etc, etc. Recordemos que nuestro biografiado maldeciría años después, en sus famosas charlas radiofónicas, al Gobierno “enchufista-marxista” del Frente Popular...
Pese a todo, las relaciones entre Queipo y Alcalá-Zamora acabarían por mejorar notablemente. No era para menos: el 2 de enero de 1935, el hijo del Presidente de la República contraía matrimonio con Ernestina Queipo de Llano y Martí, primogénita del general tordesillano. Días después, éste recuperó su puesto al frente de la Inspección General de Carabineros.
Como es bien sabido, las elecciones del 16 de febrero de 1936 significaron el triunfo de las izquierdas y el regreso a la Presidencia del Gobierno del progresista Manuel Azaña. Los radicales, a los que tan próximo estaba Queipo de Llano, se hundieron a consecuencia de una serie de corruptelas, desapareciendo casi por completo de las Cortes. Ni siquiera Lerroux fue elegido diputado, lo cual no quebrantó la amistad de Queipo con el viejo repúblico, según atestiguan las cordiales cartas de recomendación que siguieron cruzándose hasta la primavera de aquel 1936. Sólo que ahora, en sentido inverso al habitual, era Queipo quien atendía las peticiones de Lerroux.

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« Respuesta #2 : Abril 15, 2012, 21:31:49 »


Contra el Frente Popular

El triunfo del Frente Popular en las elecciones de 1936 supuso la vuelta a la Presidencia del Gobierno de Manuel Azaña. Las nuevas autoridades removieron de su puesto a muchos militares desafectos al régimen, y Queipo de Llano temía ser relegado de nuevo a la situación de disponible o tener que asumir un destino fuera de Madrid, situaciones ambas que le horrorizaban por igual. Creía que su consuegro Alcalá-Zamora no firmaría ninguna de estas medidas mientras permaneciese al frente de la Presidencia de la República. Pero el destino frustraría estas esperanzas.
Las izquierdas no olvidaban que Alcalá Zamora había permitido el acceso de la CEDA a las esferas gubernamentales y la represión subsiguiente a la Revolución de Asturias. Nada tiene de extraño, por tanto, que las Cortes aprobaran la propuesta del Frente Popular de cesar al anciano Presidente de la República. No faltaron quienes especularon con la posible inconstitucionalidad de esta destitución; y para Queipo, el cese de su consuegro fue un acicate que le impulsó a conspirar contra las autoridades izquierdistas. En realidad, ya lo hacía por su cuenta desde el ascenso al poder del Frente Popular, pero su impopularidad en el Ejército era un serio obstáculo para tal labor... Hasta que, el 13 de abril de 1936, marchó a Pamplona para tener una entrevista con el general Mola, al que suponía responsable de una trama conspiratoria de gran envergadura. Al mismo tiempo, Queipo aparentaba ante Martínez Barrio (que ejercía la jefatura del Estado interinamente) una lealtad inquebrantable hacia el Gobierno establecido...
Nos consta que nuestro biografiado viajó a Valladolid, donde se entrevistó con representantes de aquella guarnición militar y dirigentes locales de Falange y la CEDA. Algo después, recorrió las distintas guarniciones andaluzas para comprometerlas en la conspiración, acompañado por el comandante César López-Guerrero; y años después, llevado por su característico afán de exagerar los méritos propios, aseguraría haber recorrido nada menos que “25.000 kilómetros de conspiración”. En la conversación que mantuvo con Mola el 23 de junio, quedó claro que el tordesillano encabezaría la sublevación militar en Valladolid. Sin embargo, a los pocos días, la plana mayor de la conspiración acordó que el general Saliquet se encargaría de aquella ciudad castellana, debiendo Queipo sublevarse en tierras andaluzas. El comité militar que organizaba la conspiración opinaba que nuestro biografiado era el único general capaz de sublevar a Andalucía y ponerla a favor de la causa. Con tales fines, Queipo marchó a Sevilla.

Los años de la Guerra Civil

Poco vamos a decir sobre el desarrollo de la sublevación militar en Sevilla, por ser tema de amplia extensión y por la cantidad de páginas que se han escrito sobre el asunto, sobradamente conocido. Por resumir los hechos, diremos que el general Queipo se impuso sin dificultades a su homólogo Villa-Abrile, jefe de la 2ª División; logrando al mismo tiempo la rendición del Gobernador Civil y la adhesión a la causa del Regimiento de Artillería 3º. La resistencia de barrios obreros como Triana o La Macanera fue pronto sofocada; pese a que las masas izquierdistas, acantonadas tras las barricadas construidas en las estrechas calles del casco urbano medieval de Sevilla, hicieron lo que buenamente pudieron. Apenas contaban con armamento: unos 80 mosquetones de un cuartel, escopetas de caza, pistolas viejas e inservibles, herramientas contundentes y hasta las escopetas de plomillos de un puesto de tiro al blanco instalado en la Plaza del Pumarejo...
Con su familia protegida en Málaga, y con Sevilla bajo su control, Queipo da comienzo a su “virreinato” (como lo denomina el historiador Gabriel Jackson): “El general Queipo se creó una especie de principado semi-independiente para sí mismo, a la manera del Cid. Asegura las exportaciones de jerez, aceitunas y frutos cítricos; establece relaciones comerciales con Lisboa y con la marca Fiat; reparte licencias de importación entre sus partidarios más leales” e incluso construye viviendas sociales en tierras de antiguos propietarios republicanos. Dignas de mención son también, por supuesto, sus célebres charlas radiofónicas. Desde Unión Radio Sevilla, el general empleó las ondas como arma psicológica; a través de unas charlas “notables por su retórica orgullosa, sus mentiras y su fanatismo sanguinario” (Ian Gibson), “agresivas y pintorescas” (Serraño Súñer” y que suponen “la invención de la radio como arma de combate” (Ricardo de la Cierva).



Queipo y Franco

Sin embargo, la figura de Franco no tardaría en interponerse en el camino de Queipo. El de Tordesillas nunca se había preocupado de ocultar sus opiniones sobre Franco, ni como jefe militar ni como persona; si ya en tiempos de África le tachó de frío, insensible y cruel; no se contendría después en calificarlo como egoísta y mezquino. Hizo alusiones más o menos indiscretas a las irregularidades que rodearon su elección como “Generalísimo”, e incluso acuñó para él un apodo ofensivo (“Paca la Culona”). Sus palabras llegaron a oídos de Franco, quien aguardaba una oportunidad para librarse de él. Además de sus opiniones sobre el líder de la España nacional; su independencia de actuación y disposición, tanto en el orden civil como el judicial, económico o administrativo (recordemos que se autonombró Jefe del Ejército del Sur) convirtieron a Queipo de Llano en un personaje incómodo para las aspiraciones del Caudillo.
En julio de 1939, durante la celebración del tercer aniversario de la sublevación, Queipo manifestó en público su disgusto porque, en su opinión, el régimen no ha reconocido la importancia que su persona y la capital hispalense han tenido en el triunfo de la causa nacional. Solicitó para sí y para Sevilla la Cruz Laureada de San Fernando, condecoración que Franco otorgaría colectivamente a la ciudad de Valladolid. Poco después, Queipo sería castigado en el transcurso de una Junta Superior de Guerra celebrada por Franco en Burgos, quedándose sin sus cargos como Jefe de la 2ª División e Inspector del Cuerpo de Carabineros, que fueron asumidos por el general Saliquet.
Para entonces, Queipo de Llano había caído en desgracia. Cesado en su actividad al frente de la Capitanía General de Sevilla, es enviado a Italia al frente de una misión militar que no era sino una excusa de Franco para alejar a Queipo del país. Además, se le prohíbe regresar a Sevilla por órdenes expresas del Caudillo, debiendo partir hacia Roma con sus ayudante César López Guerrero y Juliano Quevedo. Allí permanecerá tres años, alojado en el Hotel Excelsior.
De vuelta a España, permanece alejado del servicio activo. En 1944 recibe la Cruz Laureada de San Fernando, la misma que había exigido antes de su destierro. Le será impuesta por Franco en persona, dando lugar a una de las más cómicas estampas de aquella dictadura: el Jefe del Estado tiene que ponerse de puntillas, y Queipo de Llano se encorva para que su solapa quede a la altura de las manos del dictador. En octubre de 1948, Queipo envía a Ramón Serrano Súñer una carta que merece ser reseñada por su contenido insultante:

“Sr. D. Ramón Serrano Suñer:
Cuando hablamos de las víboras, en general lo hacemos con indiferencia y repugnancia; pero si nos encontramos frente a una de éstas, sentimos instintivamente el deseo de aplastarla.-
Por eso ha sido una suerte que este diálogo se haya desarrollado por escrito, porque frente a Vd el instinto me hubiera impelido a pretender aplastarlo.-
Será ésta probablemente la última carta que le escriba....”


En 1950, nuestro biografiado recibe el título de Marqués de Queipo de Llano.
Sólo un año después, a las 4 de la tarde del 9 de marzo de 1951, Gonzalo Queipo de Llano fallecerá en su cortijo sevillano de Gambogaz. Entre sus últimas voluntades se halla la de ser enterrado en la iglesia de la Macarena, parroquia que él mismo ayudó a levantar. Las crónicas periodísticas del 10 de marzo darán cuenta de la muerte del general, así como de un fuerte terremoto que sacude Andalucía a las pocas horas de su fallecimiento.

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« Respuesta #3 : Abril 15, 2012, 21:39:20 »


Manuel Barrios - El último Virrey. Queipo de Llano (1978)
Ian Gibson - Queipo de Llano. Sevilla, verano de 1936 (1986)
Antonio Olmedo Delgado / José Cuesta Monereo - General Queipo de Llano. Aventura y Audacia (1957)
Juan Ortiz Villalba - Sevilla 1936: del golpe militar a la guerra civil (1997)
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Leka Diaz de Vivar
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« Respuesta #4 : Abril 15, 2012, 22:17:00 »


Viendio las fuentes no me extraña lo "imparcial" de la biografía  icon_lol .

Vaya estilo tan poco profesional, parece escrito por un chaval de las juventudes del PCE.
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« Respuesta #5 : Abril 15, 2012, 22:25:31 »


Viendio las fuentes no me extraña lo "imparcial" de la biografía  icon_lol .

Vaya estilo tan poco profesional, parece escrito por un chaval de las juventudes del PCE.


Seguro que Pío Moa o César Vidal tienen por ahí circulando por internete alguna biografía mucho más seria de este buen hombre que nos libró de las hordas rojas, los separatismos y la masonería. Donde va a parar!
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Leka Diaz de Vivar
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« Respuesta #6 : Abril 15, 2012, 22:46:41 »


Ya estamos con el "y tu mas"  icon_lol , lo minimo que pido es algo de seriedad y no un panfleto, solo digo eso.
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CASTILLA Y LEON


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« Respuesta #7 : Abril 18, 2012, 18:01:26 »


No me extraña lo que decía del mediterráneo intrigante y tibio Serrano Suñer, cuñadisimo del gallegazo Francisco Franco.

El entorno de Franco era anticastellano, a este valenciano, se sumaban, gallegos, vascos y algún lameculos andaluz quedando para los lameculos y torpes castellanos del régimen ministerios de minimo calado como sindicatos verticales, vivienda etc; una pena la de los castellanos que ingenuamente y también por borreguismo ayudaron al gallego a descapitalizar y despoblar Castilla.
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