Vaya por delante mi más absoluto desprecio por la SGAE,
Una pregunta... ¿que hace una sociedad privada gestionando dinero que procede de impuestos públicos y usurpando así una competencia del estado?. Contra la SGAE, empecemos por el principio: la remuneración por derechos de autor que derive de impuestos debe ser competencia exclusiva del Ministerio de Hacienda y por tanto, su control debe serle retirado a la SGAE.
Más que pedir la supresión del canon digital yo empezaría por halagar los oidos de nuestros gobernantes, siempre abiertos a medidas recaudatorias, exigiendo que retire a la SGAE la gestión del canon y sea el estado quien la asuma y así, con el resto de derechos de autor, cuya gestión habría de pasar al Ministerio de Hacienda. Para la SGAE, un golpe mortal de necesidad.
Aparte de esto, aclarar que la demanda de la SGAE se refiere, no al uso de la obra clásica original, sino al uso por parte de esos municipios, de adaptaciones del original, que sí están sujetas a derechos de autor.
El problema estriba en que las obras originales son farragosas y excesivamente largas, emplean un lenguaje poco atractivo para oidos actuales y describen hechos y circunstancias que pueden resultar chocantes, extrañas o equívocas para el público actual por tratarse de obras escritas hace siglos, orientadas a un público de hace siglos.
Por esta razón las obras clásicas suelen ser llevadas al teatro en base a adaptaciones destinadas a amortiguar el abismo temporal y social que suponen los siglos transcurridos entre la fecha de su creación y la actualidad, haciéndolas más "manejables", esto es, más comprensibles, más adaptadas al gusto actual y a menudo más cortas. Esas adaptaciones sí que generan derechos de autor y esos son los derechos que reclama la SGAE, como siempre eso sí, movida por un lamentable ánimo recaudatorio y nulo tacto, pues por más razón que lleven, solo una panda de tarados podría pensar que se puede exigir derechos por la representación de Fuenteovejuna a la propia Fuenteovejuna sin que esto no sea considerado por la opinión pública como una afrenta ridícula al sentido común.

