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Autor Tema: Miguel Delibes.- "Castilla hoy"  (Leído 1538 veces)
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Maelstrom
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« : Abril 30, 2010, 16:54:04 »





Rafael Borrás, director literario de esta editorial, se acercó un día a Valladolid con el objetivo de animarme a escribir un ensayo sobre Castilla, invitación que decliné por entender que un ensayista es un hombre de ideas, un hombre que profundiza en un tema desde posiciones, digamos, teóricas, o, quizá más exactamente, filosóficas, y ése no era mi caso:
-Pero yo no sé hacer eso- le respondí-. Yo estoy lejos de ser un hombre de ideas; a mí lo que me divierte es escribir sobre hombres y cosas. Además, un ensayo sobre Castilla me exigiría viajar, tomar notas, hojear libros, analizar estadísticas, y esas cosas no van conmigo.
-Bueno, tú puedes hacerlo sin tanta preparación, mejor dicho, ya lo has hecho. Creo que después de leer atentamente tus novelas, la realidad castellana queda muy clara.
En ese momento, Jesús Torbado, que asistía a la reunión y conoce, por personal experiencia, las limitaciones del narrador, terció oportunamente, tras un cauto, prolongado silencio, muy castellano por otra parte:
-Vendría a ser lo mismo o, tal vez, más eficaz, que, en lugar de viajar por Castilla, Miguel lo hiciera por sus libros que versan sobre Castilla. Seguramente a través de los temas que toca en ellos, los personajes que los animan y las situaciones que plantea, la imagen de Castilla, lo castellano y los castellanos resultaría más convincente.
Así quedó concertado este libro, una especie de antología caprichosa y desordenada, donde, tomando una pieza de aquí y otras de allá y acoplándolas de manera congruente, he tratado de construir el puzzle para ofrecer una estampa de la región castellano-leonesa actual, mas, al volver sobre lo escrito y releerme, observo con cierto asombro y no pequeño desencanto, que he precisado demasiados libros para conseguir no ya una representación global de Castilla, como cabría esperar, sino apenas una vaga aproximación. Advierto, asimismo, con cuanto fundamento Francisco Umbral señala, en su breve estudio sobre mi obra, que yo he "desnoventayochizado" Castilla, en el sentido de que si aquellos grandes escritores del 98, generalmente periféricos, se dejaron ganar por la tentación esteticista, puramente descriptiva, de una Castilla abierta y sin problemas, yo he ido, con más modestia, es cierto, pero más directamente al grano y he hecho sociología en mis novelas. Mi pupila, acomodada ya desde origen, no se ha dejado deslumbrar por los cielos altos y los horizontes lejanos de mi región, envolviéndolos en una piadosa ojeada contemplativa para recrearme, luego, en blandas pinturas a la acualera, sino que ha descendido, tal vez un poco demasiado abruptamente, al hombre para describir su marginación, su soledad, su pobreza y su deserción presentes. La estampa de Castilla desertizada, con sus aldeas en ruinas y los últimos habitantes como testigos de una cultura que irremisiblemente morirá con ellos, puesto que ya no quedan manos para tomar el relevo, es la que he intentado recoger en mi última novela "El diputado voto del señor Cayo", como un lamento, consciente de que se trata de una situación difícilmente reversible. Este hecho sociológico, el más importante acaecido en mi región y que ha dejado una huella imborrable en Castilla y los castellanos, asomará, lógicamente, como una constante, a lo largo de las páginas que siguen.
Contrasta esta realidad social castellana con la imagen que durante los últimos lustros ha circulado por la periferia del país, aceptándose como buena la torpe ecuación Administración = Madrid y Madrid = Castilla, luego Administración = Castilla. Se daba así una imagen de Castilla centralista y dominadora, más propia de una retórica tonante y vacía, anacrónicamente imperialista, que de un hecho real, fácilmente contrastable. Castilla, región agraria, pese a los incipientes brotes de industrialización en algunas de sus ciudades, sobre su ya viejo, impenitente abandono, se ha visto sometida a lo largo de casi medio siglo a la presión del precio político, eficaz invento para mantener inalterable el precio de la cesta de la compra y, con él, el orden social de los más a costa del sacrificio económico de los menos.
Por otro lado, la equivocada política seguida desde Madrid con las regiones periféricas más desarrolladas, donde, mediante el halago económico, se pretendió acallar sus anhelos de conservar la identidad cultural e histórica, aportó sobre la totalidad del país dos consecuencias no por previsibles menos deplorables: por una parte, se hizo más profunda la diferencia entre regiones ricas y pobres, con el consiguiente trasvase de hombres de éstas (cada día más depauperadas) a aquéllas, y, por otra, no cesaron de exacerbarse los sentimientos secesionistas en algunos pueblos del litoral, orgullosos de sus raíces y de sus peculiaridades culturales y reacios a dejarse comprar por un plato de lentejas.
Un suelo pobre, como el nuestro, dependiente de un cielo veleidoso y poco complaciente, unido a una política arbitraria que permite subir el precio de la azada pero no el de la patata, y al recelo proverbial del hacendado castellano, cicatero y corto de iniciativas, que prefiere por más seguro y rentable, invertir en la industria los menguados beneficios del campo, han dejado a Castilla sin hombres ni dinero, en tanto la energía que produce, sin aplicación posible en la region, alimenta a la industria ajena, para ya, metidos de lleno en un delirante círculo vicioso de contradicciones, y aprovechando la desertización de algunas de nuestras provincias y su nula capacidad de protesta, se ha dispuesto la instalación de centrales nucleares con objeto de continuar sosteniendo el desarrollo del vecino con el riesgo propio. Aquel viejo dicho de "Castilla hace sus hombres y los gasta", en el que se pretendió simbolizar la abnegación y el desinterés castellanos, apenas sí conserva hoy algún sentido, puesto que la Castilla desangrada de esta hora está resignada a hacer sus hombres para que los gasten los demás.
A pesar de lo dicho, no creo que exista hoy en Castilla un arraigado sentimiento regionalista, una conciencia histórica y cultural profunda. El castellano, de ordinario, no se siente especialmente castellano sino vaga, inconscientemente español. Villalar no es tanto la expresión espontánea de un sentimiento autonomista como una resuelta tentativa de crearlo. Pero, por el momento, el castellano, me parece a mí, no siente eso. Para que un sentimiento localista reivindicativo se despierte o se afiance basta un sólo golpe bajo, contundente y despiadado, como el propinado a Cataluña en abril de 1939 ("Señores: a partir de hoy hay que hablar cristiano"). A Castilla no le ha faltado el golpe bajo, le ha faltado la contundencia. A Castilla se le ha ido desangrando, humillando, desarbolando poco a poco, paulatina, gradualmente, aunque a conciencia. Se contaba de antemano con su pasividad, su desconexión, la capacidad de encaje de sus campesinos (en medio siglo no he asistido en mi región a otra explosión de cólera colectiva que la invasión de carreteras por los tractores en la primavera del 76), de tal modo que la operación, aunque prolongada, resultó incruenta, silenciosa y perfecta.
En este tiempo no han faltado grandes palabras, desde el "¡Arriba el Campo!" del levantamiento de 1936 al Plan de Redención Social de la Tierra de Campos, planes de desarrollo industrial, planes de regadío... ¿En qué ha quedado todo aquello? ¿Qué sucederá aquí, si es que ha de llegar, el día que Castilla y León se decidan a aprovechar el agua de sus embalses? ¿De dónde sacar las manos para atender los cultivos de regadío, mucho más exigentes, si no las hay ya ni para el secano, si en la vieja Castilla, en su mayor parte, no quedan más que viejos y niños? Si el proceso no se detiene, para entonces nuestra comarca se habrá quedado sin un hombre, sin un kilovatio, sin una peseta. Y yo me pregunto, esta situación de atonía, de agonía, ¿es realmente reversible?
Aunque planteada de manera esquemática, creo que ésta es la situación actual de Castilla. Mas esta mansedumbre, esta pasividad, esta especie de fatalismo que de siempre acompaña al castellano, no excluye la existencia de un idioma (que por extendido hemos dejado de considerar nuestro), unas costumbres, una cultura, un paisaje, una forma de vivir. A rescatarlos, a subrayarlos va encaminado este libro, que, repito, no es un libro de ideas, sino un libro sobre hombres y cosas humildes que nos hablan de una Castilla maltratada pero que pese a los últimos y pocos optimistas avatares, no ha enajenado aún su personalidad.


[Prólogo a Castilla, lo castellano y los castellanos - Editorial Planeta, 1979]
« Última modificación: Octubre 05, 2010, 00:23:41 por Maelstrom » En línea
Tizona
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CASTILLA Y LEON


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« Respuesta #1 : Mayo 11, 2010, 03:02:33 »


Delibes y Torbado, aquel vallisoletano y este leonés, dos grandes castellanos por sentimiento y por consciencia de la situción real de Castilla. Para la aristocracia castellana y para el caciquismo, no son reconocidos en lo que valen porque temen su genial castellanidad.
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« Respuesta #2 : Mayo 11, 2010, 15:38:42 »


¡Cuántas verdades dice Delibes en ese artículo!
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