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Autor Tema: Las Comunidades de Villa y Tierra de Curiel y Peñafiel  (Leído 2441 veces)
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« : Junio 15, 2010, 11:49:35 »


En el extremo oriental de la provincia de Valladolid (en linde ya con las de Burgos y Segovia) se extienden dos territorios hondamente vinculados a Castilla desde sus orígenes, y a los que definen sus dos cabeceras comarcales: las villas de Curiel y Peñafiel. Un refrán popular dice de ambas:

"Harto buen castillo sería Peñafiel
si no tuviera a ojo el de Curiel."


El refrán exagera, pero explica (estratégicamente) la situación de ambos y su importancia vital en la constitución de la línea del Duero por los Condes castellanos del siglo X. Porque el Duero ("río de la epopeya condal", según fray Justo Pérez de Urbel) separa una y otra fortaleza, y lo que es aún más importante, separaba terrenos, ya que lo situado al Sur del mismo dejaba de ser Castilla para convertirse en la Extremadura. Por eso, en viejos documentos de la undécima centuria pudo decirse de Peñafiel que había de ser "madre o ensalzamiento de toda Extremadura". Esta circunstancia de origen todavía estaba vigente cinco siglos más tarde, y el río (en 1477) seguía siendo referencia geográfica para situar pueblos "de la parte de Castilla" y pueblos "de la parte de Extremadura", aunque la distancia que los separase no llegara a una legua.
Quiere decirse con esto que un hecho histórico (como el "limes" fronterizo del Duero) puede condicionar el carácter de comarcas enteras, y explicar, a su vez, una serie de rasgos que se traducen en aspectos institucionales, económicos, etnológicos y folklóricos. Porque la "Extremadura del Duero" (que acabó por castellanizarse), si bien no llegó a constituirse en un Reino aparte (aunque en la titulación de los Reyes medievales se la citase), sí fue un territorio dotado de una fuerte personalidad, manifestada preferentemente en estas dos características:

-Su constitución político-social en Comunidades de Villa y Tierra, en las que una ciudad o villa cabecera (única fortificada, pues el castillo aislado o rural pesaba menos) era el centro y eje de un conjunto de aldeas libres, pobladas por caballeros y pastores, y organizadas en distritos menores de la Comunidad (llamados Sexmos u Ochavos).

-El predominio de una economía forestal y ganadera, en la que (al margen de los "propios" de cada aldea) existía una "comunidad" de pastos y leñas igual a todas, extensiva (a su vez) a "tierras" limítrofes.

El cómo se gestaron en la Extremadura estas organizaciones comunales es cosa aún no averiguada. Su posible entronque con constituciones afines de los pueblos celtibéricos de este área de la Submeseta Norte choca con la tesis de la despoblación total de la misma durante los siglos altomedievales, y acaso haya que relacionarlas con las condiciones naturales de la tierra, abudante en pastos, bosques y matorrales. El hecho es que a esta situación y a este esquema institucional se sujetaron las villas de Curiel y Peñafiel.



Curiel comenzó siendo (probablemente a fines del siglo IX) una torre izada en lo alto del montículo Bercial, peñasco inexpugnable por lo cortado y abrupto, a cuya falda se cobijó un poblado que (siglos después) llegó a contar con cuatro iglesias parroquiales (Santa María, San Martín, San Nicolás y la Magdalena), hasta el punto de ser villa codiciada para la constitución de dotes y arras de Infantas (doña Leonor de Inglaterra, esposa de Alfonso VIII, en 1188) y hasta para construir en ella otro castillo-palacio, cuyos orígenes no pasan del siglo XIII. Pero lo más importante es que Curiel se constituyó en cabeza de una pequeña Comunidad de Villa y Tierra de seis aldeas (San Llorente, Corrales, Valdearcos, Iglesia Rubia, Bocos y Roturas) que, en forma comunal, vivieron de los pastos y labranzas, tanto de sus páramos (Monte Valdobar) como del hoy llamado Valle del Cuco. Ya es significativo ese término de "Roturas" aplicado a una aldea para indicar viejas labores de roturación, en una tierra más poblada de bosques que hoy, como lo prueba que el roble que figura en los escudos concejiles de Valdearcos y San Llorente.



Más peso, sin embargo, habría de tener Peñafiel. Emplazada casi en la desembocadura el Duratón en el Duero (también desde fines del siglo IX) constituyó una base estratégica de los Condes castellanos, que en las alturas del "collado del castillo viejo" (en pie aún en el siglo XIV) levantaron una primera fortaleza, desde la que se dominaba gran parte del valle del Duratón y de los campos segovianos de Sacramenia. Pero todavía no había de surgir ninguna puebla, porque esta "Peña" avanzada al Sur del Duero hubo de soportar, a fines del siglo X, los ataques del caudillo islámico Almanzor. Cuando éste murió y "fue llevado a los infiernos", la Peña del Duero (recobrada por el Conde castellano Sancho García) volvió a resurgir. Sancho abandonó la primitiva fortaleza para construir otra nueva ("la Peñafiel") en lo alto de una larga roca con forma de navío, que aún hoy se ve, aunque muy transformada durante los siglos XIV y XV. A los pies de aquella roca, Sancho atrajo a pobladores de la Castilla condal, hasta constituir una puebla enriquecida con una Carta Puebla (es decir, un breve fuero, aglutinador de una incipiente Comunidad basada en las características del Derecho extremadurano). Para los hombres de armas de la Extremadura (los "viros bellatores" de las crónicas castellanas del siglo XII) la comarca se vio pronto protegida por defensas, orígenes de aldeas que siguen llevando aún el nombre de "Torre" o "Castro": Torre de Peñafiel, Castillo de Peñafiel, etc. A los ganaderos que apacentaban sus reses en aquellos campos o "estremos", ricos en pastizales, tal vez les interesaran más las fuentes que las fortificaciones, pues no otro es el origen de pueblos como Fompedraza.
La villa de Peñafiel, entre tanto, comenzó a crecer. Once iglesias parroquiales (algunas con advocaciones tan viejas como San Boal, Santa Olalla, Santa Marina o San Fruchoso) justificarían que en 1049 la organización eclesiástica las englobase en el Obispado palentino, y que a fines del siglo XI, alguno de sus monasterios (como San Salvador de los Escapulados) fuese objeto de donaciones rurales al monasterio toledano de San Servando. Los propios monarcas construyeron en Peñafiel palacios reales, que a comienzos del siglo XII se citan como próximos al adarve, lo que demuestra también su amurallamiento, al que daban acceso hasta siete puertas (en 1182 se habla de la de San Miguel), cuyos nombres han cambiado con el tiempo. El Duratón no fue obstáculo a su crecimiento, y en la otra orilla las necesidades mercantiles crearon pronto un "arrabal" (ya sin la protección de los muros) que recibió el nombre de "Mercado", y en donde en el siglo XIII habría de levantarse a su vez un convento de franciscanos.
Paralelamente al desarrollo de la villa, en los valles, vegas y tierras calmas lo agrícola complementó a lo pastoril-forestal, siendo el módulo de tierra a cultivar el trabajo de dos pares de bueyes en una heredad mediante el clásico sistema castellano de dos hojas, o "año y vez". Asimismo, el viñedo abundante en Piñel de Arriba, Piñel de Abajo y la ribera del Duero dio origen a una importante viticultura, muy apreciada por sus vinos tintos y sus no menos famosas bodegas, sobre las que hablan numerosos capítuclos de las Ordenanzas de la Villa de 1345, de las que más adelante haremos mención. Un cantar local (no exento de ironía) pondera así la importancia de la villa al decir:

"Tres cosas tié Peñafiel
que no las tiene La Habana,
el castillo y las bodegas,
las cuatro fuentes, sin agua."


Sin embargo, el momento más interesante de Peñafiel es el coincidente con el señorío del Infante-letrado don Juan Manuel, nieto de Fernando III "el Santo", al que la villa debe la restauración del castillo condal, prácticamente en la forma que hoy se ve; la fundación del convento de predicadores de San Pablo para su enterramiento, cuyo ábside es un admirable ejemplar de estilo gótico-mudéjar; y la redacción de unas Ordenanzas de régimen local en las que el magnate-escritor (en colaboración con su Concejo) dictó una serie de normas y capítulos reguladores de la vida, el derecho, la economía y las costumbres locales del máximo interés institucional.
El complemento de Peñafiel era su Comunidad, integrada por una treintena de aldeas, tanto al Norte del Duero (Pesquera y los Piñeles, en la raya con la Comunidad de Curiel) como, preferentemente al Sur: Rábano, Torre de Peñafiel y Aldeyuso, en el valle del Duratón; Olmos de Peñafiel, Mélida y Castillo de Peñafiel (hoy de Duero) , en el del arroyo Botijas; Langayo y Manzanillo en el de Vega; Quintanilla de Arriba y Padilla, a orillas del Duero...Y otro conjunto de localidades, en las zonas del actual páramo, donde se hallan Canalejas de Peñafiel, Fompedraza, Manzanillo, los Molpeceres (de Yuso y de Suso), San Mamés, Oreja, etc. Es significativo que este grupo de pueblos, monumentalmente, posea una serie de iglesias parroquiales de cierta calidad, que van desde el románico del siglo XII (Molpeceres, Canalejas), muy influido por lo burgalés, al gótico del siglo XV, pasando por el gótico del XIII, que abunda en Mélida, Olmos, Fompedraza, Langayo, Manzanillo, etc... Todas estas localidades vivieron (hasta comienzos del siglo XVI, en que se inicia su "exención" de la jurisdicción de la villa) en régimen comuniego con la misma, explotando al unísono sus pastizales y montes comunales, y dotando así de indudable sabor extremadurano a la Comunidad de Villa y Tierra de Peñafiel.
Este aire de Extremadura lo sigue teniendo hoy parte de la antigua Tierra de Peñafiel, sobre todo en la arquitectura popular de sus pueblos parameros, en que la casa es notablemente afín a la de la vecina Tierra de Pinares segoviana. En localidades como Fompedraza o Canalejas de Peñafiel (aparte de la piedra, apilada en tosco sillarejo, como material constructivo esencial) las cubiertas de los tejados no suelen tener las dos capas usuales de teja curva (una como canal y la otra como cobija), sino sólo la primera, manteniéndose tan sólo una o dos hileras de cobijas a manera de refuerzos en cada faldón. Sistema de cubrición que participa, por tanto, de los caracteres propios de las serranías centrales de la más inmediata Serrezuela segoviana. Es igualmente notable la pervivencia en las jambas o dinteles de casas de Canalejas de motivos ornamentales de tipo visigótico, pervivencia que ha de achacarse a que fue un pueblo de canteros, según puede verse en inscripciones del siglo XVIII conservadas en una cruz de cantero alzada al comienzo de la Calle Real de Segovia de esta localidad.



El sabor de Extremadura castellana se paladea aún en la propia Peñafiel, no tanto en sus peculiaridades gastronómicas (los "hornos de asar" corderos son una tentación constante) como en sus construcciones urbanas. Entre éstas destaca la Plaza del Coso, amplio palenque cuadrado compuesto por casas con abiertas galerías de madera, que fue escenario de juegos de cañas con toros bravos para entretenimiento de los "milites" y caballeros peñafielenses. Los "cosos" no se encuentran en Castilla sino al Sur del Duero: Ávila (ciudad de caballeros y situada también en la Extremadura castellana) lo tenía en el siglo XIII, y así se documenta en documentos de aquella centuria; Peñafiel lo conserva aún, siendo en nuestros días escenario de corridas y capeas (con el castillo de fondo) cuando tienen lugar las fiestas de la Ascensión.
Y precisamente en la Plaza del Coso es donde tiene lugar la más característica tradición de Peñafiel. Nos referimos, por supuesto, a la célebre "bajada del Ángel", que se escenifica cada Domingo de Resurrección. Aunque esta costumbre tiene más de 200 años, su escenario no siempre fue el mismo, ya que variaba según cual fuese la parroquia organizadora de la función. Al hacerse cargo el Ayuntamiento peñafielense de la organización de la "bajada del Ángel", se escogió la citada Plaza como lugar del encuentro, donde también se improvisan las barreras para los toros de Agosto.
En el centro de la Plaza se situán dos enormes torreones de madera, forrados de tela y unidos por una suerte de cuerdas. A eso de media mañana, aparece entre la multitud y el ensordecedor ruido de los cohetes la imagen de la Virgen, que marcha a hombros de los cofrades desde la iglesia de Santa María. La imagen, que va cubierta por un velo negro, llega en andas hasta el centro de las dos torretas, y es entonces cuando aparece desde uno de los laterales un gran globo blanco que (a golpes de soga y polea) llega a ponerse justo encima. Se abre en dos partes y aparece un querubín rubio, con alas y corona, que desciende a la altura de la Virgen y le arrebata el pañuelo de luto. En ese momento, suelta las palomas que lleva cogidas y regresa al globo en un revuelo de piernas y de brazos, mientras la banda municipal interpreta los acordes del himno español. Entre los aplausos y los gritos de regocijo del público, se sueltan más cohetes y la procesión, ya con la Virgen descubierta, sigue su camino hasta la iglesia de San Miguel. En esta parroquia, la Virgen y su Hijo se reencuentran, celebrándose a continuación una misa.



Y esta es, en esencia, "la bajada del Ángel" de Peñafiel. Recordemos que, el mismo día y por las mismas horas, hay en Aranda de Duero una ceremonia muy parecida, con bajada en poleas de otro ángel arrebatador...
Otras manifestaciones del costumbrismo comarcal se relacionan con el santoral, las bodas y otros acontecimientos por el estilo. Forzosamente, en casi todos, hay un trasfondo de yantares y danzas. Así, era típico que por Pascua se comiese el "hornazo": pan amasado con harina, anís y aguardiente, dentro del cual se colocaban sabrosos tropezones de chorizo, huevos cocidos o lomo de cerdo. Las bodas eran también motivo de jolgorios populares, con baile para todo el pueblo al son de la dulzaina. Duraban la víspera, el día propio de la ceremonia y la mañana del día siguiente, y su parte alimenticia era encomendada a una "guisantera", importante oficio femenil que ha desaparecido ante las modernas comodidades de los restaurantes. Esta costumbre (mantenida casi hasta nuestros días) está documentada en referencias medievales, y a ella alude un capítulo de las Ordenanzas locales, que intenta limitar los dispendios de los "yantares de bodas" a sólo los padres de los contrayentes, padrinos y hermanos solteros. Por lo que se ve, esta disposición legal no tuvo mucho éxito...
Las bodas han originado una abundante serie de cantares populares (alusivos a los padrinos, novios y asistentes) que en la provincia se conocían con en nombre de "los pajaritos", ya que se inician con esta palabra:

"Cantaban los pajaritos
a la orilla de una noria
y en su cántico decían
¡viva la señora novia!"


Alguno de sus estribillos (como el que dice "Ésa sí que se lleva la gala, ésa sí que se lleva la flor") son incluso aprovechamientos de cantares populares de los siglos XVI y XVII, conocidos con el nombre de "la Maya", que (a juzgar por su nombre) representan una transposición a temas de boda, de cantares más bien de Primavera (Mayas o Marzas). El canto, finalmente, se acompañaba con panderos, pitos y sonajas. Es decir, preferentemente con instrumentos de percusión, alguno tan rústico como la sonaja, simple trozo de madera con agujeros en los que se colocaban rodajas de metal para percutir con la mano izquierda.
Más sobria era la fiesta de "correr el gallo" (que en la localidad de Rábano se celebraba el 2 de Febrero, Las Candelas) y en la que un gallo, colgado entre dos balcones, era apaleado hasta que moría, resultando vencedor quien lograra quedarse con su cabeza. Un cruel divertimento que, por suerte, ya forma parte del pasado.

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