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Autor Tema: Breve historia del Valladolid industrial y comercial  (Leído 9413 veces)
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Maelstrom
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« : Diciembre 03, 2010, 17:44:31 »




Indudablemente, el desarrollo de la industria y del comercio es uno de los mayores timbres de gloria que la ciudad de Valladolid ofreció en tiempos pretéritos y al que debe en buena medida una muy importante parte de su reciente engrandecimiento. No quiero decir con esto que Valladolid se haya visto exenta de grandes crisis, de bancarrotas desastrosas, ni tampoco que en la presente época se encuentre en el lugar al que merece (y puede llegar), dado que tiene sobrados medios para ello y no faltan aquí amor al trabajo, laboriosidad y constancia para conseguirlo.
Desde muy remotos tiempos, desde los felices días del señorío del inolvidable Conde Ansúrez, aparece Valladolid siendo el centro de aplicación de las fuerzas vivas del hombre y de las colectivas de la comunidad para satisfacer las más perentorias necesidades de la existencia: es decir, el trabajo. Y así, teniendo lugar la ineludible guerra contra la morisma, vemos a los que por su edad o sus achaques no podían tomar parte en ella dedicarse con afán a ocupaciones menos molestas, como lo son el comer y el vestir, labores fundamentales que necesitaban gentes dedicadas a ellas. Por eso las primeras industrias que se desarrollan en Valladolid son la agricultura y la ganadería, destacando en la primera el cultivo vinícola y en la segunda la cría del ganado lanar y sus anejos. Nació también entonces el comercio vallisoletano, y unas y otro fueron reforzados con los importantes privilegios que les concedieron nuestros monarcas y la institución de un mercado semanal y una feria anual (y franca); no tardarían Valladolid y sus mercaderes en ser ventajosamente conocidos y reclamados por todo el Reino.
Leamos un fragmento de la modélica Historia de Valladolid (escrita por Juan Ortega y Rubio) sobre el asunto que nos ocupa:

"La industria en general y el comercio también adelantaron mucho, pues era Valladolid el centro de vida de toda España. En los últimos años del siglo XIV la industria y el comercio de Castilla tomaron un gran impulso con la introducción de un interesante artículo que se debió a las bodas de Doña Catalina de Lancaster con el infante don Enrique. Aquella trajo a Castilla como parte de su dote un rebaño de merinas inglesas, cuyas lanas eran superiores por su finura, y desde esta época el comercio de Valladolid y de toda Castilla fue más lucrativo, y las fábricas de paños mejoraron hasta el punto de competir con los mejores del extranjero".

La tasa o arancel general publicada por el rey Juan II de Castilla como consecuencia de las Cortes celebradas en Valladolid en mayo de 1442, nos da a conocer otras diversas industrias implantadas nuevamente en la ciudad del Pisuerga, así como los principales génreos que se traían del extranjero. Según esa tasa, los mejores paños de lana eran los llamados "pardillos bervis" que se fabricaban en Valladolid, cuya pieza se tasó en 4.000 maravedíes; y existía también una pujante industria de chapinería, elaborándose chapines dorados y ferreteados a los que daban el nombre de "sevillanos".



Por esta misma época, vemos desarrollarse con incremento verdaderamente notable a una serie de industrias a cuya explotación se dedicaban muchos artesanos, los cuales (asociados entre sí y residiendo todos en unas mismas calles a las que dieron nombre) constituyeron gremios con sus propias ordenanzas. Así, hallamos desde 1497 a los guanteros y agujeteros, desde 1498 a los friseros (o cardadores de paño) y tintoreros; desde 1500 a los tejedores de paño; a los fundidores y fabricantes de paño desde 1501; a los borceguileros, chapineros y golilleros desde 1549; a los bordadores, calceteros, confiteros, cuchilleros, doradores, gorreros, guadamacileros, herradores, silleros, talabarteros y trazadores (o fabricantes de mantas); así como a los batidores y prenderos, que no formaron gremios porque estaban exentos del pago de alcabala. De esta época datan los antiguos nombres de las calles de Herradores, de la Chapinería, Guadamacileros, etc.
En el año de 1492, reinando los Reyes Católicos, empezó a funcionar en Valladolid el maravilloso invento de la imprenta, y aunque los impresores no llegaron a constituir un gremio, la nueva industria experimentó desde muy pronto un gran crecimiento. En aquel mismo año, aparece la obrita Tratado breve de la confesión, primer libro impreso en Valladolid, y a cuyo pie se lee lo siguiente: "Esta obra se hizo en Valladolid a loor y alabanza de nuestro señor Jesucristo, é de la gloriosa Virgen María su Madre, año 1492 á 3 de Febrero"; seguida por las Notas del Redentor, del Maestre alemán Juan Francour (uno de los que vinieran a implantar la imprenta en España), al pie de cuyo libro podemos leer esta nota: " Esta obra fue impresa por el maestre Johan de Francour, en la muy noble é muy leal villa de Valladolid a cuatro días del mes de Julio, año del nacimiento de Nuestro Salvador Jhesu Christo de mill é cuatrocientos é noventa é tres años". En 1495 se imprimirá el Nacimiento del Conde Orlando; y por último hemos de reseñar unas Ordenanzas (dadas por los Reyes Católicos en Madrid el 21 de mayo de 1499) y publicadas inmediatamente en Valladolid por el Presidente y Oidor de su Real Chancillería.



Nada menos que 14 imprentas registra en el Valladolid del siglo XVI el estudioso Mariano González Moral en su opúsculo "Historia Cronológica de las imprentas que han funcionado en Valladolid desde fines del siglo quince hasta nuestros días", memoria premiada con medalla de cobre y pluma de plata en la Exposición Pública celebrada en esta ciudad allá por 1871. Basándonos en esta interesantísima obra, vamos a citar los negocios relacionados con el arte de imprimir que han existido desde la centuria del 1500 hasta 1781: la del Convento de los Padres Jerónimos de Nuestra Señora de Prado (en la cual se imprimieron las Bulas de la Santa Cruzada desde el años 1501 y las del Hospital de Santiago de Galicia desde 1503); la de Jacobo de Gumiel en 1503; la de Cristóbal de Santiesteban en 1512; la de Arnau en 1516; la de Nicolás Tierri Guevara en 1529; la de Fernando de Córdoba en 1545; la de Juan de Villaquerán en el mismo año; la de Antonio Vázquez Velasco y Esparza en 1550, y que subsistió hasta más allá del año 1650; la de Sebastián Martínez en 1551; la de Bernardino de Santo Domingo en 1552; la de Francisco Fernández de Córdoba en 1566; la de Adriano Ghemar en 1568; la del Cabildo en 1584; y la de Diego Fernández de Córdoba en 1587. En el siglo XVII figuran la de Pedro Merchán y Juan Godínez de Mellis en 1600; las de Luis Mercado, Luis Sánchez, J.T. de Juan de íñiguez, Sebastián Cañas y Juan de Bustillo en 1604; las de Pedro Laso y Ana Vélez en 1605; la de Cristóforo Laso en 1609; la de Cristóbal Laso Vaca en 1610; la de Francisco Abarca y Angulo en 1611; la de otro Francisco Fernández de Córdoba y su hijo en 1612; la de Juan Rueda en 1613; la de Juan Bautista Varesio en 1623; la de Jerónimo Morillo en 1629; la de la viuda de Juan Laso en 1633; la de Francisco Ruiz Valdivieso en 1636; la de Bartolomé Pórtoles en 1651; la de Santiago de Folgueral en 1680; en 1684 la de Felipe Francia Márquez y en 1691 la de Antonio Rodríguez Figueroa. En el siglo XVII funcionaron 10 nuevas imprentas, siendo sus fundadores en 1703 Antonio Figueroa; Fernando Cepeda en 1707; Alonso Riego en 1723; la anónima Imprenta de la buena muerte (1747-1767); Tomás de San Pedro Calderón en 1752; Andrés Guerra Mantilla en 1764; María Antonia Figueroa en 1766; Tomás Santander en 1767; Francisco Antonio Garrido en 1776, negocio continuado por Andrés Aparicio y la viuda de éste en 1793, y luego por Pablo Miñón, Manuel Aparicio, Doña Ignacia Aparicio y después Lucas Garrido; y la de Manuel Santos Matute, creada en 1789. El arte de imprimir obtuvo gran desarrollo en Valladolid, y en el siglo XIX el número de establecimientos dedicados a él aumentó considerablemente. Así, en el año 1800 aparecieron las imprentas de Tomás Cermeño, a quien sucedieron Aramburu e Higinio Roldán, la viuda de éste último y José Lezcano (hasta que se trasladó a Madrid en 1864); en 1805 la de Fernando Santarén Ramón (sucedido por su hijo Fernando Santarén Madrazo); en 1833 la de Julián Pastor (posteriormente llamada Hijos de Pastor); en 1839 la de Manuel Llamas; en 1864 la de Juan de la Cuesta, sucedido por su viuda y por su hijo Jerónimo Marcos Gallego, que cesó muy pronto; en 1855 la de José Melgar, que duró también muy poco tiempo; en el mismo año surgen la imprenta de El Consultor, la de Manjarrés y Compañía y la de Francisco Miguel Perillán, que corrieron igual suerte; en 1856 la de Pedro Caballero y Compañía, que sólo duró tres años; en 1858 la de Miguel Gordaliza; en 1859 la de Hijos de Rodríguez, luego en manos de Andrés Martín; en 1862 la imprenta de Juan Fernández y su vástago; en 1864 la de Sardón y Compañía; la de Gaviria en 1865, unida en 1868 a la de Zapatero y posteriormente disuelta; la de Alejandro Rueda en 1865; las de José Rojas y Rafael Garzo en 1866; la imprenta de La Conciliación en 1869; la Imprenta Castellana en 1871, y con posterioridad a aquel año aparecieron las de Agapito Zapatero, Leonardo Miñón, Julián Torñes, Eduardo Sanz, Jacinto Hebrero, Juan Nuevo, la Imprenta del Hospicio Provincial, Jorge Montero, Juan R. Hernando, Lozano Hermanos, la Imprenta Castellana en 1896, la del diario republicano La Libertad y la de Zurro y Lozano; merced a las cuales la industria tipográfica alcanzó en Valladolid una gran altura, contando con poderosos medios y estando a su frente inteligentes y capaces operarios y directores. El arte litográfico fue implantado en Valladolid allá por 1840, siendo su iniciador el señor Julián Pastor; en 1846 empezó a realizar sus trabajos en él Juan de la Cuesta; en 1851 Luis Lacau; en 1852 la Viuda e Hijo de Moreno y Miguel Cruz Marrón, establecimiento que en 1857 pasó a ser de Ramón Liberto Cruz y luego de Jacinto Hebrero, sucedido por su viuda e hijo; en 1860 José Rodríguez. Y, finalmente, en la segunda mitad del siglo XIX, año 1866, la casa de Luis Nazario de Gaviria y Celaya introdujo en la ciudad el grabado en madera de boj, cultivándole con extraordinario éxito. Este establecimiento implantó también el grabado en cincografía y la foto-litografía en 1875; en 1880 el fotograbado, similigrabado y heliografía; la estereotipia en 1870 y la galvanoplastia en 1874, siguiéndole luego en el grabado y fotografiado los negocios tipográficos de Leonardo Miñón, de la Viuda e Hijo de Juan de la Cuesta y de Juan Rodriguez Hernando; pudiendo competir sus trabajos con los de los establecimientos de igual clase de las principales capitales de España.
Concluyamos diciendo que el siglo XVI fue una época de esplendor para Valladolid, tal y como asegura nuestro erudito Matías Sangrador:

"Valladolid en el siglo XVI, emporio del comercio, aumentaba diariamente su activo y animado tráfico con el gran número de preciosas mercaderías que tanto del Reino como del extranjero, hacían necesarias su crecida población y el refinado lujo de la Corte. Las fábricas de paños, aumentadas considerablemente en esta época, proporcionaban abundante trabajo a una gran parte de la población, y del paño pardillo bervis que antes se trabajaba en ellas y tanta nombradía las dió en el siglo XV, pasaron a la elaboración de otros de calidad superior. Desgraciadamente, tanto de esta industria como de las fábricas de sedas, no han quedado más que escasas noticias sobre su existencia".

La expulsión de los moriscos por decreto del rey Felipe III el 11 de septiembre de 1609 fue causa de la paralización de la industria y el comercio en España, y si tal medida influyó poderosamente en toda España, no dejó de sentirse también en Castilla y en Valladolid. La definitiva traslación de la Corte a Madrid (decretada por el propio monarca) y la importación de géneros extranjeros que autorizaron las Cortes arruinaron por completo las fábricas e hirieron de muerte al comercio de Valladolid; y la empeñada situación de los gremios, comprometidos por los grandes préstamos que hicieron a esta ciudad, ocasionaron su descrédito y una serie de quiebras...



Algo mejoraron tan tristes circunstancias en el siglo XVIII, año 1785, en el cual las fábricas de lana alcanzaron su mayor apogeo. Un total de 92 fabricantes con 235 telares y 2 batanes (uno en el río Duero y otro en el Pisuerga) llevaban a cabo su actividad en Valladolid, produciendo 7.176 piezas entre finas, caseras, de trama y barraganes, formando un total de 521.530 varas y 17.885 mantas, empleando a un nada menos que a 7.330 personas; tal y como señala Manuel Santos en la Historia de Valladolid de Matías Sangrador Vítores. Los gremios (que en el año de 1694 figuraban en número de 53) quedaron reducidos a 44; de los cuales 5 eran gremios mayores, que en 1775 se erigieron en cuerpo de comercio (los de cerería y confitería, especería, lencería, mercería, paños y sedas) y 39 menores (alogueros, botoneros, burateros, cabestreros, caldereros, carpinteros, cerrajeros, coleteros, cordoneros, curtidores, espaderos, esparteros, estameñeros, estereros, figoneros, fruteros, gorreros, guarnicioneros, herreros de obra mayor y de obra menuda, hortelanos, labradores, latoneros, manteros, mesoneros, hojalateros, pasamaneros, peineros, pasteleros, piedra y barro, alfareros y terreros, plateros, sombrereros, tabureteros, tenderos de aceite y vinagre, torneros, vidrieros, zapateros y zurradores). Contribuyeron al desarrollo industrial de Valladolid el flamenco Juan de Revellart, que en 1721 instaló en esta ciudad 20 telares y redactó unas Ordenanzas que fueron aprobadas por el Ayuntamiento (esta Corporación y los gremios acudieron en 1722 al rey Felipe V, pidiéndole protección para la industria vallisoletana, y obteniéndola en la fabricación de géneros de lana por Real Orden del 13 de octubre de dicho año); la creación en 1719 de la Casa Hospicio, que recogió a los vagabundos y les enseñó y preparó a fin de utilizar sus habilidades en los talleres, sobresaliendo entre todos los géneros elaborados en la fábrica de Manuel Santos (merecedor de que el rey Carlos III le otorgase varias exenciones y franquicias); y la apertura de los talleres textiles de Juan Bautista Humel (también flamenco), Francisco de Pedro, Alonso Cano, Isidro Fuentes y Miguel Barrasa. Excusado es decir que, al lado del florecimiento de la industria, el comercio pucelano adquirió importancia y desarrollo sumos, pues los géneros elaborados en Valladolid eran solicitados en toda España.

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« Respuesta #1 : Diciembre 03, 2010, 17:57:16 »


Llega el siglo XIX, y las famosas fábricas de lana empiezan a decaer de un modo muy lamentable, debido a la introducción de los percales y las indianas, siendo muy reducida ya la confección de estameñas que se remitían para su consumo a las provincias de Extremadura, Galicia y Asturias, que las tuvieron en gran estima. Verdaderamente dignas de elogio en estos tiempos fueron la célebre fábrica de harinas que desde tiempo inmemorial existía cerca del Puente Mayor, movidas sus aceñas y su batán por las aguas del Pisuerga; y la de loza y objetos cerámicos de San Bartolomé, fundada en 1830 por Cipriano Moro y Santos.



Avanzan los años, y veremos aparecer en Valladolid (allá por 1842) la importante fábrica de papel continuo establecida por José de Garizabal; y la fundición del Canal, propiedad de Félix Aldea y Compañía; las fábricas de harinas La Palentina, de la señora viuda de Suárez Centi, en 1846; la Del Arco; La Providencia; La Perla, de Antonio Fernández Alegre; la del Cabildo, propiedad del señor Pombo; la de La Flecha, de la Excma. Sra. viuda de Reynoso; la del Palero; la de Renedo, propiedad de los señores de Vítores, y la del Martillete. La fundición de la Trinidad, de los Sres. Mialhe, Boy y Compañía, empieza a funcionar en 1848; La Industria Castellana, de los Sres. Villardel e Hijos para la fabricación de tejidos de algodón, en 1852, al igual que la fábrica de jabón El Sol, propiedad de Eusebio de la Fuente; la fábrica de gas, alquitrán, agua amoniacal, cok, cisco, productos refractarios, baldosas, ladrillos comunes y cal, en 1854; la factoría de botones de Tomás Espeso, y la de Martínez Fourón, en 1856; y en el mismo año se inaugura la de estameñas, movida a vapor, propiedad de Mariano Fernández Laza. La Vallisoletana, factoría bajo la razón social de Vidal, Semprún y Compañía, para la producción de toda clase de lienzos de algodón, en 1858; año en que surge también La Fabricación Castellana, dedicada a la misma labor, con la de Barredo y Pérez. La fundición de hierro y bronce y construcción de máquinas y camas de hierro y latón de Gabilondo, en 1860, con la de muletones de todos los colores de Manuel Lara y la de yeso (titulada La Blanca) de Laureano Alonso. En 1861 aparecen la factoría de fideos y toda clase de pastas, de Eduardo Ruiz Merino; la de toda clase de tejidos de hilo, de Tomás Alfaro; la fábrica de pan al vapor, de la Viuda de Sigler e Hijos (primera de este género implantada en España) y la de tejidos de Isidoro Vicente del Castillo. La fábrica de velas de sebo, de Juan Antón y Otero, echa a andar en 1863; y las de sombreros de José Garrán, Benito García Fernández, Antioco Ubierna, Nicasio del Barco, Joaquín Mier y Terán y Dativo García; las famosas de curtidos de los señores Dibildos, Alzurena, Durango y Merino, Soldevila y Pereletégui y la de alcoholes de Bustamante y Compañía; siendo dignas de citarse también las fábricas de cintas y galones; de guantes de Hilario González y José Denti; de cerrajería; de fósforos; de cartones; de flores artificiales; de productos químicos; de telas metálicas; de rubia; de alpargatas; de sillas; de chocolates de La Estrella, Eudosio López, Modesto Mata, Pedro Sampedro, Zacarías Perez y la del Sr. Parra; las de aguardientes y licores finos de Eloy Cossío y Cuena, Hermenegildo Díaz, Críspulo Paredes, Juan Diaz, Liborio Diez y Lorenzo Bernal; las de pastas para sopa de Isaac Llamas y Gonzalo Pardo; la de tintas para escribir de Gerardo Amor; la de aserrar maderas; las de tejidos y saquerío de Guillermo, titulada El Aguila; las fundiciones de San Pablo, de Leandro Ramos y la de J. de Prado; y la de cordelería de Puche y Pérez...



Resultado felicísimo debido al concurso de cuatro factores poderosos que sucesivamente se han ido estableciendo en Valladolid, como lo son la construcción del Canal de Castilla, la instalación del ferrocarril del Norte, la subida de las aguas del Pisuerga y la traida de las del Duero, a cuyo influjo la industria pucelana se rehace, toma nuevos rumbos y ensancha sus horizontes y que (contribuyendo al mayor desarrollo de las antiguas y renombradas fábricas subsistentes) dieron margen a la fundación de nuevas industrias, en armonía con los adelantos de la población. Díganlo, si no, la fábrica de cerámica alzada por Fernández de Gamboa en 1883; la gran tejería mecánica establecida por Eloy Silió en 1884; la fábrica de azúcar Santa Victoria; la de hielo artificial, la de luz eléctrica, las de pan de La Constancia y La Aurora, fundada en 1901; y la de cervezas Gambrinus, en 1902, digna émula de las antiguas de San Juan, San Pedro y Santa Lucía; la de calzado de Dionisio Baroja; la de cerillas de Mataix; la de ladrillo de Inocencio Soler, titulada La Progresiva; las de muebles; las de juguetes; la Fábrica Militar de Harinas y las de libros rayados de Leonardo Miñón y Ambrosio Rodríguez, entre otras. Fábricas todas cuyos productos, además de ser muy buscados y apetecidos, han figurado honrosamente y han obtenido las primeras recompensas en cuantas Exposiciones públicas (locales, nacionales o extranjeras) se han presentado.



Y junto al auge de la industria vallisoletana, el del comercio, secundado por la autorización del Banco de Valladolid por virtud de la Real Orden de 25 de abril de 1857 y por las Cajas de descuentos y de depósitos y del giro mutuo. Llegó el comercio local a tal estado de florecimiento, preponderancia y riqueza, que para destruirle fue precisa la gran crisis mercantil y económica ocasionada por las horrorosas quiebras de 1864; situación lamentable de descrédito y de postración de la que sólo se pudo salir a base de trabajo y laboriosidad constantes, merced a los cuales acabaría por mostrarse el comercio pujante y espléndido, ofreciendo en todos los géneros establecimientos muy bien surtidos, donde los consumidores de toda la provincia, de la extensa region castellana y de Asturias y Galicia pudieron hallar cuanto necesitaron para la satisfacción de las necesidades de la vida, del refinamiento, del buen gusto y del gran tono.



A ello contribuyeron las acreditadas casas de banca de Semprún, Jover y Compañía, Cuesta, Gutiérrez y Jalón; la sucursal del Banco de España, instalada en un edificio propio de moderna construcción; y el Banco Castellano, cuya apertura tuvo lugar el día 4 de junio del año 1900, hallándose emplazado en el nº 14 de la calle del Duque de la Victoria, en el antiguo y hermoso palacio de Antonio Ortiz Vega, mansión en la cual se hicieron grandes reformas y obras de suma importancia para el desarrollo con toda comodidad de las operaciones a las que se le consagra; trabajos aquellos dirigidos por el maestro de obras Julián Palacios y ejecutados los de carpintería por Federico Delibes, los de pintura y decorado por Andrés Gerbolés Villán y los de ebanistería y mueblaje por los más acreditados fabricantes y almacenistas de la ciudad, alcanzando la reforma de tan suntuoso edificio hasta la reforma del ático de su fachada primitiva. Hemos de recordar que en este palacio estuvo aposentado, asimismo, el antiguo Banco de Valladolid, fundado en 1872 y autorizado en 1857, siendo después la sede de La Unión Castellana, sociedad anónima de crédito. En la planta baja se instalaron las oficinas del Banco, constituyéndolas las de Caja y los despachos del Director y del Secretario; así como la dependencias de intervención, negociado de operaciones, teneduría de libros y bolsín; todas ellas lujosamente amuebladas y establecidas. En el piso principal se establecieron las habitaciones del Director y tres preciosos salones para juntas; y en el segundo, las habitaciones del cajero y el interventor.



La creación de este importante Banco se debió a la iniciativa de los Sres. Gutiérrez y Ramón Pérez Requeijo, catedrático de la Escuela Superior de Comercio vallisoletana; y su primer Consejo de Administración estuvo integrado por dicho catedrático como Director-Gerente; José López Tomás como interventor; Gunderico Díez Ponce de León como cajero; José Argüello como tenedor de libros y, al frente de las labores secretariales, el señor Eduardo Callejo.





El Sr. Director del Banco Castellano concibió la idea de pactar una federación de los Bancos que en España funcionaban, con el objetivo de asugurar el mutuo apoyo de los intereses y fines que son comunes a los establecimientos asociados, conservando (sin embargo) cada uno de ellos su independencia y respectiva personalidad jurídica; propuesta favorablemente acogida por el Consejo de Administración del Banco Castellano. El día 21 de abril de 1902, a las 3 de la tarde, tuvo lugar en los fastuosos locales de dicho Banco una magna asamblea para realizar dicha propuesta, con la adhesión de los Bancos de Sevilla, Oviedo, Burgos, Cartagena, Gijón, San Sebastián, Santander, Valencia, Vigo y Bilbao. Hubo grandes entusiasmos, y se tomaron acuerdos de indudable importancia y trascendencia para la realización del objetivo propuesto.



Acabemos este vistazo a la historia del Valladolid industrial y mercantil diciendo que éste ha sido objeto de numerosos estudios y escritos que, muy atinadamente, recoge el investigador Gumersindo Marcilla y Sapela en su obra Curiosidades Bibliográficas de Valladolid, de la que entresacamos las siguientes referencias: Estado de la Bolsa de Valladolid, examen de sus tributos, cargas y medios de su extinción. De su gobierno y reformas (1777); por José Ruiz de Celada, diputado que fue del común de esta ciudad, Relator del Consejo de Castilla y académico de la Real Matritense de Historia. Noticia instructiva del uso y operaciones de la lana para fabricar estameñas finas, sempiternas, etcétera (1786); por Manuel Santos. Noticias de las fábricas de lana de la ciudad de Valladolid, su estado y medios de perfeccionarlas (1787); publicada por el Diario Pinciano. Informe sobre los gremios de Valladolid, por Diego de Colón y Larreategui, Biblioteca del Museo. Condiciones de Valladolid como plaza comercial, circunstancias y mejoras que debieran hacerse para su desarrollo en este sentido (1882); por Manuel Macías y Castro. El porvenir de Valladolid, principalmente bajo su aspecto comercial e industrial; por Miguel Alonso Pesquera, destacado hombre de negocios y político (fue diputado por la circunscripción de Valladolid entre 1876 y 1886). Las dos últimas obras reseñadas fueron premiadas en el Certamen Literario vallisoletano de 1882.

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