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Autor Tema: José María de Areilza - "Castilla verde" (1984)  (Leído 2802 veces)
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Maelstrom
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« : Octubre 07, 2011, 21:31:40 »


En Aragón llaman a estas lluvias primaverales que apagan la sed persistente de aquellas tierras el agua verde, porque transmutan milagrosamente, en pocas horas, el apagado cromatismo del secarral. Madrid celebraba antaño el agua de mayo del refranero con la romería de Santiago el Verde. Hoy es un placer visual recorrer los campos de la meseta norte, convertidos en la Castilla verde que rectifica los castizos adjetivos que la acompañan en las páginas de Unamuno, de Baroja, de Azorín o de Machado. Lo que se llama en nuestros escritores del 98 "árida llanura, triste y melancólica", "ardorosa y calcinada", nos ofrece en estas semanas un panorama risueño de colorido prometedor. Un océano verde y ondulante de trigales crecidos, de cebadas y alfalfas, con un alto y desbordante festón, de hierbas escoltando los caminos y el contorno de los predios. Las carrascas oscuras alternan con las pinceladas amarillas de las matas de aulagas y el puntillismo impresionista de las amapolas. Hasta la cima calva de los alcores parece alcanzada por el verdor de los chaparrales. ¡Cuántos verdes diversos en la Castilla ver de! Desde el cobalto hasta la esmeralda, desde la encina severa hasta el frescor alegre de los álamos tembladores.



Ésta es otra Castilla, menos conocida: ¿no es el paisaje de Castilla una versión inventada por los que lo describieron, como explicaba Pedro Laín? No hay paisaje sin historia. Es el paisaje un estado anímico. La mirada del hombre y su contemplación evocan un escenario, y sobre el tablado aparecen los personajes. Las naciones viejas, como lo son las de Europa, se apoyan en un légamo de sedimentos superpuestos. Yacen bajo nuestro suelo actual los niveles sucesivos de culturas, civilizaciones, razas y pueblos. Los paisajes sin historia tienen algo de gélido y de fenómeno puramente geológico. En el continente americano se visitan muchos de estos cataclismos prehistóricos con la sensación de que todavía no se ha terminado allí el modelado definitivo hecho por la mano del Creador. En el viejo mundo, los episodios acaecidos a lo largo del itinerario de la especie humana se reflejan en recuerdos y memorias que se acumulan en la conciencia nacional.
Mi vagabundeo dominical me llevó a escudriñar rincones del ayer. Quise, al contemplar la Castilla verde, entrar por los senderos del pasado en la inmensa riqueza atesorada en la llanura castellana. Nos acercamos en primer lugar a San Román de Hornija, junto a la confluencia con el Duero, en donde apenas quedan vestigios del que debió ser grande cenobio cristiano del reino visigótico. Dentro de la imprecisión de datos y fechas de aquel período, tiénese por cierto que en la iglesia se conservan en un sepulcro -cementado y desfigurado- los restos de Chindasvinto y de su esposa la reina Reciberga. Bajo una lápida latina que confirma la noticia yacen en completa insignificancia externa los despojos del irascible y anciano monarca que eligió -dicen- este rincón de la cuenca del Duero como lugar del reposo definitivo.



Las gentes de la comarca le llaman todavía el rey Chindo, que era su otro nombre. Una amable feligresa nos explicó que hace unos años se abrió la tumba y se comprobó que los osamentos pertenecían a una mujer joven y a un hombre de mucha edad que tenía un esqueleto deformado de jinete perenne. ¿Sería aquel rey germánico, como Atila, un perpetuo monarca a caballo en la revuelta e indómita Hispania de su tiempo?
A pocas leguas se encuentra Wamba, pequeña ciudad bien cuidada y restaurada, donde quizá estuviera antes emplazada, gérticos, toponímico hoy desaparecido que era la granja de reposo de Recesvinto y el lugar donde murió. ¿Fue aquí también donde el viejo caudillo aceptó, bajo amenazas de muerte, dejar el tranquilo retiro para ceñir la sangrienta corona vacante? ¿Y quizá aquí donde volvió, cuando despertó tonsurado por sus enemigos y convertido en clérigo y por consiguiente incompatible con el trono? Los restos de Recesvinto se enterraron en esta iglesia hasta que fueron trasladados al Alcázar de Toledo. La serora o sacristana nos subraya la importancia del panteón y los inequívocos signos heráldicos que confirman su anterior contenido. El templo primitivo de Wamba tiene algo de misterioso, como asimismo el adjunto claustro y el sigilado osario. Donde hubo templarios existen casi siempre elementos esotéricos en su ámbito. Wamba, que dio nombre al lugar, el rey a la fuerza, con su horror al poder, goza de un renombre de simpatía popular que llega hasta nuestros días, quizá como rechazo a quienes con excesivo ahínco se aferran a él antes de abandonarlo.

El drama comunero

Seguimos el divagante itinerario. El sol luce ahora con fuerza entre las altas nubes y perfila el airoso cuerpo defensivo del castillo de Torrelobatón. En un breve triángulo formado por Tordesillas, Mota del Marqués y Medina de Rioseco se sitúan los escenarios del drama irresuelto de los comuneros. Para mí lo más enigmático del tremendo episodio son las entrevistas que sostienen los hombres de la Santa Junta con la reina enajenada. Es cierto que simpatizaba doña Juana con su causa y que la apoyó públicamente. ¿No se enteró bien de lo que ocurría? ¿O acaso no se hallaba tan perdida de juicio como se afirmaba? Andrés el Navagero, embajador viajero y curioso, describe así la situación: "Tordesillas es el lugar donde el césar tiene a la madre guardada por el marqués de Denia".
La historia la escriben los vencedores. En esta ocasión, los imperiales. Mientras Padilla, conquistador de Torrelobatón, acampó allí con sus huestes victoriosas durmiéndose sobre los laureles, los leales al emperador convocaban las mejores lanzas disponibles y se apoyaban en la fidelidad de Medina de Rioseco, el feudo de los almirantes. En Villalar, bajo la lluvia, se decidió esa histórica controveresia. Pero el césar germano dejó en estos parajes otro rastro de su personalidad, al instalar a su hijo natural, don Juan de Austria, en la mansión de la familia de su mayordomo Luis Quijada, en Villagarcía de Campos.



Un poco más allá se halla San Cebrián de Mazote, con su iglesia visigótica y en cuyo real convento de dominicas -hoy convertido en panera- vivió tres años la bella frau Bárbara de Blomberg, que en Ratisbona, ciudad predilecta del césar, holgó en algunas jornadas de reposo amatorio con el vencedor de Mühlberg. Y aún quedan por allí otros lugares que evocan al apuesto y rubio garzón que se entrevistó con su medio hermano, el rey Felipe, en un rincón de los montes Torozos, fronteros al monasterio bernardo de la Santa Espina, hoy centro de formación profesional agraria amorosamente cuidado por la orden lasalliana.
¿Qué se dirían el monarca cauteloso y sedentario y el mozo arrogante y sediento de aventuras? Le dio el rey Felipe a don Juan casa, servidumbre y mandos militares. Pero nunca le concedió, en cambio, el tratamiento de alteza ni el derecho al palio. ¿Recelaba el rey sombrío del tudesco, hijo del amor?
Al pasar por Medina de Rioseco no resisto a la tentación de mostrar a mi acompañante la que Eugenio d'Ors llamó "la capilla Sixtina de Castilla", el fantástico panteón de los Benavente en Santa María de Mediavilla. La fuerza expresiva, la riqueza inusitada, el contraste de los estilos, la acumulación de los diversos artistas crea un clima de asombro en el que visita la capilla por primera vez. Ponz la llama "conjunto de caprichos espiritosos e ideas que aunque a primera vista causan confusión, cada cosa de por sí es digna de mucho aprecio". A mí me impresiona, más que la apoteosis de las formas, la exhibición dogmática de los temas.



¿Dónde encontrar un retablo en que Adán y Eva desnudos escuchan abrumados la sentencia condenatoria del ángel que les expulsa del paraíso, mientras les espera la muerte, que apoya en la pelvis de su esqueleto, chulescamente, una guitarra que rasguea para acompañarlos con música? ¿Qué melodía tocaría la dama fatal e inevitable? Pienso que acaso fuera una mazurca para estos dos -futuros- muertos.
Todavía es de día y queremos asomarnos, en despedida, a los campos góticos, a la tierra de Campos. ¿Qué mejor atalaya que el castillo de Montealegre, erguido sobre el borde de la meseta, mirando a la llanura? Aquí subió Azorín a extasiarse de Castilla: "Castillo en tierra de Valladolid. Desde sus murallas derruidas, uno de los mas soberbios panoramas de España. La llamada tierra de Campos y las remotas montañas de León... Voluptuosidad de respirar Castilla a plenos pulmones; voluptuosidad intensa de recibir Castilla en toda la sensibilidad. El aire, el color y la vastedad del horizonte. Y recordar, aquí, en la brecha de este murallón... tantas cosas de los poetas y de los conquistadores...".
Jorge Guillén dejó en los muros de la fortaleza un bello testimonio de su cristalino verbo poético: "El castillo divisa la llanura, / tierra de campos infinitamente. / Todo en su desnudez así perdura". Pero este paisaje intenso y extenso que ahora divisamos es un interminable conjunto de cimbreantes planicies verdes.
¿No sería distinto nuestro carácter nacional si las mesetas centrales de la península fueran parte de la España húmeda, de una España, ya que no llovida por el azar climatológico de una buena primavera, regada sistemáticamente por la mano y la industria del hombre? ¿Sería ello posible? El balance hídrico de nuestro país, el equilibrio hidráulico logrado en un largo y costoso empeño, ¿no es suficiente y esperanzador, según explicaba en estas páginas hace unas semanas la pluma lúcida de Juan Benet?


El País; 23/05/1984


Fuente: http://www.elpais.com/articulo/opinion/CASTILLA_Y_LEON/CASTILLA-LA_MANCHA/Castilla/verde/elpepiopi/19840523elpepiopi_14/Tes
« Última modificación: Octubre 04, 2017, 04:54:19 por Maelstrom » En línea
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« Respuesta #1 : Octubre 10, 2011, 20:13:06 »


Buen artículo del País, Maelstrom, gracias por compartirlo  icon_wink

« Última modificación: Octubre 10, 2011, 20:16:09 por S.P » En línea

" Llevo a Castilla en las plantas de mis pies "
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