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Autor Tema: Baltasar Porcel - "En Villalar mueren los fantasmas" (1978)  (Leído 5044 veces)
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Maelstrom
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« : Octubre 15, 2011, 17:44:01 »




Lo que ocurrió hace pocos días en Villalar es, para el país entero, de una importancia realmente dilatada: Castilla, o Castilla-León, deja de ser un fantasma, y comienza a adquirir entidad histórica propia. Hasta ahora, detrás de Madrid se abría un páramo enorme, ruinoso y fibroso a la par, una especie de sacro recinto, siempre vigilante y en apariencia feroz, del «ser de España»: de la España impositiva, restrictiva, que no se arredraba ni ante la sangre para seguir manteniendo en su puño, de apretarlo, a todos los ciudadanos que no fueran de su estirpe.Ya sé que mi visión es la de un periférico. Lo cual, en lugar de invalidarla, la acrecienta: los catalanes, los vascos y los gallegos, es decir, varios millones de personas, nos hemos forjado una tal idea no por razones teóricas o por conveniencias, sino por haber padecido secularmente la hirsuta y absolutista hegemonía conocida como castellana. Tenemos, pues, toda la razón: la nuestra, claro, y cuando menos tan válida como la de quien piense lo contrario.
Sin embargo... Hace ya años viajé por Castilla con relativa detención. Me asombró verla -lo sabía, pero saber no es tocar- sumida en grandes desiertos, en poblaciones de vida queda, en una lejanía retraida. Después, una tarde, en Segovia, un personaje local, de familia linajuda y peso administrativo, incluso con lazos con el régimen del general Franco, me estuvo despotricando con amargura, con desolación, contra Madrid, contra el Estado, contra el centralismo. Comprendí que España, la España simbolizada por el Estado, no era Castilla. Y que, en todo caso, la gran cabeza parlante de Madrid, su concentración de fuerzas de todos los órdenes, representaban a la vieja España dictadora y fiera. Castilla era, sí, la forjadora de mitos, de historia, de una lengua, que había nutrido el concepto español que finalmente imperaría en la Península. Pero la Castilla real ya nada tenía que ver, o apenas, con dicho concepto.



Una de las obras realizadas por el general Franco fue la de acabar irremediablemente con el concepto de España -resumiendo, «el imperio hacia Dios» y el anquilosado tentacularismo a lo Felipe ll- que pretendía enaltercer. Un día visité en el País Vasco la sugerente casona del viejo don Pío Baroja. Estaba allí su sobrino Julio Caro. Comimos juntos en una taberna, es la única vez que lo he visto. Me dijo: «Antes, aquí, no había separatistas, pero con Franco han crecido y crecerán como hongos.» Existen, en relación con la España de nuestros días, dos períodos que conviene separar: el de la guerra, bárbara consecuencia del complejo callejón sin salida en el que se había metido el país, y el de más tarde, el del franquismo. Fenómenos como el de la censura, del genocidio cultural que se pretendió con las lenguas minoritarias, de la actitud ante Europa, son sencillamente fantásticos por su reaccionarismo pretérito, inconcebible dentro de la dinámica del siglo XX. Todavía hoy, cercanos a ello, no nos damos cuenta de las insólitas circunstancias en que estuvimos viviendo.
Castilla, cada vez más depauperada y un concepto castellanista -ya no me atrevo ni a llamarlo castellano- de día en día más hinchado y voraz. Castilla no se reconocía en el modelo de la España a la castellana que nos era impuesto en Cataluña. Pero nadie lo sabía. Ni se podía hablar ni la falsificación o la ficticia revitalización del cadáver seiscientista tenía todavía la suficiente incongruencia para desintegrarse.
Gracias, paradójicamente, a Franco, Castilla ha recobrado en Villalar su tradición comunera, la de defender su tierra y sus gentes, abandonando imperialismos de cartón piedra que ninguna relación tenían ya con ella ni nada le daban.
En el Estado español, en España, faltaba algo básico: la igualdad y la voluntad. Igualdad entre quienes la integran y voluntad de hacerlo, voluntad libre. La famosa «unidad» lo era a palos: esta misma explosión me hizo discutir agriamente con Manuel Fraga Iribarne una vez que fui a verle cuando estaba dirigiendo las Cervezas El Aguila. Se enfadó. Era la mía, a su juicio, una versión derrotista del catalanista militante. Bien: es hoy la de Castilla, que tampoco cree en la existencia de una igualdad ni desea, voluntariamente, seguir siendo una pantalla conceptual de quienes la ignoran y menosprecian.



El acto de Villalar es importante, repito, para Castilla, evidentemente, pero también para todos los demás: si los pueblos de España se mueven en un plano de igualdad, habiendo asumido su situación exacta, sin floripondios literario musicales, y avanzan hacia la reestructuración de un Estado que sea la suma de todos y no una imposición sobre todos, en este país podrá comenzarse seriamente a vivir. Que Castilla, hasta ahora la que proporcionaba -todo lo involuntariamente que se quiera- el mito de la unidad forzada, luche por recobrar su precisa identidad, reclame su autonomía, pretenda mirarse sin disfraces en el espejo, deja al Estado en lo que es: una sobreestructura que, si desea poseer algo más que un mero sentido administrativo, deberá buscarlo en la totalidad de España. Tendrá que reflejar la realidad. Cuando el Rey habló en catalán en Cataluña, un cimiento de los más serios comenzaba a ser puesto.
Las banderas rojigualdas que fueron pisoteadas en Villalar eran el último reducto, todavía,el intento de dar corporeidad al fantasma, del ficticio integrismo españolista, por complejo ajeno -bueno, debería ser así...- a la realidad del país que todos deseamos. Se pisoteaba a quienes usaban las banderas, no a ellas. Quedó muy claro. Curiosamente, mientras transcurría el acto de Villalar, centenares de catalanes pitaban, en la barcelonesa plaza de Sant Jaume, a la Generalidad descafeinada que, dando la razón a las voces agoreras de hace medio año, finalmente tenemos. Me pareceri dos actos de suprema sabiduría política: una política, un país de hechos, es lo que se desea, y no las hueras frases altisonantes del pasado que todavía pugnan por perdurar. Los castellanos deben aprender lo que ya sabemos los catalanes: mientras no pueda cambiarse el alcalde del más modesto municipio, no existirá una verdadera autonomía. Castilla es la Villalar comunera y no un soberbio palacio burgalés o vallisoletano.


El País; 05/05/1978


Fuente: http://www.elpais.com/articulo/opinion/CASTILLA_Y_LEON/Villalar/mueren/fantasmas/elpepiopi/19780505elpepiopi_7/Tes
« Última modificación: Noviembre 20, 2018, 21:31:51 por Maelstrom » En línea
Curavacas
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« Respuesta #1 : Octubre 15, 2011, 20:12:08 »


Me ha encantado el artículo, y me ha entrado cierta sensación de desasosiego, sintiendo que estamos más lejos que hace 30 años de lograr la unidad y el autogobierno de Castilla. Después de todo este tiempo se ha logrado una representación institucional que entonces no existía, se ha mantenido una estructura de partidos... pero en cuanto a castellanismo cultural e identitario no tengo tan claro que se haya avanzado, sobre todo en los últimos 10 años.
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Viva Padilla alguien grita
nadie su voz sofocara
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« Respuesta #2 : Octubre 17, 2011, 12:24:32 »


Tampoco hemos avanzado gran cosa en la percepción que desde la periferia se tiene de Castilla. Esta opinión de Porcel es hoy más islote que cuando se formuló en el '78. Es curioso pero lo del sentimiento identitario a Castilla se lo refuerzan desde fuera la mayor parte de las veces. Me refiero a que, en general, un castellano levanta simbólicamente su pendón cuando lo confrontan con una ikurriña o una senyera más que cuando lo hacen con una rojigualda. Esto es así por mucho que les pese a algunos. Queremos descubrir el sentimiento identitario de los castellanos tomando como referencia el sentimiento identitario que nuestros vecinos han construído, en buena parte, contra nosotros mismos. Y claro, no encontramos gran cosa. A mi me parece que el sentimiento identitario castellano existe, pero para verlo hay que zambullirse en la idiosincrasia castellana. La mayor parte de las veces es un sentimiento inconsciente, pero no por ello mas débil.

Es curioso, por ejemplo, la percepción que se tiene de los cántabros por parte de los nacionalismos periféricos. No es buena, para qué engañarnos. Un catalán encuentra extraño que una gente que vive entre vascos y asturianos sea tan distinta a ellos. El propio cántabro marca las distancias sin perder un segundo, especialmente con los vascos. Quizá a ese cántabro no le gusta que le llamen castellano, pero amigo: piensa y actúa como tal. Lo mismo vale para todos los demás
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Que se te seca el tomate ¡cachipurriano!
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« Respuesta #3 : Octubre 17, 2011, 14:03:49 »


Es curioso, por ejemplo, la percepción que se tiene de los cántabros por parte de los nacionalismos periféricos. No es buena, para qué engañarnos. Un catalán encuentra extraño que una gente que vive entre vascos y asturianos sea tan distinta a ellos. El propio cántabro marca las distancias sin perder un segundo, especialmente con los vascos. Quizá a ese cántabro no le gusta que le llamen castellano, pero amigo: piensa y actúa como tal. Lo mismo vale para todos los demás


¡Qué cierto es! En Galicia se tiene la misma sensación: el cántabro es un norteño "raro", que no cuadra nada con gallegos, asturianos o vascos.
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El estado español : estructura caciquil garante de las mayores injusticias que se pueden encontrar en Europa. Castilla: primer pueblo sometido y amordazado por él. Nuestro papel no puede ser echarle encima este yugo a cuantos más mejor, sino romperlo por fin y librar con ello al mundo de esta lacra.
caminante
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Y subiéndose a los montes, comunica por hogueras


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« Respuesta #4 : Octubre 17, 2011, 14:17:06 »


Tampoco hemos avanzado gran cosa en la percepción que desde la periferia se tiene de Castilla. Esta opinión de Porcel es hoy más islote que cuando se formuló en el '78. Es curioso pero lo del sentimiento identitario a Castilla se lo refuerzan desde fuera la mayor parte de las veces. Me refiero a que, en general, un castellano levanta simbólicamente su pendón cuando lo confrontan con una ikurriña o una senyera más que cuando lo hacen con una rojigualda. Esto es así por mucho que les pese a algunos. Queremos descubrir el sentimiento identitario de los castellanos tomando como referencia el sentimiento identitario que nuestros vecinos han construído, en buena parte, contra nosotros mismos. Y claro, no encontramos gran cosa. A mi me parece que el sentimiento identitario castellano existe, pero para verlo hay que zambullirse en la idiosincrasia castellana. La mayor parte de las veces es un sentimiento inconsciente, pero no por ello mas débil.

Es curioso, por ejemplo, la percepción que se tiene de los cántabros por parte de los nacionalismos periféricos. No es buena, para qué engañarnos. Un catalán encuentra extraño que una gente que vive entre vascos y asturianos sea tan distinta a ellos. El propio cántabro marca las distancias sin perder un segundo, especialmente con los vascos. Quizá a ese cántabro no le gusta que le llamen castellano, pero amigo: piensa y actúa como tal. Lo mismo vale para todos los demás
Me ha gustado mucho esta respuesta tuya.Es muy auténtica.
Claro que existe el sentimiento identitario castellano y como tu dices se ha forjado contra las identidades periféricas que a su vez se han construído contra Castilla.El problema es que ese sentimiento no se ha transformado en una realidad política.
El artículo de Porcel es sentidamente esclarecedor y sincero.Reconoce el prejuicio anticastellano de la periferia y reconoce que no sólo no estaba justificado sino que además si alguna tierra ha mermado con España ha sido Castilla.
Es de hace tantos años que no se que pensará hoy.Desde luego aquel afán autonomista se ha quedado en agua de borrajas, o por decirlo en catalán: en café para todos.
Lo que subyace en el artículo de Porcel y es algo con lo que estoy absolutamente de acuerdo: ¡Castilla construyete de una vez y hazte un favor y háznoslo a los demás!.
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Ruy el pequeño Cid
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« Respuesta #5 : Octubre 17, 2011, 19:08:48 »


Sorprendentemente me identifico con bastante frecuencia con lo que escribe Castilian Punk on Dope.

Respecto al escrito de Porcel, en fin, ha pasado mucho tiempo y parece que vamos para atrás como el cangrejo, pero ya se ha dicho aquí más veces, el fallo fue que al constituirse las autonomías se quería a toda costa, desde Castilla y León, romper con Madrid. Madrid era el centralismo, y había que ser modelnos y, por lo tanto, alejarse de la capital del estado, desde la que se propagaban todos los males del centralismo.

Y así, poco a poco, se llegó a la situación actual. Donde hay pocas razones para la esperanza... de momento...
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¡Que redoblen los tambores,
los pendones desplegad,
que no piensen los reales
que vamos huyendo ya!

Gayathangwen
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« Respuesta #6 : Octubre 18, 2011, 00:57:44 »


Vaya Semanita-los padres de la patria
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Torremangana II
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« Respuesta #7 : Octubre 23, 2011, 22:53:30 »


En el primer párrafo deja claro cuan gilipollas se puede llegar a ser a base de acumular y repetir tópicos y mentiras sobre Castilla.
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En el fondo del catalanismo, de lo que en mi País Vasco se llama bizcaitarrismo, y del regionalismo gallego, no hay sino anti-castellanismo, una profunda aversión al espíritu castellano y a sus manifestaciones (Unamuno)
Hablad de castellanos y portugueses, porque españoles somos todos (Luís Camões)
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