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Autor Tema: Vida y circunstancias de Manuel Ruiz Zorrilla. Entre la revolución y el exilio.  (Leído 11974 veces)
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« : Diciembre 20, 2011, 17:29:14 »




Durante la turbulenta etapa del Sexenio Revolucionario (1868-1874), inaugurada con el triunfo de aquella Revolución Septembrina que destronó a Isabel II y acabaría por conducir a la proclamación de la Primera República; hubo un político que superó a todos sus homólogos en lo que a ideas avanzadas y espíritu innovador se refiere. Fue Ministro en dos ocasiones, asumió después la Presidencia de las Cortes y llegó a dirigir el poder ejecutivo, retirándose poco después de la vida pública. Pero, al producirse la Restauración borbónica, aquel hombre se incorpora a las filas del republicanismo y promete defender los ideales antimonárquicos hasta el fin de sus días. Aquel estadista, que parecía la encarnación viva del liberalismo español, se llamaba Manuel Ruiz Zorrilla.
Vamos a examinar su fascinante biografía, dejando constancia de los hechos más relevantes.

Infancia, adolescencia y juventud. Los primeros años de su carrera política.

Manuel Ruiz Zorrilla nació el 22 de marzo de 1833 en El Burgo de Osma, provincia de Soria. Villa episcopal y plaza fuerte de la Iglesia, El Burgo es uno de los más interesantes lugares de Castilla la Vieja.
Sus padres (don Marcos Ruiz Zorrilla y doña María de la Asunción Ruiz Zorrilla) eran primos, y residían por aquel entonces en el nº 29 de la calle Mayor de la mencionada villa; inmueble que todavía se conserva y en cuya fachada se colocó (en 1917 y por iniciativa del distinguido catedrático don Manuel Hilario Ayuso) una lápida conmemorativa elaborada por el gran artista Daniel Zuloaga.
Ejerció don Marcos Ruiz Zorrilla el comercio de tejidos en El Burgo de Osma y, al igual que su esposa, era natural de San Pedro del Romeral, una localidad pasiega que pertenece al partido judicial de Villacarriedo. Los abuelos paternos del futuro hombre de Estado fueron don Francisco Ruiz Zorrilla y doña Antonia Ortiz Roldán; siendo los maternos Pedro Ruiz Zorrilla y doña Felipa Ruiz Zorrilla, naturales también todos ellos de San Pedro del Romeral. A esta respetada familia de profundas raíces montañesas pertenecieron los ilustres señores Francisco Ruiz Zorrilla (general del Cuerpo de Ingenieros), Federico Ruiz Zorrilla (también militar de alta graduación) y Miguel Ruiz Zorrilla (magistrado del Tribunal Supremo).
Manuel Patricio Agapito Ruiz Zorrilla (tales fueron sus nombres de pila) cursó sus primeros estudios en El Burgo de Osma, la villa soriana en la que vino al mundo. Después, nuestro biografiado realizó en la Universidad Central de Madrid sus estudios de Bachillerato, pasando luego a Valladolid, en cuya Universidad hizo el año preparatorio de la carrera de Jurisprudencia y (entre 1849 y 1850) el primer curso de la misma. Posteriormente, volvería a la Universidad Central, y allí estudiará sucesivamente los cursos segundo, tercero, cuarto y quinto de la referida carrera; se gradúa de Bachiller en Jurisprudencia el 25 de junio de 1854; y, una vez cursados los años sexto y séptimo de la carrera, recibirá la licenciatura de Jurisprudencia el 20 de noviembre de 1857 ante el tribunal presidido por el erudito Pedro Sabau y Larroya. Los que compartieron sus años en los claustros de la Universidad Central con Manuel Ruiz Zorrilla afirmaron que este joven soriano llamaba la atención por sus ardientes peroratas, en las que ya se revelaban las energías que, andando el tiempo, habrían de moldear su indomable voluntad y hacerle muy célebre.
Poco después, Ruiz Zorrilla contrajo matrimonio con doña María de la Paz Barbadillo, una elegante damisela burgalesa. De su enlace nacieron cuatro hijos, que fallecieron todos a muy tempranas edades y recibieron cristiana sepultura en el panteón familiar del cementerio de Burgos.
Trasladóse Ruiz Zorrilla a la ciudad de Soria en 1856, siendo nombrado allí comandante de la Milicia Nacional. Hemos de recordar, para quienes no lo sepan, que la Milicia Nacional era un organismo armado instituido por la Constitución de 1812, tenía carácter provincial, se hallaba al servicio de las fuerzas progresistas y encuadraba a varones de edades comprendidas entre los 30 y los 50 años. Así pues, desde su puesto de comandante de la Milicia Nacional soriana, Manuel Ruiz Zorrilla protestará enérgicamente por el desarme de esta fuerza popular (decretado por el Gobierno moderado de O´Donnell) y empezará a darse a conocer entre las gentes de su provincia. Pero nuestro biografiado es un joven inquieto, que no tarda en participar en las cuestiones de la política: consigue un escaño de diputado provincial por el distrito de El Burgo de Osma; y éste, a los pocos meses, le elige diputado a Cortes.



Comienza, pues, Ruiz Zorrilla su carrera política en 1858, ingresando en el Partido Progresista, formación que tuvo sus orígenes en la tendencia más radical del liberalismo español. El vallisoletano Pedro Calvo Asensio, director del periódico progresista La Iberia, felicitó a Ruiz Zorrilla por su adhesión al Partido, congratulándose de que el nuevo adepto “venga a robustecer las filas del progresismo, donde tan preciosos son los esfuerzos y la autoridad de la juventud inteligente, de corazón, de independencia y liberal”. Disueltas las Cortes el 11 de septiembre de 1858; el Parlamento volverá a reunirse el 1 de diciembre de aquel año. Por aquellas calendas, el Partido Progresista cuenta con 20 diputados, entre los cuales se hallan Olózaga, Madoz, Sagasta, Figuerola, Calvo Asensio... Y Ruiz Zorrilla, un recién llegado a las lides parlamentarias que representa muy dignamente al distrito soriano de Burgo de Osma.
A partir de entonces, tiene lugar la ascensión de nuestro diputado soriano en el mundo de la política. Elegido Secretario de la Mesa de Edad, asume después el cargo de Vicesecretario de la sección primera y Secretario de la sexta, forma parte de varias comisiones, discute el proyecto de ley relativo al gobierno de las provincias y formula una interpelación sobre la política interior del Gobierno, discutiendo con los señores Posada Herrera y  Leopoldo O´Donnell (Ministro de Gobernación y Presidente del Gobierno, respectivamente).
En la siguiente legislatura de las mismas Cortes, que comenzó el 8 de noviembre de 1861 y terminó el 31 de octubre de 1862; las labores parlamentarias de Ruiz Zorrilla fueron aún más meritorias. Elegido segundo Secretario del Congreso de los Diputados, interviene en el debate de la contestación al discurso de la Corona, trata varias veces del régimen del Colegio de El Escorial, lleva a cabo una razonable y persistente campaña sobre las deficiencias en la administración y cobranza del impuesto de Consumos, se ocupa de los presupuestos de Gobernación y de Gracia y Justicia, de la Ley de Desamortización, de la de Montes, de los terrenos de aprovechamiento común, de los derechos de los médicos cirujanos; y se revela, en suma, como hábil e inteligente parlamentario, mostrando repetidas pruebas de su gran valía.
Fueron las Cortes de la legislatura comprendida entre 1859 y 1863 unas de las de más larga duración en la historia del parlamentarismo español, y Ruiz Zorrilla prosigue con su infatigable labor política, aunque ya comenzase a tener cierta desconfianza en la eficacia de las tareas parlamentarias. Como las más notables de sus intervenciones en aquella legislatura deben citarse sus discursos acerca de la Ley Electoral, la conveniencia de suprimir parte del ceremonial de los festejos del Dos de Mayo en Madrid y la irregularidad perpetrada por Francisco Romero Robledo, diputado electo por Antequera, que no había cumplido aún los 25 años en el momento de recibir su acta parlamentaria. Andando el tiempo, este personaje habría de distinguirse como lugarteniente de Cánovas del Castillo, haciéndose tristemente célebre por sus servicios al caciquismo ministerial. En uno de sus más elocuentes discursos parlamentarios, Ruiz Zorrilla expresó su decepción con la manera de funcionar del Parlamento español:

“Recuerdo la historia de hace cinco años, las grandes ilusiones con que yo vine a la vida pública, y recuerdo también con dolor cómo han ido éstas cayendo una a una desde el momento en que puse el pie en este edificio y oí las conversaciones que en el salón de conferencias y en los pasillos del Congreso había, y las comparaba después con los discursos que aquí se pronunciaban acerca de las mismas cuestiones sobre que versaban las conversaciones que había oído fuera de aquí”.


Noble confesión de sinceridad y franqueza que, por sí sola, denota todo un rasgo de los más acentuados en la fisonomía moral de nuestro diputado soriano, que no pudo menos de decir en el Parlamento lo que otros muchos han pensado, aunque no se hayan atrevido a decirlo.
Ruiz Zorrilla no volvería a ser diputado a Cortes hasta 1869, pues en las de la siguiente legislatura (1863-1864) fue elegido por el mismo distrito el señor Miguel Ruiz Zorrilla, primo de nuestro biografiado y que no se hallaba adherido al Partido Progresista.
 Debido a los reiterados y sistemáticos atropellos de los que fueron víctimas los prohombres del progresismo, ésta formación política optó por la táctica del retraimiento electoral, apartándose por completo de la vida pública. Como ya hemos dicho, Ruiz Zorrilla no se presentó a la reelección por el distrito de Burgo de Osma, según queda dicho; pero no por ello desempeñó un papel de menor importancia dentro del Partido Progresista, ya que, entrado éste en un período de agitaciones que sólo terminaría con la Revolución Septembrina (1868), no hubo Junta Revolucionaria ni movimiento subversivo en el que nuestro biografiado no tomara parte.
Alejado ya del Parlamento, Manuel Ruiz Zorrilla pudo entonces dedicarse a otras tareas de mayor eficacia, publicando en aquellos días un folleto titulado “Tres negaciones y una afirmación”, con el que se propuso demostrar que sólo el credo del liberalismo progresista contenía verdades fundamentales para gobernar justamente a la nación española; rebatiendo a la vez los principios de los neo-católicos, moderados y unionistas; a quienes acusaba de ser grupos políticos basados en la defensa de principios egoístas, procedimientos arbitrarios o intereses personales y que se servían del país como objeto de especulaciones atrevidas o de indignas explotaciones. Vamos a ver, a modo de ejemplo, cómo fustigaba Ruiz Zorrilla a los neo-católicos, que gozaban por aquel entonces de gran predicamento en las altas esferas oficiales:

“¿Qué son los hombres de esta escuela en religión? Descreídos en el fondo de su alma; exagerados, como todos los faltos de fe, en guardar las formas; supersticiosos en apariencia; fanáticos por especulación; hipócritas por conveniencia. Todo menos cristianos como aconseja el Evangelio; todo menos católicos como prescriben las buenas leyes y aconsejan las prácticas de la Iglesia.
Tolerantes y hasta olvidadizos cuando se trata de lo esencial; quejumbrosos y batalladores cuando de los accidentes se trata; intransigentes cuando lo temporal se pone en tela de juicio; algo más compasivos cuando de lo eterno se duda...
Todos los hechos son buenos si contribuyen a sus miras. Se puede ser católico y jefe de su secta, y ser mal padre y mal esposo, Se puede ser cristiano, y dejar morir en la miseria a las personas más queridas.”


El desgaste de la Unión Liberal y del Partido Moderado, el falseamiento del régimen representativo y la actitud arbitraria de Isabel II estaban causando un creciente malestar en amplios sectores de la sociedad. Los progresistas consideraron que sólo podrían hacerse con el poder a través de la vía insurreccional, y tras una serie de pronunciamientos fallidos, acabarían ampliando su base social revolucionaria mediante la alianza con el Partido Democrático.
Estando así las cosas, el 22 de junio de 1866 tuvo lugar una sublevación antimonárquica en el madrileño Cuartel de San Gil, situado en la actual Plaza de España. Tras el fracaso de esta insurrección militar, Ruiz Zorrilla fue condenado a muerte por su activa relación con los implicados en ella. Ni corto ni perezoso, nuestro político soriano huyó de España y anduvo errante por Ostende, Bruselas, París y Londres. Participa enérgicamente en todas las actividades conspiratorias contra el régimen de Isabel II, al lado de personalidades como Salustiano Olózaga, Juan Prim, José María Orense y otros ilustres exiliados. Y  será el valeroso general Prim, el héroe de los Castillejos, quien firme varias proclamas escritas por Ruiz Zorrilla; entre ellas una que proclama la abolición de la odiosa Ley de Consumos.
El 12 de septiembre de 1868, Juan Prim y Manuel Ruiz Zorrilla abandonan su residencia londinense en dirección al puerto de Southampton, donde embarcan con destino a Gibraltar, y de allí se trasladan a Cádiz. La revolución que destronará a Isabel II se halla en marcha, y triunfa con una fuerza arrolladora. Las masas se adhieren a la rebelión, se forman Juntas Revolucionarias en las principales localidades y se difunde el programa que contiene las principales reivindicaciones del movimiento: la convocatoria de Cortes Constituyentes mediante el sufragio universal, el reconocimiento de las libertades fundamentales, la libertad religiosa y la abolición de las Quintas y Consumos. Finalmente, las fuerzas leales a Isabel II son estrepitosamente derrotadas en la gloriosa batalla de Alcolea el 28 de septiembre de aquel año: un acontecimiento memorable en la lucha por las libertades, una fecha que marcará un antes y un después en la Historia de España. La Reina y su camarilla, como no podía ser de otra manera, escapan a Francia.

« Última modificación: Febrero 04, 2015, 20:41:22 por Maelstrom » En línea
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« Respuesta #1 : Diciembre 20, 2011, 17:35:23 »


Ruiz Zorrilla, Ministro en dos ocasiones y Presidente de las Cortes. Retrato de un político progresista.

Enseguida se formó un Gobierno provisional revolucionario, presidido por el general Serrano, vencedor de la batalla de Alcolea. Y Ruiz Zorrilla, el más joven de los miembros de aquel novísimo Gobierno, fue designado Ministro de Fomento.
Es evidente que era el hombre más adecuado para tan elevado cargo; recordemos que el antiguo Ministerio de Fomento era considerado siempre como uno de los más importantes, si no el más importante, de todos los Ministerios. En él convergían todos los intereses, tanto morales como materiales, de la nación: la enseñanza, las bellas artes, la industria, la agricultura, las obras públicas, el comercio, el trabajo, la producción. Desde allí habría que librar la batalla contra el pasado, preparando e instruyendo a las jóvenes generaciones. Éste era, en suma, el cometido más delicado de la Revolución Septembrina, y cualquier otro hombre que no fuese Ruiz Zorrilla habría fracasado por completo.
Sin defraudar ninguna de las esperanzas puestas en su persona, Ruiz Zorrilla demostró en todas sus actuaciones al frente del Ministerio de Fomento las excepcionales características que habrían de distinguirle años más tarde, probando que aspiraba a mucho más que a un simple departamento ministerial. Ruiz Zorrilla sirvió a los elevados ideales de la Revolución de 1868 con una nobleza y una fidelidad que nunca fueron lo suficientemente valoradas ni encarecidas. Tuvo que luchar al mismo tiempo contra los reaccionarios, por un lado, y contra los demagogos extremistas, por el otro; y con ambos mantuvo enemistad permanente hasta el fin de sus días... Pero salió victorioso en la lucha, gracias a su equilibrado entendimiento.



La actividad de Manuel Ruiz Zorrilla al frente de su Ministerio fue sumamente fecunda en bienes para la Patria y para la Libertad, acometiendo importantes reformas. Con vertiginosa rapidez, disponía juiciosas resoluciones y circulares. Inicialmente, reformó la Primera Enseñanza, declarándola libre y restableciendo las Escuelas Normales; poco después hizo lo propio con la Segunda Enseñanza y las Universidades; así como con los estudios de Ingeniería Industrial, Bellas Artes, Cirugía y Agricultura. Se preocupó de ampliar las enseñanzas del Conservatorio de Artes; regular el Cuerpo de Bibliotecarios y Archiveros; reorganizar la Escuela de Diplomática y el Museo de Pinturas; prescribir el modo de nombrar jurados permanentes de exámenes y grados, como consecuencia de la libertad de enseñanza. Hizo crear inspectores de Primera Enseñanza; refundir el Conservatorio de Música y Declamación en la Escuela Normal de Música, aprobando su reglamento; modificar la expedición de títulos académicos; conceder permiso para la apertura de cátedras libres en todos los establecimientos universitarios de España; introducir variaciones en la enseñanza de la Facultad de Medicina de Madrid. ¿Y qué decir de todas las reformas que Ruiz Zorrilla llevó a cabo durante los meses de enero, febrero y marzo de 1869? Dispuso la apertura de la Academia de Legislación y Jurisprudencia; decretó la libertad de enseñanza con carácter definitivo; dispuso reglas para la construcción de Escuelas públicas; ordenó la confiscación de todas las bibliotecas y archivos pertenecientes a los cabildos catedralicios; fundó una Escuela de Agricultura en Madrid. Por si fuera poco, declaró la validez en España de los estudios realizados en Portugal y autorizó la incorporación oficial de los llevados a cabo en el extranjero; disponiendo, además, que los Ayuntamientos pagasen a los maestros de la Primaria todos los salarios atrasados. Como culminación de sus acertadas disposiciones, tuvo el honor de restablecer en sus cátedras universitarias a profesores tan eminentes como Julián Sanz del Río, Emilio Castelar, Nicolás Salmerón, Fernando de Castro, Antonio María García Blanco y Francisco Giner de los Ríos.
Y aunque el señor Ruiz Zorrilla tuviese que dedicarse a tan prolija labor, no dejó de dirigirse al pueblo español a través de folletos y circulares, comunicándole así el pensamiento y los afanes de la Revolución. También se dirigió a sus superiores, haciéndoles las recomendaciones que juzgaba oportunas:

“Contribuya al afianzamiento de la libertad, robusteciendo la inteligencia del pueblo. El argumento constantemente empleado por los defensores de la tiranía para legitimar su resistencia a concesiones ha sido siempre la invocación de la ignorancia de nuestro pueblo, cuya ilustración les debe tan poco. La agricultura, la industria y las artes, estacionadas por la rutina y alejadas de la influencia de las ciencias, recibirán el impulso que necesitan y alcanzarán el desarrollo que en otros países tiene, si la enseñanza se dirige a generalizar entre las clases menos acomodadas y más ignorantes los conocimientos científicos que son base necesaria para el progreso del trabajo del hombre y condición indispensable para la perfección de sus productos. Déjese a la iniciativa popular, a la voz de la necesidad y al interés que brota de cada región y de cada provincia el planteamiento y desarrollo de los estudios más convenientes y en breve florecerán las industrias naturales de cada comarca, con vida propia, con poderoso aliento, con aquella robustez que nunca tienen las creaciones impuestas. Debe vuestra señoría estimular a las Diputaciones y Municipios, a las sociedades científicas y de recreo, a las que establezcan centros de instrucción donde la enseñanza oral y la lectura de libros, folletos y periódicos esté al alcance de las clases menos acomodadas. Hoy, afortunadamente, será la mayor satisfacción para el Gobierno la creación de una Escuela, la apertura de una Academia, la inauguración de una Granja. De este modo, el espíritu de nuestra Patria se levantará sobre las ruinas de la ignorancia y la tiranía... Acométase la tarea de remover cuantos obstáculos se opongan a que el triunfo de la libertad de enseñanza inaugure la era de nuestra regeneración y sea el principio vivificador de la industria, la agricultura y el comercio.”

¿Cabe expresar de manera más exacta los propósitos de aquellos insignes revolucionarios y las necesidades de aquella época en lo que a enseñanza se refiere?
No bastándole con realizar tan profundas reformas en el campo de la instrucción pública, Ruiz Zorrilla emprendió (con no menor acierto) la regeneración económica del país, procurando el fomento de todas las fuentes de riqueza y los distintos ramos de la producción industrial. Suyos son el decreto de 28 de octubre de 1868 sobre las sociedades anónimas, poniendo los medios necesarios para el afianzamiento de la libertad de asociación mercantil e industrial; las importantísimas bases para la nueva legislación de obras públicas, precedidas por un extenso y luminoso preámbulo que podría haber escrito el mismísimo Jovellanos; el decreto acerca de la libre contratación de efectos públicos y de comercio; la sabia legislación de minas del 31 de diciembre de 1868; las múltiples disposiciones sobre puertos de aquel período y las que autorizaron la libre creación de Bolsas el 12 de enero de 1869. Reformas de gran alcance que, todo hay que decirlo, fueron respetadas por la Restauración borbónica, a pesar de su origen revolucionario.
En resumidas cuentas: la gestión de Ruiz Zorrilla al frente del Ministerio de Fomento respondió a todas las expectativas puestas en su juventud y sus dotes excepcionales. Fomento, como ya hemos indicado, era el Ministerio que Ruiz Zorrilla necesitaba para desarrollar sus elevados planes, y no quedó allí nada que mejorar todavía más: la Enseñanza, la Agricultura, las Obras Públicas, la Industria... Todas estas materias fueron regeneradas por el eficaz político soriano.
Se produjo un cambio de Gobierno, y la Presidencia fue asumida por el valeroso general Prim. Éste nombró Ministro de Gracia y Justicia a Manuel Ruiz Zorrilla; que se propuso reformar todos aquellos elementos de la legislación que “o era un arma de combate para la hueste más reaccionaria, o estaba en contradicción con los adelantos de la ciencia jurídica, o no se acomodaba a los principios consignados en el gran Código de 1869”. En base a estos criterios, el recién designado Ministro de Gracia y Justicia emprendió una labor renovadora que se concretó en iniciativas como el establecimiento del recurso de casación en lo Criminal; el matrimonio civil; la provisión de los oficios del Notariado por oposición, que abrió una nueva carrera a la juventud estudiosa; la restricción de la gracia de indulto; la supresión de la pena de argolla, sanción humillante y atentatoria contra la dignidad humana...
Desempeñando aún tan importante cargo, Ruiz Zorrilla mencionó a los más apreciados luchadores por la libertad en una de sus intervenciones parlamentarias, realizada como contestación a unas afirmaciones del diputado conservador Bugallal:

“Mire los otros nombres que están ahí esculpidos, y vea si Padilla, Bravo y Maldonado iban o no iban contra el poder, contra la Monarquía que entonces existía, y vea después si Porlier, Lacy, Riego y El Empecinado iban o no contra el poder que existía en aquella época, que no quiero recordar, época de martirio y de disgustos por que pasaron todos los que defendieron la libertad.”

Y todavía Ruiz Zorrilla, en esta época del Sexenio Democrático, estaba llamado a ocupar una responsabilidad aún más alta; pues al tener lugar un cambio de Gobierno (a mediados de enero de 1870) y ser nombrado Ministro de la Gobernación el señor Nicolás María Rivero, que se ocupaba de la Presidencia de las Cortes Constituyentes, este cargo quedó vacante; y sus señorías eligieron para él a Ruiz Zorrilla por 109 votos contra los 61 de Antonio de los Ríos Rosas (representante de las derechas) y los 29 de Estanislao Figueras (representante de la minoría republicana). Ruiz Zorrilla tomó posesión de su puesto como Presidente de las Cortes el 17 de enero de 1870, y continuaría ejerciendo tal responsabilidad hasta el 2 de enero de 1871, cuando tomó juramento al rey Amadeo de Saboya.



Ruiz Zorrilla, Presidente del Consejo de Ministros en dos ocasiones. La renuncia de don Amadeo.

Si fecunda en bienes para la Patria y las libertades fueron las actividades de Ruiz Zorrilla como Ministro de aquellos inolvidables Gobiernos revolucionarios y Presidente de las Cortes Constituyentes; no menos importantes fueron los servicios que prestó a la nación durante el reinado de Amadeo de Saboya. Fue, sin duda alguna, el político que más se esforzó por hacer compatible la democracia con la nueva dinastía monárquica.
Designado para presidir la comisión de parlamentarios que se trasladó a Italia para ofrecer el trono español al hijo de Víctor Manuel, nuestro político soriano alcanzó poco después una de las más altas responsabilidades de la política: la Presidencia del Consejo de Ministros. En efecto, Ruiz Zorrilla presidió el Gobierno de conciliación que inauguró el reinado de Amadeo de Saboya; compuesto, a la sazón, por representantes de los partidos unionista, progresista y demócrata. Como no podía ser de otra manera, Ruiz Zorrilla puso en marcha un programa radical de reformas que satisfizo por completo al país.
Por desgracia, las cosas empezaron a torcerse. En octubre de 1871, el candidato de Ruiz Zorrilla para ocupar la Presidencia de las Cortes, el ya mencionado Nicolás María Rivero, fue derrotado estrepitosamente. Al poco de tener lugar este contratiempo, Ruiz Zorrilla presentó su dimisión, y don Amadeo encargó al militar José Malcampo y Monge la formación de un nuevo Gobierno.
Fue entonces cuando nuestro estadista soriano dirigió una carta al rey Víctor Manuel, manifestando que deseaba retirarse de la vida pública. Las dificultades que estaban surgiendo en el seno del Partido Radical (surgido de los restos del malogrado Partido Progresista), los reveses electorales y la ingratitud del monarca habían hastiado a Ruiz Zorrilla, el cual pensaba que su posición era realmente crítica, ya que aun haciendo el sacrificio de abandonar a quienes le ayudaron a instaurar la nueva dinastía, tropezaría con grandísimas dificultades y no pocos peligros. Recién celebradas las elecciones generales del 24 de abril de 1872, Ruiz Zorrilla se retiró a su finca de Tablada, situada en las cercanías de Villaviudas (Palencia).
Pese a todo, poco duraron la soledad y el retiro del estadista soriano. A los dos meses de aquello, era llamado de nuevo por don Amadeo para que procediese a la formación de un Gobierno nuevo; y así fue como, por segunda vez, Manuel Ruiz Zorrilla se encargó de la Presidencia del Consejo de Ministros, pero en esta ocasión detentó también la cartera de Gobernación. Hemos de reseñar, además, que el monarca pidió disculpas al justamente agraviado Ruiz Zorrilla por su lamentable comportamiento.
El nuevo Gobierno (que tenía la misión de consolidar la monarquía democrática y proseguir con las reformas que constituían el dogma del Partido Radical) serenó los ánimos más encendidos y convocó en seguida nuevas Cortes Constituyentes. Desde la Presidencia, Ruiz Zorrilla presentó su proyecto de presupuestos, fundó el Banco Hipotecario y abolió la esclavitud en Puerto Rico; donde los siervos eran más de 30.000. No cabe duda de que se habrían realizado muchas más reformas y mejoras si no hubiesen tenido lugar la cuestión de los artilleros y la renuncia de don Amadeo a la Corona española. Vamos a ocuparnos de ambas cuestiones...
Por aquellas fechas, con la sublevación independentista cubana y la siempre acechante amenaza carlista, el Cuerpo de Artillería era acusado de cometer arbitrariedades contra los insurrectos de aquella colonia y apoyar veladamente la causa de don Carlos en varias provincias españolas. Dadas las circunstancias, Ruiz Zorrilla ordenó la disolución de este Cuerpo, medida criticable que le supuso innumerables críticas. En los infortunados términos en que, por desgracia, se planteó tal cuestión; no se pudo resolver de otra manera que no fuese aquella.
En lo referente a la renuncia de don Amadeo al trono de España, la conducta de Ruiz Zorrilla no pudo ser más patriótica ni más noble. El día 8 de febrero de 1873, recién terminado el Consejo de Ministros en el que el Rey se había mostrado conforme con la disolución del Cuerpo de Artillería, rogó éste a los Ministros que abandonasen la sala, pues quería conversar a solas con Ruiz Zorrilla, el Presidente. Su Majestad le habló de la desunión de los partidos políticos, la falta de respeto de la prensa, las ideas avanzadas del Parlamento, la guerra carlista y otros asuntos del mayor interés; declarando luego sus intenciones de renunciar a la Corona. Ruiz Zorrilla procuró que el monarca abandonase aquel propósito; ofreciéndole su dimisión o una última modificación del Gobierno. Pero don Amadeo le contestó que su decisión era firme e irrevocable; no estando dispuesto a seguir al frente de la Corona ni un momento más. Triste y desmoralizado tras aquella dolorosísima entrevista, Ruiz Zorrilla comunicó a los restantes miembros del Consejo de Ministros la resolución de don Amadeo. Dos veces más se reunirían los gobernantes en aquella memorable jornada, preocupados por la trascendencia de un acto que ya se consideraba realizado. Finalmente, la inquietante noticia no sería conocida por las gentes de Madrid hasta la noche del día 9, publicada por un periódico que discrepaba con el Gobierno; y  sabiéndose algo después en el resto de España.
Don Amadeo había ascendido al trono español para llevar a cabo una obra de libertad y democracia, para satisfacer los intereses progresistas de la nación, para inaugurar una era de paz y prosperidad entre nosotros... Pero las luchas internas que a la sazón dividían a los partidos liberales; la actitud algo levantisca y hostil de ciertas clases de la sociedad, más obligadas que las restantes a dar ejemplos de hidalguía y corrección; las amenazas del carlismo en armas; los torpes manejos de los alfonsinos, todo ello contribuyó a malograr las benévolas intenciones del monarca... Y aunque Ruiz Zorrilla lo reconociera (o no) así, lo cierto es que él hizo cuanto pudo para hacerle cambiar de opinión, para tratar de darle a entender la inmensa gravedad de una decisión tan arriesgada. Todo fue en vano; pero el político de El Burgo de Osma cumplió con su deber en aquella memorable jornada “de eterna y aleccionadora elocuencia para todos los que en país alguno aún pretendan aliar la democracia con el trono, la libertad con el privilegio, la civilización con el retroceso”, según opinaba el egregio republicano Pedro Gómez Chaix.



La evolución ideológica de Ruiz Zorrilla. Su adhesión al republicanismo.

Es interesante observar la evolución ideológica experimentada por Ruiz Zorrilla en algo tan esencial como son las formas de Gobierno. El criterio de Prim, que consideraba prematura (en 1869) para España la implantación de la República, se impuso a los partidos Progresista y Demócrata, y aunque buena parte de sus integrantes hubiera optado por un régimen republicano, pudo más el espíritu de disciplina y optaron por la monarquía democrática, ofreciéndose la Corona al italiano Amadeo de Saboya.
Pero, ya muerto Prim, alma de aquella gloriosa Revolución Septembrina; el Partido Progresista se dividió en dos tendencias irreconciliables: el grupo llamado “constitucional”, dirigido por Sagasta; y el que, por el contrario, se mantuvo fiel a la revolución, acaudillado por Ruiz Zorrilla, que fue afirmando cada vez más sus orientaciones democráticas y estableciendo un cordial entendimiento con el Partido Republicano.
Así, no debe extrañarnos que Ruiz Zorrilla acabase simpatizando con los ideales republicanos; y ya en 1871, el notable historiador Miguel Morayta escribía lo siguiente sobre el político soriano:

“Ruiz Zorrilla recibió la herencia del Duque de la Torre el 24 de julio de 1871; la conciliación monárquico-revolucionaria estaba a punto de romperse definitivamente, y Ruiz Zorrilla declaró su resolución de constituir el Partido Radical de la monarquía, a cuyo fin dió a conocer su programa, por alguien calificado de republicano sin rey; en él se recogían, con efecto, todos los principios de la democracia.”
« Última modificación: Febrero 11, 2018, 12:58:25 por Maelstrom » En línea
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« Respuesta #2 : Diciembre 20, 2011, 17:43:40 »


Siendo ésta la situación de las cosas, los dirigentes republicanos Castelar, Pi i Margall y Barcia dirigieron a sus seguidores, el 4 de agosto de aquel año, un extenso comunicado en el cual confirmaban su afinidad con el Partido Radical; si bien cada fuerza política conservaría de manera íntegra su significación y sus compromisos, tal y como reseña Miguel Morayta. Y otro historiador no menos estimable, Miguel Villaba Hervás, dejaba constancia de los hechos:

“Al presentarse Ruiz Zorrilla a las Cortes en 1871 expuso su programa ampliamente liberal en lo político y no menos digno de alabanza en lo administrativo y económico. Complemento de él fue la notable circular de 4 de agosto a los gobernadores, la cual no discrepaba de otra no menos importante del Directorio Republicano, en la que, afirmando éste, como obligado era, los principios que representaba, reconoció que aquel programa, de ser cumplido, sobre mejorar el estado del país, les dejaba abierto el campo para la propaganda de sus ideas y la mejor organización del partido, de donde vino a concluir lógicamente que tratar a los radicales como a los conservadores sería rendir culto a una política pesimista. Es de advertir que no sólo suscribieron ese manifiesto Castelar y Pi, sino también Barcia; tan evidente resultaba la necesidad de rectificar antiguos y desdichados procedimientos.”

De este modo, comenzó a existir una corriente de mutuo aprecio entre republicanos y radicales desde mediados de 1871, afecto que se fue acentuado con el paso del tiempo, a medida que Sagasta (por el contrario) se distanciaba de unos y otros. Ruiz Zorrilla era un hombre consecuente, un verdadero demócrata; mientras que Sagasta, político acomodaticio, se inclinaba siempre por las soluciones más conservadoras, lo mismo en el Sexenio Revolucionario que durante la dictadura de 1874 o la Restauración.
Ruiz Zorrilla, que había hecho todo lo posible para consolidar la monarquía de don Amadeo, no escatimando en sus esfuerzos ningún sacrificio, se hallaba retirado de la política cuando llegó la Primera República. Pasaba los días en la soledad de su finca de Tablada, en medio de una inmensa tranquilidad. Y retirado se mantuvo hasta el mes de agosto de 1874, cuando cedió a las reiteradas instancias de sus amigos e hizo acto de presencia en El Escorial, donde se entrevistó con Martos, Mosquera, Salmerón, Merelo, Becerra, Santín de Quevedo, Fernández de los Ríos, Beránger, Ramos Calderón y los periodistas Pérez de Guzmán y Andrés Borrego. Estos dos últimos relatarían después (en el diario La Época) la sincera adhesión de Ruiz Zorrilla a las ideas republicanas:

“El señor Ruiz Zorrilla, abundando en las opiniones que ya había dejado traslucir, dijo que frente a los carlistas no había más que una de estas dos inflexibles afirmaciones: la República o la Monarquía constitucional, representada por la restauración borbónica en cabeza del príncipe Alfonso. Él, dijo, nunca ha sido republicano, pero se abrazaría a la bandera de la República, saliendo de sus retraimiento personal en un momento supremo, para combatir igualmente contra el triunfo de don Carlos o la imposición violenta del príncipe Alfonso, porque no quedaba en defensa de la libertad y de las conquistas hechas por la Revolución de Septiembre más bandera que la de la República”.

Acabamos de constatar cómo le preocupaban al señor Ruiz Zorrilla los manejos de los partidarios de don Alfonso, y cómo casi puede decirse que el temor a una próxima restauración de los Borbones fue la causa determinante de su vuelta a la política. Sus temores acabaron convirtiéndose en realidad: el 29 de diciembre de 1874, el general Martínez Campos inició una sublevación alfonsina en Sagunto, que fue aceptada por el Gobierno de Sagasta y volvió a colocar a los Borbones en el trono español...
Pero Ruiz Zorrilla, ahora ferviente republicano, estaba decidido a defender sus ideas progresistas por encima de todo. Aquella actitud resuelta y decisiva de nuestro político soriano quitaba el sueño a los partidarios de la Restauración borbónica, pues comprendían que el más auténtico representante de la Revolución Septembrina no cejaría en sus propósitos antiborbónicos. Por ello, decidieron deshacerse de él...
No hacía dos meses que Alfonso XII ocupaba el trono cuando, al parecer, un hombre acudió al Ministerio de la Gobernación y denunció a Ruiz Zorrilla como conspirador contra el Estado, cuando lo único que hacía este ilustre soriano era reunirse en su domicilio con aquellos a quienes más apreciaba. El Ministro, de acuerdo con el Gobierno, decidió que Ruiz Zorrilla sería inmediatamente expulsado de España. Y así fue: un agente del Gobierno se presentó en el domicilio madrileño de Ruiz Zorrilla (calle de Los Leones, nº2, esquina con Jacometrezo) y le entregó un documento en el cual se le ordenaba salir para Francia aquella misma noche. Varios agentes de policía penetraron en la casa, llevando a cabo un registro de papeles; y una de las hermanas de Ruiz Zorrilla consiguió, a fuerza de ruegos, entrar en el despacho del egregio político y ocultar algunos documentos de gran importancia. Poco después, Ruiz Zorrilla se dirigió a la Estación del Norte, donde tomó un tren que marchaba a París.
Desterrado Ruiz Zorrilla en aquel infausto febrero de 1875, marchaban con él al exilio francés las ideas regeneradoras que había aplicado entre 1869 y 1873; presidiendo Gobiernos, Cortes Constituyentes, las más altas responsabilidades políticas de España. Con este acto de arbitrariedad y tiranía perpetrado contra su ilustre persona, se iniciaba un período nuevo en la vida de este gran político; un período que sería, sin duda alguna, el más honroso para él, y que encierra la clave de muchos acontecimientos trascendentales en la Historia nacional.



El destierro de Ruiz Zorrilla en Francia y Suiza. Reseña de sus labores revolucionarias.

Instalado ya en tierras francesas, Ruiz Zorrilla enarboló la bandera de la causa republicana, y desde aquellos momentos comenzó a inclinarse hacia posiciones más revolucionarias. A sus aspiraciones radicales se sumarían muchos de los nuevos republicanos, y Ruiz Zorrilla fue objeto enseguida de vivos placémenes, prestándole don Estanislao Figueras su apoyo incondicional.
El político de Burgo de Osma comenzó, pues, la ardua tarea de propagar los ideales republicanos, y teniendo a su lado a los amigos que le fueron fieles, comprometidos ahora con las posturas políticas más avanzadas. Todos ellos, que habían sido monárquicos demócratas, ingresaban en las filas del republicanismo, apoyando con decisión a Ruiz Zorrilla. Proclamaron que el dogma esencial de la democracia era la instauración de la República, al mismo tiempo que reconocían que ésta sólo podría conseguirse mediante los procedimientos revolucionarios que Ruiz Zorrilla preconizó desde entonces. Así, el 17 de junio de 1876, nuestro biografiado solicitó la ayuda de sus correligionarios mediante el siguiente llamamiento:

“Hoy se precipitan los sucesos; la actual situación puede ser víctima de sus propios desaciertos; las gentes comienzan a comprender que sólo la República pudiera dar al país las soluciones que desea, satisfaciendo al propio tiempo las exigencias de la opinión liberal, y se hace, por los tanto, necesario que todos los que deseamos devolver a la querida Patria las conquistas revolucionarias, en mal hora perdidas, nos unamos en un mismo pensamiento político y en conducta idéntica y nos preparemos, hoy que la opinión pública está de nuestra parte, a realizar nuestras aspiraciones, que son las de todo aquel que ama la democracia, en el más breve plazo posible, arrojando del país a los que le empobrecen.
Por todo esto creo que es llegado el caso de que todos los amigos se unan y recojan cuantos elementos crean útiles al fin que nos proponemos.”


Don Nicolás Salmerón, otro ilustre republicano exiliado en Francia, celebraría frecuentes entrevistas con Ruiz Zorrilla, y ambos llegaron a un acuerdo mediante mutuas concesiones, firmando el 25 de agosto de 1876 un “Manifiesto” que comenzaba con las siguientes declaraciones:

“Reunidos en París don Manuel Ruiz Zorrilla y don Nicolás Salmerón, con el fin de concentrar y disciplinar las fuerzas políticas que uno y otro vienen dirigiendo en distintos partidos, y según los antecedentes y significación que cada cual representa, convinieron en reconocer y declarar la legitimidad de la Revolución por la detentación de la soberanía nacional y negación de las libertades públicas de que hoy es víctima la Patria común, y en la necesidad de constituir para antes y después del hecho revolucionario un gran partido político que, con sentido amplio y progresivo, recoja y realice en el Gobierno las aspiraciones y doctrinas de todos aquellos que anhelan ver fundidos en concierto común los intereses de las clases populares, cuya representación en la vida política se puede afirmar que ha llevado el antiguo partido republicano, y de los de la clase media en su parte más liberal, inteligente y laboriosa, cuyo representante más fiel ha sido el antiguo partido progresista y radical.
Los que suscriben, deseosos de llegar a este resultado, que consideran de importancia capitalísima para el éxito de la Revolución, y señaladamente para el afianzamiento de la República, han reconocido la imperiosa necesidad de poner término, en lo que de ellos depende, al estado de fraccionamiento y aun disolución de las fuerzas políticas en España, donde parcialidades, o mejor, banderías engendradas y movidas más por miras y afectos personales que por ideas y tendencias diversas, corrompen la vida pública, introducen el desconcierto en la gobernación del Estado y se oponen constantemente a la formación de grandes partidos políticos que tengan los caracteres todos de verdaderamente nacionales.”


En resumen, Salmerón y Ruiz Zorrilla propugnaban la proclamación de la República junto a la Constitución de 1869, suprimiendo en ella todos los artículos relativos a la monarquía; convocar a las Cortes para que hiciesen la reforma de dicho código fundamental; y realizar, bien por decretos del Gobierno (a reserva de dar cuenta a las Cortes), o por medio de leyes, una serie de reformas administrativas, económicas, electorales y civiles. Así, podría decirse que los dirigentes de revolución antimonárquica ya tenían elaborado su programa, y  fue tal el efecto causado por éste en España, que se constituyeron en todas las provincias Juntas y Comités de carácter republicano, sin distinción de filiaciones o procedencias; y habiéndose encargado Ruiz Zorrilla de organizar los trabajos revolucionarios, dirigió una circular a los republicanos de cada capital de provincia en la que indicaba cómo debía organizarse el movimiento democrático.
Fue entonces cuando, ante la inminencia de una posible sublevación republicana, el Gobierno español protestó contra la permanencia de Ruiz Zorrilla en el país vecino. Y éste fue detenido (en compañía del general Lagunero, Cesáreo Muñoz y otros ilustres exiliados), quedando incomunicado en la Prefectura de París, como si de un vulgar delincuente se tratase. Le fue impuesta la pena de expulsión, ante lo cual no le quedó más remedio que fijar su residencia en Suiza.
La influencia, importancia y autoridad de Ruiz Zorrilla no se evidenciaban sólo con la intemperante orden de expulsión; sino también con el empeño puesto por la Restauración en clamar contra su estancia en tierras francesas, como si un Gobierno extranjero debiese igualmente negarle el pan y la sal. No se puede desplegar más infamia que la desplegada a la sazón por el Gobierno español contra Ruiz Zorrilla. De París, pues, Ruiz Zorrilla tuvo que pasar a Ginebra; y como luego veremos, tendría que marchar a otras naciones, ya que se le perseguía constantemente.
Sin embargo, Ruiz Zorrilla no se dejaba intimidar, y además de las instrucciones que transmitía a sus prosélitos para la buena marcha del movimiento revolucionario, les enviaba un llamamiento que concluía con estas significativas palabras:

“A las armas, pues. ¡Viva la Revolución! ¡Viva la libertad! ¡Viva la República! - Manuel Ruiz Zorrilla."

Damos ahora un pequeño salto en el tiempo, situándonos en el año 1880. El 1 de abril de este año se fundó el Partido Republicano Progresista, al frente del cual figuraba, desde su exilio suizo, Manuel Ruiz Zorrilla. Le secundaban los señores Figuerola, Martos, Montero Ríos, Echegaray, Mosquera, Arias de Miranda, Romero Girón y tantos otros políticos renombrados que profesaban el republicanismo; así como una serie de personalidades que habían destacado en los tiempos de la Primera República: Salmerón, Cervera, Muro, etc, etc. El prestigio de tales hombres (unidos a la sazón en comunidad de aspiraciones y devoción a la causa vencedora en Alcolea y vencida en Sagunto) hizo del Partido Republicano Progresista la fuerza política más poderosa hasta entonces conocida, ya que no sólo contaba con la adhesión de los mencionados ex-ministros y gran número de ex-diputados y ex-senadores; sino con la de militares como el Duque de la Torre, López Domínguez y otras muchas personalidades castrenses.



El régimen monárquico, por otra parte, intentó realizar negociaciones con Ruiz Zorrilla, con el objetivo de lograr que el célebre exiliado abandonase sus ideales revolucionarios y volviese a España. Según parece, el republicano santanderino García Ladevese actuó como agente de Ruiz Zorrilla en una serie de entrevistas con el parlamentario conservador Manuel Silvela, consumado y hábil diplomático. Éste político dijo a García Ladevese que Ruiz Zorrilla estaba malgastando su maravillosa vida en una empresa sin posibilidades de triunfar, ya que la monarquía era indestructible, siendo una verdadera locura el hecho de mantenerse al margen de la Restauración borbónica... Y el rey Alfonso XII no era refractario a las libertades, ni mucho menos; antes bien, anhelaba poner el práctica los principios de la democracia a imagen y semejanza de los más avanzados países de Europa. Por tanto, Ruiz Zorrilla debía convencerse de los benévolos propósitos del monarca y formar parte del sistema político. Silvela se mostraba dispuesto a organizar una entrevista entre Alfonso XII y el exiliado dirigente republicano, incluso en el extranjero, si hacía falta.
Cuando García Ladevese comunicó los propósitos de Silvela a Manuel Ruiz Zorrilla; éste, sin vacilar un momento, exclamó resueltamente:

“¡Eso, nunca! ¿Yo con la Restauración? ¡Jamás! ¡He de morir republicano!”

Mientras tanto, el Partido Republicano Progresista iría sufriendo algunas deserciones: el Duque de la Torre se marchó de él para fundar la Izquierda Dinástica; Romero Girón aceptó la cartera de Justicia en uno de los Gobiernos de Sagasta; Martos hablaba ya de colocarse a reducida distancia del trono; el insigne Echegaray abandonaba su militancia republicana... Pese a todo, en septiembre de 1881 se reunió en Madrid la Junta Directiva del Partido, acordando la formación de un Comité Central, y éste a su vez se reunió en un pequeño local situado en la calle de la Concepción Jerónima, nº 22. Asistieron a tan magna asamblea republicana, entre otros muchos, los señores Morán, Álvarez Ossorio, Sáinz Rueda, La Hoz, Saulate. Nos consta que el tema que allí se trató fue la conveniencia de lograr la República mediante los procedimientos legales y parlamentarios, quedando vencedores los partidarios de la lucha revolucionaria, por 48 votos contra 23.
Poco después, el ilustre exiliado enviaba a sus correligionarios republicanos otra de sus célebres misivas:

“Mi política es, como siempre, de guerra a todo lo que procede del hecho de Sagunto, y mi opinión que nunca debimos ser benévolos para con el Gobierno del 8 de febrero, y que, aun conviniendo ello en los primeros momentos, debemos varias después de haber visto lo que ha ocurrido en las elecciones y haber leído el discurso de la Corona.
Es, pues, mi consejo, que se elijan representantes que defiendan esta política y la hagan triunfar en la Asamblea de nuestro partido. En una palabra: que el Comité Central decida la lucha contra lo existente por los medios que nos ofrezca la legalidad, sin prescindir, imitando a nuestros adversarios, de lo que podamos allegar en otro terreno.”


Desde su amargo destierro, el señor Ruiz Zorrilla no omitía esfuerzo, ni medio alguno, para mantener la más estrecha cohesión entre las fuerzas republicanas, sin rehuir en alguna ocasión la inteligencia con elementos afines, tal y como se haría en mayo de 1885, cuando una alianza de republicanos y liberales derrotaría estrepitosamente a los conservadores en Madrid. Por si fuera poco, don Francesc Pi i Margall fue elegido diputado a Cortes, obteniendo unos espectaculares resultados en toda España.
Con broche de oro se cerraba, por tanto, este período de la historia del republicanismo español. En estos años memorables fue cuando la lucha por las libertades alcanzó su mayor intensidad, a la vez que las probabilidades de éxito más notorias.
Y no conviene pasar por alto que, precisamente en la citada época, fue cuando Ruiz Zorrilla promovió desde su exilio una serie de sublevaciones republicanas que terminarían por fracasar. Convertido en el máximo dirigente del republicanismo revolucionario, nuestro biografiado utilizaría para llevar a cabo sus planes insurreccionales a una serie de eminentes militares afiliados a la clandestina ARM (Asociación Republicana Militar).
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« Respuesta #3 : Diciembre 20, 2011, 17:51:38 »


Se suceden los pronunciamientos republicanos. La táctica insurreccional.

El primero de estos levantamientos republicanos tendría lugar en Badajoz, hallándose circunscrito primero a esta ciudad para extenderse más tarde a otras partes de España. Varios generales de división y de brigada conocían los preparativos de esta rebelión republicana, y estaban más que dispuestos a secundarla. Obró como cabecilla de los militares revolucionarios el general Vega: su amable carácter, su probada energía, sus antiguos y acreditados compromisos con la causa republicana, así como su brillante historial militar, le convirtieron en un digno subordinado de Ruiz Zorrilla.
A la una de la madrugada del 5 de agosto del 1883, toda la guarnición de Badajoz procedió a concentrarse en la Plaza del Minayo, hallándose presentes todos los socios de la ARM. Seguidamente, las tropas de Infanfería (al mando de sargentos o cabos, según la importancia de las mismas) ocuparon todas las calles adyacentes; y, poco a poco, fueron apropiándose de los edificios más importantes: la sucursal del Banco de España, las oficinas de Telégrafos, la Cárcel, la Tesorería de Hacienda... Sin perturbar la tranquilidad pública y sin que llegara a derramarse una sola gota de sangre, aquellas tropas republicanas no cometieron ningún atropello. Las gentes de Badajoz contemplaban con sorpresa el desarrollo de aquella sublevación incruenta, que contaba con el apoyo de todos los republicanos federales o progresistas del lugar (Rubén Landa, Regino Izquierdo, Vicente Martínez, Manuel Rubio...). Pese al éxito de la rebelión pacense, ésta no fue apoyada por las demás guarniciones militares en la fecha convenida; y no hubo otra solución que la de ir pensando en una retirada a tiempo. Al día siguiente, a eso de las 11 de la mañana, todos los militares insurrectos marchaban a Portugal.
Pese al fracaso de Badajoz, tres jornadas después se levantó en armas el Regimiento de Caballería de Santo Domingo de la Calzada, en tierras riojanas. Al frente de esta nueva sublevación republicana se situó el teniente  Juan José Cebrián, secundado por los sargentos Fernando Gómez, José Guerrero, Gregorio Cano y Félix Alonso Llorente. El señor Cebrián murió a mano airada en el puente de Villanueva de Cameros y los cuatro sargentos mencionados serían condenados a la pena capital; mientras que el republicano Doroteo Calleja fue sancionado con una pena de cadena perpetua. Contribuyó a los preparativos de la rebelión de Santo Domingo de la Calzada el ex-diputado riojano Juan Manuel Zapatero, de gratísima recordación.



Simultáneamente, se produjo otra insurrección republicana en la guarnición militar de la Seo de Urgel, auspiciada por tres jefes, diez oficiales y catorce sargentos del Regimiento de Infantería de Vizcaya y de una Compañía de Carabineros; entre los cuales cabe mencionar a Francisco Fontcuberta, Carlos, Franco, Ramón Ortiz, Higinio Mangado, Jerónimo Pou y Manuel Fuminaya. Higinio Mangado, en concreto, era íntimo amigo de Manuel Ruiz Zorrilla, a quien había visitado en su exilio francés. Por desgracia, esta nueva sublevación fracasaría estrepitosamente, lo mismo que las dos anteriores.
Pero los partidarios de Ruiz Zorrilla no se daban por vencidos, y las conspiraciones o rebeliones contra la monarquía alfonsina se sucederían en los años venideros. En abril de 1884 tuvo lugar un levantamiento armado en el Pirineo navarro, que costó la vida a todos los que participaron en él. Durante los dos años siguientes se produjeron otras intentonas revolucionarias, pero Ruiz Zorrilla no tendría ya ninguna participación en sus preparativos. Y es que el caudillo republicano se hallaba consagrado a una tarea de alcance muy superior, cuyo campo de acción debía ser la totalidad de España... Elaborando con perfección sus planes, prescindiendo de todos aquellos que no cumpliesen sus compromisos, Ruiz Zorrilla se dedicaba en secreto a la preparación de la sublevación republicana más importante de todas las que tuvieron lugar durante la Restauración borbónica...
Obedeciendo sus instrucciones, los republicanos Marqués de Montemar y Bernardo Portuondo consiguieron, por mediación de la ARM, la adhesión al movimiento revolucionario de buena parte de las guarniciones de Madrid, La Coruña, Ferrol, Jaca y otras ciudades. No parecía enterado el Gobierno de tales trabajos. Sagasta, Presidente del mismo, veraneaba tranquilamente; y habíanse ausentado de Madrid la mayoría de los Ministros, aunque el de Estado, en una circular reservada a los representantes diplomáticos de España, les informaba de que no tardarían en tener lugar graves perturbaciones del orden público, dando con minuciosidad instrucciones para el caso de que en Madrid triunfase una rebelión republicana.
Finalmente, la esperada insurrección se produjo durante la noche del 19 de septiembre de 1886. Salieron a la calle las amotinadas tropas del Cuartel de San Gil, dando vivas a la República y en perfecta formación. Al mismo tiempo, el consecuente republicano Patricio Calleja recorría el Barrio de Pacífico secundado por decenas de correligionarios armados. El general Villacampa, responsable militar del movimiento, se dispuso a trasladarse a los barrios bajos para sublevar a la población, pero sus fuerzas fueron atacadas por una columna de militares leales a Su Majestad en las cercanías de la Basílica de Atocha. Viéndose derrotado, abandonó Madrid precipitadamente, con la intención de refugiarse en Portugal, siendo apresado a la altura de Colmenar de Oreja. Podemos decir que, a partir de aquellos momentos, la rebelión de Villacampa se deshizo por completo, finalizando así el último golpe militar del siglo XIX. El Gobierno dispuso la detención de significados republicanos progresistas como Santos La Hoz, Valentín Morán, el Marqués de Montemar, Manuel de Llano y Persi... Todos los que se hallaban completamente implicados en la causa republicana fueron vigilados y perseguidos, siendo constantemente molestados con registros, detenciones arbitrarias o inspecciones constantes de sus casas y propiedades.



La malograda sublevación del general Villacampa fue el último de los alzamientos contra la Monarquía que tuvieron lugar en la España de la Restauración; y aunque tras la derrota de aquella intentona republicana permaneciese entre las gentes la tradición de la protesta antiborbónica, no se produciría ninguna rebelión del mismo signo político hasta el 2 de agosto de 1911, cuando parte de la dotación del buque militar “Numancia” se amotinó en nombre de los ideales republicanos. Casi todos sus impulsores fueron condenados a muerte, convirtiéndose así en heroicos antecesores de Galán y García Hernández, los valientes capitanes de Jaca.
Por su parte, Manuel Ruiz Zorrilla conservó intacto su fervor revolucionario, y a la vez que preparaba una serie de actos de protesta, se esforzaba en organizar las fuerzas del Partido Republicano Progresista. El 26 de febrero de 1886, redactó en Londres un extenso “Manifiesto” dirigido a la opinión pública española.

Surge la Unión Republicana. Éxito en las elecciones a Cortes de 1895.

Con los inicios de la década de 1890, se abrió un período de inusitada actividad para todos los republicanos de nuestro país. En 1891, el señor Salmerón y sus más fieles compañeros fundaron el Partido Republicano Centralista, acordando su programa en una concurrida Asamblea y declarando de gran interés para la causa republicana el hecho de que exista cordialidad entre todas las fuerzas antimonárquicas, de la manera más amplia y eficaz posible. Un año después, Ruiz Zorrilla publica otro de sus importantes “Manifiestos” republicanos, en los cuales proponía soluciones para todos los problemas que a la sazón se debatían en tierras españolas. Leyendo estos textos, percibimos que Ruiz Zorrilla conocía a fondo las más importantes cuestiones patrias, pese a su prolongado exilio, tratando con profundidad asuntos como la defensa militar, la Iglesia, el proletariado, las relaciones exteriores, la Administración Pública... No olvidaba nada de todo lo que un verdadero estadista debe tener previsto para el día en que sea llamado a la gobernación de su país.
Como resultado de las labores de fraternidad y concordia que las diferentes fuerzas republicanas realizaban entre ellas, el 23 de enero de 1893 surgía la Unión Republicana, potente coalición entre los republicanos centralistas, federales y progresistas. He aquí las bases de su actuación política:

“1.ª – El fin de la Unión Republicana es acelerar el advenimiento de la República.
2.ª – Para la consecución de este fin utilizará, con la actividad y energía que exigen las angustias de la Patria, todos los medios que las circunstancias proporcionen o aconsejen.
3.ª – La Unión tendrá una Junta directiva, residente en Madrid, compuesta de nueve individuos, elegidos tres por cada una de las direcciones nacionales de los partidos republicanos.
A dicha Junta corresponderá la suprema elección de los tres partidos para todos sus fines generales y comunes, y estará ampliamente facultada para nombrar, dentro y fuera de Madrid, las delegaciones que estime necesarias.
4.ª – Se constituirá inmediatamente después de proclamada la República, un Gobierno provisional, en que tendrán justa representación todas aquellas fuerzas políticas que concurran al triunfo de aquella.
5.ª – Los partidos que constituyen la presente Unión se comprometen a someterse a la Constitución que en definitiva el país se dé, obligándose recíprocamente, cualquiera que sea la forma de la futura República, a no perseguir, fuera de los medios legales, la realización de sus peculiares aspiraciones.”


Firmaron estas bases (entre otros representantes de los partidos coaligados) los señores Azcárate, Cervera, González, Labra, Palanca, Pedregal, Ruiz Chamorro y Salmerón por el Partido Republicano Centralista; Benot, Coll i Puig, Moya, Palma, Pi i Margall y Vallés i Ribot por el Partido Republicano Federal; Esquedo Ginard de la Rosa, Hidalgo Saavedra, La Hoz, Llano y Persi, Muro, Romero Gilsanz, Ruiz Zorrilla, Sol i Ortega, Vela y Zuazo por el Partido Republicano Progresista.
El éxito de ésta poderosa coalición de fuerzas republicanas no se hizo aguardar, pues en las elecciones de 1893 la candidatura republicana triunfó por todo lo alto en Madrid, siendo elegidos diputados por esta circunscripción los ilustres José María Esquerdo, Nicolás Salmerón, Manuel Pedregal, Francesc Pi i Margall, Manuel Ruiz Zorrilla (de manera simbólica, pues permanecía en el exilio) y Eduardo Benot.
Al producirse una sublevación en Marruecos contra las tropas españolas, Ruiz Zorrilla, patriota siempre, depuso toda actitud revolucionaria, manifestando que frente al enemigo extranjero sólo cabe defender la unión de todos los españoles, cualquiera que sea su ideología política. Para el caudillo republicano, era esencial castigar a todos los que habían agredido a la Patria; y expresó sus elevados pensamientos mediante una carta a José María Esquerdo (uno de los más notables dirigentes de la Unión Republicana). Ésta fue, por desgracia, la última vez que el célebre exiliado se puso en contacto con sus correligionarios de España.

« Última modificación: Febrero 04, 2015, 20:59:11 por Maelstrom » En línea
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« Respuesta #4 : Diciembre 20, 2011, 17:58:19 »


Fallecimiento de su fiel esposa. El último año del exilio.

Cuando parecía que las más halagüeñas esperanzas de los republicanos estaban a punto de lograrse, fallecía en el exilio doña María de la Paz Barbadillo, esposa del caudillo republicano. Fue una pulmonía fulminante, según parece, la que puso fin a su existencia. Distiguían a la difunta todo tipo de virtudes y bondades, siendo   su matrimonio una verdadera historia de amor. La señora Barbadillo siguió a Ruiz Zorrilla en su primer destierro de 1866, lo mismo que en el de 1875; y acompañó a su marido en las horas alegres del triunfo, así como en las tristes de la derrota, ennobleciendo su hogar, del que la muerte arrebató en tierna edad a sus cuatro pequeños hijos...
Ruiz Zorrilla dispuso el traslado a España del cadáver de la difunta, que fue enterrado en el cementerio de Burgos, al lado de los restos de su madre, cumpliéndose así la voluntad manifestada por la extinta. Con este motivo, se puso de manifiesto el aprecio que tantos españoles sentían por Ruiz Zorrilla, ya que el cadáver fue acompañado hasta Burgos por innumerables amigos y partidarios del ilustre exiliado, que ofrecieron inequívocas muestras de su dolor. Fue una demostración unánime del pesar que aquella cruel desgracia produjo en todos los correligionarios de Ruiz Zorrilla. La pena que laceraba el corazón del caudillo republicano fue tanta que, desde entonces, comenzó a padecer las fatales dolencias que acabarían por llevarle a la tumba.
No obstante, Ruiz Zorrilla seguía desarrollando sus proyectos, procurando, en la medida de lo posible, intensificar la lucha revolucionaria, a la que se hallaba enteramente consagrado desde 1874. Poniéndose de acuerdo con la Junta Directiva del Partido Republicano Progresista, el célebre exiliado convocó una Asamblea general de esta formación política en Madrid; precisamente a los catorce años de su fundación, el 1 de abril de 1880, en la que participó junto a renombrados políticos, muchos de los cuales acabarían por abandonar el republicanismo (tal y como hicieron Martos, Montero Ríos o Echegaray, por recordar algunos nombres). Pues bien, esta Asamblea republicana celebraría sus sesiones en el madrileño Teatro Romea entre los días 1 y 5 de abril de 1894, en medio del más extraordinario entusiasmo. Asistieron a ella, entre otros, republicanos como José María Esquerdo (Presidente de aquellas sesiones), Joan Sol i Ortega (Vicepresidente), Eusebio Ruiz Chamorro, José Mestanza, Fernando Romero Gilsanz, Santos La Hoz, Ignacio Hidalgo Saavedra, Antonio Ruiz Beneyán, Francisco Benito Nebreda, Pedro Bernardo Orcasitas, Miguel Sawa, Basilio Lacort, Aureliano Fernández Albert, Félix González Llana, Juan Lozano, Rafael Sevilla, Juan Gualberto Ballesteros, Luis Ojeda, José Muro, Eduardo Baselga, Toribio Fernández Morales... Hicieron acto de presencia, además, los representantes de la prensa republicana de toda España, compuesta por un considerable número de diarios: El Baluarte (Sevilla); La Coalición (Badajoz); El Clamor (Castellón); El Demócrata (Tudela); El Porvenir (León); El Progresista (Málaga); La Atalaya (Guadalajara); La Unión Republicana (Burgos); La República Española (Ávila); La Libertad y La Revancha (ambos de Valladolid); La Unión Democrática (Alicante); y otros tantos de grata memoria, siendo el más característico de todos El País, de Madrid, representado por don Alejandro Lerroux, un cordobés que llamó la atención de todos los allí reunidos. Con el paso del tiempo, como es sabido, el señor Lerroux daría mucho que hablar..



Mientras tanto, la salud de Ruiz Zorrilla iba empeorando. Llevaba una vida retirada en una finca con un hermoso jardín y una huerta regada por el agua de un aljibe, situada no muy lejos de las riberas del Sena. Allí, bajo la sombra de unos frondosos árboles, Ruiz Zorrilla leía la prensa y hablaba de política con sus más íntimos amigos. Por las tardes, paseaba tranquilamente, y examinaba en la huerta el crecimiento de unas pequeñas plantas cuyas semillas había hecho traer de Tablada, su finca palentina.
Una triste noche, hallándose en casa de su amigo monsieur Carey, sufrió un ataque al corazón y cayó al suelo sin sentido. Los dolores que padecía el ilustre republicano se fueron agravando, cada vez más, haciéndose completamente insoportables. En el horizonte se vislumbraba ya la muerte, y Ruiz Zorrilla no podía hacer otra cosa que esperar. Y la muerte, sólo ella, fue la única que pudo vencer los fijos propósitos, la voluntad férrea, el ánimo varonil y esforzado del gran proscrito. De no haber sobrevenido la mortal dolencia, Ruiz Zorrilla jamás hubiese regresado a España. Con razón decía el inolvidable dramaturgo Manuel Tamayo y Baus que Ruiz Zorrilla era digno de toda admiración por el temple y la tenacidad de su carácter, por su ejemplar e insuperable coherencia en el campo de la política. No debe extrañarnos, pues, el culto y la admiración que le profesaban sus partidarios, a quienes escribía una y otra vez que los prohombres de la Restauración podrían arrebatarle la Patria, pero nunca el afecto de sus amigos. Y así ocurrió.
Las noticias sobre la enfermedad de Ruiz Zorrilla no tardaron en llegar a la opinión pública española, causando toda clase de reacciones. En un postrer esfuerzo, el gran exiliado había desplegado otra vez la bandera del republicanismo, y todo el mundo, dentro y fuera del país, prestaba atención a las campañas que había ido preparando el caudillo revolucionario. Había en sus partidarios esperanzas de un próximo cambio; en sus adversarios; temores de que sería inútil pretender resistir a las ideas y procedimientos por él sustentados; en la atmósfera política, por otra parte, había algo de las sensaciones asfixiantes que preceden siempre a las grandes conmociones. Una situación, en fin, que parecía favorecer los planes que con tanta tenacidad y desde hace tantos años habían defendido los republicanos españoles.

Otra vez en España. Enfermedad y muerte en Burgos.

En febrero de 1895, Ruiz Zorrilla regresó a España, suscitando muchísima impresión. Con el propósito de restablecer su quebrantada salud, se instaló en la hermosa finca La Pileta, emplazada en Villajoyosa (Alicante). Allí, la asistencia médica del doctor Esquerdo, el clima levantino y las constantes visitas de republicanos de toda España contribuyeron a mejorar un poco la vacilante salud del enfermo. Sin embargo, Ruiz Zorrilla se mostraba deseoso de pasar una temporada en Burgos, ciudad que apreciaba con todo su corazón. Cada vez que Ruiz Zorrilla pensaba en Burgos, recordaba la época de sus amores con la que fuera su inseparable esposa, evocaba la casa solariega donde contrajo matrimonio y los más felices días de su juventud... ¡Cuántos y cuán imborrables recuerdos! Al final, Ruiz Zorrilla emprendió el viaje hacia Burgos, convencido de que su estancia en esta ciudad castellana acabaría por devolverle, si no todas, algunas de sus perdidas energías.
Por fin, Ruiz Zorrilla regresaba a Castilla la Vieja, la región que le había visto nacer. A su paso por la provincia de Palencia pudo vislumbrar, ya entre las primeras sombras de la noche, los contornos de la finca de Tablada, tan recordada por él en los amargos tiempos del exilio. La fatalidad le condujo cerca, muy cerca, de aquel lugar que idolatraba, y no pudo llegar a ver aquellos árboles, ni aquellas fuentes, debiendo morir como había vivido: “viendo de cerca la realidad, pero sin tocarla”; según dijo con acierto uno de los escritores de sus tiempos.
La muy débil salud de Ruiz Zorrilla, empero, seguía sin acusar mejora alguna. Tanto los recursos de la Medicina como los cuidados de sus familiares fueron ineficaces; y el ilustre republicano presentía ya el fin de sus días. El 13 de junio de 1895, a eso de las siete de la mañana, Ruiz Zorrilla exhalaba su último suspiro. Y aquel día, de verdadero duelo nacional, no se olvidará jamás: todos los liberales lloraron aquella desgracia, todos los demócratas se estremecieron con honda y viva emoción. Había dejado de existir el más valiente de los progresistas, el más tenaz de los republicanos.
Burgos, la hermosa ciudad castellana que viera partir al Cid hacia un amargo destierro, había visto morir a otro hombre no menos heroico. Y a ella llegaban ahora infinidad de republicanos procedentes de toda España, deseosos de rendir un sentido homenaje a quien había sido uno de sus máximos dirigentes. El sepelio de Manuel Ruiz Zorrilla fue un imponente acontecimiento, algo nunca visto en Burgos. Un republicano llamado Eusebio Blasco describió así el funeral del caudillo revolucionario:

“Temíase que lloviera. El tiempo fue, sin embargo, espléndido: una tarde de verano en Castilla.
Llegaron por la mañana republicanos de todas partes, y las Comisiones pasaron de trescientas.
Desde las primeras horas comenzó el pueblo a acudir a la casa mortuoria. Los que no habían podido verle en la semana por estar trabajando, aprovecharon el día de fiesta, y la concurrencia fue numerosísima.
A las cinco en punto debía partir el cortejo fúnebre para el cementerio. Desde las tres la plaza estaba ya llena de gentes: delegados, amigos, periodistas, parientes, republicanos de todos los matices, el pueblo en masa.
Dos enormes coches, cubiertos de negros paños, no bastaban a contener las coronas de todos los tamaños, de todos los colores, de todas las flores. La población de Burgos no había visto jamás tantas coronas juntas.
Sobre la caja, que a las cinco en punto apareció en hombros de ocho amigos, no había más que un modestísimo ramo de rosas. El ramo del sargento Gallego. Con este ramo, clavado al féretro, ha sido enterrado don Manuel. Me interesa recordarlo para que el antiguo soldado sepa que he cumplido su encargo.
El primero que llega para coger una cinta del féretro fue Alejandro Lerroux; con él estaban Lacort, Vela, Orcasitas, los secretarios de Ruiz Zorrilla y amigos más íntimos, Eduardo Peña, Enrique Alba, Campillos, Dualde, Bernar, el respetable anciano Foncillas, Paraíso, Martínez Bringas, Enrique Marcilla, Nebreda, Maltrana, Baselga, Muro, Guinea, Hidalgo Saavedra, Marcos, Elósegui, Trevijano... ¿Quién pudiera recordarlos a todos? Artola va organizando la composición del cortejo. Llevan cintas los fieles amigos, de ocho en ocho, y se irán renovando en el camino, porque todos quieren llevar una. El general Ruiz Zorrilla, con lágrimas en los ojos, lleva también la suya. El cura Ullana, aquel que todo lo debió a don Manuel, viene con ellos. Preside Esquerdo, tan sumamente afectado, que apenas si puede tenerse en pie. Aquellos viejos progresistas madrileños o burgaleses lloran todos...
La comitiva se pone en marcha. “En pleno poder, y cuando era presidente del Gobierno, no hubiera tenido más gente”, dice uno. No exageró quien esto dijo.
Recorren las calles, después de haber llevado el cadáver al pórtico de la iglesia de San Lorenzo. De allí, por las principales calles, al cementerio.
El cementerio está en un alto. Hay varias cuestas para llegar a él, tapias con huertos y casas en construcción. Todas las alturas están coronadas de gente que espera. Delante de la puerta del último lugar detiénese el carro mortuorio, frente por frente al mausoleo del Empecinado.
Allí hay una verdadera batalla para entrar. El pueblo fuerza la puerta. No hay más que cuatro guardias de orden público. El gobernador, que es un periodista, conoce el corazón humano y no ha tomado precaución ninguna. Gracias a él, el dolor ha estado entregado a sí mismo.
Sacan la caja, sobre la cual brilla el ramito de rosas aquel. Entra en el nicho el féretro... Ya se acabó todo. Ya se acabaron los entusiasmos, los grandes discursos, las persecuciones, las amarguras, los largos destierros, la lucha constante, la energía célebre... Hoy, un cadáver; mañana, huesos, ceniza, nada.
La comitiva se disuelve, bajan los grupos lentamente a la ciudad; a las nueve se va el tren, las Comisiones volverán a sus pueblos, las divisiones comenzarán su obra de destrucción; los ancianos liberales pueden decir que vieron lo que tal vez no verán nuestros hijos. Entusiasmos, constancia, fe.”


Murió Ruiz Zorrilla; pero sus enseñanzas, su ejemplaridad, su patriotismo, sus virtudes y sus ansias de liberación vivirán para siempre, iluminando el camino de todos los que luchan por el bien común. Su excelsa figura tuvo algo de mártir, mucho de héroe, no poco del adalid consagrado al triunfo de una causa...
El Partido Republicano Progresista, sin embargo, no desapareció con el óbito de Ruiz Zorrilla; como tampoco se extinguieron las protestas revolucionarias que él encabezara. Reorganizados bajo la jefatura del ilustre doctor Esquerdo, los republicanos progresistas terminarían de cumplir su misión histórica, desapareciendo después de culminada ésta.
¡Qué distintos hubieran sido los destinos de España si Manuel Ruiz Zorrilla hubiese triunfado!

« Última modificación: Febrero 11, 2018, 12:46:08 por Maelstrom » En línea
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« Respuesta #5 : Diciembre 20, 2011, 18:07:03 »


Àngel Duarte, Pere Gabriel - El republicanismo español (2000)
Pedro Gómez Chaix - Ruiz Zorrilla. El ciudadano ejemplar  (1934)
Eduardo González Calleja - La razón de la fuerza: orden público, subversión y violencia política en la Restauración (1875-1917)
Joaquín Martín de Olías - Ruiz Zorrilla (1877)
Jesús Pabón - Cambó: 1876-1947 (1952)
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