Conviene dejar constancia, sin embargo, de las dificultades y polémicas que tuvieron lugar en el seno del Consistorio vallisoletano. Y es que éste se hallaba dividido en dos tendencias: la llamada “mayoría”, encabezada por el alcalde Iscar; y la “minoría”, dirigida por César Alba y que posteriormente se adscribiría al Partido Liberal Fusionista. La tirantez entre unos y otros llegó a provocar verdaderos enfrentamientos que trascendían a la opinión pública, siendo reflejados por una prensa local politizada: “El Norte de Castilla” defendería la gestión de Miguel Iscar, mientras que “La Crónica Mercantil” apoyaría a la “minoría” de César Alba. Tanto Iscar como su oponente lamentarían, pese a todo, una desunión que sólo servía para perjudicar a los intereses de Valladolid.
Y ahora, pasemos a examinar los aspectos más sobresalientes de la gestión de Miguel Iscar. Como veremos, este magnífico alcalde llevó a cabo importantes proyectos, desempeñando su labor al frente del Ayuntamiento de Valladolid con innegable acierto.
Su gestión económicaAl tomar posesión de la alcaldía, Iscar heredó muchas e importantes realizaciones en marcha, pero también una angustiosa situación económica: Valladolid tenía con la Hacienda estatal un descubierto superior a las 30.000 pesetas. Para hacer frente a tal situación, procedió al saneamiento de la administración de consumos, que era la principal fuente de ahorros del municipio y cuya recaudación había disminuido en meses anteriores. Una minuciosa investigación le llevó al convencimiento de que la causa era la negligencia de una gran parte del personal encargado de la recaudación. En abril de aquel año, consiguió amplios poderes para proceder a una reorganización de la administración de arbitrios y, al mismo tiempo, modificar la línea de fielatos o puestos de vigilancia. Destituyó entonces a varios empleados del ramo, sustituyéndolos inmediatamente, e impuso serios correctivos a otros. Tal actitud (que contó con la oposición de la “minoría”) obtuvo resultados instantáneos: la recaudación aumentó espectacularmente en los meses siguientes, hasta tal punto que las autoridades llegaron a ingresar unos 50.000 duros por consumos.
Mucho de lo alcanzado se debía a las gestiones personales de Miguel Iscar. A este respecto hay que señalar lo que nos refiere Laureano Álvarez:
“Necesitó moralizar la administración de consumos, y lo consiguió, merced, en gran parte, a su personal e infatigable vigilancia nocturna. Sólo unas veces, y acompañado de un cabo de serenos otras, presentábase inesperadamente a altas horas de la noche en los fielatos encargados de la recaudación de éste impuesto. Si encontraba qué corregir, lo hacía con gran energía, si tan sólo tenía que advertir, lo modificaba con gran dulzura”.
Con todo, la abundancia de obras de envergadura emprendidas dificultó el desenvolvimiento de la economía municipal. En ocasiones, la administración central apremió al Ayuntamiento vallisoletano, amenazándole con la incautación de los consumos. Iscar, experto en temas económicos, capeó el temporal con sabiduría y audacia, pero a veces tuvo que recurrir a disposiciones impopulares (como disminuir el número de obreros empleados por el Consistorio en época veraniega o reducir el alumbrado público en las noches claras...)
Su gestión económica fue arriesgada. No renunció a ninguna de las obras emprendidas. En contrapartida, endureció la presión fiscal aumentando las tasas a los propietarios.
A mediados de 1879, la situación económica de Valladolid era bastante satisfactoria, pero poco después, la necesidad de dar trabajo a más de 1.000 obreros absorbió todos los ingresos. La Hacienda pública apremiaba de nuevo a las autoridades locales, y Miguel Iscar tuvo que recurrir al Gobernador Civil para que se le concediese un respiro. Confiaba en que podría salir de tan considerable apuro...
Cuando le sorprendió la muerte, se mostraba partidario de enajenar las posesiones municipales de los pinares de El Esparragal y Navabuena para poder continuar con las obras emprendidas. Sería el sr. Ramón Pardo, su continuador al frente de la alcaldía, quien realizase definitivamente este propósito.
Importantes realizaciones prácticasSiguiendo las pautas marcadas por la corporación anterior, Miguel Iscar dedicó gran atención al urbanismo de Valladolid. Se concluyeron las obras del cierre del Esgueva en la zona del Rastro, procediendo a la urbanización del paraje, al que se dotó de una nueva rasante. Para culminar el proceso, restaba sólo cubrir el Esgueva entre Santiago y su desembocadura en el Pisuerga; las obras de ésta última fase comenzarían a llevarse a cabo en julio de 1880.
Se continuó también el proyecto (ya muy avanzado) de prolongar la calle Constitución en sus dos sectores: Duque de la Victoria a Teresa Gil, denominada Alfonso XII, y desde allí hasta Orates, que se llamaría Regalado. La necesidad de expropiar muchos solares dilató el proceso. Se empedraron o embaldosaron total o parcialmente las calles de Santiago, Acera de Recoletos, Moros, Platerías, Alfareros, María de Molina, Panaderos, Librería y Alfonso XII; así como la Plaza de Santa María.
Con un criterio urbanístico netamente moderno, Miguel Iscar ideó la apertura de unas calles de trazado rectilíneo que comunicarían entre sí los puntos vitales de la ciudad. Algunos de estos proyectos acabarían realizándose tras su muerte: prolongación de la calle de la Victoria (que sería la calle Gamazo), apertura de una calle entre la plazuela de Santa María y el Campillo (es decir, la futura López Gomez)... Otros, en cambio, nunca se hicieron efectivos, como la prolongación de las calles Mendizábal y Platerías. Éste último, el más espectacular, intentaba comunicar directamente la Estación del Norte (enlazando con Duque de la Victoria y su prolongación) con San Pablo. Suponía, por tanto, la desaparición de la iglesia de la Cruz. Muy pocas voces se alzaron para defenderla pero, afortunadamente, tal proyecto no prosperó. Igual suerte corrió la proyectada reforma de la plazuela del Ochavo y sus callejuelas adyacentes... Pero la idea urbanística más ambiciosa de Miguel Iscar, truncada por su muerte, no era sino la transformación de todos los terrenos comprendidos entre el Campo Grande, el Rastro y la Estación del Norte. Incluía, además, la edificación en la Acera de Recoletos de casas con soportales, intentando así crear un paseo de invierno para disfrute de los vallisoletanos.
La reforma o construcción de nueva planta de edificios públicos fue también otro de los aspectos más relevantes de su gestión. Además de concluir el nuevo matadero que el alcalde Gardoqui había comenzado a construir en el Prado de la Magdalena, Miguel Iscar llevó a cabo evidentes mejoras en el Palacio de Justicia, las Academias de Bellas Artes y de Caballería, los Mostenses, el Cuartel de San Ambrosio y el Hospital de Santa María de Esgueva.
A Miguel Iscar debemos también el derribo del viejo Ayuntamiento y el proyecto de uno nuevo, que no sería una realidad hasta muchos años más tarde. En el principio se había pensado arreglar el antiguo edificio del siglo XVI, pero su estado ruinoso impulsó a disponer su demolición. El Ayuntamiento se instaló entonces en el antiguo palacio de Ortiz Vega, emplazado en la calle Duque de la Victoria, donde se celebraría una sesión el 4 de marzo de 1879. Ciertas dificultades económicas y técnicas retrasaron la construcción, lo que supuso críticas y burlas contra Miguel Iscar, a quien algunos llamaban “alcalde ruinas”.
Una de las más trascendentales realizaciones debidas a su gestión fue, sin duda, la construcción de tres nuevos mercados. Y es que la iniciativa de dotar a Valladolid de unos mercados permanentes bajo techo había sido acariciada ya por las autoridades locales anteriores. Se conservan varios proyectos que, por causas diversas, no llegaron a ser realidad. Para paliar su falta, se habían construido en 1866 unas casetas de madera en las plazuelas de la Red (Rinconada), Portugalete y Campillo (Plaza de España). Nada más hacerse con la alcaldía, Miguel Iscar se dispuso a ejecutar aquellos proyectos. Para dos de ellos, se mantuvieron los tradicionales lugares de Portugalete y Campillo; variándose la ubicación del tercero, que acabaría colocándose en la plazuela del Malcocinado (o del Val).
Existía ya un proyecto firmado por el arquitecto municipal Joaquín Ruiz Sierra, que es ahora reformado y adaptado a los respectivos emplazamientos. Los planos (que se atenían a las últimas tendencias de la arquitectura) presentaban entre sí ligeras variantes de diseño, pero respondían a una misma concepción: edificios longitudinales, de una sola planta, con cimientos y zócalos de piedra y ladrillo, reservando el hierro para los elementos sustentantes y de cubrición. Este proyecto se inspiraba, claramente, en los mercados franceses.
Finalmente, el 15 de julio de 1878 se celebró una subasta pública para la construcción de los tres mercados. El de Portugalete abarcaba una superficie de 1.946, 60 m2 y se presupuestaba en 166.105,53 pesetas; el del Val (que luego se ampliaría) medía 1.440 m2 y costaba 130.617,39 pesetas; y el del Campillo de San Andrés, el mayor, tenía 2.400 m2 y se calculaba en 210.288 pesetas. Los contratistas se obligaban a dar un año de garantía a partir de la terminación de las obras. Para resolver todas las dificultades técnicas que tales construcciones pudiesen presentar, se establecían como modelo “Les Halles Centrales”, los modernos mercados levantados en la ciudad francesa de Bayona.
Las obras de los tres mercados se iniciaron rápidamente, pero se dilataron más de la cuenta en los del Val y Portugalete. En el caso de este último, las dificultades surgieron por la circunstancia de hallarse emplazado sobre el cauce del ramal norteño del Esgueva, lo que causó problemas de cimentación. Afortunadamente, se terminó se construir en mayo de 1881. La construcción del mercado del Val, por su parte, fue la más laboriosa. En el verano del 81, muerto ya Miguel Iscar, las obras se suspendieron porque se dudaba de la estabilidad de aquel edificio; pero el informe favorable de los arquitectos permitió que las obras siguieran adelante, finalizándose éstas en 1882. Tanto en el mercado de Portugalete como en el del Val se había modificado el tradicional sistema de cubierta, sustituyendo el zinc por la teja plana. Y en lo que al mercado del Campillo respecta, hemos de reseñar que fue el primero de los tres en estar terminado: una empresa de Francia facilitó las estructuras de hierro necesarias; en marzo de 1880 se estaba ya pintado y el 19 de noviembre del mismo año, once días después de morir Miguel Iscar, se daba por concluido. Su constructor (el sr. Jacinto Peña, amigo personal del difunto alcalde) solemnizó la feliz terminación de las obras el 5 de diciembre, obsequiando a más de 300 pobres con una comida celebrada en el interior del edificio. Pocos días más tarde, el Ayuntamiento de Valladolid acordó colocar en la puerta del mercado una lápida que recordaba la fecha de inauguración de las obras, siendo alcalde Miguel Iscar.
También fue mucho lo que se hizo en asuntos de saneamiento. La distribución de aguas a la ciudad continuó a partir de la elevación de aguas del Pisuerga, logro del Ayuntamiento anterior: así pudieron abastecerse los barrios de San Juan, San Pedro, Santa Clara y San Ildefonso; estableciéndose también cuatro fuentes para la vecindad. El alcantarillado era casi inexistente. Ante la imposibilidad de llevar a la práctica el proyecto general para toda la ciudad, se acometieron realizaciones parciales en la zona que va desde la Plaza Mayor hasta la Rinconada, así como las calles de Mantería, Labradores, la plazuela de la Cruz Verde y el barrio de San Ildefonso. Los propietarios colaboraron con el Ayuntamiento de Valladolid sufragando parte de las obras.
La construcción del Canal del Duero, tan necesario para aumentar la dotación de aguas a la ciudad, fue un asunto largo y complejo que sólo se haría realidad poco después de morir Miguel Iscar, y debido en gran parte a sus gestiones. El Ayuntamiento cooperó con 7 millones de reales en esta empresa, cuya concesión pertenecía al Marqués de Salamanca, participando también en ella la sociedad “Unión Castellana”.
Otras cuestiones de utilidad pública atrajeron también su atención: obligó a los propietarios de viviendas a dotarlas de canales para las aguas de lluvia, mejoró los servicios contra incendios, organizó el horario para serenos y guardias municipales de manera que la ciudad estuviese siempre bajo vigilancia, etc. La necesidad de la asistencia domiciliaria hizo que Miguel Iscar elaborase una luminosa y detallada memoria sobre el tema. La faceta de la educación, por otra parte, fue también atendida: se crearon dos escuelas de párvulos y tres de adultos, pero se necesitaban muchas más; los locales de algunas estaban en muy malas condiciones y era mucho lo que aún quedaba por hacer...
Algunos criticaron que no se dedicase a la enseñanza parte del dinero que se empleaba en el embellecimiento de la ciudad. Efectivamente, las obras de ornamentación fueron particularmente apreciadas por el señor Iscar. Las plazuelas de Tenerías y el Salvador se hermosearon, dotándolas de arbolado y bancos, y la de Santa Cruz experimentó una radical transformación: derribadas las tapias que cercaban el Palacio, entonces Museo, se trazaron jardines y plantaciones que convirtieron el lugar en un hermoso jardín. Se hicieron también mejoreas en el Prado de la Magdalena; y el vivero de San Lorenzo, en las Moreras, se cerró con setos espinosos, dotándole de un acceso flanqueado por dos pilares rematados por leones.
Pero sin duda, la obra cumbre de Miguel Iscar, su proyecto más querido y el que más huella dejó en Valladolid, fue la transformación del Campo Grande en el parque frondoso que hoy conocemos. Terreno baldío hasta 1787, año en que se realizaron las primeras plantaciones, el Campo Grande había sido objeto durante el siglo XIX de reformas fragmentarias, limitadas generalmente a la formación de paseos rectilíneos paralelos a la Acera de Recoletos. Muchas de estas mejoras habían fracasado por dificultades económicas y falta de riego. Pero el asunto no dejaba de preocupar a la ciudad, pues el Campo Grande era el paseo favorito de los vallisoletanos decimonónicos.
Desde su ascenso a la alcaldía, Miguel Iscar acariciaba la idea de transformar por completo aquel lugar, mediante la eliminación de todos los trazados existentes y su conversión en un jardín paisajístico de líneas curvas, abundante vegetación y elementos decorativos. Un modelo válido era el de los jardines barceloneses. Iscar recurrió a su amigo Cástor Ibáñez de Aldecoa (que había sido Gobernador Civil de Valladolid y entonces lo era de Barcelona) con el afán de que le enviase a las personas idóneas para su proyecto de jardinería. Fueron éstas Ramón Oliva, jardinero catalán de gran prestigio, y su sobrino Francisco Sabadell. A la vista de un croquis enviado desde Valladolid y ya reconocido el terreno, Oliva trazó el plano de la sustancial reforma del Campo Grande, que se aprobaría oficialmente el 7 de diciembre de 1877. El día 15 comenzaría por fin el trazado de los jardines. Al frente de tales obras figuraba Francisco Sabadell, quien se instalaría definitivamente en Valladolid y acabaría por convertirse en el brazo derecho de Miguel Iscar.
La mayoría de los vallisoletanos acogieron con entusiasmo las obras del Campo Grande, aunque no faltaron los suspicaces que criticaban (entre otras cosas) las especies vegetales escogidas por Oliva y adquiridas en el extranjero. Además, la “minoría” del Ayuntamiento quiso obligar a Iscar a suspender los trabajos, porque suponían para ellos un gasto excesivo; y éste defendió el jardín contra viento y marea. Poco a poco, a la vista de los resultados, las críticas contra Miguel Iscar se trocaron en alabanzas.
Apertura de zanjas, movimiento de tierras, trazados de senderos y parterres, plantaciones de todas las clases (hasta 39 especies diferentes), instalación de elementos de riego, de alumbrado de gas, de bancos de piedra y madera; fueron las tareas que ocuparon a numerosos obreros durante los años 1878 y 1879, vigilados por Sabadell y con esporádicas visitas de inspección de Oliva. En este último año, se construyeron además el estanque y la cascada; ésta última (cuyo trazado realizó el señor Oliva en abril) fue criticada como obra de excesivo lujo, y su dilatada construcción presentó muchos problemas. La estructura del montículo artificial que la formaba se hizo con piedras procedentes del derribo del viejo Ayuntamiento, y para adornarle se trajeron estalactitas de la cueva de Atapuerca (Burgos); lo que ocasionó una protesta de los burgaleses, que se sintieron víctimas de un expolio.
A mediados de 1879, las obras realizadas hasta entonces habían supuesto un desembolso de 88.000 pesetas y se juzgaba que habían merecido la pena. Uno de los últimos elementos decorativos del Campo Grande realizados en la época de Miguel Iscar fue el airoso templete de hierro que , situado en el más exterior de los paseos, daba cobijo a las bandas militares encargadas de amenizar las veladas veraniegas. Se inauguró la noche del 15 de agosto con un concierto extraordinario. Al mismo tiempo se abrió también “el Chalet”, graciosa construcción de tipo tirolés próxima a la entrada del parque, donde luego estaría emplazado el Teatro Pradera: en él se servían “refrescos, cervezas, chocolates y otros géneros” y se ofrecían actuaciones musicales.
A la muerte de Miguel Iscar, los jardines del Campo Grande estaban terminados en toda la zona comprendida entre la Acera de Recoletos y el actual Paseo del Príncipe. El resto (es decir, el sector comprendido entre dicho Paseo y el de Zorrilla) se completaría bajo la alcaldía de Ramón Pardo.
Otras muchos proyectos de reformas y mejoras tenía reservados Miguel Iscar para esta ciudad. Algunos resultarían inviables, otros sólo serían una realidad tras su muerte...


