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Autor Tema: Miguel Iscar. Biografía de un alcalde ejemplar.  (Leído 9221 veces)
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« : Abril 30, 2012, 21:21:35 »




Sus primeros años

Miguel Iscar Juárez nació el 8 de mayo de 1828 en Matapozuelos, municipio vallisoletano perteneciente al partido judicial de Olmedo... Hoy como entonces, esta localidad extiende su llano perfil a la sombra de su esbelta torre parroquial, aunque el paso del tiempo haya transformado en gran parte su fisonomía. Primogénito del matrimonio formado por Laureano Iscar García y Celedonia Juárez Román, ambos oriundos de Matapozuelos, recibió las aguas bautismales tres días después en la iglesia de Sta. María Magdalena, siendo apadrinado por sus tíos Félix Iscar y Manuela Juárez. Tuvo por patronos a San Mamerto y San José.
A pesar de lo que recogen algunos historiadores, el origen familiar de Miguel Iscar no era precisamente modesto. Su padre se hallaba en posesión de un pequeño patrimonio rústico, valorado en 88.008,25 reales. En su localidad natal, contaba con pequeñas posesiones de tierra (de poco más de una hectárea cada una) dedicadas al cultivo de vides en los pagos de Pinar del Concejo, Pasamano, Brazuelos, Pedroso, los Portillos, Pedroyerro y Olivar. Asimismo, era dueño de dos viviendas (una en el nº 13 de la calle del Cristo y otra en el camino de las Callejas) y una bodega subterránea con capacidad para más de mil cántaros. El valor de esta última propiedad era superior al de las tierras...
Para reconstruir la infancia de Miguel Iscar hemos de recurrir a los libros parroquiales y al testimonio, íntimo y entrañable, que su padre nos transmite a través de su testamento. En 1829, Laureano Iscar fue nombrado escribano del Ayuntamiento matapozuelano, lo que le supuso un puesto prominente en la sociedad local y la oportunidad de proporcionar una educación relativamente elevada a su pequeño hijo. Por desgracia, cuando éste contaba sólo con siete años, Celedonia Juárez pasó a mejor vida. Probablemente, la necesidad de suplir tan significativa ausencia llevó al joven escribano a casarse de nuevo tan sólo unos meses después, el 9 de marzo de 1836, con Victorina Clavero Amo. Pero este segundo matrimonio no fue muy duradero: aquella mujer fallecería al mes siguiente, quedándose viudo Laureano Iscar otra vez. Parece ser que el escribano de Matapozuelos no era un hombre muy proclive a la soledad, y decidió desposarse con Tomasa Amo Colodrón, una prima carnal de su anterior esposa. Ignoramos la fecha en que Laureano Iscar contrajo matrimonio por tercera y última vez; lo que sí sabemos es que de él nacerían tres hijos: dos de ellos murieron a edad temprana y uno llegaría a sobrevivir a su hermanastro Miguel.
Sería Tomasa, con una dedicación “en muchas ocasiones más que la madre natural”, la encargada de iniciar al pequeño Miguel Iscar en las virtudes humanas. La formación intelectual de aquel niño estuvo encomendada a la escuela rural que en Matapozuelos patrocinaba una interesante institución piadosa, la que había fundado en 1622 el bachiller Juan del Camino, en la cual el maestro estaba obligado “a enseñar a leer en romance y en latín, escribir y contar, ayudar a misa y la doctrina con sus preguntas”. Hemos de suponer que Miguel fue un alumno aplicado, y que su fuerte serían las cuentas; el resto se debió a su inteligencia natural, a un carácter activo y emprendedor...



Miguel Iscar en Valladolid

Tenía Miguel Iscar 17 años cuando su padre (deseoso quizás de buscar más amplios horizontes para sus hijos) se trasladó a Valladolid para ejercer allí su oficio de escribano. Era el 30 de agosto de 1845. En la capital, la familia Iscar se instaló en el barrio de San Esteban. Unos días más tarde, Laureano Iscar inauguró el despacho en el que llevaría a cabo su labor.
En 1846, los Iscar vivían en el nº 10 de la calle de Santa María, donde permanecerían por espacio de un año. Posteriormente, se trasladaron a los números 7 y 9 de la calle Platerías, pasando después al nº 12 del Corral de la Copera. La economía familiar prosperaba, gracias al esfuerzo y el saber hacer de Don Laureano. No tardó el joven Miguel Iscar en ejercer el oficio de la escribanía, tal vez con su propio padre, tal vez en algún otro despacho. Esta profesión tenía una clientela abundante, entre la que se contaban algunos de los nombres más conocidos de la burguesía comercial y financiera de Valladolid. En este ambiente, Miguel Iscar empezó a tomar contacto con personas que serían decisivas en su vida, como Cástor Ibáñez de Aldecoa (que desempeñaría un importante cargo en el Ministerio de Fomento y sería después Gobernador Civil de Valladolid) y, sobre todo, Mariano Miguel de Reinoso, hombre ilustre como pocos. Diputado, Senador, Alcalde, Presidente de la Diputación y de la Real Academia vallisoletana, Reinoso era un rico terrateniente que ocupó los más destacados cargos políticos en el Valladolid de la época. En 1851, al crearse el Ministerio de Fomento, fue llamado por el Presidente del Consejo de Ministros para desempeñar esta cartera. Es posible que el joven Miguel Iscar, que aparece firmando como testigo en muchos de los negocios de Reinoso, actuase como empleado suyo entre los años 1851 y 1855, fecha en que se convirtió en su apoderado. Junto a tan egregio político, a quien quizás acompañase en algunas de sus estancias en Madrid, pudo Iscar continuar su formación y ampliar el círculo de sus relaciones personales. Todas estas conjeturas se corresponden perfectamente con el testimonio del que fuese amigo personal y procurador de Miguel Iscar, el señor Laureano Álvarez, quien afirmó que nuestro biografiado “administró y representó casas particulares y sociedades de crédito, dejando en todas partes el recuerdo indeleble de su carácter afable y de su conducta integérrima”. Sin duda alguna, su excelente labor como administrador y el carácter honrado que mostraba le hicieron merecedor de una excelente reputación y una próspera situación económica...



Trayectoria mercantil y empresarial

Su espíritu emprendedor le llevó a meterse en el mundo de los negocios desde bien pronto. En diciembre de 1853, teniendo sólo 25 años, decidió asociarse con Francisco Miguel Perillán (futuro promotor de “El Norte de Castilla”) y Antonio Guerrero para formar una compañía “con el único y exclusivo objeto de ventilar toda clase de negocios en los que crean un buen resultado”. La razón social (que se denominó “Perillán y Compañía”) se constituyó con un capital de 320.000 reales, aportando Miguel Iscar la mitad de esta cantidad y haciéndose cargo de las labores de secretariado, caja y teneduría de libros, aunque la presencia de un sustituto le permitiría tener libertad para atender personalmente los negocios de la Compañía; en cuya Junta general tenía dos votos. El hecho de que, aun siendo el principal accionista, Miguel Iscar no diese su nombre a la Compañía y se reservara los puestos de mayor esfuerzo y dedicación, es indicativo de lo que sería una constante a lo largo de su vida: el amor al trabajo y la modestia de carácter...
La Compañía se dedicó a la fabricación y posterior venta de materiales para la construcción. Adquirió diversos terrenos cercanos a La Cistérniga (“a la derecha de la carretera que va a Calatayud, en la ladera norte de la cuesta de San Cristóbal”), construyendo allí varios hornos para la fabricación de tejas y ladrillos. También compró esta sociedad mercantil un trozo de pinar y ribera, en el término municipal de Valdestillas, para la extracción de madera. Los materiales se vendían para la edificación. Sabemos, por ejemplo, que la Compañía proporcionó cal, tejas, ladrillos y madera para la construcción de la iglesia del Colegio de los Agustinos Filipinos.
En octubre de 1854, Perillán abandonó la sociedad, traspasando su parte a Santos Durango; modificándose con tal motivo el nombre de ésta, que pasó a llamarse “Guerrero, Iscar y Durango. En los años siguientes, construyeron en los terrenos de La Cistérniga (aumentados con otros adyacentes) una fábrica de materiales de construcción denominada “La Operaria”; que contaba con “varios hornos, un pozo que surte de aguas, tendederos de labores, un ferrocarril para arrastrar los materiales desde la mina, una casa y demás servicios”. Pero la armonía entre los socios se rompió en junio de 1856, cuando Iscar y Durango entablaron un pleito contra Guerrero, quien había descuidado su participación en el negocio. La sociedad acabaría por disolverse, presumiblemente como resultado de este pleito. En marzo de 1857, los tres socios resolvieron vender la fábrica, con sus terrenos y edificaciones: obtuvieron 140.000 reales por todo ello. Miguel Iscar dejó el dinero que le correspondía por tal operación en poder de su padre, que lo conservaría por unos años...
Hagamos aquí un pequeño inciso para revelar parte de la vida privada de nuestro biografiado. Por las fechas que nos ocupan, Miguel Iscar se había casado con la señorita Donata Quesada Mejón, santanderina perteneciente a una familia de navieros. Ignoramos las circunstancias del noviazgo, aunque es probable que ambos se conocieran cuando Laureano Iscar se relacionó comercialmente con Patricio y Pedro Mejón; capitán y armador del bergantín “Victoria”, respectivamente. Miguel Iscar y su esposa instalaron su hogar en el número 2, 2º derecha, de la calle Zúñiga. En tal sitio nació su único vástago, que recibió las aguas bautismales en la parroquia de Santiago unos tres días más tarde, siéndole impuestos los nombres de Jacinto y Modesto.
Pocos meses más tarde, quizá a mediados de 1857, los Iscar abandonarían Valladolid para establecerse en Santander. Desconocemos la actividad de Miguel Iscar por tiempos, como ignoramos también los motivos de este cambio de residencia. Podemos aventurar la posibilidad de que desempeñase algún cargo, quizás administrativo, en la empresa naviera de su familia política; o que tal vez fuera el representante en Santander de ciertos intereses comerciales vallisoletanos. En Matapozuelos existía la creencia popular de que Miguel Iscar viajó a tierras americanas en aquella época, posiblemente en algún barco de la empresa Mejón... Sin embargo, no tenemos ningún dato fidedigno que lo pruebe, estaríamos entrando en el terreno de la especulación. En cualquier caso, su desvinculación de Valladolid no fue total, porque durante estos años santanderinos aparece aún como testigo en varios negocios de Mariano Miguel de Reinoso.
Estando así las cosas, tuvo lugar otro hecho luctuoso en la biografía de Miguel Iscar: nada menos que el fallecimiento de su joven esposa, acaecido el 30 de octubre de 1857. Viudo a la temprana edad de 29 años,  nuestro joven de Matapozuelos ya no volvería a contraer matrimonio.
Cinco años después, Miguel Iscar decidió regresar a la capital del Pisuerga, trabajando de nuevo en el despacho de su padre. Al morir éste, en junio de 1862, heredó el cargo de directo representante de “La Urbana”, una compañía francesa de seguros. Con el tesón y la firmeza que le distinguieron a lo largo de su existencia, Miguel Iscar intervino a partir de entonces en compañías y negocios de la más diversa índole, siendo uno de los integrantes de la sociedad regular colectiva“Pérez Calderón y Compañía”. Fundada en 1863, el objetivo de esta compañía era la edificación del Teatro Calderón, aportando para ello Miguel Iscar un capital de 50.000 reales, cifra muy superior al promedio de las demás aportaciones. Por otra parte, sabemos también de su vinculación con el Banco de Valladolid, ya que formó parte de su junta directiva (constituida en 1872) para la liquidación de la sociedad. Y a través de datos indirectos, hemos de suponer que participó activamente en sociedades de crédito como “La Unión Castellana” o “El Crédito Castellano”; y tal vez perteneciese al Centro Mercantil e Industrial y a la Junta Provincial de Agricultura, Industria y Comercio.



Trayectoria política y designación como alcalde

Paralelamente a sus actividades comerciales, Miguel Iscar comenzó a tomar parte (aunque de manera esporádica) en los asuntos públicos de Valladolid. En julio de 1870 formó parte de la Junta de Asociados que cooperaba con el Ayuntamiento en la administración de presupuestos, arbitrios y cuentas. Era esta institución una conquista ciudadana surgida tras la revolución de 1868. La elección de sus miembros se hacía por sorteo entre los contribuyentes por distintos conceptos; de entre los cuales Miguel Iscar sería elegido por su riqueza rústica y pecuaria.
Como quien no quiere la cosa, Iscar decidió dar sus primeros pasos en la política vallisoletana, presentándose candidato a las elecciones de diputados provinciales que tuvieron lugar en 1871. Aunque hay quien le ha situado como afín ideológicamente a la facción liberal acaudillada por Germán Gamazo, tal vez sea más correcto situarle dentro del Partido Conservador, y más concretamente, dentro del grupo encabezado por el Duque de Tetuán. Y es que no conviene pasar por alto que Laureano Iscar había colaborado políticamente con el Duque y sus partidarios; de ahí que, años más tarde, este importante político ejerciese como padrino de bodas del joven Jacinto Modesto Iscar, el único hijo de nuestro biografiado... Sea como fuere, lo cierto es que la primera intervención de Miguel Iscar en la escena política de Valladolid se saldó con un cierto fracaso. Si bien obtuvo un considerable número de votos, Valladolid era entonces una ciudad radicalizada, y fueron los republicanos quienes triunfaron en aquellas elecciones, pasando los carlistas a ser la segunda fuerza política. Esta contrariedad influyó negativamente en el ánimo de Miguel Iscar, manteniéndole apartado por unos años de cualquier actividad relacionada con la política.
Iscar volvería a la vida pública de Valladolid con las elecciones municipales de 1877, que supondrían su gran momento político. Desde 1875, ostentaba el gobierno municipal el Ayuntamiento que presidía José de Gardoqui, debiendo esta institución someterse a los comicios locales de rigor. De acuerdo con la ley electoral de 20 de agosto de 1870, modificada por la de 16 de diciembre de 1876, la elección de concejales se efectuaba por sufragio censitario entre los contribuyentes; pero correspondí al Gobierno central la facultad de nombrar, de entre todos los concejales electos, al que debía ser alcalde. Este procedimiento tenía un doble riesgo: la ingerencia del poder central en el municipal mediante la designación de un alcalde adicto al Gobierno y el enfrentamiento de éste con el resto de los concejales en caso de que ostentaran éstos, mayoritariamente, una distinta ideología política. Para conjurar este peligro, la prensa propugnaba la elección de personas honradas, libres de intereses personales y alejadas de todo partidismo. La gestión del Ayuntamiento saliente había sido beneficiosa para las gentes de Valladolid, con realizaciones de importancia como la elevación de aguas del Pisuerga, que dotó a la ciudad de un elemento tan imprescindible para la higiene, el riego y el auxilio en casos de incendio; el encauzamiento del Esgueva en la zona del Rastro, entre el Campillo de San Andrés y el Hospital de la Resurrección; la creación de un nuevo matadero que a punto estaba de concluirse; el arreglo de diversos puentes sobre el Esgueva; y el empedrado y embaldosado de muchas calles. Eran muchos los que apoyaban la reelección de aquellos concejales salientes...
Tuvo lugar por aquel entonces una reunión de hombres notables, presidida por el señor Reinoso, en la que se acordó presentar una candidatura formada por personas que prescindieran de condicionamientos ideológicos y pusieran toda su energía en “acrecentar la riqueza de la capital de Castilla”. Esta idea respondía a los planteamientos de las élites económicas (los “contribuyentes”) y ocultaba un planteamiento socialmente conservador: la consideración de los miembros de dichas élites como los únicos con capacidades para determinar cuáles eran los problemas o necesidades de la sociedad y, en nuestro caso, de la ciudad de Valladolid.
De dicha reunión salió el nombre de Miguel Iscar como candidato por el distrito de San Miguel, San Nicolás y La Victoria. Era una apuesta sumamente arriesgada: no era vecino del citado distrito y, por si fuera poco, tendría que luchar contra la influencia del alcalde José Gardoqui en el mismo. Entre ambos existía un enfrentamiento reciente por las reclamaciones de Iscar (como presidente de la sociedad encargada del Teatro Calderón) acerca de unas expropiaciones de terrenos por parte del Ayuntamiento que Gardoqui, como alcalde, no había atendido conforme a los planteamientos de la sociedad. Valladolid se dividía entonces (a efectos electorales) en ocho distritos en los cuales se integraban las diferentes parroquias, que elegían un número variable de concejales hasta completar los 34 miembros del Ayuntamiento. El distrito por el que se presentaba nuestro biografiado (el de San Miguel, San Nicolás y la Victoria, como ya hemos dicho) era el séptimo, elegía un total de cinco munícipes y su local electoral se situaba en la sala sacramental de la parroquia de San Miguel.
Pese a las dificultades iniciales, Miguel Iscar contrapesó las pretensiones de Gardoqui sobre los electores con el apoyo de los votantes republicanos (a través de su buen amigo Laureano Álvarez) y logró ser el candidato más votado de la ciudad. Obtuvo un total de 284 sufragios, un resultado que contrastaba con el bajísimo apoyo que en aquel distrito consiguió Gardoqui: tan sólo 34 votos... Los resultados electorales fueron proclamados por la Junta General del Escrutinio a los pocos días después. Comenzaron entonces las cábalas y rumores sobre quién sería designado alcalde. Los nombres que más sonaban eran los de José Gardoqui, Félix López San Martín y Miguel Iscar. “El Norte de Castilla” se inclinaba por nuestro biografiado, afirmando que contaba con el apoyo de Miguel Alonso Pesquera, diputado al Congreso por el distrito provincial de Peñafiel y personalidad sumamente influyente para conseguir su nombramiento. Entretanto, Iscar se encontraba en Madrid, realizando gestiones para la instalación en Valladolid de una fábrica de tabacos que habría de ubicarse en el antiguo convento de Nuestra Señora del Prado.
Una Real Orden que disponía el nombramiento de Miguel Iscar como alcalde vino a despejar todas las dudas acerca de quién sería el próximo corregidor de Valladolid. El 1 de marzo de aquel 1877, tomó posesión el nuevo Ayuntamiento vallisoletano; compuesto por el alcalde, 8 tenientes de alcalde y 23 regidores, dos de los cuales ostentaban también el cargo de síndicos. La corporación municipal se dividía en seis comisiones: Obras, Policía, Hacienda, Establecimientos, Gobierno Municipal y Presupuestos. A su vez, las dos primeras se subdividían en dos secciones. Por desgracia, Miguel Iscar no pudo asistir a tan solemne acto, ya que se encontraba enfermo.
Repuesto por completo de su dolencia, Iscar tomó posesión de la alcaldía en la sesión que se celebró el 16 de marzo, a las siete y media de la tarde. Agradeció con breves palabras la designación real, de la que no se consideraba merecedor, y prometió su total dedicación a los intereses de Valladolid, solicitando con tal fin el apoyo de sus compañeros. Se iniciaba así una gestión municipal que sería fructífera para Valladolid. No debe extrañarnos que Miguel Iscar haya pasado a la memoria colectiva de esta ciudad como un alcalde ejemplar, ya que durante su mandato se llevaron grandes obras para la mejora y el engrandecimiento de Valladolid. Tuvo, además, la afortunada posibilidad de regir la ciudad durante un período de tiempo desacostumbradamente largo para aquella época...
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« Respuesta #1 : Abril 30, 2012, 21:29:06 »


Conviene dejar constancia, sin embargo, de las dificultades y polémicas que tuvieron lugar en el seno del Consistorio vallisoletano. Y es que éste se hallaba dividido en dos tendencias: la llamada “mayoría”, encabezada por el alcalde Iscar; y la “minoría”, dirigida por César Alba y que posteriormente se adscribiría al Partido Liberal Fusionista. La tirantez entre unos y otros llegó a provocar verdaderos enfrentamientos que trascendían a la opinión pública, siendo reflejados por una prensa local politizada: “El Norte de Castilla” defendería la gestión de Miguel Iscar, mientras que “La Crónica Mercantil” apoyaría a la “minoría” de César Alba. Tanto Iscar como su oponente lamentarían, pese a todo, una desunión que sólo servía para perjudicar a los intereses de Valladolid.
Y ahora, pasemos a examinar los aspectos más sobresalientes de la gestión de Miguel Iscar. Como veremos, este magnífico alcalde llevó a cabo importantes proyectos, desempeñando su labor al frente del Ayuntamiento de Valladolid con innegable acierto.

Su gestión económica


Al tomar posesión de la alcaldía, Iscar heredó muchas e importantes realizaciones en marcha, pero también una angustiosa situación económica: Valladolid tenía con la Hacienda estatal un descubierto superior a las 30.000 pesetas. Para hacer frente a tal situación, procedió al saneamiento de la administración de consumos, que era la principal fuente de ahorros del municipio y cuya recaudación había disminuido en meses anteriores. Una minuciosa investigación le llevó al convencimiento de que la causa era la negligencia de una gran parte del personal encargado de la recaudación. En abril de aquel año, consiguió amplios poderes para proceder a una reorganización de la administración de arbitrios y, al mismo tiempo, modificar la línea de fielatos o puestos de vigilancia. Destituyó entonces a varios empleados del ramo, sustituyéndolos inmediatamente, e impuso serios correctivos a otros. Tal actitud (que contó con la oposición de la “minoría”) obtuvo resultados instantáneos: la recaudación aumentó espectacularmente en los meses siguientes, hasta tal punto que las autoridades llegaron a ingresar unos 50.000 duros por consumos.
Mucho de lo alcanzado se debía a las gestiones personales de Miguel Iscar. A este respecto hay que señalar lo que nos refiere Laureano Álvarez:

“Necesitó moralizar la administración de consumos, y lo consiguió, merced, en gran parte, a su personal e infatigable vigilancia nocturna. Sólo unas veces, y acompañado de un cabo de serenos otras, presentábase inesperadamente a altas horas de la noche en los fielatos encargados de la recaudación de éste impuesto. Si encontraba qué corregir, lo hacía con gran energía, si tan sólo tenía que advertir, lo modificaba con gran dulzura”.

Con todo, la abundancia de obras de envergadura emprendidas dificultó el desenvolvimiento de la economía municipal. En ocasiones, la administración central apremió al Ayuntamiento vallisoletano, amenazándole con la incautación de los consumos. Iscar, experto en temas económicos, capeó el temporal con sabiduría y audacia, pero a veces tuvo que recurrir a disposiciones impopulares (como disminuir el número de obreros empleados por el Consistorio en época veraniega o reducir el alumbrado público en las noches claras...)
Su gestión económica fue arriesgada. No renunció a ninguna de las obras emprendidas. En contrapartida, endureció la presión fiscal aumentando las tasas a los propietarios.
A mediados de 1879, la situación económica de Valladolid era bastante satisfactoria, pero poco después, la necesidad de dar trabajo a más de 1.000 obreros absorbió todos los ingresos. La Hacienda pública apremiaba de nuevo a las autoridades locales, y Miguel Iscar tuvo que recurrir al Gobernador Civil para que se le concediese un respiro. Confiaba en que podría salir de tan considerable apuro...
Cuando le sorprendió la muerte, se mostraba partidario de enajenar las posesiones municipales de los pinares de El Esparragal y Navabuena para poder continuar con las obras emprendidas. Sería el sr. Ramón Pardo, su continuador al frente de la alcaldía, quien realizase definitivamente este propósito.



Importantes realizaciones prácticas

Siguiendo las pautas marcadas por la corporación anterior, Miguel Iscar dedicó gran atención al urbanismo de Valladolid. Se concluyeron las obras del cierre del Esgueva en la zona del Rastro, procediendo a la urbanización del paraje, al que se dotó de una nueva rasante. Para culminar el proceso, restaba sólo cubrir el Esgueva entre Santiago y su desembocadura en el Pisuerga; las obras de ésta última fase comenzarían a llevarse a cabo en julio de 1880.
Se continuó también el proyecto (ya muy avanzado) de prolongar la calle Constitución en sus dos sectores: Duque de la Victoria a Teresa Gil, denominada Alfonso XII, y desde allí hasta Orates, que se llamaría Regalado. La necesidad de expropiar muchos solares dilató el proceso. Se empedraron o embaldosaron total o parcialmente las calles de Santiago, Acera de Recoletos, Moros, Platerías, Alfareros, María de Molina, Panaderos, Librería y Alfonso XII; así como la Plaza de Santa María.
Con un criterio urbanístico netamente moderno, Miguel Iscar ideó la apertura de unas calles de trazado rectilíneo que comunicarían entre sí los puntos vitales de la ciudad. Algunos de estos proyectos acabarían realizándose tras su muerte: prolongación de la calle de la Victoria (que sería la calle Gamazo), apertura de una calle entre la plazuela de Santa María y el Campillo (es decir, la futura López Gomez)... Otros, en cambio, nunca se hicieron efectivos, como la prolongación de las calles Mendizábal y Platerías. Éste último, el más espectacular, intentaba comunicar directamente la Estación del Norte (enlazando con Duque de la Victoria y su prolongación) con San Pablo. Suponía, por tanto, la desaparición de la iglesia de la Cruz. Muy pocas voces se alzaron para defenderla pero, afortunadamente, tal proyecto no prosperó. Igual suerte corrió la proyectada reforma de la plazuela del Ochavo y sus callejuelas adyacentes... Pero la idea urbanística más ambiciosa de Miguel Iscar, truncada por su muerte, no era sino la transformación de todos los terrenos comprendidos entre el Campo Grande, el Rastro y la Estación del Norte. Incluía, además, la edificación en la Acera de Recoletos de casas con soportales, intentando así crear un paseo de invierno para disfrute de los vallisoletanos.
La reforma o construcción de nueva planta de edificios públicos fue también otro de los aspectos más relevantes de su gestión. Además de concluir el nuevo matadero que el alcalde Gardoqui había comenzado a construir en el Prado de la Magdalena, Miguel Iscar llevó a cabo evidentes mejoras en el Palacio de Justicia, las Academias de Bellas Artes y de Caballería, los Mostenses, el Cuartel de San Ambrosio y el Hospital de Santa María de Esgueva.
A Miguel Iscar debemos también el derribo del viejo Ayuntamiento y el proyecto de uno nuevo, que no sería una realidad hasta muchos años más tarde. En el principio se había pensado arreglar el antiguo edificio del siglo XVI, pero su estado ruinoso impulsó a disponer su demolición. El Ayuntamiento se instaló entonces en el antiguo palacio de Ortiz Vega, emplazado en la calle Duque de la Victoria, donde se celebraría una sesión el 4 de marzo de 1879. Ciertas dificultades económicas y técnicas retrasaron la construcción, lo que supuso críticas y burlas contra Miguel Iscar, a quien algunos llamaban “alcalde ruinas”.
Una de las más trascendentales realizaciones debidas a su gestión fue, sin duda, la construcción de tres nuevos mercados. Y es que la iniciativa de dotar a Valladolid de unos mercados permanentes bajo techo había sido acariciada ya por las autoridades locales anteriores. Se conservan varios proyectos que, por causas diversas, no llegaron a ser realidad. Para paliar su falta, se habían construido en 1866 unas casetas de madera en las plazuelas de la Red (Rinconada), Portugalete y Campillo (Plaza de España). Nada más hacerse con la alcaldía, Miguel Iscar se dispuso a ejecutar aquellos proyectos. Para dos de ellos, se mantuvieron los tradicionales lugares de Portugalete y Campillo; variándose la ubicación del tercero, que acabaría colocándose en la plazuela del Malcocinado (o del Val).
Existía ya un proyecto firmado por el arquitecto municipal Joaquín Ruiz Sierra, que es ahora reformado y adaptado a los respectivos emplazamientos. Los planos (que se atenían a las últimas tendencias de la arquitectura) presentaban entre sí ligeras variantes de diseño, pero respondían a una misma concepción: edificios longitudinales, de una sola planta, con cimientos y zócalos de piedra y ladrillo, reservando el hierro para los elementos sustentantes y de cubrición. Este proyecto se inspiraba, claramente, en los mercados franceses.
Finalmente, el 15 de julio de 1878 se celebró una subasta pública para la construcción de los tres mercados. El de Portugalete abarcaba una superficie de 1.946, 60 m2 y se presupuestaba en 166.105,53 pesetas; el del Val (que luego se ampliaría) medía 1.440 m2 y costaba 130.617,39 pesetas; y el del Campillo de San Andrés, el mayor, tenía 2.400 m2 y se calculaba en 210.288 pesetas. Los contratistas se obligaban a dar un año de garantía a partir de la terminación de las obras. Para resolver todas las dificultades técnicas que tales construcciones pudiesen presentar, se establecían como modelo “Les Halles Centrales”, los modernos mercados levantados en la ciudad francesa de Bayona.
Las obras de los tres mercados se iniciaron rápidamente, pero se dilataron más de la cuenta en los del Val y Portugalete. En el caso de este último, las dificultades surgieron por la circunstancia de hallarse emplazado sobre el cauce del ramal norteño del Esgueva, lo que causó problemas de cimentación. Afortunadamente, se terminó se construir en mayo de 1881. La construcción del mercado del Val, por su parte, fue la más laboriosa. En el verano del 81, muerto ya Miguel Iscar, las obras se suspendieron porque se dudaba de la estabilidad de aquel edificio; pero el informe favorable de los arquitectos permitió que las obras siguieran adelante, finalizándose éstas en 1882. Tanto en el mercado de Portugalete como en el del Val se había modificado el tradicional sistema de cubierta, sustituyendo el zinc por la teja plana. Y en lo que al mercado del Campillo respecta, hemos de reseñar que fue el primero de los tres en estar terminado: una empresa de Francia facilitó las estructuras de hierro necesarias; en marzo de 1880 se estaba ya pintado y el 19 de noviembre del mismo año, once días después de morir Miguel Iscar, se daba por concluido. Su constructor (el sr. Jacinto Peña, amigo personal del difunto alcalde) solemnizó la feliz terminación de las obras el 5 de diciembre, obsequiando a más de 300 pobres con una comida celebrada en el interior del edificio. Pocos días más tarde, el Ayuntamiento de Valladolid acordó colocar en la puerta del mercado una lápida que recordaba la fecha de inauguración de las obras, siendo alcalde Miguel Iscar.
También fue mucho lo que se hizo en asuntos de saneamiento. La distribución de aguas a la ciudad continuó a partir de la elevación de aguas del Pisuerga, logro del Ayuntamiento anterior: así pudieron abastecerse los barrios de San Juan, San Pedro, Santa Clara y San Ildefonso; estableciéndose también cuatro fuentes para la vecindad. El alcantarillado era casi inexistente. Ante la imposibilidad de llevar a la práctica el proyecto general para toda la ciudad, se acometieron realizaciones parciales en la zona que va desde la Plaza Mayor hasta la Rinconada, así como las calles de Mantería, Labradores, la plazuela de la Cruz Verde y el barrio de San Ildefonso. Los propietarios colaboraron con el Ayuntamiento de Valladolid sufragando parte de las obras.
La construcción del Canal del Duero, tan necesario para aumentar la dotación de aguas a la ciudad, fue un asunto largo y complejo que sólo se haría realidad poco después de morir Miguel Iscar, y debido en gran parte a sus gestiones. El Ayuntamiento cooperó con 7 millones de reales en esta empresa, cuya concesión pertenecía al Marqués de Salamanca, participando también en ella la sociedad “Unión Castellana”.
Otras cuestiones de utilidad pública atrajeron también su atención: obligó a los propietarios de viviendas a dotarlas de canales para las aguas de lluvia, mejoró los servicios contra incendios, organizó el horario para serenos y guardias municipales de manera que la ciudad estuviese siempre bajo vigilancia, etc. La necesidad de la asistencia domiciliaria hizo que Miguel Iscar elaborase una luminosa y detallada memoria sobre el tema. La faceta de la educación, por otra parte, fue también atendida: se crearon dos escuelas de párvulos y tres de adultos, pero se necesitaban muchas más; los locales de algunas estaban en muy malas condiciones y era mucho lo que aún quedaba por hacer...
Algunos criticaron que no se dedicase a la enseñanza parte del dinero que se empleaba en el embellecimiento de la ciudad. Efectivamente, las obras de ornamentación fueron particularmente apreciadas por el señor Iscar. Las plazuelas de Tenerías y el Salvador se hermosearon, dotándolas de arbolado y bancos, y la de Santa Cruz experimentó una radical transformación: derribadas las tapias que cercaban el Palacio, entonces Museo, se trazaron jardines y plantaciones que convirtieron el lugar en un hermoso jardín. Se hicieron también mejoreas en el Prado de la Magdalena; y el vivero de San Lorenzo, en las Moreras, se cerró con setos espinosos, dotándole de un acceso flanqueado por dos pilares rematados por leones.
Pero sin duda, la obra cumbre de Miguel Iscar, su proyecto más querido y el que más huella dejó en Valladolid, fue la transformación del Campo Grande en el parque frondoso que hoy conocemos. Terreno baldío hasta 1787, año en que se realizaron las primeras plantaciones, el Campo Grande había sido objeto durante el siglo XIX de reformas fragmentarias, limitadas generalmente a la formación de paseos rectilíneos paralelos a la Acera de Recoletos. Muchas de estas mejoras habían fracasado por dificultades económicas y falta de riego. Pero el asunto no dejaba de preocupar a la ciudad, pues el Campo Grande era el paseo favorito de los vallisoletanos decimonónicos.
Desde su ascenso a la alcaldía, Miguel Iscar acariciaba la idea de transformar por completo aquel lugar, mediante la eliminación de todos los trazados existentes y su conversión en un jardín paisajístico de líneas curvas, abundante vegetación y elementos decorativos. Un modelo válido era el de los jardines barceloneses. Iscar recurrió a su amigo Cástor Ibáñez de Aldecoa (que había sido Gobernador Civil de Valladolid y entonces lo era de Barcelona) con el afán de que le enviase a las personas idóneas para su proyecto de jardinería. Fueron éstas Ramón Oliva, jardinero catalán de gran prestigio, y su sobrino Francisco Sabadell. A la vista de un croquis enviado desde Valladolid y ya reconocido el terreno, Oliva trazó el plano de la sustancial reforma del Campo Grande, que se aprobaría oficialmente el 7 de diciembre de 1877. El día 15 comenzaría por fin el trazado de los jardines. Al frente de tales obras figuraba Francisco Sabadell, quien se instalaría definitivamente en Valladolid y acabaría por convertirse en el brazo derecho de Miguel Iscar.
La mayoría de los vallisoletanos acogieron con entusiasmo las obras del Campo Grande, aunque no faltaron los suspicaces que criticaban (entre otras cosas) las especies vegetales escogidas por Oliva y adquiridas en el extranjero. Además, la “minoría” del Ayuntamiento quiso obligar a Iscar a suspender los trabajos, porque suponían para ellos un gasto excesivo; y éste defendió el jardín contra viento y marea. Poco a poco, a la vista de los resultados, las críticas contra Miguel Iscar se trocaron en alabanzas.
Apertura de zanjas, movimiento de tierras, trazados de senderos y parterres, plantaciones de todas las clases (hasta 39 especies diferentes), instalación de elementos de riego, de alumbrado de gas, de bancos de piedra y madera; fueron las tareas que ocuparon a numerosos obreros durante los años 1878 y 1879, vigilados por Sabadell y con esporádicas visitas de inspección de Oliva. En este último año, se construyeron además el estanque y la cascada; ésta última (cuyo trazado realizó el señor Oliva en abril) fue criticada como obra de excesivo lujo, y su dilatada construcción presentó muchos problemas. La estructura del montículo artificial que la formaba se hizo con piedras procedentes del derribo del viejo Ayuntamiento, y para adornarle se trajeron estalactitas de la cueva de Atapuerca (Burgos); lo que ocasionó una protesta de los burgaleses, que se sintieron víctimas de un expolio.
A mediados de 1879, las obras realizadas hasta entonces habían supuesto un desembolso de 88.000 pesetas y se juzgaba que habían merecido la pena. Uno de los últimos elementos decorativos del Campo Grande realizados en la época de Miguel Iscar fue el airoso templete de hierro que , situado en el más exterior de los paseos, daba cobijo a las bandas militares encargadas de amenizar las veladas veraniegas. Se inauguró la noche del 15 de agosto con un concierto extraordinario. Al mismo tiempo se abrió también “el Chalet”, graciosa construcción de tipo tirolés próxima a la entrada del parque, donde luego estaría emplazado el Teatro Pradera: en él se servían “refrescos, cervezas, chocolates y otros géneros” y se ofrecían actuaciones musicales.
A la muerte de Miguel Iscar, los jardines del Campo Grande estaban terminados en toda la zona comprendida entre la Acera de Recoletos y el actual Paseo del Príncipe. El resto (es decir, el sector comprendido entre dicho Paseo y el de Zorrilla) se completaría bajo la alcaldía de Ramón Pardo.
Otras muchos proyectos de reformas y mejoras tenía reservados Miguel Iscar para esta ciudad. Algunos resultarían inviables, otros sólo serían una realidad tras su muerte...

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« Respuesta #2 : Abril 30, 2012, 21:31:19 »


Fallecimiento y homenaje de Valladolid a su ejemplar alcalde

Incansable, Miguel Iscar seguía engrandeciendo Valladolid. En algunas ocasiones, veíase obligado a realizar viajes a Madrid con el fin de gestionar asuntos de interés para la ciudad. Y precisamente, cuando un infortunado día de noviembre de 1880 se hallaba en la capital de España para resolver los trámites relativos a la instalación de una Escuela de Tiro y la cuestión del Canal del Duero, nuestro biografiado fallecía repentinamente. Sus días terminaron en una casa de hospedaje de la calle Bordadores, nº 3, por causa de un “derrame seroso cerebral”. Tenía 52 años. Fue asistido por un médico llamado Federico Borrell, que vivía en aquel mismo edificio. Poco después hizo acto de presencia en aquel lugar el sacerdote Vicente Laforga, amigo personal del difunto alcalde, quien se ocuparía de solucionar muchos trámites.
El óbito de Miguel Iscar constituyó uno de los episodios de luto colectivo más impresionantes que tuvieron lugar en Valladolid. Huelga decir que el célebre alcalde recibió unas honras fúnebres a la altura de su talla personal y política, que era muchísima. Una muchedumbre, que algunos calculaban en 9.000 o 10.000 personas, acompañó al féretro que contenía los restos del fallecido. La comitiva fúnebre recorrió las calles del Duque de la Victoria, Miguel Iscar, Santiago, la Plaza Mayor, Lencería, Ochavo, Platerías, Cantarranas, Cañuelo, Angustias, San Martín y Chancillería. El ataúd fue introducido en la capilla de la Casa de Beneficencia, donde se rezó un responso, para ser trasladado luego al cementerio.
Hombre ejemplar y brillante gestor, Miguel Iscar será siempre recordado como el alcalde más célebre de la historia de Valladolid. Los rasgos más atrayentes de su personalidad, los que le proporcionaron el cariño de no pocos vallisoletanos; fueron su modestia personal, su honradez y laboriosidad, su carácter afable y abierto a todo el mundo. Dos monumentos homenajean a Miguel Iscar en el parque del Campo Grande, su principal aportación a la ciudad de Valladolid: un busto realizado por escultor riosecano Rodríguez Carretero y la encantadora Fuente de la Fama...

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« Respuesta #3 : Abril 30, 2012, 21:37:38 »


Mª Antonia Fernández del Hoyo - Miguel Iscar (Obra cultural de la Caja de Ahorros Popular de Valladolid, 1983)
Casimiro González García-Valladolid - Valladolid, recuerdos y grandezas (Grupo Pinciano, 1980)
VV.AA. -Diccionario Biográfico de Alcaldes de Valladolid (1810-2010) (Ayuntamiento de Valladolid, 2010)

De las fotografías que acompañan a este texto:

http://www.funjdiaz.net/basefotos2.cfm?ID=47

http://www.valladolidantiguo.es/

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