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Autor Tema: Castilla y Cataluña  (Leído 2755 veces)
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Gallium
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« : Mayo 30, 2012, 13:32:50 »


Lo meto en el hilo de las letras castellanas porque no dejan de ser reflexiones a modo de carta.

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   Sr. D. Fernando Iscar-Peyra:
   Mi querido Fernando: Los dos artículos que llevas hasta la fecha publicados sobre el problema de la autonomía, han tenido la eficacia –tus escritos la tienen siempre– de resucitar en mi ánimo viejas convicciones sobre Castilla, que los dos hemos compartido en silencio y que estamos obligados hoy a lanzar a los cuatro vientos. Cuando el noble pueblo catalán no había mandado todavía sus memoriales a los organismos apolillados de Madrid, procuraba yo, en las columnas de <El Sol>, poner en guardia a los lectores contra ese fantasma del <castellanismo> que, de vez en cuando, hinchan nuestros amigos de Valladolid. Sobre ese regionalismo escribía en el número del 11 de Noviembre: <Hace veinte años, por ejemplo, regionalismo o castellanismo era el pendón que exhibían los amigos de Gamazo. Cada recrudecimiento castellanista implicaba automáticamente la subida del pan. Aquel banderín de enganche lo recogió luego D. Santiago Alba. Dentro de la ideología albista <(passez le mot)>, la Castilla para los castellanos quería decir que los mandatarios de los pueblos hablan de ser albistas necesariamente. Este castellanismo era esencialmente electorero. Había comités encargados de sostener la pureza de las doctrinas. Contaba entre sus apóstoles o propagandistas a D. Antonio Royo Villanova en lo político, y a D. Federico Santander en lo sentimental y literario. Había que hablar mal de Barcelona, decir unas cuantas perrerías sobre los aranceles y obligarse a no vestir paños de Tarrasa. Y, barajando lo del conde Ansúrez, lo de los Comuneros y lo de Villalar, era necesario llegar a la conclusión de que Castilla se bastaba a sí misma. El paisaje era único, <pardo como el sayal de sus monjes>. Sus tierras, <el granero de Europa>. Sus hombres, <discretos, recios y leales; bravos como los mastines>.
   Pues al mes de escrito ese artículo con la más santa e inocente de las intenciones, aunque otra cosa crea Federico Santander, el <castellanismo> aparece empuñando el pendón morado, arrodillado en el umbral de Santa Gadea, y pasando procesionalmente bajo la puerta de Santa María, ante los ojos asombrados de Fernán González y de Laín Calvo. Y los leoneses aclaman a Fernando Merino, y a Calderón los de Palencia, y a Villanueva los riojanos, y a Santiago Alba nuestros vecinos de Valladolid. Y en nombre de Castilla, y de los comuneros -¡pobres Comuneros!– se desata Royo, un aragonés, contra Garriga y Massó en los pasillos del Senado, y Abilio Calderón nos lanza su programa <todo por y para Castilla>, -y Santander, un madrileño, supone a la rica Barcelona con veleidades cortesanas– y Zorita pone letra a la Marcha de Cádiz, y Pepe Ávila y Pepe Méndez nos hablan, enardecidos, de separatismo y de filibusterismo, como si el primer deber de todo español no fuera ser filibustero y separatista de los Calderones, de los Merinos, de los Albas y de los Villanuevas, de las tradiciones que dicen precisamente lo contrario de lo que aseguran sus intérpretes oficiosos, y de ese centralismo madrileñista, plantel de ineptos y vivero de cotorrones que ha borrado nuestra personalidad histórica del concierto de los organismos regionales que integran nuestro país.
   El problema que plantea Cataluña no puede ser más oportuno, desde el momento que certifican de su importunidad manifiesta los políticos de tanda. En el pleito que Cataluña sostiene contra Madrid, la conciencia de Castilla ha de sentirse notoriamente perturbada. Antes que el Principado, sufre nuestra región de todos los males y peligros de un odioso centralismo. Con Carlos I de España y V de Alemania, Castilla abandona sus libertades, sus concejos libres y prósperos, su democracia campesina, la industrias de sus ciudades, su agricultura y sus cortes.
   En las de Santiago, convocadas por el emperador, para arramblar con las arcas concejiles, acaba la autonomía castellana. Con el movimiento de las comunidades y de la Junta Santa de Ávila, pierde Castilla sus ganas de pelea. Los rollos levantados a las puertas de las villas dan al traste con el último grito de libertad. Se despueblan las ciudades, truécanse los labriegos en señoritos y aventureros, los rebeldes se tornan pícaros y místicos, entronizamos el balduque, el expedienteo y la rutina, las hogueras del Santo Oficio iluminan los últimos resplandores de un pueblo que se resigna a no vivir. Y durante estos cuatro siglos, los Austrias escamotean el espíritu de Castilla y le hacen odioso y despiertan el recelo de las regiones hermanas contra él, y le convierten en patrimonio de sus privados y en coto cerrado a toda renovación y sacudimiento espirituales.
   Lo lamentable, querido Fernando, es que a estas alturas no pueda Castilla abrazarse a Cataluña y reanudar la historia, borrando, de una plumada, la captación sufrida desde los albores del siglo XVI, hasta la hora de ahora.
   Pero su conciencia política determina claramente una trayectoria, un camino que recorrer. El de la autonomía municipal es el primer paso para libertarse; el de la autonomía municipal con Concejos libres y ricos, con <tierra libre>, con intervención de todos los vecinos en la administración de los bienes de la comunidad. Pero esa autonomía, sinceramente implantada, daría al traste con la organización caciquil actual. Los <amos> de los distritos serían, sencillamente, sus mandatarios y servidores. Las clases y las clientelas políticas acabarán lamentablemente la carrera de sus errores y de sus culpas. Y Castilla, que no fue más que una federación municipal, frente a los nobles y frente al Rey, dejaría de ser la primera víctima de su abandono para convertirse en un organismo vivo, capaz de salvarse ella misma y de salvar a los demás.
   Ante las peticiones de Cataluña, Castilla, más tarde o más temprano, tomará posiciones contra sus caciques, formulará ella también sus agravios –¡que los tiene, y muy hondos del Poder central– sacudirá la dominación de los ineptos y hará de una historia, que no es la de su esplendor sino la de su esclavitud, cestos de papel para la hoguera de su fiesta de libertad y de redención.
   El movimiento ficticio y artificioso de hoy acusa un miedo lamentable y una falta de sentido histórico absoluto en la que se dicen sus clases directoras. El deber moral de todos los que nos llamamos y sentimos castellanos consiste, pues, en encender el corazón de todos en fuego de protesta y de inquietud.
   Lo de menos es que ellos, los separatistas del centralismo, los filibusteros de los feudos, nos acusen de traidores. ¡Bah! Nuestra España no es la suya, ni podrá serlo nunca. La imagen que ellos nos muestran de Castilla está falsificada y no la reputamos auténtica. Una Castilla sin democracia, sin libertad, sin cultura, una Castilla como la actual, cantando el aria nacional bajo la batuta de la incomprensión, no puede ser el hogar de nuestros sueños.
   Te felicita y te envía un fuerte apretón de manos tu amigo de siempre,
                                                             José Sánchez Rojas. El Adelanto 11/12/1918


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   A D. Francisco Ruipérez.
   Mi querido amigo:
   En esta pública discusión que en EL ADELANTO sostienen unos cuantos hombres de buena voluntad en torno al problema de la autonomía, es de notar con agrado que coinciden en la apreciación de los problemas más fundamentales aquellos que se hallan atados también por viejas y hondas ligaduras de afecto y camaradería. Y todos aportan su grano de trigo al acervo común. Y algunos, como tú, sugestiones muy dignas de tenerse en cuenta, y otros, como Ángel Ledesma, corrientes de cordialidad que no pueden desdeñarse en problemas que son honda y principalmente afectivos, y otros, en fin, como el querido poeta Cándido R. Pinilla, preocupaciones culturales en torno a la lengua –expresión del espíritu de los pueblos– que conviene tener muy a la vista en el momento oportuno.
   Así, tú dices, y dices muy bien, a mi juicio, que la guerra que acaba de terminar ha producido en España la derrota del frente centralista. Yo diría más; yo diría que de la guerra ha surgido exclusivamente el problema… tal y como está ahora planteado. La lucha entre centralistas y autonomistas es la forma actual del divorcio entre germanófilos y aliadófilos. Los liberales caen del lado de la autonomía y del lado del poder central los lisa y llanamente reaccionarios. La situación de Cataluña lo comprueba. Cambó que parece el jefe, no pasa de ser el prisionero de una corriente, que ya no se limita a los de la Lliga, sino que riega otros campos donde la plutocracia tiene mucho que perder.
   El mismo Cambó tendrá que tragarse sus palabras de judío mezquino cuando la violación belga y comprenderá más tarde o más temprano, que el sentimiento actual autonómico de Cataluña es más hijo de Wilson que de Prat, y primero una invasión del espíritu europeo en aquellas cuatro provincias que un recrudecimiento del malestar regional ante las presiones madrileñas.
   Sin la guerra, el catalanismo acaso hubiera encauzado por los carriles del conservadurismo más abyecto. Con ella y por ella, el catalanismo es una expresión de una democracia naciente y europea que no puede, es claro, ponerse a tono con la esclavitud política de otras regiones que, como Castilla, no han sentido la guerra y no están capacitadas tampoco para oler el hondo españolismo que puede haber… hasta los gritos más agudos y al parecer más criminales.
   La pugna no es, pues, de intereses materiales sino de ideas, o mejor aún, de sentimientos o de afectos. Yo, liberal, me hallaré siempre más cerca de un catalán que lo sea, que de un reaccionario de mi pueblo y vecindad. Yo, aliadófilo, tendré que preocuparme de una Cataluña que ha vibrado durante cuatro años con el corazón de Francia –cuna de la dignidad– y me desentenderé bonitamente de los gritos de unos cuantos dependientes del escritorio del señor Sota, que, bajo la misma bandera del autonomismo, van a fines bien distintos en Bilbao. Todo lo que quiere decir que nuestro problema, lejos de ser casero y de fronteras acá, no es más que el eco de una inquietud política universal, hondamente humana, que se ha de solucionar ahora, queramos o no queramos. Todos los problemas, absolutamente todos los problemas políticos han dejado de ser nacionales, ganando en extensión y en intensidad a la vez. La guerra nos ha mostrado que antes que españoles, franceses, rusos, etc. somos hombres y que antes que la patria y sobre ella está sencillamente el derecho de un solo individuo que quiera ser libre y merezca serlo.
   Por todas estas razones, los que aquí, en Castilla, han usurpado el nombre de ella para organizar toda suerte de mascaradas grotescas con música de Marcha de Cádiz, han desbarrado lamentablemente al juzgar de Cataluña y de sus gentes.
   Los juristas, y los políticos, sobre todo, han batido el <record> de la incomprensión. Desde Royo, que quiere sujetar las expansiones ideales a las fórmulas de un manual de Derecho políticos, hasta esos legistas que quieren explicar el catalanismo por sus antecedentes históricos, caminan de tumbo en tumbo. Hay que ir al hecho de la guerra y partir de ella para dar con el sentido y con la plenitud de la hora.
   Por estar Cataluña más cerca de Francia –ha dado doce mil voluntarios a los ejércitos de la República– por ser una región costera y marinera, por no ser extraña a la tragedia y a su triunfo, ha sido la primera en plantear claramente su posición frente a un Estado, como el nuestro, que lejos de ser expresión de una soberanía, es la fórmula más acabada de una servidumbre.
   Yo no soy catalán y juro también que en estos cuatro años me he sentido, no solamente extraño, sino hostil al ambiente espiritual y jurídico de mi pueblo. Y se comprende muy bien que al darse la cuenta de fuera, los liberales catalanes ajusten la de dentro a los que hablan de una soberanía que ellos han sido los primeros en convertir en un pingajo ante los ojos atónitos de Europa.
   Y como el movimiento es liberal e idealista, no puede ser de secesión ni de desmembramiento. Antes al contrario, resultará a medida que España vaya cobrando conciencia de lo que ha pasado por ahí fuera, que los separatistas serán los patrioteros y los hondamente españoles los que quieren incorporar a un nuevo Estado de hombres libres las ideas de libertad y de justicia que comienzan a incorporarse al patrimonio espiritual de los pueblos. ¡Y cuántas sugestiones puede presentarnos la historia de esta pobre Castilla nuestra en este respecto!
   Lo que se llama castellano, castizo, nuestro, es el elemento de exportación flamenca y alemana. Carlos I nos trae el virus de la <germanía> en los dos sentidos de la palabra. La risa libre del Arcipreste es mueca amarga en Miguel de Cervantes. Lo que sabe a terrón removido y huele a mejorana en Juan del Encina, es flor de trapo en Calderón de la Barca. El siglo de oro es de cobre y bien de cobre.
   Los Austrias, todos ellos; los dos Carlos y los tres Felipes, son extraños a nuestro espíritu. Los catalanes nos invitan a desprendernos de cuatro siglos, de esas vergüenzas que llaman glorias los manuales. Y nos asusta la libertad que, para nuestra raza, supone sencillamente la reincorporación a nuestra verdadera y plena personalidad. En estos cuatro siglos se nos ha gobernado por extraños que han falsificado, escamoteado, recortado y domesticado nuestra fiereza y bravura de campesinos recios y libres.
   Y a la hora actual y durante las de guerra, de nuevo, en nombre de Castilla y poniendo de pantalla sus intereses, se ha jugado a su espalda, para apretarla y encadenarla más en esa monstruosa secuestración en que ha vivido desde 1520, cuando en La Coruña el obispo de Palencia, Alonso de Burgos, decía, ante el asombro de nuestros procuradores, que la libertad de un pueblo es la gracia que le otorga su Señor. Tal vez sea harto explicable la postura de nuestro caciquismo.
   Con tan hondas raíces en el tiempo, con tan viejas costumbres de simulación, es natural que se vista de patriota y de españolismo. Así se lo han enseñado. Hasta las escuelas han contribuido en Castilla a esta terrible modorra, que ahora queremos sacudir.
   Estas y otras divagaciones, querido Paco, surgen, al correr de la pluma, de la lectura de tu alegato a favor de otra Castilla que rompa sus cadenas y se ahínque en sus municipios y renueve su soberanía, más fecunda que la anterior, por basarse antes en pragmáticas de reyes y hoy en fueros naturales de humanidad. Veremos qué sale de todo esto…
   Tu amigo,
                                                          José Sánchez Rojas. El Adelanto 26/12/1918


Sobre el autor: http://www.villaalbadetormes.com/sanchezrojasquienes.asp?id=9



Y de esto hace casi un siglo. ¿Qué ha avanzado el castellanismo hasta el día de hoy? No me imagino un artículo parecido a éste en ningún periódico local. ¿Y si se publicara? Rápido saldrían decenas de voces cargando contra las ocurrencias de su autor. Lo más bonito que iban a llamarle sería comunista, rompepatrias y filoetarra. ¡Y hace un siglo se permitía esto! ¡Y lo decía un autor liberal! ¿Alguien se imagina a los autoproclamados liberales del foro hablando así en lugar de cargar contra los catalanes en todas sus intervenciones? ¡Y nosotros nos alegramos porque un periodista hable de unir las dos mesetas para reducir las autonomías! Tan bajo hemos caído que toda migaja que se nos ofrezca la aceptamos de buen grado.
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« Respuesta #1 : Mayo 30, 2012, 14:20:26 »


Muy de acuerdo con esto.

Sin embargo, hay un matiz importante: Cataluña ha cambiado muchísimo en un siglo. La Barcelona actual poco tiene que ver con la de 1918.
Castilla permanece sin embargo, bastante más igual, descontando el brutal saqueo poblacional del Franquismo.
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El estado español : estructura caciquil garante de las mayores injusticias que se pueden encontrar en Europa. Castilla: primer pueblo sometido y amordazado por él. Nuestro papel no puede ser echarle encima este yugo a cuantos más mejor, sino romperlo por fin y librar con ello al mundo de esta lacra.
caminante
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Y subiéndose a los montes, comunica por hogueras


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« Respuesta #2 : Mayo 30, 2012, 21:02:22 »


Con Carlos I de España y V de Alemania, Castilla abandona sus libertades, sus concejos libres y prósperos, su democracia campesina, la industrias de sus ciudades, su agricultura y sus cortes.
En estos cuatro siglos se nos ha gobernado por extraños que han falsificado, escamoteado, recortado y domesticado nuestra fiereza y bravura de campesinos recios y libres.

Estas dos frases son las más interesantes para mi. Lo demás creo que es de una inocencia grande, probablemente también influenciado por el momento histórico.
La conclusión sería que Castilla debería solucionar sus problemas echándose en manos de Cataluña, y no parece la manera más libre y responsable de hacerlo. Por lo demás hay momentos en los que no sabes si estás leyendo algo con cien años o algo de quienes buscan la independencia de Castilla pero desde un estatalismo que asusta, vamos que se sustituye España por estado español y listo. Eso, para mi al menos, no es la solución. Primero porque las cosas han cambiado, porque Castilla cada vez pesa menos, en todo, en lo político, en lo económico, en lo demográfico.Y segundo porque hoy a Cataluña se la pela Castilla, no necesita a Castilla más que para venderle cosas de vez en cuando.Cataluña no necesita entenderse con Castilla. Comparar hoy a Castilla, todo pasado y un presente por hacer, con Cataluña, todo presente, es comparar el 1 con el 1000.
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