… y de fiesta conmigo venían la fortuna y el sexo, el poder y la fama,
sus brillos;
tenía la fuerza, la juventud aún, y el don de convocar al mar
y a mis órdenes hacerlo hervir;
nadie, nadie podría haber descrito mis pletóricos e íntimos instantes,
- su plenitud, su fragor -
ni nadie podría haberme hollado el corazón sin percibir su faz, su ingente dicha,
la sangre ardiendo;
… yo, era yo;
impresionaba verme y sentirme latir y lo sabía,
pues ejercía de dios mortal con la altivez y bullicio con que la forma al pasar se admira,
lacera o sobrecoge;
… era, pues, creador de fuegos, tormentas y tormentos y adquiría infinitud,
pero no, no el tributo de aquel hombre leve que, emergiendo de los sótanos,
saludaba apenas con los ojos y cruzaba el vestíbulo, callado,
inundando el aire de inefable y excelsa autoridad;
… un día, al fin, chirriándome las fuerzas y cortándole el paso, me detuve frente a él;
me observó sereno y de forma indescriptible, y luego, centrándose en mis ojos, profirió muy quedamente:
“salud y progreso para la humanidad, empleo para todos”, y sin más, y apartándose, se fue;
... y aquí, aquí empezó el raudal de mis profundas y repentinas muertes, mis caídas, mis desdoros,
y este silencio sagrado y mío con que urgentemente intento comprender las causas-hiel, o luz,
de mi derrota;
y no, a aquel hombre, no lo he vuelto a ver.
http://www.oriondepanthoseas.com