... ábrete, ábrete cuanto puedas, y sube, asciende y entra en tu propia mente y en tu propio corazón,
y, ya, persiguiendo el logro de una mente dulce y amorosa y un corazón inteligente,
- cooperando ambos -
con imaginación profunda y voluntad de diamante y oro, estúdialos y prográmate;
elije con exactitud los materiales y construye de forma viva un proyecto de valor, de utilidad,
hasta conseguir articularte y verte al fin como un ser de luz real:
independiente, autosuficiente y libre;
transforma tus creencias y conviértelas en fungibles y dúctiles, en versátiles, en líquidas,
revisa o rompe, por tanto, las antiguas liturgias de tus gustos y tradiciones, de tu ideología,
o mézclalos al tiempo que caerán ante ti antiquísimas y opresivas cajas oscuras, candados y muros;
abre, pues, también, y en consecuencia, tus techos e instala tragaluces o agujeros inmensos,
y que entren, que entren con ansia, gratitud y fuerza la luz y el aire,
oreando y lustrando increíbles e ignorados recodos, ocultos bajo viejas y densísimas sombras,
que haga surgir y aparecer insospechados resplandores y brillos por completo desconocidos;
en definitiva, prescinde de lentes cóncavas, de vetustos mitos u orientaciones arcaicas y ajenas;
supera ancestrales o cerrados sistemas axiomas caducos y espesos,
y, ello, quienquiera que los haya instruido, sostenga o difunda,
y ya, ya sean de cualquier orden, grado o nivel, lugar o condición;
en una palabra, investígate con objetividad intuitiva y cognoscitiva,
y, bajo un sublime e incondicional amor, analízate con humildad y a conciencia,
y si fuere preciso, analiza y rediseña uno a uno cada luz e instante que puedan ofrecerte duda,
porque, quizás, y por primera vez,
- tras una y otra y otra vida de miedos, de dualidad, de oscuridad y misterio -
logres ir por la calle como un dios menor y en formación - evolucionante y humilde, sí -
pero consciente, magnífico y radiante, pleno de íntimo fulgor, poder y sueños inmortales;
y es que, amiga o amigo - créeme - en este XXI, un plus de estas características,
de esta auténtica y carísima verdad,
- y más allá del ingente y propio valor de París -
bien, muy bien podrá valerte en el XXI, esta feliz, sencilla, e inapreciable misa.
Antonio Justel
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