... confina y acostumbra la tristeza del alma, el puro sufrimiento,
pues viene y llama la alegría y la estoy recibiendo con la frente temblando, uso
como si de pronto el cuerpo extrañara y una inercia ominosa
hubiese obviado para siempre la imprevista irrupción de sucesos hermosos;
... es, así, que la alegría casi duele al apretarse a la piel del pecho para hacerse sentir,
para ser reconocida y asumida, y, de esta forma, abrir, inhalar su canto y pronunciarse;
... y son, son tan pocas las gotas de rocío vivo
que van apareciendo y florecen en el ardinal en que a veces soy, y somos,
que en este instante las cojo y pongo por las grietas del ser cuidadosamente,
no para que crezcan, no, sino para que no mueran;
… con asombro miro en mí,
y todo parece revertir a este breve instante en que me quedo quieto, muy quieto y escuchándome,
como si el leve resplandor que tengo estuviera en peligro, y, con rapidez,
contra un mar taimado de oscuridad infinita,
tuviera que ordenar las fuerzas para creerlo en mí, y, enseguida,
- frente a un terror o espanto tronando por la sangre -
amarlo hasta el suplicio y defenderlo.