Las violentas tensiones de la Historia europea en el curso del s. XX se polarizan en torno a dos fenómenos: las luchas entre clases sociales y las guerras entre naciones. Las huelgas y demás manifestaciones obreras adquieren gran extensión en vísperas de la Primera Guerra Mundial, provocando simultáneamente una reanimación del espíritu nacionalista. Durante la guerra, la conciencia de clase quedó soterrada por una explosión de nacionalismo que trascendió aquélla, pero las motivaciones de la lucha de clases subsistieron. Tras el conflicto bélico, la rebeldía de la clase trabajadora se hizo patente en toda Europa, y la colusión de fanatismo chauvinista con los intereses conservadores consiguió desplazar a la opinión pública en favor del nacionalismo y en detrimento del concepto de clase. Se desarrollaron así movimientos híbridos
"nacional socialistas" o
"corporativistas".Dado su carácter autoritario, la combinación de nacionalismo con el socialismo o el corporativismo recibió el nombre genérico de "fascismo". La atracción ejercida por el fascismo sobre los países europeos que se enfrentaban con graves problemas sociales y políticos resulta hoy evidente. La fuerza del fascismo procedía del temor y la inseguridad de las clases medias, que consideraban la coordinación corporativista de las fuerzas económicas en interés de la nación como la única doctrina capaz de absorber y frenar el movimiento obrero. El primitivo fascismo italiano ensayó una pragmática conciliación de las aspiraciones nacionalistas y socialistas; en el nacional-socialismo alemán Hitler hablaba de fórmulas utópicas contra el interés, la gran propiedad y los trust internacionales. En 1927 afirmó:
"Somos socialistas, somos enemigos del sistema capitalista actual por su explotación del económicamente débil, con sus salarios injustos, con su indecorosa evaluación de un hombre según la riqueza y la propiedad en vez de la responsabilidad y el rendimiento"... En realidad, lo único que pretendían fascistas y nazis era acabar con las reivindicaciones obreras mediante una propaganda demagógica.
España sería la última nación de Europa Occidental en desarrollar un movimiento fascista. Durante varias generaciones, su desenvolvimiento social y político se apartó de los módulos europeos, y su mediocre ritmo de desarrollo económico (debido, en gran parte, al bajo nivel de educación popular y a un aislamiento cultural casi general) obstaculizó durante cierto tiempo la formación de una conciencia de clase organizada, pero cuando surgió la lucha de clases se multiplicaron por doquier los levantamientos de campesinos en el Sur, los atentados anarquistas y las consiguientes represiones policiales. Los sangrientos disturbios que conmovieron al país durante el verano de 1909 no fueron más que el modesto preludio de la primera huelga de amplitud nacional, que tuvo lugar en 1917.
Desde 1875, España había sido gobernada nominalmente por una monarquía constitucional, bajo la cual el país experimentó un notable progreso. El renacimiento cultural de principios del siglo XX produjo un período de esplendor literario, pensadores como
José Ortega y Gasset infundieron vitalidad a la filosofía española. Por otra parte, la vida política cobró renovado vigor, a medida que iba aumentando el número de los ciudadanos que intervenían en ella. España parecía más activa que en ningún otro momento de su Historia moderna.
Sin embargo, el riesgo de una revolución social organizada acabó ensombreciendo aquellas perspectivas. Los primitivos y dispersos movimientos socialista y anarquista se transformaron en organizaciones de masas, despertando la conciencia de clase entre los obreros. Entre los campesinos sin tierra del Sur de España imperaba un sentimiento de extremismo desesperado.
La lentitud con que las instituciones políticas y económicas españolas se adaptaron a las exigencias de la vida moderna, provocó una tensión no sólo entre clases, sino entre regiones. Cataluña, el territorio más avanzado, hablaba una lengua propia y poseía una tradición de autogobierno que se remontaba a la Edad Media. El desarrollo de la burguesía catalana, la presión ejercida por la expansión económica, los abusos del centralismo y el renacimiento de la literatura catalana se combinaron, dando lugar a un movimiento nacionalista cuya dirección asumió la clase media. Un nacionalismo provocado por causas análogas se daba también en el País Vasco.
Pero un amplio sector de la clase media se manifestaba profundamente opuesto a la influencia de cualquier nueva idea en la vida española. Aun cuando la ideología monárquica se iba desacreditando rápidamente, otras fuerzas tradicionales, como la Iglesia, contaban con numerosos defensores. No existía en la España de la época un sentimiento nacionalista semejante al de otras naciones de Europa Occidental. Esto no quiere decir que los españoles carecieran de sentimientos nacional, sino que no respondían a un nacionalismo organizado, expresado en ideologías o traducido en movimientos políticos. El español es, tal vez, el más tradicionalista de los europeos, y se opone tenazmente ante cualquier ataque contra sus costumbres o formas de relación social. Este patriotismo tradicionalista, que predomina especialmente entre los campesinos del Norte y la clase media castellana, no tiene nada en común con el moderno y dinámico nacionalismo de la Europa central, atento a su desarrollo y expansión futuros, no a las glorias del pasado.
El más claro ejemplo de patriotismo tradicionalista español al impulso de los cambios lo constituían los carlistas, con sus pretensiones de defender la tradición nacional contra los avances y el mundo moderno. Su concepción neo-medieval y regionalista de la monarquía no tenía nada que ver con los nacionalismos modernos.
A pesar de todo, la primera manifestación de nacionalismo español no provino del carlismo, sino de la derecha ortodoxa. Tras la caída del gobernante conservador Antonio Maura en 1909, sus partidarios organizaron un movimiento juvenil, las
Juventudes Mauristas, cuyo objetivo era la regeneración nacional. Los jóvenes mauristas denunciaban las irregularidades del sistema parlamentario y pretendían suprimir de raíz la subversión izquierdista. Sin embargo, carecían de una mística nacionalista, y sus declaraciones tenían a menudo los mismos tonos que las del viejo Partido Conservador de Maura, su mentor.
Otra manifestación de nacionalismo español, aunque con carácter liberal, es la que encontramos en algunas figuras de la llamada
"Generación del 98". Hombres tan notables como Unamuno o Machado, profundizando en la identidad española, llegaron a una nueva interpretación de Castilla. Los "noventayochistas" estaban convencidos de que España era distinta del resto de Europa, y por tanto debía seguir un camino distinto.
Las Juntas militatres que surgieron en 1917 fueron la expresión de una reacción nacionalista o patriótica. Los jóvenes oficiales que las integraban se pronunciaban contra el favoritismo y la corrupción en la política, exigían que las energías de España fueran mejor empleadas.
Miguel Primo de Rivera, capitán general de CataluñaPero la primera manifestación oficial de nacionalismo español sería la dictadura del general Miguel Primo de Rivera, iniciada con el golpe de Estado de 1923. El único fundamento ideológico éste régimen fue el sentimiento patriótico. Considerando corrompido el sistema parlamentario, empezó Primo de Rivera por confiar el Gobierno de España a un puñado de generales, para después constituir un partido único: la amorfa Unión Patriótica, organización constituida en 1925.
La Unión Patriótica no fue concebida como una organización política al estilo fascista, en teoría era una asociación constitucional exclusivamente destinada a apoyar al Gobierno durante un difícil período de transición. Así pues, Primo de Rivera y su régimen carecían de programa y de ideología. La Unión Patriótica no era sino una colección de elementos conservadores cuya única obligación era respaldar al general, haciendo grandes alardes de retórica españolista.
El programa económico del régimen se limitaba a la realización de obras públicas y a una mayor protección arancelaria. No existía ningún tipo de reformas sociales, excepto el ambicioso proyecto de los comités paritarios de obreros y patronos, a través de los cuales la UGT estuvo legalmente representada en el Gobierno español.
La única declaración de nacionalismo español radical durante el régimen de Primo de Rivera la hizo el literato madrileño
Ernesto Giménez Caballero, director de
La Gaceta Literaria. Fue, tal vez, el más raro y estrafalario de los escritores fascistas que proliferaron en Europa entre 1920 y 1930.
Giménez Caballero empezó se inició en la política como socialista, para convertirse después en admirador de Mussolini por influencia de Curzio Malaparte, al que conoció en un viaje a Italia. Por aquella época, Giménez Caballero veía a Alemania con especial odio y, por sorprendente que resulte, consideraba a la URSS como aliada de los países mediterráneos. Para él, Roma era el centro del mundo, la capital del catolicismo y del fascismo.
A pesar del prestigio literario de su revista, la agresiva retórica fascista de Giménez Caballero no llamó la atención de la intelectualidad española más influyente. El primitivo fascismo español no podía prosperar bajo el rancio autoritarismo de Miguel Primo de Rivera.
Giménez Caballero y su publicación.Los seis años de aquella extraña mezcolanza política que fue el "primorriverismo" provocaron un descontento general. Hacia 1929 la hacienda pública se hallaba en un estado inquietante. La peseta descendió al nivel más bajo en el cambio internacional desde 1929. Los socialistas estaban cada vez más cansados de su compromiso político con la dictadura, y los anarco-sindicalistas estaban esperando el momento de reaparecer con nuevos ímpetus. Las clases altas se hallaban descontentas, deseaban verse libres de la carga de una costosa administración que el régimen hacía pesar sobre ellas. El rey Alfonso XIII, en cuyo nombre se suponía que gobernaba Miguel Primo de Rivera, mostraba deseos evidentes de recuperar una buena parte de poder. Además, la salud del dictador empezó a flaquear. A principios de 1930, Miguel Primo de Rivera se vió obligado a dimitir.
Tras la dictadura, se sucedieron dos breves gobiernos semi-dictatoriales, que no lograron gran cosa. Se hacía responsable a Alfonso XIII no sólo de los fallos de la dictadura, sino de las decepciones de 1930. Las clases medias abandonaron al monarca, y los grupos republicanos iban adquiriendo cada vez mayor vigor. La Corte trató de conquistar el apoyo popular convocando la calebración de elecciones municipales el 12 de abril de 1931. La confusión aumentó todavía más. En las grandes ciudades, las elecciones fueron ganadas por los republicanos, quienes exigieron el fin de la Monarquía.
El 14 de abril, Alfonso XIII se encontró sin apenas partidarios en todo el país. Los estériles decenios de la Monarquía constitucional habían dejado tras de sí esterilidad y vacuidad. Sin el apoyo de la derecha, y con varios de los generales más importantes manifestando sus simpatías republicanas, el monarca no tenía ningún apoyo. Con un impulso generoso, Alfonso XIII abandonó España. El mismo día se proclamaba la II República.
Aunque el número de españoles verdaderamente liberales fuese reducido, el advenimiento de la II República despertó los mejores deseos y no pocas esperanzas en todo el país. Un cambio de régimen realizado tan pacíficamente parecía augurar un futuro feliz para España. Durante los primeros días del régimen republicano hubo escasas voces que se alzaran en su contra.
Mientras tanto, aparecían en Madrid dos manifestaciones extremas de nacionalismo español, aunque pasaron totalmente desapercibidas. Una fue la aparición del minúsculo
Partido Nacionalista Español. La otra, la publicación de un semanario titulado
La Conquista del Estado, dirigido por un tal
Ramiro Ledesma Ramos.El Partido Nacionalista Español había sido creado por un neurólogo valenciano, gordo y con un pulmón artificial, llamado José María Albiñana. Su programa proclamaba la defensa del viejo orden:
"El Partido Nacionalista Español no tiene otra base que la muy amplia de la Tradición". Su ideario se basaba en el respeto a los militares y una línea rigurosamente nacionalista. Albiñana odiaba a todos los intelectuales liberales, quienes le respondían ignorándole. Como nadie se tomaba en serio su afirmación de estar "por encima de los partidos" , se desacreditó desde el principio, y pronto adquirió fama de retórico reaccionario pagado por los terratenientes. El único sector eficaz de sus escasos seguidores fue el grupo de alborotadores callejeros denominado "Legionarios de Albiñana".
La reducida banda de Albiñana intentó disputar la calle a las izquierdas, y fue anulada inmediatamente. Los republicanos liberales dominaban de tal modo la situación que ni siquiera la alta clase media quiso perder el tiempo interesándose por un agitador nacionalista y monárquico. Albiñana se lamentaba de esta manera:
"Entusiastas y decididos, no podíamos en cambio pagar el alquiler de nuestro centro, por que las clases adineradas no nos ayudaron. Pedir dinero en España para cualquier obra que no reporte inmediato beneficio individual es pasar un calvario espantoso. La ausencia de todo sentido de la cooperación es uno de los mayores males de nuestro país". Albiñana fue detenido por sus actividades subversivas y confinado en Las Hurdes. El derechista Gil Robles, líder de Acción Popular, solicitó en el Parlamento la liberación de Albiñana, pero el resto de la derecha ignoró al valenciano. Éste fue visitado en Las Hurdes por centenares de personas, pero casi nadie se afilió a su partido, que había sido ilegalizado.
La otra corriente de nacionalismo español radical que trataba de abrirse paso en la escena política era la de Ramiro Ledesma y su semanario, a quienes ya hemos mencionado. Natural de Zamora, Ramiro Ledesma era empleado de Correos y estudiante de Filosofía a ratos. Joven puritano, brusco, taciturno y poco sociable, se había trasladado a Madrid a la edad de quince años.
Ledesma empezó a interesarse por la Filosofía alemana y trató de obtener el título de licenciado en la materia por la Universidad de Madrid. Alrededor de 1930 publicó algunos ensayos de poca originalidad sobre diversos aspectos del pensamiento alemán en la revista de Giménez Caballero. Sin embargo, cuando llegó a los 25 años, la filosofía pura había perdido mucho interés para él. Deseaba evadirse del mundo de la Metafísica para sumirse en la febril atmósfera de una política radical, orientada según una ideología bien determinada; tenía vehementes deseos de aplicar las ideas abstractas a las cuestiones prácticas.
Procedente de la sociedad profundamente tradicional de Castilla, Ledesma sabía que el temperamento del pueblo español resultaba incompatible con el liberalismo ortodoxo o el socialismo científico. Detestaba por igual el fatalismo impersonal del marxismo y el individualismo de los sistemas libertales. Latía en él una identificación emocional con el movimiento proletario español, deseando una revolución obrera de ideario nacionalista español. En cierto modo, sus pensamientos, que comprendían al nacionalismo y al colectivismo, se correspondían con la realidad de la época. Ledesma quería que su ideología nacionalista española y revolucionaria fuera original y no una imitación, su sistema no debía llamarse ni nacional-socialista ni corporativo.