Vamos a visitar la villa de
Medina de Pomar, emplazada en Las Merindades, comarca que ocupa el extremo norte de la provincia de Burgos y que se halla profundamente ligada al nacimiento de Castilla. Como es evidente, el espacio de esta comarca lo ocupan las siete antiguas Merindades de Castilla la Vieja, de las cuales una, la que queda en el centro, sigue aún usando el nombre que pasó (como sugiere el poema de Fernán González) de ser el de una alcaldía a ser el de todo un Reino. Parece ser que esa denominación de Castilla "la Vieja" no tiene nada que ver con la antigüedad castellana de la comarca. Derivaría de la ciudad de Vellica, que es una de las que los historiadores sitúan en el territorio de los cántabros. Sobre aquella urbe (o cerca de ella) surgió Medina de Pomar, que primero tomó el nombre antiguo y luego se llamó Medina de Castilla Veteris, de donde vino la traducción. Lo de que Vellica y Medina sean el mismo solar lo establece con buenos argumentos el señor García y Sáinz de Baranda, que reconoce la topografía del monte Vianio, donde se refugiaron los cántabros después de su derrota a campo abierto, en la sierra de la Tesla, rodeada por el foso natural del Ebro.
La organización de las Merindades en tiempos condales comprendía a la de Castilla la Vieja (que quedaba en el centro, donde está Villarcayo) y las de Valdeporres, Sotoscueva, Montija y Losa, que ocupan el Norte, de Oeste a Este; las de Manzanedo y Cuesta Urría, al Oeste y Este de Castilla la Vieja, y por último, la de Valdivieso, que es la más meridional. Puentedey se hallaba unida a Valdeporres. A todo esto hay que añadir Medina de Pomar, que era villa realenga y se convirtió (de hecho) en la capital del territorio. Los accidentes naturales definían muy bien el ámbito de las Merindades: al Norte, la muralla cántabra y vizcaína; al Este, las sierras Salvada y de Aracena, que ya debieron ser límite claro entre cántabros y autrigones y luego lo fueron entre castellanos y alaveses; al Oeste se levanta el límite de los Páramos; y al Sur están la sierra de la Tesla y la de la Plana y, naturalmente, el Ebro. De ahí que el Valle de Valdivieso (al otro lado del Tesla) no figurase al principio entre las Merindades y que éstas, en cambio, influyesen sobre el alavés Valle de Valdegobia, así como sobre el Valle de Tobalina y los alfoces de Bricia y Arreba.
El nombre de la villa, antiguamente Medina de Castella Veteris (Medina de Castilla la Vieja), cambia por el de Medina de Pomar (estaba rodeada de manzanos en la época) cuando, avanzada la Reconquista, eran muchas las ciudades que llevaban ese nombre. Aparece ya con la nueva denominación en 1202, cuando Alfonso VIII da un impulso a la repoblación que había iniciado su abuelo, Alfonso VII, con la declaración de Medina de Pomar como villa de realengo y la concesión del Fuero. Un Fuero entre cuyos artículos figuran garantías para los pobladores ante los abusos de las autoridades, libertad de poseer y cultivar las tierras, de explotar los montes comunales y exenciones de tributos...Todo ello acompañado de detalladas descripciones de los derechos y deberes del villano.
Lo primero que destacaremos de esta villa es su castillo, que durante siglos fue el símbolo del poderío de un linaje aristocrático: los Fernández de Velasco. Anclado en medio de la localidad, la estructura de esta fortaleza es tan sencilla como imponente su imagen: dos grandes torres cuadradas (ligeramente más alta la de la derecha) unidas por un cuerpo central, más bajo y estrecho. En la torre izquierda (con almacenes y bodegas en sus bajos) se alojaban el cuerpo de guardia y la servidumbre; la parte central y la torre derecha no eran sino dependencias palaciegas, que contaban con un archivo. Según parece, la fortaleza llegó a contar con un profundo foso salvado por un puente y tres recintos de muralla (el último más o menos improvisado cuando se temía un ataque de los carlistas, ya que Medina fue plaza isabelina), recintos que empezaban y terminaban en el castillo, pero abrazando el casco antiguo. Declarado Monumento Nacional en 1931 y restaurado por completo, el castillo medinense alberga en la actualidad el Museo de las Merindades.
El patrimonio monumental de Medina de Pomar abarca una buena nómina de edificios religiosos y civiles. Entre el castillo (en el extremo Sur) y la Plaza de Somovilla (en el Norte), y las calles Tras las Cercas y la Ronda (por el Este y el Oeste) se encerraba el recinto amurallado, zona que hoy conserva la mayoría de los lugares de interés. Fuera de este perímetro quedan el monasterio de Santa Clara, la ermita de San Millán y la iglesia de Santa María del Rosario. Son tres las calles principales que recorren de Norte a Sur el caso: Mayor, Laín Calvo y Nuño Rasura. La primera de ellas era (junto a la de Santa Cruz, a la que luego nos acercaremos) la zona más residencial de la nobleza medinense: es la que ostenta más casas de porte solariego, de los siglos XVII al XIX, con escudos, buenos enrejados, portadas y aleros de labrada madera. Entre los mejores ejemplares de la calle Mayor está la cada del nº 1, con el escudo de los Quintana (uno de cuyos miembros fue nombrado Caballero de Santiago) o la del 40, del siglo XVIII, rehabilitada para acoger la Casa de Cultura, con el escudo de los Céspedes en su hermosa fachada de sillería sobre el balcón principal. La calle Mayor desemboca en la Plaza de Somovilla. Una y otra concentran el grueso del comercio y de los bares de la villa, especialmente animados los fines de semana y en época de vacaciones (que es cuando se quintuplica la población).
También en la calle Laín Calvo podemos ver algunos de los muchos blasones que abundan en Medina de Pomar: en el nº 11 el de los Salcedo, en el 13 el de los Medinilla y en el 16 el de los Pereda. El panorama de la calle Nuño Rasura es bien distinto: sus casas son más humildes y muchas se cuentan entre las más antiguas del lugar, aunque han sido muy modificadas con los años. En ella se localizó la Sinagoga, y en su entorno se apiñaba la aljama: aquí está el Arco de la Judería, una de las entradas a la ciudadela amurallada, que aunque fue construida en el siglo XVI (cuando ya no quedaba ni rastro de los judíos) tomó el nombre del antiguo barrio. Además de este Arco, los restos más visibles de la muralla se encuentran en la Plazuela del Corral (un gran lienzo rematado por dos cubos), en los jardincillos que hay tras la fortaleza y en la bella Puerta de Oriente, también llamada de la Cadena porque se cerraba mediante un gran portón provisto de cadenas y trancas. Es un arco apuntado y elegante, abierto bajo una vivienda con barandal de madera volado en lo alto en la que residía el Alcaide. Desde aquí hay que asomarse hacia los angostos callejones que bajan hasta el cauce del río Pomar.
El rincón más hermoso de Medina de Pomar es la plazuela de la parroquia de Santa Cruz, a la que se sube por una escalinata que arranca de la calle Mayor: al frente, un pasadizo en cuesta que atraviesa la muralla, y en un lateral se halla la calle Santa Cruz, donde se levantan las mejores casas de la villa. Se mezclan en este sitio elementos de muy distintos estilos y periodos, creando un espacio armónico pero pintoresco: el pasaje de profundas resonancias medievales, el pórtico neoclásico de la iglesia, la torre en cuya obra se aprecian distintas fases, un cubo de la muralla y las casas de sillería blasonadas (alguna parcialmente cubierta de verde enredadera) que hicieron levantar los nobles medinenses en los siglos XVI y XVII. Completa el interés de la zona la casa que se levanta en la calle Mayor, justo frente al arranque de la escalinata, en la que tiene su sede la Asociación de Amigos de Medina de Pomar, una institución muy activa en la difusión de los valores ciudadanos. En su fachada (todo un tratado de simetría) se alternan los huecos rectangulares de los balcones y los medallones circulares con efigies en relieve de los Roldán, propietarios del inmueble.
La descripción detallada de la estupenda iglesia de Santa Cruz excede el espacio de este artículo. Una limitación que suple con creces la guía para la visita del templo, editada por el Centro de Iniciativas Turísticas de las Merindades. (Hay también guías del mismo autor, Antonio Gallardo Laureda, sobre el monasterio de Santa Clara y la iglesia de Santa María del Rosario). Nos limitaremos, pues, a llamar la atención sobre la elegancia y altura de sus tres naves divididas por arcos ojivales y techadas con bóvedas de crucería; a destacar la belleza del retablo principal. Se trata de una composición de excelentes tablas que narran la vida de San Juan Bautista, ambientada con paisajes y figuras que recuerdan a la mejores obras flamencas, y enmarcada en una estructura (tardogótica, como las propias pinturas) que es toda una filigrana en madera dorada. Recomendamos a los visitantes que se detengan en los sepulcros de los prebostes allí enterrados, en los retablos, en la sillería del coro y en los numerosos detalles arquitectónicos y ornamentales que hacen de la principal parroquia medinense un edificio de notable interés.
A dos pasos de la iglesia, en la calle de Santa Cruz, se abre un mirador sobre la Plaza Mayor. En realidad se trata de dos miradores sobrepuestos, ya que la propia Plaza termina en una balconada desde la que se ven las huertas y la vega del río Trueba y (al fondo) las cumbres redondeadas de sierra Pelada. Es la Plaza un espacio sobrio, que cuenta con dos elementos de interés: la fuente de la Leona, monumental, con un felino recostado en lo alto; y el Ayuntamiento. Deberíamos visitar el salón de plenos consistorial, que aparece decorado con pinturas en el techo (óleos sobre lienzo de temas históricos o alegóricos) y las paredes ( frescos con imágenes de las cuatro estaciones del año).
Un poco alejado del centro urbano, se levanta el gran complejo del monasterio de Santa Clara. Muchas de las dependencias que lo componían han desaparecido o se hallan en ruinas (es el caso del hospital de la Vera Cruz), pero la iglesia y el Museo de los Condestables siguen siendo merecedores de una detenida visita. Pero antes hemos de acercarnos a la pequeña ermita de San Millán (que formó parte dle complejo monacal), templo románico erigido en el siglo XII y coetáneo de los primeros tiempos de la repoblación, que pasa por ser el edificio más antiguo que conserva Medina de Pomar. Tras muchas vicisitudes (hasta fechas recientes fue usada como almacén y cuadra, y parte de la nave fue transformada en vivienda) esta ermita, vinculada a uno de los itinerarios accesorios del Camino de Santiago, ha sido restaurada y rehabilitada como Centro de Interpretación del Románico de las Merindades. Un lugar donde aprender sobre las pequeñas y hermosas iglesias o ermitas rurales del Norte de Burgos. Y también para ver, dentro de su sencillez, la belleza primitiva de los capiteles con relieves de rostros, signos (algunos de difícil interpretación) y alusiones al peregrinaje jacobeo.
Pero regresemos al cenobio de Santa Clara. Fue éste una fundación de Sancho Sánchez de Velasco y su consorte Sancha García en 1313, que sus descendientes fueron ampliando y enriqueciendo con aportaciones artísticas. Fue el objetivo de sus creadores levantar un lugar de enterramiento para el linaje de los Velasco. Sus blasones figuran por todas partes y algunas de las tumbas (como la de Iñigo Fernández de Velasco y María Tovar, con estatuas orantes atribuidas a Felipe Bigarny) son verdaderamente lujosas. Otros muchos miembros de la familia están enterrados en nichos a lo largo de toda la nave de la iglesia, siendo el último Ana Valentina Fernández de Velasco (hija del XIV Duque de Frías, fallecida en 1852). Merece la pena detenerse a contemplar las bóvedas (las hay suntuosas, como la estrellada de la capilla de la Concepción o la de media naranja que remonta la cabecera de la iglesia), los retablos (entre ellos el del altar mayor, una refulgente obra rococó), las rejas o algunos retablos menores de buena factura. En el Museo de los Condestables podremos ver muchas obras artísticas de valor, entre ellas un Cristo Yacente de Gregorio Fernández y una pintura sobre tabla atribuida por la mayoría de los expertos a Hans Memling.