El 19 de septiembre de 1868, tenía lugar un suceso llamado a cambiar la Historia de España: el general Juan Prim, empedernido conspirador, se levantaba en armas contra la monarquía isabelina. Se unieron a la rebelión los generales y civiles exiliados en Londres, Bruselas o Suiza; así como los desterrados en Canarias y los que se hallaban presos o bajo libertad vigilada en la Península. Todos los dirigentes de la sublevación se entendieron perfectamente. Se difundió un manifiesto contra el insoportable reinado de Isabel II firmado por una serie de militares: Juan Prim, Rafael Primo de Rivera, Francisco Serrano, Caballero de Rodas y el brigadier Topete. Con este hecho parecía indicarse el carácter castrense del levantamiento, provocado por el desgaste del Partido Moderado y la Unión Liberal.
Sevilla y Cádiz se unieron rápidamente a la rebelión. Juan Prim se trasladó a esta última ciudad, siendo recibido por Topete en la fragata Zaragoza. Tras arengar a las tropas allí concentradas, el general progresista se hizo con tres fragatas, recorriendo así la costa mediterránea hasta Cataluña. Francisco Serrano, por su parte, se dirigía hacia Sevilla con la intención de avanzar después hacia Madrid. En todo el Sur y el Este de España las autoridades constituidas dejaron vía libre a una serie de Juntas Populares, que se prodigaban en todos los pueblos y ciudades.
Serrano y sus hombres se hallaban ya a la altura de Córdoba, siendo apoyados por los refuerzos civiles que se habían incorporado a la rebelión. Las fuerzas leales al Gobierno, dirigidas por Novaliches, salieron desde Madrid para cerrarles el paso. El choque entre ambos ejércitos se produjo el día 28 en Alcolea: el desgraciado general Novaliches recibió en la primera refriega un casco de granada en la mandíbula, siendo sustituido por el general Paredes, que ordenó el repliegue de sus fuerzas. Serrano y los suyos tuvieron entonces el camino despejado, siendo vitoreados en todos los pueblos por los que pasaron en su marcha hacia Madrid. Nada quedaba ya por hacer a la monarquía. Isabel II pasó la frontera con Francia el día 30, y nunca volvería a franquearla como reina de España en ejercicio.
¿Y cual es la situación en Castilla y León? Apenas tenemos datos sobre adhesión de esta tierra al levantamiento contra Isabel II. El caso mejor documentado y estudiado es el de Valladolid, que se presenta como la ciudad más revolucionaria.
Tras conocerse la sublevación de la flota en Cádiz, y tras una larga y tensa noche
"se toma una especie de decisión salomónica: Valladolid se suma a los sublevados, salvo el Regimiento de la Constitución, que se marcha voluntariamente con los generales Calonge (capitán general isabelino) y Carreño". A las nueve de la mañana del día 30 de septiembre, el general José Orozco, al frente de las tropas rebeldes, se encamina al Ayuntamiento para cumplir con las formalidades revolucionarias. Tras una arenga y varios vivas a la soberanía nacional y a la libertad, se proclama oficialmente en Valladolid la destitución de la monarquía isabelina y de sus autoridades. Una Junta Revolucionaria integrada por personalidades progresistas y demócratas (Liborio Guzmán, Eugenio Alau, Saturnino Guerra, Remigio Calleja, Manuel Barquín, Eusebio de la Puente, José María Cano, Eulogio Eraso y Laureano Álvarez) toma el poder local, ganándose la enemistad del Gobernador Civil (Urueña) y el Capitán General (Francisco de Paula). El talante revolucionario de las nuevas autoridades se pone inmediatamente en evidencia por las medidas que toman el mismo día de su constitución: extinción de la dinastía borbónica, libertad de los presos políticos, llamamientos a las cúpulas de los partidos para que sean promovidos levantamientos populares, rearmar a la Milicia Nacional, abolición de la contribución de consumos, incautación de fondos públicos, apoyar a la Junta Revolucionaria de Palencia y prestarle todo tipo de auxilios para que movilice a sus ciudadanos, destitución del Capitán General Calonge (que es declarado "reo de lesa nación"). No tardará la Junta Revolucionaria en publicar más decretos, como el que proclama la extinción de la Compañía de Jesús y la incautación de todos sus bienes, o el que reconoce los derechos fundamentales del ciudadano: libertad de expresión, reunión y asociación; inviolabilidad del domicilio, garantías jurídicas, etcétera.
No estamos, pues, ante un simple cambio de autoridades en los puestos claves, sino ante una verdadera transformación de la sociedad. El apoyo popular al nuevo régimen, puesto de relieve a través de la prensa y las manifestaciones, no falta. Y hasta se muestra muy pujante en determinados momentos. En resumen, existe en Valladolid un núcleo revolucionario previo, el cual, una vez triundante la "revolución septembrina", se suma al proceso, toma las riendas de la situación, y actúa en consecuencia con los grandes objetivos (complejos, cuando no contradictorios) de las fuerzas progresistas.
En lo que al Ayuntamiento pinciano se refiere, el Sexenio Democrático trae aires de renovación: las alcaldías de Valladolid se hallaban vacías de contenido político y alejadas de la realidad social de la ciudad durante el largo periodo moderado y liberal; pero ahora se sitúa al frente del Consistorio una nueva generación de élites profesionales, universitarias y comerciales con otra visión distinta. Es verdad que no mostrarán el ímpetu ideológico radical y el compromiso político de las élites dirigentes de las décadas de 1830 y 1840, pero son un grupo de personalidades comprometidas seriamente con el progresismo. De los alcaldes que presidirán el Consistorio vallisoletano durante el Sexenio, cinco son progresistas dispuestos mantener el orden y preservar a la sociedad de las radicalidades revolucionarias (Cándido González Gutiérrez, José del Olmo Palomera, Blas Dulce Álvarez, Liborio Guzmán Lucas, Mariano Barrasa Díez) y sólo dos son republicanos comprometidos con los ideales septembrinos (Emiliano Tarazona Barragán, Manuel Pérez Terán). Es decir, que en buena medida continúa la trayectoria de las élites liberales radicales de los 30 y 40, con las que rompen generacionalmente, pero no política ni socialmente. Entre estos progresistas abundan los propietarios, comerciantes y profesionales que no están dispuestos a que la revolución atente contra sus intereses. Los dos republicanos, en cambio, pertenecen a la clase profesoral, son catedráticos de la utópica generación del 68. Por tanto, anotamos como modesto el balance revolucionario de los regidores de Valladolid durante el Sexenio Democrático, tanto en vitalidad política como en el resultado final de su gestión. Por ejemplo, no lograron siquiera el primer objetivo del programa democrático, que se refería a la abolición de quintas y consumos. Consiguieron, eso sí, que la revolución no fuera demasiado peligrosa para los intereses de las élites económicas y profesional que venían marcando las pautas de la ciudad.
Veamos ahora las trayectorias vitales de las personalidades que controlaron el poder local en Valladolid, reseñando también las principales actuaciones emprendidas durante sus mandatos:
Cándido González Gutiérrez (Ciguñuela, Valladolid; 10/3/1820- Valladolid, 19/4/1915). Alcalde entre el 4/10/1868 y el 3/1/1869.
Hijo de Gaspar González y Paula Gutiérrez, naturales de Ciguñuela, una pequeña localidad de los Montes Torozos. Estudió la carrera de Derecho en la Universidad vallisoletana, recibiendo el título de licenciando en Jurisprudencia. En 1846 se incorpoó al Colegio de Abogados de la ciudad, residiendo en la céntrica calle del Obispo. El 24 de mayo de 1855 contrajo matrimonio en la parroquia de El Salvador con Isabel Hickmann, perteneciente a una importante familia inglesa.
Cándido González estuvo vinculado desde muy joven al liberalismo, y colaboró con las conspiraciones que se sucedieron contra la monarquía isabelina. En 1867 fue detenido y condenado (sin juicio) junto a otros correligionarios vallisoletanos a una pena de confinamiento en África. Según Ángel Bellogín, no existían pruebas concretas contra ellos, pero el Gobierno de González Bravo buscaba con esto lanzar una advertencia a la sociedad vallisoletana, ya que en esta ciudad la burguesía, los estudiantes y los militares eran considerados propensos a apoyar una intentona revolucionaria. El entusiasmo que reinó en Valladolid tras el derrocamiento de Isabel II demostró que aquellos temores no eran completamente infundados. La intervención del Gobierno británico (por presiones de la familia Hickmann) impidió el cumplimiento de la sentencia cuando los condenados ya habían sido encarcelados en Cádiz, como paso previo para ser trasladados a tierras africanas. No obstante, a Cándido González no le quedó más remedio que huir a Francia, donde participó en los preparativos revolucionarios.
Una vez que se conoció el triunfo de la revolución septembrina, se produjo la inmediata destitución de las autoridades isabelinas, entre las que se hallaba el alcalde Eugenio Caballero. El general José Orozco dirigió todo el proceso, nombrando a una Comisión que, a su vez, realizó el traspaso de poderes a una Junta Revolucionaria encabezada por el veterano progresista Genaro Santander, que se encargó de elegir a las nuevas autoridades locales y provinciales. El 4 de octubre el nuevo Ayuntamiento eligió sin oposición a Cándido González, avalado por dos figuras de proyección nacional: Práxedes Mateo Sagasta y José Lagunero (un general vallisoletano masón y de ideas radicales perseguido por el liberal O´Donnell).
El breve paso de Cándido González por la alcaldía supuso un intento de reformar el Ayuntamiento de acuerdo con los principios que habían inspirado la revolución antimonárquica, comenzando por una de las piezas fundamentales del ideario progresista español: la creación de una milicia de voluntarios destinados a sostener el orden público (sobre todo frente a las actuaciones de grupos contrarrevolucionarios). Por otra parte, hubo de atender a una serie de problemas que serían crónicos durante el Sexenio Democrático, como la precaria situación de las arcas municipales y el desempleo, viéndose el Ayuntamiento obligado a plantear medidas de emergencia que evitasen los conflictos sociales. Él mismo contribyó con 10.000 reales a una suscripción pública para atender las necesidades de las clases trabajadoras.
Al debatirse la formación del cuerpo miliciano (los "Voluntarios de la Libertad"), Cándido González propuso, basándose en su propia experiencia como miliciano, que figurase como requisito imprescindible saber leer y escribir para ingresar en él. Alejando Rueda (concejal republicano) se opuso a esta medida, por considerar que con ella se impedía tomar parte en la defensa de las libertades precisamente a aquellos a quienes los Gobiernos isabelinos habían mantenido en la incultura para garantizar su sometimiento. Tras esta discusión subyacía el temor de la burguesía vallisoletana a una radicalización del proceso revolucionario si se facilitaba el acceso a las armas de las clases populares (como pretendían los republicanos). Finalmente, se llegó a una solución de compromiso por la cual esta norma no se aplicaría a los voluntarios que ya formasen parte del cuerpo y se comprometieran a alfabetizarse.
La etapa de Cándido González al frente de la alcadía coincide con su etapa de jefatura del Partido Progresista en Valladolid. Intentó ampliar la base social de su formación política, y para ello utilizó el prestigio de figuras que habían alcanzado una proyección nacional, como el general José Lagunero (que recibió un homenaje multitudinario tras su reincorporación al Ejército). También planteó una gran manifestación como respuesta a la creciente fuerza del republicanismo en Valladolid, sin embargo éste acto no tuvo el respaldo popular que se pretendía y se vió enturbiado por violentos incidentes provocados por estudiantes republicanos. A los pocos días tuvieron lugar las elecciones municipales, en las cuales los republicanos se hicieron con todos los puestos en el Ayuntamiento pucelano, lo que sancionó el fracaso de la estrategia de Cándido González, el cual permanecería (a pesar de todo) dentro de la directiva del Partido. Al despedirse de la alcaldía, recomendó a los concejales
"que no se olvidasen nunca que los hombres liberales gobiernan siempre teniendo por base la razón y la justicia, y que los tiranos sólo lo hacen por la arbitrariedad, precendiendo a todos sus actos la inmoralidad". Volvió al Ayuntamiento en octubre de 1869, formando parte de la corporación nombrada por el Gobernador Civil, y en 1871 fue candidato a la Diputación Provincial. El Gobierno Provisional instaurado tras el fin de la I República le nombró Gobernador Civil de Valladolid, cargo que desempeñó durante apenas tres semanas en enero de 1874.
Tras el restablecimiento de la monarquía borbónica en 1875, Cándido González participó en la reconstrucción del antiguo Partido Progresista, reivindicando los ideales que habían dado lugar a la Constitución de 1869. Los seguidores de Sagasta (ahora bajo la denominación de Partido Constitucional) celebraron una asamblea tras el acceso de aquel a la jefatura del Gobierno en 1881. Durante la misma, González vio frustrados sus intentos de asegurar el carácter monárquico del Partido, por lo que se apartó del mismo. No obstante, siguió siendo una figura de gran simbolismo en la política vallisoletana por su pasado de lucha por las libertades civiles. Por ello, en 1906, fue proclamado presidente de la sección local del Partido Liberal, aunque la jefatura efectiva del mismo recayese en el zamorano Santiago Alba. Sus últimas actuaciones políticas estuvieron vinculadas a la protesta de los partidos progresistas contra la política del conservador Antonio Maura, considerada por ellos una amenaza para las libertades públicas. Fue también cónsul honorario de Costa Rica en Valladolid.
Emiliano Tarazona Barragán (Santo Domingo de la Calzada, La Rioja; 19/12/1826- Valladolid, 5/3/1882). Alcalde entre el 2/1/1869 y el 6/10/1869.
Hijo de Melitón Tarazona Aguirre, natural de Dicastillo (Navarra) y María Dolores Barragán, oriunda de Navarrete (La Rioja). Cursó sus primeros estudios en Logroño, hasta alcanzar el grado de Bachiller el Filosofía en 1848. Inició su carrera como docente en el Seminario Conciliar de Valladolid al tiempo que seguía los estudios de Humanidades en la Universidad. Obtuvo en 1885 la licenciatura en Filosofía por la Universidad Central. Desempeño las cátedras de Latín y Griego en los Institutos provinciales de Guadalajara y Murcia...Pero su vida estaba ligada ya a Valladolid, donde contrajo matrimonio con la palentina Petra Cerezo Rabanal el 12 de septiembre de 1860. Se instaló definitivamente en la ciudad allá por 1863, tras obtener la cátedra de Retórica y Poética en el Instituto Provincial de Valladolid, hallándose su residencia en el nº 8 de la calle de Santa María.
Accedió al Ayuntamiento tras las elecciones municipales de 1868, y en la primera sesión de 1869, fue elegido alcalde por 17 votos frente a los 11 obtenidos por Román Mozo. Emiliano Tarazona se convertía así en el primer alcalde republicano de Valladolid, su bien su presencia al frente del Consistorio fue testimonial. Como un síntoma de lo que habría de ser su mandato, ni él ni el Alcalde 2º (Marcos Merino) estuvieron presentes en la sesión antes mencionada. El 8 de enero presidió por primera vez un pleno,
"excitando a la unión y fraternidad, que es el lema de los que se precian de verdaderos liberales". La siguiente sesión (celebrada en 19 de enero) fue la última en la que las actas recogen su presencia; y a los pocos días la prensa daba a conocer su sustitución por Tomás Nieto, debido a problemas de salud. En el mes de marzo se produjo la dimisión de un grupo de concejales, entre los que posiblemente se encontraba el mismo Tarazona...Sin embargo, ésta no llegó a hacerse efectiva de manera inmediata, ya que debía ser la Diputación Provincial quien diese cartas de validez a las renuncias. Desde entonces, los nombres de Tomás Nieto o Marcos Merino aparecen al frente del Ayuntamiento, pero sin que exista una constancia oficial de su nombramiento.
Durante el mandato de Tarazona se tomaron algunas medias que simbolizaban el cambio de régimen político, así como la desacralización de las costumbres (como la implantación del Registro Civil, aplicado únicamente a los matrimonios, una medida de escasa eficacia real por cuanto, como indicaron algunos capitulares, debía ser aprobada por el poder ejecutivo).
El 15 de junio de 1869, los representantes republicanos de las provincias de las dos Castillas y León (más Albacete) firmaron en Valladolid el Pacto Federal Castellano, en el cual se planteaba la creación de un Estado castellano como punto de partida de una futura República Federal española. Emiliano Tarazona se incorporó a este Pacto como representante de su provincia natal. Aunque el acuerdo no tuvo efectos prácticos más allá de la propaganda, supuso una de las primeras manifestaciones políticas del castellanismo.
La apuesta de los republicanos vallisoletanos por el federalismo tuvo un efecto negativo para ellos poco tiempo después. El 21 de septiembre de 1869 estalló en Tarragona un movimiento insurreccional de carácter republicano-federal que se extendió rápidamente por Levante y Aragón, provocando la suspensión de las garantías constitucionales. El temor de las autoridades a que la revolución se extendiese a Castilla llevó al Gobernador Civil de Valladolid a exigir al Ayuntamiento (y especialmente e los "Voluntarios de la Libertad") garantías de su acatamiento a las disposiciones de las Cortes Constituyentes. El concejal José Muro (futuro y efímero Ministro de la I República) propuso responder afirmativamente a la exigencia del Gobernador Civil, con la salvedad de someterse a la voluntad popular, con lo cual se podía legitimar un posterior movimiento republicano. Ante esta actitud ambigua, el Gobernador Civil recurrió al Ejército, que disolvió por la fuerza el Ayuntamiento (de mayoría republicana) y procedió al desarme de tres batallones de "Voluntarios de la Libertad".
Tras su salida de la alcaldía, Emiliano Tarazona participó activamente en los conflictos internos que dividieron a los republicanos de Valladolid, siguiendo la línea reformista marcada por Laureano Álvarez. En los primeros años del reinado de Alfonso XII el republicanismo español pasó por una etapa de proscripción, hasta que la llegada al poder de Sagasta dio lugar a una limitada apertura política. Este hecho permitió que en Valladolid resurgiera la prensa republicana y volvieran a la actividad los partidos de esta ideología. Emiliano Tarazona sería elegido por aquellos años vicepresidente del Partido Republicano Democrático (encabezado por Laureano Álvarez) y mantuvo esta responsabilidad hasta su muerte.