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Autor Tema: De El Barco a Bonilla de la Sierra. Viaje por tierras de Ávila  (Leído 10702 veces)
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Maelstrom
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« : Noviembre 25, 2010, 00:42:20 »




El prestigio histórico y literario de Ávila, la noble ciudad castellana agazapada tras sus murallas, ha ido ensombreciendo un tanto el conocimiento de su provincia, no menos interesante y verdaderamente variada... De ahí que algunos de los libros que prometen ocuparse de la provincia abulense en su cojunto se refieran sobre todo a la capital, mencionando de pasada al resto de la provincia con la consabida glosa del carácter castellano y unas mínimas alusiones a pintoresquismo de los aldeanos.
Pues bien, vamos a recorrer aquí la interesantísima parte Sudoeste de la provincia, desde el valle del Tormes hasta el del Corneja. Nuestra ruta comienza en El Barco de Ávila, importante núcleo de comunicaciones entre Extremadura, Béjar, Ávila y la sierra de Gredos. La historia de El Barco se halla profundamente ligada al señorío de Valdecorneja, ya que esta Villa y su Tierra (junto con Piedrahita, El Mirón y La Horcajada) fue entregada a manos señoriales por la Corona, segregándola del término concejil abulense. El Señorío al que nos referimos data de la época de Alfonso X, dona estas tierras a su hermano el infante Don Felipe, pasando hacia 1365 a manos de García Álvarez de Toledo, al que Enrique II de Trastámara agradecía así el apoyo recibido en la pugna contra su hermano Pedro I. El apellido Álvarez de Toledo estará así ligado al condado (después ducado) de Alba hasta principios del siglo XIX.



Comenzaremos nuestro vistazo a la villa por el más evidente símbolo del poder señorial: el castillo de Valdecorneja, todo un emblema de El Barco de Ávila.
Se sitúa el castillo en un plano ligeramente elevado sobre la población y sobre el Tormes, manteniendo un aire elegante y nostálgico, reflejo de lo que debió ser en su época de esplendor. No impone por su potencia ni abruma por sus dimensiones. Porque aunque se levantara con fines militares (y fundamentalmente para proteger las cañadas de la Mesta en este lugar de paso obligado entre Extremadura y la mitad Norte de la Meseta) la fortaleza de El Barco de Ávila sirvió, sobre todo, como residencia de los Duques de Alba, que alternaban sus estancias aquí con su presencia en otras posesiones (como el cercano bastión de Piedrahíta).
Desde su construcción a mediados del siglo XV por Fernán Álvarez de Toledo (IV señor de Valdecorneja y I conde de Alba) el castillo estuvo ligado a El Barco de Ávila por una muralla que aún conserva como recuerdo algunos lienzos: uno de ellos arranca junto al torreón Oeste, corre paralelo al Tormes y traza un ángulo recto hasta llegar al centro de la villa; otro recorre el actual Paseo del Concejil. La torre del homenaje, un cubo desnudo de cualquier ornamentación, es semejante a la de otros castillos coetáneos de la zona, como el de Piedrahíta y Arenas de San Pedro. Extrañamente, mira hacia la villa y no hacia el río, por donde es de suponer que vinieran los principales peligros. Esta torre sería desmochada cuando los Reyes Católicos obligaron a rebajar la altura de las atalayas por imposición de un poder real que necesitaba someter a su autoridad a unas castas nobiliarias crecidas y beligerantes. Aún así, la torre (incrustada en el muro Norte, junto a la entrada del castillo) da prestancia a un conjunto reforzado por cubos perfectamente redondos emplazados en cada una de sus cuatro esquinas, y por garitas de vigilancia que asoman a mitad de tres de sus lienzos laterales. La mayor parte de la fortaleza (que mide 35 por 39 metros) está construida en mampostería de granito, aunque podemos ver paños de sillares en algunas partes de la edificación. Recorre por encima de muros y torreones una cornisa de triples modillones, detalle decorativo que se ha conservado hasta nuestros días.



Imaginemos por un instante como sería el castillo en su día, rematado por potentes almenas sobre la cornisa y adornado en alguno de sus muros por una crestería gótica, parte de la cual se cree que es la que figura en la coronación de una de las casas de la Plaza Mayor local. En el interior (además del consabido patio de armas con pozo y aljibe y de las dependencias destinadas a la tropa y a la servidumbre) se situaban en la primera planta los aposentos nobles, con vistas al valle y a la cordillera las habitaciones de las damas, orientadas hacia el Tormes las de los caballeros. Como evocación de estos usos palaciegos podemos ver las bonitas ventanas ajimezadas que se abren en los muros de los lados Oeste y Sur de la edificación, y fantasear sobre las lánguidas doncellas que escuchaban el tañir de un laúd apoyadas en el alfeizar. Sabemos que hubo en esta zona residencial del castillo unas galerías decoradas con pinturas mudéjares, encargadas en 1476 por García Álvarez de Toledo (I Duque de Alba), que el castillo disponía de una lujosa capilla y que el adarve era (en tiempos de paz) una terraza desde la que sus moradores disfrutaban de los paisajes circundantes.
En la actualidad, el interior del castillo está vacío y el patio se utiliza para actividades culturales veraniegas. Conserva los muros y los torreones exteriores tras padecer los efectos de guerras, desidias y rapiñas. Durante la Guerra de Sucesión, a principios del siglo XVIII, fue atacado por los partidarios del Archiduque de Austria (recordemos que el VIII Duque de Alba había tomado partido por Felipe V); las tropas francesas lo ocuparían en el siglo XIX, aportando su cuota de destrozos; y tras unos años de abandono, se habilitó como cementerio entre los años 1851 y 1904. La restauración llevada a cabo en 1985 recompuso los principales desaguisados (se habían abierto nichos en los muros y cegado las ventanas) y consolidó las estructuras; más recientemente se han realizado otras obras reconstructoras en el edificio.
El Tormes corre calmo a los pies del castillo de Valdecorneja. Nace bien cerca, en la sierra de Gredos, y discurre aquí entre dos puentes: el más antiguo es una joya de ingeniería medieval; el más reciente (levantado en 1901 para comunicar El Barco de Ávila con Béjar) era hermoso en su origen, pero tras una serie de reformas llevadas a cabo poco después de su centenario ha perdido buena parte de su interés.



Caminando desde el señorial castillo, por cualquiera de sus dos riberas, refrescantes alamedas en tiempo de calor, se llega al más bello rincón de El Barco de Ávila. Nos situamos en el inicio del puente medieval, con la villa a nuestra espalda, y nos disponemos a cruzar por encima de sus ocho ojos desiguales en tamaño y forma: los hay levemente apuntados, de medio punto y rebajados. Esta excelente obra costeada y mantenida por la vecindad fue vital para la economía barcense. Por él pasaron, desde mediados del siglo XIII, infinidad de ganados y mercancías. Una torre en su centro (destruida por las infames tropas napoleónicas, que volaron también parte del puente al retirarse de El Barco) tenía funciones de vigilancia, y era uno de los eslabones del sistema defensivo que partía del castillo y cercaba la villa. El paraje de la ermita del Cristo del Caño, al otro lado del Tormes, es un lugar apacible, atractivo y fresco, siempre silencioso para atender al rumor de la corriente. Delante, una fuente de piedra, con tres caños de los que manan aguas fresquísimas; tras ella, la escalinata que conduce a la ermita, un edificio de dimensiones más que regulares, hermoso y sencillo, construido en 1672 para dar culto a un Cristo al que los barcenses tenían (y tienen) inmensa devoción. Junto al humilde templo se alza la picota, símbolo pretérito del ejercicio de la justicia. Si andásemos un kilómetro más allá, por la carretera de Navalonguilla, llegaríamos hasta otro puente de piedra (de traza también medieval) llamado de las Aceñas, porque junto a él, en la confluencia del Aravalle con el Tormes, hubo varios molinos harineros. Hoy está en desuso, hallándose prácticamente oculto tras el moderno puente que le releva como vía de comunicación.



Pero volvamos por donde hemos venido, dejando atrás el sosegado Tormes. Nos adentramos en la villa, dispuestos a ver su iglesia parroquial, una de las más interesantes de la provincia. Nos detenemos en la espaciosa y arbolada Plaza de las Acacias, que conserva algunas buenas casas del Siglo de Oro, como la que está en el arranque de la calle de San Pedro del Barco. Estamos frente a la iglesia: basta observar su tamaño y su traza para comprender que tuvo un papel destacado en el sistema defensivo de El Barco de Ávila: grandes contrafuertes refuerzan el ásbisde de la cabecera y, en un costado junto al arranque de las naves, una torre bien maciza (con más pintas de fortín que de campanario) que cuenta con decoración de bolas. En el interior del templo podremos ver un importante conjunto histórico-artístico (parte del mismo integra el recomendable Museo Parroquial). Un grupo escultórico de la Virgen sedente con el Niño y el pequeño San Juan forma una agradable escena llena de gracia y ternura. Otro relieve en alabastro muestra también a la Virgen con su Hijo, hallándose rodeados por cuatro medallones con las efigies de los Evangelistas. Un crucifijo gótico, del siglo XIV, de fuerte efecto expresionista en la torturada figura de Jesucristo, responde a la tipología inspirada en la Visión de Santa Brígida. Otro crucifijo responde a un estilo influido por Berruguete, del segundo tercio del siglo XVI, y se atribuye al abulense Juan Rodríguez. Hay también otra interesante representación escultórica de Cristo (atado a la columna esta vez) de principios del siglo XVI.
En lo que a pintura se refiere, también existen obras reseñables. Dos tablas pintadas con Jesús entre los Doctores y el fallecimiento de la Virgen responden al estilo de figuras enjutas y expresivas del Maestro de Ávila. En la capilla bautismal hay un retablo del 1500 (más o menos) dedicado al bautismo de Jesucristo en el Jordán, con escenas de la Transfiguración, la Misa de la Gregorio, la Imposición de la casulla a San Ildefonso y el retrato del donante Juan Rodríguez. Estamos ante una obra de resabios goticistas. En el Museo Parroquial se halla una pintura de apreciable tamaño que representa la Asunción. No pasemos por alto el bello tríptico de la Virgen con el Niño, en tonos azulados, que tal vez pintara el flamenco Ambrosius Bensos (pintor asentado en Segovia); o la Sagrada Familia del siglo XVI.
La iglesia parroquial de El Barco de Ávila tiene, además, una buena colección de rejas. La de la capilla mayor es muy rica, con balaustres entorchados y frisos decorados. La crestería es elegante, con peculiares balaustres y roleos vegetales, coronados por la Cruz. Su estilo se relaciona con el del abulense Llorente de Ávila. Otras dos rejerías se encuentran cerrando capillas particulares: son de traza gótica, y se hallan rematadas por arcos conopiales. En platería y ornamentos, se pueden admirar la custodia afiligranada, de estilo gótico, un cáliz del siglo XVI y una cruz de altar. Los ornamentos son un terno y dos casullas de los siglos XVI y XVIII.



Más por su peso en la tradición religiosa que por sus valores artísticos, hay que mencionar la ermita de San Pedro del Barco, emplazada al comienzo de la calle homónima, construida hacia 1663 en el lugar en que la tradición sitúa la muerte del Santo (acaecida cinco siglos atrás). Se cuenta que varios pueblos se disputaban sus restos, ante lo cual se decidió colocar su cadáver sobre una mula y que fuera la providencia (o el simple azar) la que decidiera la última morada del Santo. La mula se dirigió a Ávila y se detuvo ante la iglesia de San Vicente, donde el muerto recibió sepultura. Desde esta esquina de la calle de San Pedro del Barco arranca el eje principal de la villa, la calle Mayor. En ésta y en la Plaza de España (Plaza Mayor) se concentran la mayoría de los puntos de interés: edificios de cierta importancia histórica y restos de arquitectura tradicional se mezclan con nuevas construcciones. Como espacio singular no cabe duda que el más llamativo es la propia Plaza Mayor. Se accede a ella desde la calle Mayor, por el rincón conocido como El Arvejo, donde se levanta un bonito edificio con balconada y torreta de hierro con la campana del reloj de la villa (puede verse su mecanismo en la primera planta de la Casa del Reloj). Viviendas de distintas alturas, soportales variopintos y columnas procedentes de otros edificios, balcones, terrazas y miradores dan un interesante toque a esta Plaza, casi totalmente cerrada, íntima y rebosante de castellanía. Vemos ahora una casa de buena sillería (con portal de tres arcos sobre pilares) un remate de crestería gótica que parece haber llegado aquí desde el castillo de Valdecorneja. Se trata de uno de los más singulares edificios barcenses. Por lo demás, no estaría mal pasarse por el cercano despacho al público de Alimentación Coronado, el establecimiento donde podremos abastecernos de las renombradas judías de El Barco y de los embutidos que pueden hacerles compañía en el puchero, así como buen pan y mejores vinos.



Ya en la calle Mayor, se sitúan frente a frenta la antigua cárcel y el Cine Lagasca. En la primera figura la fecha de su construcción, 1653, en el dintel de la puerta. La prisión fue costeada por los vecinos, y conserva en su planta baja las oscuras celdas donde iban a parar los presos, grandes columnas en el zaguán y una hermosa escalera de piedra que sube a la planta superior, donde se han habilitado una biblioteca y diversas salas para actividades culturales. El Cine, una obra de 1948 que alegró la vida de los barcenses en los grises años del franquismo, tiene una buena fachada con elementos clasicistas.
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Maelstrom
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« Respuesta #1 : Noviembre 25, 2010, 00:54:46 »


Ha llegado el momento de decirle adiós a El Barco de Ávila. Tomamos la carretera N-110, dejando a nuestra derecha el polígono industrial Las Cañadas. Nos dirigimos a Piedrahita, situada a algo más de 20 kilómetros, una villa muy ligada históricamente a El Barco, ya fue otra importante población del Señorío de Valdecorneja. Atravesamos las pequeñas localidades de San Lorenzo de Tormes y Santa María de los Caballeros. A nuestra izquierda queda Carrascalejo. La Aldehuela, Los Molinos, Santiago del Collado...Y, como quien no quiere la cosa, ya hemos llegado a Piedrahita, en pleno valle del Corneja y en la vertiente norteña de la sierra de Villafranca.
Piedrahita se encuenta en un importante núcleo de comunicaciones, aprovechando un ligero ensanche del río Corneja, que crea un paisaje bucólico. El emplazamiento de la villa justifica de alguna manera los nombres de "La Arcadia" y "La Suiza Española" con que la han denominado ciertos aficionados a la literatura.



En Piedrahita nació, allá por 1507, don Fernando Fernández de Toledo, duque de Alba (el Gran Duque, según algunos), circunstancia aprovechada por la industria hospedera local para bautizar con esta denominación un establecimiento. Fue este noble (espléndidamente retratado por Tiziano) el tercero de tal título. El primero, antes conde de Alba, había ascendido a tal en tiempos de Enrique IV de Castilla, y no por grandes hazañas, sino por el cambalache que urdió el marqués de Villena. Del llamado Gran Duque debe quedar muy poco por decir. Si su crueldad en Flandes se ha exagerado mucho, su rigidez no era la más apropiada para gobernación de tales territorios, concedida por Felipe II.



Lo más interesante de Piedrahita se relaciona con la Casa de Alba: el palacio construido para residencia veraniega de los Duques, construido entre 1755 y 1766 según el diseño del francés Jaime Marquet, constructor también de la antigua Casa de Correos madrileña (futuro Ministerio de la Gobernación) en la Puerta de Sol. El palacio de Piedrahita costó 40 millones de reales, y se encuentra en la parte Sureste de la villa, donde se levantaba antes el castillo. Sufriría dos grandes calamidades: la primera cuando la invasión francesa de 1808, padeciendo un expolio al que tal vez no fuese ajeno el vecindario; la segunda fue un incendio muy reciente. Hoy, pulido el excelente granito de sus muros (arrancando de las canteras de Valdemolinos) y renovadas sus cubiertas y mansardas, es propiedad de Ayuntamiento y alberga unas escuelas. Visto desde la gran plaza de armas, tras la que dos plataformas con sus gradas conducen a la parte anterior, el palacio (muy del gusto francés dieciochesco) ha recobrado su inicial prestancia. En la parte posterior estaban los jardines y la huerta, con fuentes y estanques y árboles; hoy, remodelado todo, tenemos en esta parte un agradable parque municipal.
En cuanto al interior del palacio, digamos que hay descripciones de la época que hablan de su espléndida decoración de mármoles, chimeneas, bronces, tapices, sedas y damascos, así como de su considerable biblioteca. Lo estrenó en 1755 don Fernando Silva y Álvarez de Toledo, decimosegundo Duque de Alba. Hijo suyo fue el prematuramente muerto don Francisco de Paula, padre a su vez de María del Pilar Teresa Cayetana Manuela, más conocida por Cayetana, la que fuera retratada por Goya. En sus veranos de Piedrahita, a ella y a su abuelo les acompañaban personalidades como el matemático Benito Bails (el más asiduo), hombre devoto de la música; o Vicente García de la Huerta, Nicolás Fernández de Moratín, Francisco Bayeu, José Iglesias de la Casa... Y en alguna ocasión los señores Ramón García de la Cruz, Juan Meléndez Valdés y Manuel Quintana. Pero el más importante de los huéspedes palaciegos fue el maestro Goya, que allí estuvo con su familia en 1786. Según cuenta don Joaquín Ezquerra del Bayo en su libro sobre el inmortal pintor y su relación con la Duquesa (a quien Ortega y Gasset tachó de insolente, inquieta y arriscada), Goya realizó en Piedrahita los cartones para dos tapices: El Verano (llamado también La Cosecha), inspirándose en las eras de la villa, y El Otoño. Al parecer, el majo que en éste último entrega las uvas y la maja que las recibe son los propios Duques de Alba; la figura puesta en pie entre el matrimonio y con una cesta en la cabeza es Josefa Bayeu, señora de Goya; y el niño es el hijo de ambos. El fondo de esta composición parece ser la huerta piedrahitense llamada La Cerra.



Dejamos a nuestra espalda el palacio ducal y nos adentramos en la villa. Tras una pequeña caminata, llegamos al siguiente lugar de nuestra visita: la iglesia parroquial de Santa María, construida tal vez sobre un palacio donado por la reina Berenguela I de Castilla. Su interior es de tres naves, con arcos apuntados sobre pilares. Fue muy reformada en los siglos XVI y XVII, con el añadido de algunas capillas particulares. El hastial conserva el ventanal gótico original, y la gruesa torre del campanario lleva almenas. El retablo mayor es plateresco, de principios del siglo XVI, y alberga una bella pintura del siglo XV, así como cinco pinturas posteriores. Hay también una apreciable escultura del Crucifijo, al estilo gótico. Merecen reseñarse también el púlpito de madera tallada, el sepulcro de García Vargas en su respectiva capilla, el otro retablo del templo y las varias piezas de platería gótica, como el hostiario y el portapaz.



El convento de las Carmelitas Calzadas de Piedrahita fue fundado en 1460 por doña María Álvarez de Vargas. La portada es de fines del XV, con gran escalón protegido por alfiz de formas escalonadas para cobijar doble ventana, y el blasón de los Duques de Alba. El interior está muy reformado, salvo una capilla particular que se cubre con crucería. En el coro se encuentra el Cristo de la Paciencia, del siglo XVII, de bello modelado (es obra de un seguidor de Alonso Cano). Como es bien sabido, Santa Teresa pasó por este convento, pero al encontrar en él mucha virtud no tuvo necesidad alguna de reformarlo. Hemos de referirnos, además, a las ruinas del cenobio dominico, actualmente usadas para cementerio. Se trata de uno de tantos edificios religiosos arruinados por la infame Desamortización. El abandono y deterioro de este recinto ha sido denunciado recientemente por la Asociación Cultural Amigos de Valdecorneja, que reivindica la conservación del mismo.
Aquí termina nuestro caminar por Piedrahita. Cogemos la N-110 y avanzamos, dejando a nuestra derecha los municipios de El Soto y San Miguel de Corneja. A nuestra izquierda nos aparecerá la carretera AV-P-639, y al poco de circular con ella nos toparemos con un cruce. Si seguimos de frente, llegaremos a Mesegar de Corneja; si tiramos por la derecha, iremos a dar a Bonilla de la Sierra. Nos decantamos por la segunda opción.



Bonilla de la Sierra se encuentra situada en un paisaje atractivo, con buenos arbolados gracias al discurrir del cercano río Corneja. Esta localidad fue declarada Conjunto Histórico-Artístico en 1983, y no es de extrañar. Era Bonilla villa eclesiástica, pues perteneció a la mitra abulense, siendo usada como residencia por sus obispos. Tuvo importancia en la actuación del obispo Sancho Dávila en el siglo XIV. En la siguiente centuria, fue visitada por Juan II de Castilla, que se amparó en la fidelidad de Bonilla frente a las conspiraciones nobiliarias. Otros prelados dejarían su impronta en esta localidad.



Bonilla de la Sierra estuvo ceñida por una buena muralla, de la que sólo quedan algunos restos y la puerta del Oeste, con dos arcos apuntados y espacio para los batientes. Las armas del ya mencionado obispo Dávila indican el momento de su construcción.
Situado en un extremo de la villa, encontraremos el castillo-palacio de los obispos. Tiene planta cuadrangular, con tres cubos, y una portada protegida por una sólida torre que apunta a la población. En el interior, las arruinadas estancias, así como los escudos de don Diego de Álava.



La iglesia parroquial bonillana es un hermoso templo gótico del siglo XV, muy armoniosa en su construcción. El exterior forma un bloque muy rotundo, una mole de fuerte aspecto. Gruesos contrafuertes rematados en altos pináculos van dividiendo los muros, entre los que se abren ventanales con arquivoltas apuntadas y huecos geminados. El ábside es totalmente ciego. Las portadas son también apuntadas. El interior se organiza en una sola nave, cubierta con una monumental bóveda de cañón apuntado que se apoya en fajones. La capilla mayor cubre con crucería. Toda la iglesia lleva las armas del obispo placentino don Juan de Carvajal, que con sus dineros la costeó. El coro y la torre fueron sufragados por otro mitrado, el obispo don Alonso Carrillo, ya en tiempos renacentistas. Las bóvedas de crucería se decoran con aceptables relieves. La iglesia posee un notable tesoro artístico, formado por el púlpito granítico, los lienzos, el sagrario y un medallón de alabastro con la Virgen y el Niño. Las influencias del gótico, del Quattrocento y del Barroco se dan cita en esta singular iglesia abulense.
Terminamos aquí, en este encantador lugar del valle del Corneja, nuestro recorrido por tierras de Ávila. Hemos podido apreciar algunos de los más auténticos rincones de la vieja Castilla...

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-Mesta-
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« Respuesta #2 : Noviembre 25, 2010, 12:47:51 »


Gracias por este reportaje y el de Madrid.

Tus reportajes son de lo mejor del foro.
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El estado español : estructura caciquil garante de las mayores injusticias que se pueden encontrar en Europa. Castilla: primer pueblo sometido y amordazado por él. Nuestro papel no puede ser echarle encima este yugo a cuantos más mejor, sino romperlo por fin y librar con ello al mundo de esta lacra.
Maelstrom
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« Respuesta #3 : Noviembre 25, 2010, 17:04:23 »


Gracias, Tagus.
Hay tanto que ver en Castilla...Sólo para reseñar los sitios de interés que hay en Ávila necesitaríamos varios foros  52
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Gallium
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« Respuesta #4 : Noviembre 25, 2010, 20:01:07 »


Buen trabajo Maelstrom.

Es una pena que el viaje esté planteado linealmente, pues se deja en el tintero enclaves dignos de visitar a ambos lados del camino. Villafranca de la Sierra, que fascinó al genial pintor albaceteño Benjamín Palencia. Los molinos que en otros tiempos aprovechaban el ímpetu de la cabecera del río Corneja en Navacepedilla. Las vistas panorámicas a los 360º desde la atalaya de El Mirón. Las pequeñas aldeas abandonadas que aún conservan muestras de la rica arquitectura popular a base de granito. Los campos cerrados con sus puertas de entrada cual dólmenes y sus ameales.

Te iba a criticar tanto tecnicismo arquitectónico y el continuo baile de fechas y personajes que desde mi punto de vista acaba haciendo la lectura un tanto pesada, pero todos tus reportajes son de este estilo, lo que no da lugar a queja. Son reseñas históricas muy completas para conocer las comarcas y muy útiles en caso de apuro para acceder a datos.

Pero como te iba diciendo, no todo es historia, la personalidad de un lugar no está representada por nobles ni obispos. El suroeste de la provincia de Ávila tiene unos rasgos que, aunque no sean únicos y exclusivos, son muy nuestros. La tradición de la matanza (unos cardan la lana y Guijuelo se lleva la fama); la rica repostería (mantecados, perrunillas, turrillos); las judías, las patatas revueltas; las típicas gorras de paja; el juego de la Calva; etc.

PD: vas a pensar que soy un gilipollas, poniendo pegas encima del trabajazo que te has pegado.
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ORETANO
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« Respuesta #5 : Noviembre 25, 2010, 20:10:44 »


Jejej es que cada uno tiene sus debilidades. Me da que Maelstrom tiene una carrerita de historia que le hace ver fechas e hitos por todos lados.

Con todo es de lo mejor del foro icon_wink
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De vez en cuando es bueno recordar la clase de persona que se quiso ser.

Arthur Miller
Donsace
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De Castilla al cielo


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« Respuesta #6 : Noviembre 25, 2010, 23:58:53 »


Estás haciendo méritos para el próximo premio foril de la cultura eh?  icon_mrgreen

Estupendo reportaje!  icon_biggrin
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Ancha es Castilla  
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