El poeta vasco Gabriel Celaya (oriundo de tierras guipuzcoanas) publicó en 1961 su obra "Rapsodia Euskara", editada por la Biblioteca Vascongada de Amigos del País. Pues bien, en este libro se halla el poema "De negocios en tierra muerta", que reproduzco a continuación. Como veremos, Celaya anduvo por la Tierra de Pinares (Soria-Burgos) y recibió una impresión muy desfavorable de Castilla y los castellanos...En Covaleda, recuerdo,
yo, traficante de maderas,
hice los puercos negocios
normales de la posguerra.
En Hontoria del Pinar,
aunque era mala ladera,
y en Regumiel, donde el pino
es tan de miel y cera
que por quedarme con todo
casi le arruino a mi empresa.
De Navaleno, no quise.
De Quintanar de la Sierra,
lo que pude. Catalanes
vinieron antes. ¡Paciencia!
En Duruelo no hallé acuerdo,
y lo sentí (¡qué madera!).
Para salir del apuro
me compré medio Vinuesa:
pino fofo, pino tonto
que arrastré como una pena;
pero mis vascos, obreros,
lo salvaron de condena
y trabajando, extrajeron
de esa podre, una riqueza:
manufacturas. Efectos:
consecuencias de conciencia,
productos así logrados
contra la naturaleza.
¡Cementerios castellanos
de Covaleda y Vinuesa,
muerta muerte y aburrido
golpear pena con pena!
Aguantar lo que así viene
y explotar lo que se pueda
fue lo vuestro; pero España
no perdona esa inconsciencia.
Vuestras ruinas, vuestro arrastre,
las caries en las almenas,
como no somos turistas
nos irritan y sublevan.
¡Textos del 98!
Cementerios, vean, vean.
Esto produce divisas.
Castilla es muy pintoresca.
Pero España no es Castilla.
Pero España se rebela
contra esa muerte exhibida
de pueblos y tierras secas.
Los catalanes, los vascos,
los hombres que el mar golepa,
los que viven inventando,
y cuantos callan y crean,
no dan por bueno ese ensueño
de una Castilla en su inercia.
Porque venimos del mar
y otra España es nuestra fuerza,
Castilla para hispanistas,
rechazamos tu leyenda.
En Covaleda, en Vinuesa,
donde todo se vendía
por unas cuantas pesetas,
donde los pobres idiotas
castellanos, como cluecas,
se encerraban recelosos,
negociaban su pobreza,
sin ver cómo, manejada,
podía ser su madera
algo más que el inmediato
comercio, me daban pena.
Me daban asco, me daban
conciencia de la tristeza.
¡Se creían tan astutos
y no entendían la buena!
Regateo, no trabajo.
Pensar cómo la materia
primera que así vendían
podía ser más riqueza,
exigía más esfuerzo
del que cabe en sus cabezas.
¡Castilla, o te conquistamos,
venciendo tu muerte muerta,
o acabarás por llevarnos
al "nada vale la pena"!
En Covaleda, recuerdo...
Y sin embargo, hubo un hombre
que aquí murió como bueno,
y un amigo que aquí vino
para llorar el silencio.
Porque la muerte es la muerte
y como mucho, un recuerdo.
Esta pared: el terrible
eco del eco en lo hueco.
Es verdad. Y, sin embargo,
debemos seguir viviendo,
proyectándonos futuros,
diciendo que no a los hechos,
protestando de Castilla,
siempre dándole un suspenso
por su luz de indiferencia,
aunque suspenso en lo eterno.
Yo andaba por Covaleda
golpeando un mundo muerto,
y allí cerca, un buen amigo
movía lo vivo, quieto.
¿Para qué nos esforzamos?
Para que vengan a vernos
como un día hacia su padre
entró en este cementerio
un hombre vestido en llanto
cuyo nombre no recuerdo.

