Un intento, en 1960, de ahondar en las diferencias entre Castilla la Nueva y la Vieja, en presentarlas como dos regiones diferentes. ¿Qué opináis?
TEORÍA DE CASTILLA LA NUEVA (Manuel Criado del Val)
Lo cierto que una historia tan varia y accidentada como la nuestra exige una extrema precisión a la hora dé clasificar sus distintas unidades, tanto geográficas como políticas o lingüísticas. La unidad española es hoy un hecho real, pero la causa principal de sus innumerables vicisitudes está en la múltiple personalidad de sus regiones, que, a su vez, procede de sus variadas épocas históricas. El establecimiento de unos períodos claros y precisos es una de nuestras principales finalidades. Castilla la Nueva es por ello, en nuestra teoría, un concepto restringido al período que media entre la reconquista de Toledo (1085) y la expulsión de los moriscos (1609). Naturalmente, que el rigor de estas fechas no delimita, en la realidad, una frontera insoslayable.
Nuestros historiadores, y también nuestros filólogos, han incurrido en el grave error de considerar en forma unitaria a las dos Castillas, a pesar de que están bien definidas, tanto en su historia como en su geografía. Y no debe considerarse como un simple problema local la diferenciación castellana, ya que no es dudoso que en las dos mesetas centrales se forjó, en proporción esencial, la gran historia peninsular.
En torno a Castilla giran obsesivamente tanto la tesis cristiano-islámico-judía de Américo Castro como la occidentalista de Sánchez Albornoz. Su diferencia principal está, probablemente, en que mientras la primera tiende a la imagen preferente de Toledo, en Sánchez Albornoz domina la figura representativa de Burgos.
Pero lo cierto es que en la diferenciación de estas regiones se esconde uno de los más decisivos problemas de la historia española. Es bien de lamentar que la confusión entre las dos Castillas se encuentre en el punto central de la historiografía española. La oposición entre Castilla (como término genérico) y León, aun siendo menos significativa, ha predominado sobre la de Burgos frente a Toledo. Ninguna frontera geográfica establece, no obstante, un límite entre la región leonesa y la castellana, ni su historia deja de ser un progresivo avance cristiano hacia la Cordillera central, verdadera frontera entre el Islam y el Occidente. Oviedo, León y Burgos ven pasar una misma corte pasajera, cuyo definitivo emplazamiento, y su todavía más definitiva transformación, sólo vendrán con su llegada triunfal a Toledo.
En la épica y más concretamente en el Poema y en la figura del Cid se ha situado la más genuina representación de lo "castellano". Pero lo cierto es que Castilla la Nueva no tiene parte activa en esta epopeya. Más aún, en tierras del Reino de Toledo aparecerá, más tarde, la crítica irónica del idealismo caballeresco que toda epopeya representa. Literariamente -dice Menéndez Pidal- se distingue Castilla por "haber sido la única que dentro de la Península heredó la poesía heroica de los visigodos". Convendría explicar que es a Castilla la Vieja a quien únicamente puede referirse esta afirmación y añadir que no hay posible conjunción entre el Cid y Don Quijote.
La literatura de Castilla la Nueva no tiene su verdadero origen en el Poema del Cid, sino, más tardíamente, en la literatura alfonsí y, sobre todo, en la obra de Juan Ruiz, representativa del espíritu toledano del siglo xiv, que continúan sin quiebra otros autores de esa misma región: El Arcipreste de Talavera, Rodrigo Cota, los autores de La Celestina y del Lazarillo, Cervantes, hasta desembocar en el gran apogeo dramático, madrileño, de los siglos XVI y XVII.
La confusión ha nacido, sin duda, del deseo de enlazar en una sola cadena la sencilla literatura épica y religiosa de la Castilla nórdica con la compleja y equívoca de la Castilla del Sur. No se ha visto, o no se ha querido ver, que había demasiada distancia para saltar del Poema del Cid y de las ingenuas canciones de Berceo al universo irónico de Juan Ruiz, ni que el abismo que separa el concepto polar de la mística, de la encrucijada tortuosa de La Celestina, el Lazarillo y el Quijote, es casi infranqueable. Frente a frente, las dos Castillas han opuesto durante varios siglos sus modos de ser, y, a pesar de ello, los términos de "Castilla" y de "castellano" les han sido aplicados sin apenas distinción por nuestros más altos historiadores y filólogos.
Una vez establecida la delimitación regional, nuestro primer objetivo será "caracterizar", dar al concepto genérico de Castilla la Nueva los rasgos personales de un organismo con vida histórica real. A la "teoría de Castilla la Nueva", fundada sobre bases geográficas e históricas, seguirá su "fisonomía", que, contra el parecer de Sánchez Albornoz, se puede identificar con tanta o mayor exactitud y objetividad a través de los documentos lingüísticos y literarios que por intermedio de la más lejana, arriesgada y subjetiva interpretación de la historia política.
La fisonomía equívoca del reino toledano, todavía no bien incorporada al cristianismo, llena de signos contradictorios, se traducirá en el extraño sentido de La Celestina y en el no menos equívoco del Quijote. De igual manera que el deambular aventurero de los nuevos castellanos por la gran vía central de la Península, lo veremos descrito en la picaresca del Lazarillo y del Buscón.
Todavía con mayor precisión podremos conseguir, gracias al análisis de la lengua, ya sea vulgar o literaria, una caracterización de las unidades regionales. Si a través del lenguaje se puede
identificar, como hemos comprobado recientemente, la personalidad de un autor, de igual forma se revelan en él las fisonomías históricas y locales. En la síntesis dialectal toledana pueden encontrarse los diversos elementos que estuvieron presentes en sus orígenes. En el diálogo especialmente, máxima creación estilística de Castilla la Nueva, aparecerá reflejada su esencia psicológica. Por un camino semejante se podrá llegar, más tarde, al hoy prematuro propósito de definir y caracterizar la fisonomía total de España, frente a la de otras unidades europeas o mediterráneas. Pero, para que esta fisonomía sea verdadera, habrán de recogerse sin confusión todas sus variantes regionales y todas sus cambiantes modalidades históricas.
TEORÍA DE CASTILLA LA NUEVA
Manuel Criado de Val
Biblioteca Románica Hispánica
Editorial Gredos
Madrid 1960