Parece que el atentado de Charlie Hebdo ha abierto los ojos de una parte de la izquierda radical francesa. Aquí un artículo de Pierre Rousset, miembro destacado del Nuevo partido Anticapitalista de Besancenot (troskos redimidos) y director de la revista
Rouge poniendo en solfa la actitud habitual en los últimos 15 años de buena parte de la extrema izquierda occidental hacia el islamismo, minimizando sus fechorías y explicando su existencia como "resistencia antiimperialista" (aquí viene a la mente Otegui definiendo a Al-Qaeda como "resistencia árabe" la misma mañana del 11-M, algo que algunos no olvidaremos nunca).
Aparte de cuestionar abiertamente este enfoque miope que entienede como resistencia lo que no es más que fascismo religioso repasa evidencias como la necesidad de distinguir entre musulmanes e islamistas, el fracaso del movimiento obrero europeo a la hora de integrar al trabajador inmigrante y la necesidad de combatir este nuevo viejo fascismo religioso integrando a las poblaciones musulmanas.
Entre los atentados de Francia, el ascenso del Estado Islámico y la resistencia feroz de los kurdos de Syria en Kobane contra la morisma trastornada parece que algunos empiezan a abrir los ojos. Llega bastante tarde esta epifanía, pero llega. Esperemos que este pequeño rayo de luz pueda iluminar a la gente válida de esa izquierda radical europea, tan desorientada con respecto al islamismo (y algunas otras cosas). Los más cegatos son insalvables pero, precisamente por eso, irrelevantes.
http://www.vientosur.info/spip.php?article9844Pensar lo nuevo, repensar lo viejoPierre Rousset
Lunes 23 de febrero de 2015
Empecemos por una constatación inquietante: los jefes de Estado comprendieron la importancia de los sucesos de enero. Representantes tanto de las “democracias” como de las dictaduras, vinieron a París para exhibir, cogidos del brazo, su solidaridad “en la cumbre”. Gesto espectacular.
En cambio, una parte significativa de la izquierda radical solo vio en ello algo rutinario. Cierto, algunas organizaciones publicaron declaraciones de solidaridad (¡démosles las gracias!) o artículos intentando calibrar la dimensión de los acontecimientos. Pero, por muy justificadas que puedan ser, muchas otras se limitaron a polémicas concretas (contra la unión nacional, por ejemplo); o su principal preocupación fue desmarcarse de las víctimas (“Yo no soy Charlie”- cometiendo un terrible contrasentido en relación a la significación del “Yo soy Charlie”); o, todavía peor, juzgando que lo urgente era asesinar moralmente a los y las que acababan de ser asesinados físicamente.
Yo firmé con Fraçois Sabado un artículo escrito “en caliente” en el que justamente, intentábamos comprender la singularidad del suceso y sus implicaciones en cuanto a las tareas/1. Sin duda, hay mucho más que decir, pero quisiera que esto que viene a continuación y que trata en buena parte del estado de las izquierdas radicales, sea leído en relación a aquel artículo, para no tener que repetirme inútilmente.
La singularidad del sucesoEn particular, voy a referirme a una entrevista con Gilbert Achcar con quien comparto más de una elemento de análisis, pero que al mismo tiempo conlleva asombrosas muestras de ceguera. La primera se refiere a la singularidad del suceso. Gilbert busca banalizarlo al máximo: “La reacción (a los atentados) fue la que cualquiera hubiera podido prever […]. Fueron reacciones bastante similares [en Estados Unidos después del 11 de septiembre y en Francia] por parte de sociedades horrorizadas y aterrorizadas, y los crímenes que las han provocado eran horribles sin duda. En los dos casos, la clase dirigente sacó partido de la conmoción […]. No hay nada original en todo esto. Al contrario, lo que es más bien original, es la forma en la que el debate ha evolucionado a continuación.”/2. Gilbert tiene razón al señalar que es muy exagerado situar al mismo nivel el ataque contra Charlie Hebdo y la destrucción de las Torres Gemelas del World Trade Center en Nueva York el 11 de septiembre de 2011; y, sin embargo, millones de personas salieron a la calle espontáneamente mientras que no lo hicieron en otros atentados precedentes no menos horribles, como el asesinato de unos niños delante de una escuela judía en Toulouse.
En lo concerniente al “contexto nacional”, la reacción a los crímenes de enero no fue banal y merece que nos detengamos en ello. Evidentemente, hay algo de imprevisible, de inaprensible (¿cuál fue la gota de agua que hizo desbordar el vaso?) en semejante suceso singular. A pesar de ello, adelantaré algunas hipotéticas respuestas. El aspecto de comando militar entrenado y no la imagen de un “lobo solitario”, lo que sugiere una acción planificada, organizada por uno o varios movimientos (impresión confirmada después). La naturaleza del sangriento “mensaje”: una advertencia a la prensa (que los periodistas comprendieron y sintieron bien). Después, con el Hyper Cacher, la percepción (allí también confirmada) de objetivos múltiples. Y al fondo: la crisis de Irak y Siria, el crecimiento del Estado Islámico (incluso si el promotor del ataque contra Charli Hebdo era Al-Qaeda de Yemen): el sentimiento difuso de que hemos entrado en una nueva fase de riesgo. Probablemente, en este punto, la analogía con el 11 de septiembre vale, pero teniendo en cuenta lo sucedido en estos últimos quince años (en especial, las esperanzas y desesperanzas de las revueltas en el mundo árabe).
Hay que tener en cuenta este contexto global y destacar aún más la segunda singularidad de los sucesos de enero, esa con la que comenzamos nuestro artículo, F. Sabado y yo: la afirmación de una solidaridad no excluyente en las masivas manifestaciones, el rechazo masivo del racismo y de la amalgama entre terroristas e islam. En estas circunstancias, ¿se trata de algo banal? No me parece. De forma muy significativa, en una encuesta realizada diez días después de la masacre, el instituto de sondeos Ipsos señaló una disminución importante de las “tensiones sobre el Islam” ; “Aquí es necesario distinguir los niveles y la evolución. En términos de porcentaje, siempre hay un 47 % de franceses que estiman, pensando en la forma en que la religión musulmana se practica en Francia, que “esta religión no es compatible con los valores de la sociedad francesa” Es un porcentaje elevado. Pero en términos de evolución es diez puntos inferior y no superior a los resultados de hace un año. Es ahí donde se ve bien que no hay un aumento de la desconfianza/3.”
Digamos que los sucesos de enero suscitaron dos movimientos contradictorios en la población: un aumento neto, pero minoritario, de actos racistas e islamófobos, y un aumento mayoritario del sentimiento de confraternidad.
Tercera singularidad a destacar: la solidaridad declarada por numerosas organizaciones de migrantes en Francia (de África del Norte especialmente) y provenientes de numerosos países de la región árabe o de Oriente Medio, a pesar de la pésima reputación adjudicada a Charlie Hebdo. En nuestro precedente artículo, nos habíamos detenido en el sentimiento de alienación entre la juventud precarizada, porque es especialmente importante en lo que se refiere a nuestras responsabilidades. Hoy insisto sobre el primer elemento (la solidaridad) de una realidad contrastada porque es, por una parte, revelador de los desafíos sentidos por las y los que están bajo la influencia o la amenaza fundamentalista, pero que, por otra parte, es sistemáticamente ocultada por quienes quieren sentar en el banquillo a Charlie o más genéricamente a los “franceses” (un deporte de combate bastante de moda en el mundo anglosajón).
Que un gobierno aproveche estos acontecimientos para subirse de nuevo al tren de medidas liberticidas y dar una imagen de imperialismo de los derechos humanos, es efectivamente, banal (y esto funciona bien: las políticas de seguridad son plebiscitarias). Al contrario, la llegada “en masa”, en caliente, de jefes de Estado o de sus representantes, no lo es. Si han venido de ese modo, es por el contexto internacional, por la novedad, no, desde luego, para defender las libertades o dar un empujón a François Hollande. He aquí la cuarta peculiaridad de los sucesos de enero. Confirma que necesitamos una reflexión colectiva sobre la evolución de la situación mundial y sus implicaciones/4.
Evidentemente, hay aspectos comunes entre lo que pasó en Francia y en otros países bajo el trauma de un ataque devastador. ¿Por qué entonces es tan importante destacar la singularidad? Para rendir justicia al acontecimiento y aprehender su complejidad. Porque esto nos ayuda a tratar de nuevo, y no solo repetir, lo que decimos desde hace años. Porque permite abordar mejor la cuestión de nuestras tareas evitando los juicios simplistas y precipitados.
Centro la reflexión en lo que me parece nuevo, complicado y sobre lo que, a menudo, no tengo repuestas infalibles.
El fundamentalismo religioso aquí y alláEn gran medida, la izquierda radical occidental está mal preparada para luchar contra el fundamentalismo religioso y eso por diversas razones:
Durante mucho tiempo, algunos componentes de la izquierda radical, y no de los menores, presentaron el ascenso del fundamentalismo en el mundo musulmán de manera muy positiva, como una expresión (más o menos deformada) de antiimperialismo cuando se trata (como en las otras religiones) de corrientes reaccionarias y contrarrevolucionarias.
De forma más general, gran número de corrientes tomaron la detestable costumbre de defender solo a las víctimas de su “enemigo principal” (su gobierno, su imperialismo) sin preocuparse de las víctimas de los “enemigos de sus enemigos” - en este caso de los islamistas fundamentalistas- en nombre de “prioridades” exclusivas o, peor, juzgando que defenderlas equivalía a un acto de complicidad con el imperialismo. Señalemos que el mismo argumento puede aplicarse en relación a las víctimas de una dictadura supuestamente “antiimperialista”, como el régimen de Assad.
Además, se han extraído conclusiones erróneas de una evidencia cierta: la situación de las poblaciones que se identifican como musulmanas no es la misma “entre nosotros” que en los países mayoritariamente musulmanes. Sin duda, “entre nosotros” necesitamos combatir el racismo, la islamofobia del Estado, la racialización de las discriminaciones sociales, etc. Sin embargo, no hay una muralla China entre “allí” y “aquí”. Incluso “minoritarios", los agentes no estatales pueden, también ellos, oprimir otras minorías o ejercer la represión en el seno de “su” propia “comunidad”; por ejemplo, respecto a las mujeres.
En fin, en la mayoría de los casos, la izquierda occidental no está arraigada en los sectores precarizados aunque se asuman muchas actividades de solidaridad (incluso Francia, por mucho que disguste a algunos) hacia los sin-papeles, sin-techo, etc. Como señala Gilbert Achcar, sin ser específicamente francesa, es una constatación muy preocupante: “lo que se denomina habitualmente la “izquierda radical” […] tiene un pobre balance en lo que se refiere a las relaciones con los sectores de origen emigrante. Constituye una carencia importante, aunque se puedan encontrar situaciones semejantes en la mayoría de países imperialistas”. Es eso lo que dificulta considerablemente las formas de acción (incluso de comprensión) al mismo tiempo que los sectores precarizados ocupan un lugar cada vez más nodal en muchos de nuestros países.
No identifico “sectores precarizados” y población de “origen emigrante” (¿durante cuántas generaciones se es “de origen...”?) Los dos son heterogéneos. Pero si tuviéramos ese arraigo social, la cuestión de las relaciones con el sector precarizado de los migrantes e hijos de migrantes, estaría resuelta, al menos en parte.
El papel del Islam político en el poder (Egipto) y, después, de los islamistas “radicales” contra las revoluciones populares en el mundo árabe, han clarificado en gran parte, el debate sobre la naturaleza progresista o no de estas corrientes político-religiosas. En cuanto a la muralla de China entre allí y aquí, hoy se muestra muy porosa. Era previsible (y a veces, fue previsto). Hoy en día, y hacia delante, la constatación es inapelable: el salafismo, el wahhabismo y los otros fundamentalismos, (incluyendo a los evangélicos en las poblaciones cristianas) han echado raíces en Europa. No hay que tomar la cuestión a la ligera. Estos movimientos son enemigos de los progresistas pero también de los musulmanes “no conformes” (es decir, la gran mayoría). Hay que combatirlos tanto junto a (y a favor de) los musulmanes, como para defender un proyecto de sociedad solidaria. Tenemos que combatir en varios frentes a la vez: contra las políticas no igualitarias y discriminatorias, contra la islamofobia y el racismo, contra la extrema derecha y los fundamentalismos religiosos (incluso sus versiones cristianas) que se han convertido o han vuelto a convertirse en agentes políticos peligrosos en Francia.
No estamos preparados para ello. Conocemos una parte de las causas, pero una parte solamente. Para avanzar, no hay que atenerse a las evidencias (aunque sean verdaderas) sino aplicarse a lo que habitualmente no se habla, incluso a lo que es francamente inesperado, sorprendente. Voy a dar dos ejemplos.
No hemos dejado de repetir que las guerras imperialistas (2003 en Irak...) crearon el terreno fértil en el que el Estado Islámico pudo levantar el vuelo. Es verdad y hay que recordarlo para que no se crea que hoy en día la solución sería la guerra imperialista; pero en los orígenes también está la política de clases dominantes en el mundo musulmán. El último dossier de L’Anticapitaliste, la revue, aborda esta cuestión, si bien lo hace de forma muy tímida/5.
Por último, los movimientos fundamentalistas no solo reaccionan a lo que hacen las potencias imperialistas. Se han convertidos en actores de pleno derecho, tienen sus propios proyectos, historias, sus propias raíces. No nos planteamos la cuestión de su fascismo religioso porque cometan actos bárbaros. Por ejemplo, si Farooq Tariq califica algunos de estos movimientos de nuevo fascismo religioso, es a partir de un análisis de la evolución de sus raíces sociales en Pakistán/6. ¿Es discutible el análisis? Al menos, debería ser tenido en cuenta puesto que viene de un país desgarrado por los conflictos sectarios...
El paisaje de los fundamentalismos está en plena evolución y los análisis del pasado, por muy pertinentes que sean, deben actualizarse. El Estado Islámico, por ejemplo, es un elemento reciente (¿en plena mutación?) Es cierto que ninguno de los países afectados se asemeja a la Europa del periodo de entre guerras. Sin embargo, estos movimientos cumplen funciones análogas (contra las revoluciones árabes, por ejemplo) a las de los fascismos europeos (contra el movimiento obrero). Algunos, en todo caso, en Pakistán, han adquirido una verdadera base de masas en el seno de las clases medias educadas muy reaccionarias/7 y en el seno de capas “plebeyas a través de las escuelas coránicas,”. En este contexto, ¿por qué no podríamos hablar de movimientos político-religiosos fundamentalistas de tipo fascista? No voy a proponer fórmulas que sean válidas para todo, pero siento la necesidad de actualizar el análisis de los (en plural) fundamentalismos.
Segundo ejemplo. Solemos destacar (correctamente) que no ha sido la religión sino la desesperación social, la experiencia de la discriminación cotidiana, de la injusticia (el famoso “doble rasero”), la que está en el origen de la radicalización de los jóvenes franceses que van a Siria,. La religión sería solo “un vector” y no un “factor”, para retomar la expresión de Julien Salingue/8. Pero una vez que el “vector” lleva a un compromiso sectario en una corriente fundamentalista, este último se convierte en “factor”, portador de una visión de la sociedad (que incluye el poder sobre las mujeres y la deshumanización de los “otros”) y, sean las que sean las implicaciones personales, otorga a la barbarie de los actos una justificación religiosa. Para ir a la raíz de las cosas, hay que especificar la cuestión social, pero esto no nos libra ni de la cuestión política (las nuevas extremas derechas) ni del uso que se hace de la religión.
Y además, hay elementos que escapan a nuestros esquemas de tradicionales, sea cual sea su validez: La parte considerable de franceses entre los conversos que se unen a los movimientos fundamentalistas; que se comprometan adolescentes salidos de medios y familias estables, venidos incluso de ciudades tranquilas; la presencia de jóvenes muy cualificados que no tienen dificultades para obtener un empleo (¡hackers!) y que ponen sus conocimientos al servicio del Estado Islámico, por no hablar de las y los que se dejan engañar por las llamadas a la acción humanitaria en Siria. ¿Por qué los métodos clásicos de las sectas de todo tipo (separar al individuo objetivo de su entorno) funcionan tan eficazmente en este caso? Creo que deberíamos estudiar con más interés estas cuestiones para ampliar y enriquecer nuestros análisis.
En Francia, lo esencial de nuestros textos intentan oponerse a las pretensiones hipócritas de nuestros gobernantes, a las mentiras de la ideología dominante. Todas esas cosas son necesarias. Sin embargo, al hacerlo, nos arriesgamos a repetir lo que ya sabíamos y quedarnos ahí. Hemos condenado sin ambigüedad los asesinatos, pero a menudo sin extraer las conclusiones necesarias en términos de tareas. Ahora bien, actualmente necesitamos vincular más que en el pasado la solidaridad con las corrientes progresistas que se enfrentan en Siria o en Pakistán a los fundamentalismos (así como a regímenes totalitarios) y la resistencia al fuerte ascenso de estas nuevas extremas derechas político-religiosas en Europa. Hay que hacerlo en nuestro programa y con nuestros métodos; con y en defensa de los musulmanes. De lo contrario, no ofreceremos ninguna alternativa convincente a las políticas de seguridad y, en este campo, dejaremos el campo libre a nuestros adversarios: el Estado y la extrema derecha “occidental”.