España no va bien, 100 años hace que no va nada bien ¿cómo terminaremos? Una parte de la izquierda histórica española, la que sí luchó contra Franco realmente, esta ahora viendo otro fascismo, éste dentro de la democracia, más sutil y por ello más dificil de erradicar...
Del "contra Franco vivíamos mejor" al "contra España vivimos mejor" del nacionalismo catalán @Jesús Cacho
Lunes, 12 de junio de 2006
Mariano Rajoy tuvo la ocurrencia de adentrarse el sábado en el corazón del antiguo cinturón industrial de Barcelona, tradicional feudo electoral del PSC, en concreto en un mercado de Hospitalet de Llobregat, y casi tuvo que salir por pies rodeado de su parca comitiva, porque el Partit dels Socialistes de Catalunya, en un excelso ejemplo de convivencia democrática, le preparó una encerrona de abucheos, pitos e insultos, con amago de cacerolada incluido. En fin, una bronca en condiciones, como no podía ser menos en un partido que ha sido capaz de elegir como lema de su campaña en apoyo del sí al nuevo Estatuto la frase, tan democrática ella, de “Sí: guanya Catalunya. No: guanya el PP”.
Hace unos días fue el periodista y escritor Arcadi Espada, uno de los líderes de la plataforma Ciutadans de Catalunya, quien se las tuvo que ver con la furia de los escamots, los nuevos camisas pardas del nacionalismo catalán más violento, que llegaron a agredirle impidiéndole dar una conferencia en Gerona, ello ante la ausencia de los Mossos que, no obstante estar advertidos, sin duda andaban ocupados en labores más relevantes para el nacionalismo que la de proteger la libertad, además de la integridad física, de las personas.
El insulto más común de los que hoy se dirigen a Rajoy en Cataluña es el de ser “enemigo de Cataluña”, y los que con algo de edad hemos vivido, y sobre todo leído, la historia terrible del siglo XX europeo, y el infinito dolor causado por la intolerancia de los totalitarismos de ambos signos, lo de “enemigo de” nos suena, como nos suena lo de “enemigo de Alemania” de los nazis o “enemigo de la revolución socialista” del camarada Stalin.
Décadas después de aquellas experiencias, asistimos en Europa a los últimos coletazos del proceso de balcanización de la antigua Yugoslavia, mientras en la Península Ibérica contemplamos asombrados el intento de dinamitar un Estado como el español que, tras el doloroso parto de siglos de historia compartida, se ha convertido en el mejor garante de la libertad y la igualdad entre españoles, para ser sustituido por un enjambre de Estaditos al gusto de las elites políticas locales ansiosas de poder, acogidas a la bandera de un nacionalismo de tinte etnicista (Maragall ha llegado a decir que “para presidir la Generalidad es importante allí donde has nacido”, de donde se colige que un andaluz como Montilla no puede serlo) y forzadas a la búsqueda de un enemigo común capaz de sustituir la ausencia de cualquier proyecto democrático.
Lo bueno de la experiencia alucinada que cualquier español demócrata y liberal con cierta edad vive estos días es que lo que está pasando en España es de sobra conocido. Ya lo hemos vivido, ya lo hemos leído. Ya nos los han contado. Ya ha sucedido. Cuando los pueblos -el pueblo catalán, el pueblo vasco-, toma el protagonismo de la historia de la mano de doctrinas, que no ideologías, de tinte étnico-lingüístico, encargadas de rescatar un pasado colectivo imaginario, desplazando a los individuos como sujeto de derechos, las libertades individuales retroceden y aquellos que se niegan a comulgar con las ruedas de molino de la doctrina imperante son tachados de “enemigos del pueblo”, del pueblo catalán o del pueblo vasco.
Lo vivimos con el franquismo. Los desafectos al Régimen eran “enemigos de España”, porque todo movimiento de raíz totalitaria que reclama la uniformidad como condición sine qua non para proyectarse al futuro necesita, exige la identificación de un enemigo común contra el que dirigir la violencia que engendra la ausencia de razón, una violencia típicamente fascista. Seguro que conocen el famoso texto, dicen que erróneamente atribuido a Bertold Brecht: “Primero vinieron a por los comunistas, y yo no los defendí, porque yo no era comunista. Después vinieron a por los judíos, y yo no los defendí, porque yo no era judío. Entonces vinieron a por los católicos...” Etcétera.
Y así va Cataluña, la hermosa, abierta y tolerante Cataluña que yo conocí en mis años de estudiante, deslizándose hacia el abismo de la intolerancia de la mano de un régimen de partido único –el nacionalismo, esa nueva religión que Ortega definiera como una suerte de “hemiplejía moral”- capaz de integrar en su alucinado viaje de regreso al mito todas las ideologías –desde la derecha más rancia a la izquierda más radical-, adorando al espantajo del enemigo común, porque si antes “contra Franco vivíamos mejor” (lema de la izquierda desencantada tras la muerte del dictador), ahora “contra España el nacionalismo vive mejor”.
Y si España ya no existe, si el enemigo secular ha dejado de existir, si Zapatero se ha puesto al frente del batallón de derribos dispuesto a “destruir España para hacerla más fuerte”, entonces el nacionalismo necesita inventarse un enemigo nuevo, identificar un “malo” oficial, que no es otro que el catalán no nacionalista. Como escribía Jon Juaristi este domingo en ABC, “la violencia contra el PP y Ciutadans de Catalunya irá en aumento porque no puede ser de otra forma. Ya no cabe más modalidad de afirmación nacional catalana que la agresión a los catalanes reacios al consenso nacionalista”. Imposible definirlo de forma más certera.

