ARAGONAUTA: -deja que use un poco de humor- !NO JODAS, QUE INCOMODAS¡
Y si Pio Moa el ex-grapo,escribiera en este foro desmontaria todo eso de que se dijo en el Ateneo. ¡Que manÃa con el pasado, parece que Zapatero y la izquierda fascista-comunista están apelando al pasado trágico para que los descendientes de los republicanos que ya están acomodados y viven como dios, en recuerdo de sus mayores vencidos, vuelvan a votar por una izquierda extrema derrotada en España y en la UURRSS y en el mundo. Parece que solo se trata de votos, ya quedan pocos abuelos republicanos y el PSOE quiere fidelizar a los nietos sacando cadaveres de hace 70 años. ¡Que verguenza! que saquen tambien Paracuellos y todos los asesinados en las checas de Madrid, de Cataluña, etc sin juicio, o que nos dejen en paz de una puta vez, ¡carroñeros!
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DIGRESIONES HISTÓRICAS
Errores en Los mitos de la Guerra Civil
Por PÃo Moa
"Cada vez estoy más convencido de que Los mitos de la guerra civil es un libro excelente, ya diré luego por qué. Eso no significa que no tenga errores. Los tiene, y a veces lamentables, fruto de la imposibilidad de comprobar hasta el último detalle en temas tan amplios.
Me lo han hecho ver los lectores, a muchos de los cuales no he podido contestar, debido a un exceso de trabajo complicado con algunos problemas particulares. Peor aún, he traspapelado varias cartas, de modo que no sé, a menudo, de quién provienen las observaciones, si éstas venÃan en otro papel que la carta misma. A todos ellos, mi agradecimiento, con la esperanza de que puedan leerme aquÃ.
Por ejemplo, Luis Martos me ha escrito: “Al relatar la detención de GarcÃa Lorca, dice usted que le capturaron en un gasómetro detrás de la casa de Luis Rosales. Pero esto no concuerda con lo que dice Ian Gibson en su documentadÃsimo libro Granada en 1936 y el asesinato de Federico GarcÃa Lorca, en base al testimonio de Esperanza Rosales, según el cual se despidió de ella y de su madre en la planta baja de la casaâ€. Por otra parte “un gasómetro que está detrás de una casa y no dentro de ella, y de donde se saca a alguien, no puede ser sino un aparato de grandes dimensiones, o un edificio que lo contieneâ€. Probablemente tiene toda la razón mi comunicante. Tomé la cita de Andrés Trapiello, que también ha examinado cuidadosamente el caso, más que nada por la alusión al semblante “lÃvido†de GarcÃa Lorca, y por contrastarlo con una alusión de Reig Tapia a Moscardó y su hijo en el episodio del alcázar de Toledo: yo querÃa transmitir simplemente el ambiente de terror reinante en aquellos dÃas en las dos zonas.
Otro, cuyo nombre he traspapelado lamentablemente, me señala que en el alcázar de Toledo no habÃa “un puñado de cadetesâ€, sino probablemente ninguno, por estar de vacaciones. Consulto el libro de Bullón y Togores, y, en efecto, no mencionan ningún cadete entre los defensores. En algunos relatos, sobre todo extranjeros, se adjudicó el mérito de la resistencia a los “cadetesâ€, quizá por darle mayor romanticismo, pero fueron luego corregidos. Queda en la memoria de uno, sin embargo, la impresión de lo leÃdo, y aflora en inexactitudes asÃ.
Alguien ha observado que, contra lo por mà escrito, existen fotografÃas de las hojas lanzadas por Mola amenazando con arrasar Vizcaya si no se rendÃa prontamente. Las hojas están en castellano y en vascuence, y eso hace dudar de su autenticidad, siendo innecesario el texto en vascuence, pero las fotografÃas existen, y ello basta para, mientras no se pruebe otra cosa, corregir lo por mà escrito.
También se me ha hecho notar que mi visión de la actuación de Richthofen en la II Guerra Mundial es demasiado favorable al personaje. La corrección es oportuna. Richthofen, aunque no parece haberse afiliado al partido nazi ni participado en bombardeos de puro terrorismo, mostró un total desprecio por las vÃctimas civiles al atacar, dentro de operaciones militares, ciudades como Belgrado o Stalingrado, donde causó decenas de miles de muertos. No es lo mismo que el puro bombardeo terrorista sobre la retaguardia con objeto de desmoralizar al enemigo, pero dista de ser una conducta meramente “profesionalâ€.
Creo que estos son los fallos más importantes detectados por mis corresponsales, aunque otros habrá, desde luego, y espero que sigan siendo de detalle. Tales errores son tan enojosos como inevitables, como saben todos los historiadores, y por ello secundarios, a condición de que no se prodiguen.
DecÃa que el libro me parece muy bueno, en conjunto, por lo siguiente. Se trata de un trabajo enfrentado por completo a la tendencia hoy preponderante en los estudios sobre la guerra civil y la república, tendencia descaminada, a mi juicio. Naturalmente, uno no las tiene todas consigo cuando escribe algo asÃ: ¿y si, además de fallos parciales, como los vistos, se encuentran errores decisivos, que no afectan a tal o cual dato, sino al enfoque mismo del libro? Por mucho que uno se haya esmerado, siempre puede salir algún crÃtico demostrando que la concepción general del libro falla. Pues bien, eso no ha pasado en todo el año transcurrido desde su salida, y tampoco en los cuatro desde Los orÃgenes de la guerra civil, estudio clave de los posteriores.
Si uno atiende a las crÃticas hechas por Juliá, Tusell, Preston, Helen Graham o Reig Tapia, salta a la vista su bajo nivel intelectual. O son punzadas superficiales, como las de Preston, o peticiones de censura, como las de Tusell o Ian Gibson —éste se ha quejado de que Aznar dijera que pensaba leer mi libro—, o desfogues pueriles, como los de Reig, todos ellos plagados de argumentos de autoridad insignificantes. Doña Helen me acusa de rechazar “las reglas básicas de prueba que apartan la historiografÃa profesional de la desinformación y la fabricación de mitosâ€; y a continuación muestra qué entiende ella por esas “reglas básicas†cuando desfigura mis tesis, sosteniendo que yo niego el bombardeo de Guernica o la matanza de Badajoz, cuyos rasgos mitológicos ella cree a ciegas, confiando sin asomo de crÃtica en “las fuentes más reputadasâ€.
La falsedad de que yo niego la matanza de Badajoz y el bombardeo de Guernica (lo que hago es podarlos de su ramaje propagandÃstico y reducirlos a sus verdaderas proporciones y circunstancias) la ha mantenido también Jorge MartÃnez Reverte en ABC, y ha circulado mucho. Una muestra de cómo está el patio la ofrece Muñoz Molina en El Semanal del grupo Vocento. “[En el libro] descubro otra vez que Franco se levantó en armas contra la República para salvar a España del comunismo, y que la destrucción de Guernica o la matanza de Badajoz fueron embustes urdidos por la pérfida izquierdaâ€. Le contesté en carta a la directora: “Muñoz no puede haber descubierto tales cosas en mi libro, porque no están en él. Si lo hubiera leÃdo realmente, habrÃa advertido por fuerza que expongo, sin caricaturizarlas, las versiones de la propaganda izquierdista y de determinados historiadores, sometiendo esas versiones a un análisis crÃtico del cual, es verdad, no siempre salen bien paradas. Esto ha escocido a Muñoz y otros, que han replicado con poses de indignación y mohines de desdén, bajo los cuales no hay nada más que eso: poses y mohines. Ni siquiera una lectura algo atenta de lo que atacan por las buenas como panfleto. La carta no me fue publicada, es decir, me fue censurada por la directora, cuyo carácter manipulador no precisa comentario. ¡Vaya periodista!
Otra manÃa de mis contradictores es sustituir el análisis por la etiqueta, insistiendo en motejar mis tesis de franquistas. Una nueva falsedad. Pero aun si no lo fuera tampoco valdrÃa como argumento. No serÃa la primera vez en la historia de la ciencia que ideas excluidas por un tiempo son luego reconsideradas. A un historiador cientÃfico no le basta decir que las tesis franquistas son deleznables: ha de demostrarlo. Y está claro que unas cuantas de esas tesis soportan la crÃtica mejor que muchas otras circuladas en estos últimos años, cuyo mérito exclusivo radicaba en su “antifranquismoâ€.
Debo rendir tributo aquÃ, como excepción, al profesor Moradiellos, que ha intentado refutarme en el área de su especialidad, la intervención exterior en la guerra. Mantuve con él un debate en la revista digital El Catoblepas, inspirada por Gustavo Bueno, y en la Revista de libros, dirigida por Ãlvaro Delgado Gal. Creo que Moradiellos puede tener razón en algunas de las crÃticas que me hace sobre fechas y volumen de la intervención exterior, si bien esos datos siguen sujetos a revisión. Pero, como creo haber demostrado, falla en lo fundamental, es decir, en el carácter cualitativamente distinto de la intervención soviética y de la germano-italiana. Stalin satelizó al Frente Popular, mientras que el apoyo de las potencias fascistas no privó a Franco de su independencia. Este es el punto clave de la intervención exterior, el cual tuvo, entre otras, consecuencias del alcance de la neutralidad española durante la guerra mundial, tan extremadamente beneficiosa para los Aliados. Moradiellos y otros muchos historiadores de estos años han perdido de vista un hecho tan determinante, y orientado sus estudios hacia cuestiones no irrelevantes, pero sà secundarias.
Considerada en conjunto, la reacción a Los mitos de la guerra civil ha sido muy mediocre, a veces francamente ridÃcula, y algunos supuestos “historiadores profesionales†han quedado más bien como historieteros. Mi libro, por tanto, se mantiene en lo esencial, a la espera de medirse con una crÃtica de mayor enjundia que hasta ahora. Debate muy conveniente para la salud de nuestra historiografÃa, y, de forma derivada, de nuestra polÃtica."

