Por su interés, os reproduzco una entrevista a Jesús Torbado y un pequeño reportaje sobre su libro Tierra mal bautizada que se publicó el domingo pasado en la prensa de Castilla y León.
ENTREVISTA
«El viaje por Tierra de Campos me produjo tristeza literaria, no humana»
P. ALCÁNTARA (ICAL) / VALLADOL
La prueba de la vigencia de este libro es que en el cuarenta aniversario de su creación, Tierra mal bautizada, mantiene abierta la polémica por lo que contó Torbado sobre este territorio que se extiende por Palencia, Valladolid, León y Zamora. Nadie le acusó de mentir, pero «les molestó que les pusiera delante del espejo», asegura el escritor recordando el viaje de 600 kilómetros que realizó en el verano de 1966. Durante años, en despachos oficiales condenaron sentencias tan enjundiosas como: «En esta comarca no hay sitio para los fantasmas ni para la imaginación. Apenas hay sitio para los hombres» y el vaticinio: «Es tierra para morir».
Después de cuatro décadas, ¿considera que su libro fue un pecado de juventud?
Fue pura intuición, porque con 23 años, que es la edad que yo tenía entonces, uno cuenta lo que le parece sin respeto a nadie ni a nada. Es la gracia que el libro tenía y lo que menos gustó a mucha gente. Cuando hablas de un pueblo, de una comarca o de una ciudad, si los ensalzas, enseguida te dan una medalla; si cuentas la realidad, lo más fácil es que te manden al alguacil, o te den una patada en el culo.
¿Cómo se le ocurrió emprender este viaje por Tierra de Campos?
Es una historia simpática, porque no se me ocurrió a mí, sino a Camilo José Cela, que entonces era el director de la Editorial Alfaguara, donde yo acaba de ganar el primer premio de novela con Las corrupciones. Cela pretendía hacer una Geografía Literaria de España que, en el fondo, era crear un grupo de discípulos o imitadores de su Viaje a la Alcarria.
Y usted le realizó la propuesta...
No tenía otra cosa que hacer y dije que sí. Le propuse un relato sobre Tierra de Campos, región que conocía bien porque yo había vivido de niño en un pueblo cercano a Sahagún y recorrido de joven algunas otras zonas, porque mi padre fue maestro en Herrín y Gallegillos.
Lo sorprendente es que, aunque encargado, Cela se negó a publicarlo...
Creo que porque veía que no era un libro inspirado en su obra. A él le gustaba que le imitasen y, de hecho, los dos o tres que se publicaron eran unos pastiches de Viaje a la Alcarria. Tierra mal bautizada no se parecía en nada. Así que me dijo que no encajaba en su proyecto. Lo mandé a Seix Barral y lo publicó sin más.
Podría decir que este libro fue inspirado por Cela y lo escribí porque no tenía otra cosa que hacer.
A los 23 años, ¿ya tenía pensado escribir sobre sus viajes?.
No. A mí lo que más me gustaba era viajar, no ser escritor. A esa edad, ya había recorrido muchas leguas. La oportunidad de escribir un libro de viajes se compaginaba con mi carácter y mi vida de entonces. Por eso lo acepté sin dudar y me eché al campo en pleno verano por Tierra de Campos, que es lo que tenía más cerca. Podría haber escrito un libro sobre Francia o Dinamarca, que fueron otros destinos de adolescente enloquecido, que ya había realizado.
Cuando se lee su relato sobre Tierra de Campos se tiene la sensación de que acabó con una profunda desazón por lo que vio.
No especialmente. Me produjo tristeza literaria, que no humana. Yo había vivido parte de ese mundo de chaval y me parecía divertidísimo. No veía que la gente echara de menos nada. Recuerdo los veranos trillando en la casa de mi abuelo, con la gente durmiendo en las parvas, «los veraneros», que llamaban así a la gente que contrataban para cosechar. Me parecía una vida mucho más alegre que ahora, porque actualmente las ansias de consumo y la televisión han corrompido un poco ese apego a la vida cotidiana.
Supongo que había gente que lo pasaba mal, pero se contentaban con lo que tenían. Los castellanos siempre fueron demasiado parcos, pero yo no vi tristeza, sino una acomodación a la vida, que probablemente viene de la Edad Media.
¿Qué echó en falta en la gente de Tierra de Campos?
Seguramente, la falta de empuje y de entusiasmo de la población, que ya entonces era una actitud de la Meseta que viene del siglo XVII y creo que se mantiene. Es un exceso de acomodarse a lo que hay. Pocas ganas de luchar, un ensimismamiento en el pequeño mundo y, sobre todo, que la gente con un poco de energía acaba marchándose, porque le hacían la vida imposible.
Destaca usted en este viaje la desconfianza de la gente y el individualismo.
Yo no soy un sociólogo, ni un psicólogo. A mí, me ha molestado siempre el arte de generalizar. «Todo es así», y no es verdad. Yo no me propuse estudiar nada en concreto, sino contar lo que veía. Es lo que reflejé, lo que observé, no tuve una intención predestinada de luchar por algo.
Si tiene muy presente las opiniones de Julio Senador, a principios del siglo XX, uno de los personajes que, con más tesón, criticó la situación del campo castellano denunciando el abandono secular que padecía.
Este mensaje chocaba con el que ofrecían los poetas oficiales españoles de aquella época que daban una visión brillante, optimista y lírica de España. Un organismo franquista organizó unos viajes literarios, que luego se publicaban en la Gaceta Literaria. Uno fue a Tierra de Campos y, claro, cuando lo leí me quedé indignado y furioso ante aquella falsificación de la realidad que yo conocía. Quizás ese fue otro motivo que me hizo elegir este destino y buscar otros testimonios, como el del notario de Frómista, Julio Senador.
Porque usted, a diferencia de los poetas, cuando se acercó a miradores como los de Autilla, no vio ese «gran mar infinito».
Eso lo vieron los poetas. Yo me encontré con una tierra muy dura, casi un predesierto donde se talaron casi todos los árboles para obtener más terreno cultivable.
Si, además, cuando citas a Paredes de Nava escribes que cuatro iglesias fastuosas estaban en ruinas, pues algunos se enfadan.
Se mantiene vigente el pensamiento de Senador.
Ha cambiado la fisonomía de muchos pueblos, en algunos se ha producido un empuje, pero el fundamento no ha variado. Cuando voy a Tierra de Campos tengo la sensación de que aquello está condenado a convertirse en un desierto, porque no ha existido un gobierno español que haya puesto interés en mejorar, no solo esta comarca, sino toda la Meseta.
Si Tierra de Campos está mal bautizada, ¿como habría que denominarla?.
Yo no cambiaría el nombre. Es una metáfora que describe una situación histórica. Por un lado, una comarca muy católica, pero que no le sirvió de nada. Por otro, una zona que exportó gente estupenda a medio mundo y se quedó en nada. Todo ese número de iglesias, muchas perdidas, o de castillos fantásticos, también en ruinas, le vino de Carlos I y de su enfrentamiento con los Comuneros, y aún no se ha recuperado.
Sensación amarga ante el futuro, pero enamorado de este territorio.
A mí Tierra de Campos me gusta mucho estéticamente. Ese semidesierto, con colinas amarillas, ese paisaje que levantas la cabeza y ves la Cordillera Cantábrica desde 100 kilómetros, me sigue entusiasmando. Incluso me gusta ese clima tan bronco. Me gustan las casas de adobe y los palomares. Incluso el poder hablar con esa gente mayor que aún vive allí, tan áspera, pero con un conocimiento portentoso del terreno y un habla muy rica.
¿Repetiría el viaje cuarenta años después?
A mí no me importaría volver a realizarlo. Ahora en otoño, no en verano. Pero creo que el carácter tradicional, las canciones, las palabras, que era lo que a mí más me gustaba, se han perdido. Ya la gente habla lo mismo; la Televisión ha unificado todo.
Por cierto, con poco más de veinte años era un viajero impenitente.
La verdad es que sí. Había llegado en autostop hasta Copenhague en busca de unas chavalas que no encontramos. También recorrí media Europa y realizado una vuelta a España por la costa, también en autostop. Tardé tres meses en completarla, escribiendo crónicas para un semanario que se llamaba Signo, una revista de la HOAC, (Hermandad Obrera de Acción Católica). Con 18 años entré de redactor y fue una buena escuela de periodismo. En verano se me ocurrió mandar crónicas de la España en desarrollo. No tenía un duro, pero fue muy divertido.
Poco tienen que ver estos viajes con el turista de ahora.
El turista es un producto moderno. Es el que viaja porque sí. Para consumir, no va a nada en concreto y se confunden con eso que yo llamo el vacacionista. El espécimen que yo practicaba era el del viajero en autostop y con mochila. Ahora ya no se hace.
Tierra de Campos, nada más
Con éste se inicia una serie de siete reportajes dedicados a los lugares por los que transitó Jesús Torbado para escribir ‘Tierra mal bautizada’
P. ALCÁNTARA (ICAL) / VALLADOL
Hace cuarenta años, Jesús Torbado, encontró emigración, ruina y abandono, en su viaje por Tierra de Campos. Utilizó una metáfora, tierra mal bautizada, para definir lo que contempló en ese mítico peregrinaje por la más extensa comarca castellano y leonesa, que se expande, como una gran mancha de aceite, por Palencia, Valladolid, Zamora y León. El escritor leonés, no era ese viajero extranjero que, por primera vez, se acercaba a estas llanuras. Tampoco el poeta cursi que rima endecasílabos convirtiendo un secarral en el más maravilloso paisaje. Sus reflexiones de andorrero fueron las del hijo enamorado del terruño que regresa y escribe lo que ve. Eso sí, con la osadía y el descaro de quien no tiene compromisos, ni ataduras. Su relato, como él mismo cuenta, es un espejo de la época.
PREMONICIONES. Cuatro décadas después, la Agencia Ical ofrece una nueva visión de estas siete etapas en las que dividió su viaje el autor de novelas como El Peregrino. Hoy, Tierra de Campos continúa perdiendo habitantes, pero no se han cumplido algunas de las premoniciones que Torbado avanzó en Tierra mal bautizada. Así, en estos años, ningún pueblo ha desaparecido. Bien es verdad que siguen cayéndose tapiales de adobe, pero otros muchos edificios se reconstruyen y vuelven a la vida. Incluso se ha repoblado uno de esos pueblos, Amayuelas de Abajo, al que sus nuevos moradores han denominado como el «primer pueblo ecológico de Castilla y León».
No es la única recuperación; las charcas de Villafáfila, Boada, la Nava o Tamariz, han pasado a ser humedales protegidos por la Unión Europea y señalados como lujosos hoteles acuáticos, donde recalan miles de aves migratorias. La avutarda ha pasado a ser la imagen de la comarca y los bandos de esta voluminosa ave, motivo de orgullo, porque en estos páramos vive la mayor población europea.
También los rebaños de ovejas recorren aún esta estepa, aunque no es difícil que los pastores que las ordeñan hablen búlgaro o polaco. Un pueblo de apenas 200 habitantes, como Urones de Castroponce ha abierto un teatro. La capilla de los Benavente ha recuperado su antiguo esplendor y aún sobrecoge contemplar su decoración barroca. El Canal de Castilla, «ese alocado proyecto de gigantes», reclama un mayor protagonismo turístico, pero, al menos, un barco recorre el tramo final en Rioseco. Precisamente, para atraer viajeros, el Castillo de Ampudia, el de Montealegre, Monzón y Grajal, han cambiado de uso. Otras iglesias, como la de Santa María, en Cuenca de Campos, se ha convertido en un remozado centro cultural; mientras que la del Templo, en Villalpando, de afamada discoteca, pasará a albergar el futuro Museo del Queso.
ganas de hacer. Frente al continúo goteo migratorio, -nadie se marcha de poder evitarlo-, han recalado nuevos pobladores. Villamartín es la constatación de que para montar una empresa, el territorio no es obstáculo, es mucho más importante contar con un buen proyecto y ganas de desarrollarlo. Los patés que se producen en esta localidad palentina lo confirman. Mucho más sorprendente es jugar al golf envuelto entre palomares, y quita el hipo un viaje en un pequeño ultraligero, despegando desde una improvisada pista en un trigal a las afueras de Fontihoyuelo.
Desde allí arriba, la idea del llano absoluto es la primera percepción que el viajero obtiene de Tierra de Campos. Cielo y tierra. Nada más. Ni el poeta Juan José Cuadros no necesitó de más palabras para definirla: Tierra de Campos, nada más.

