Nacionalismos en pos de masa crítica
José Javaloyes
A la vista del resultado de las dos últimas manifestaciones mayoritarias en Pamplona y Madrid, dentro de una misma secuencia de protesta contra el resucitado proceso de negociación entre el Gobierno Rodríguez y el nacionalismo terrorista de ETA, es casi obvio señalar la importancia del debate político sobre Navarra. Coinciden en ello cuantos hacen de la defensa del principio constitucional la base del rechazo a lo que practica esta Moncloa y se traga este Ferraz.
Desde el otro lado del espejo coinciden también todos los nacionalismos en abrir el debate sobre el destino de Navarra. Unos lo hacen por interés inmediato en el asunto, como es el caso de los nacionalistas vascos: los que acatan el Estatuto y la Constitución a beneficio de inventario, y quienes, desde la galaxia de ETA, ponen a Navarra en el centro de la extorsión a la mayoría nacional. Extorsión a la que da curso, insistiendo en legitimarla como parte, el Gobierno salido de las urnas del 14 de marzo del 2004.
Concurre en esto de Navarra un tercer frente de intereses. Es el formado, de una parte, por los restantes partidos nacionalistas con presencia parlamentaria, principalmente los catalanistas y el galleguista; y de otra, el bloque de defección de la “E” del PSOE, subido al carro de quien manda en la Moncloa y en Ferraz.
Sabido es que abre la marcha de esta procesión siniestra para la gran mayoría nacional el propio presidente del partido de Pablo Iglesias, que lo es también de la Junta de Andalucía. Todos estos partidos, más los marginales del tardoleninismo y los ecologistas de distinta expresión, se mueven en la estela de quien no tiene claro qué es una nación aunque sí lo que quieren los nacionalistas.
Para todo este zócalo, como es bien sabido, la cuestión del destino de Navarra es de interés primordial, pues en ella se debate la viabilidad del engendro confederalista en que Rodríguez se afana y muchos nacionalistas asumen como estribo para el independentismo. La integración de Navarra en el proyecto nacionalista vasco aportaría, territorial y políticamente, la masa crítica necesaria para su viabilidad. En parecido orden de cosas, el nacionalismo catalán viene especulando desde el principio de la Transición, tras de abducir la crónica real de la Corona de Aragón con la fagocitadora entelequia de los “países catalanes”.
Se trata de escenarios de debate que representan la expresión de un mismo propósito de involución histórica: el regreso supuesto a la España de los Austrias, como ensoñaba Ernest Lluch antes de que ETA se lo llevara también por delante. Pero tal idea viene ya en sí misma trucada con la base perversa de una realidad nacional como la de ahora, previamente descoyuntada en su actual configuración autonómica.
O sea, con la partición de Castilla en tres mitades, Castilla y León, Castilla-La Mancha y Madrid, en la que a la primera se le segregó Santander, para hacer Cantabria, y Logroño, para constituir La Rioja, equilibrando así la adición de Zamora y Salamanca. Y a la segunda mitad castellana se le añadió Albacete, reduciendo el Reino de Murcia a Comunidad Autonóma uniprovincial.
Esa misma fragmentación/dispersión castellana —que sería aún mayor de considerarse que, idiomáticamente al menos, Andalucía, Canarias y Extremadura eran en lo histórico tan Castilla como el resto de las otras partes— difiere sustancialmente de la configuración de la España austracista como modelo, y desvirtúa el paradigma en el que el catalanismo —pugnaz con la región que rehízo la unidad política de España— había obtenido ya el gran reequilibrio con la Constitución de 1978, al preservar el Estado Autonómico la entidad territorial de Cataluña, al igual que la de Aragón, Valencia y Baleares, o lo mismo que Galicia y las propias Vascongadas.
En términos regionales —si se exceptúa la sobrevenida potencia económica de Madrid—, Castilla ha sido la gran pagana del sistema autonómico. Los Estatutos dados en la II República no incluyeron ninguna de tantas transferencias decisivas realizadas en la Constitución vigente. Sin embargo, la voracidad soberanista de los nacionalismos, lejos de atemperarse con la actual estructura autonómica del Estado, se ha venido a disparar con el concurso de la deserción socialista en la defensa de la unidad de España, por vía del proceso estatutario.Quiera reconocerse o no, el zapaterismo hace algo más que esbozarse como factor agente para que el nacionalismo vasco de todas las marcas alcance con Navarra la masa crítica que necesita para equipararse en todo a Cataluña. Sus “países catalanes” es el país vasco-francés. Para ser un día Estado necesitan masa crítica.
http://www.estrelladigital.es/a1.asp?sec=opi&fech=19/03/2007&name=javaloyes
