TRAYECTORIA DE LA ASOCIACION PARA LA INTEGRACION DE CANTABRIA EN CASTILLA Y LEON (AICC)
> Redacción Cantabria
Discurso pronunciado al término de la Asamblea General de Socios celebrada el pasado 20 de noviembre por Francisco Javier Sánchez Sinovas, Vicepresidente de la Asociación para la Integración de Cantabria en Castilla y León (AICC).
Fuente: página web de la AICC
www.cantabriaencastilla.orgLa Asociación para la Integración de Cantabria en Castilla y León (AICC) nació hace ya siete años, en concreto en la asamblea constituyente celebrada el 18 de noviembre de 1999. Como recordarán, se presentó públicamente ante la sociedad montañesa el 19 de octubre del año 2001, en un conocido hotel de la ciudad de Santander, organizando un concurridísimo acto en el que acudieron 250 personas, que supuso el inicio de la andadura fructífera de la AICC. Nuestro incansable amigo Rafael Sebrango ha sido el Presidente de la Asociación Cultural, hasta que renunció al cargo el pasado mes de julio al pasar a la Comisión Gestora de La Unión. Entre las variadas actividades que se han desarrollado, destacan la organización de conferencias impartidas por ilustres personalidades como Alejandro Sánchez Calvo, Julio Pelayo Cortázar, Francisco Ignacio de Cáceres, Jesús Laínz, Kenneth Dobeson…, la emisión de comunicados de prensa con regularidad y frecuencia, la publicación de innumerables artículos de opinión y de cartas al director de Rafael Sebrango y de otros muchos socios y amigos simpatizantes de nuestra causa castellanista, y la celebración de numerosos actos también en ciudades del interior de Castilla como Burgos, Valladolid, Palencia…, explicando los fines de nuestra Asociación.
La culminación de esta labor de difusión de nuestro ideario, y también de conocimiento de lo que piensa la ciudadanía, ha sido el encargo a una empresa profesional, Celeste-Tel S.A., de la realización de una encuesta que diera a conocer la situación socio-política regional de Cantabria, ampliamente publicada en El Diario Montañés y en otros medios de comunicación de Cantabria, en particular, y de Castilla, en general.
Los resultados de dicha encuesta, realizada justo hace un año, en noviembre de 2005, suponían la confirmación de que los ciudadanos montañeses, cada vez en mayor número, y cada vez con más convencimiento, consideran que lo mejor en todos los aspectos es unirse a la comunidad de Castilla y León y formar parte sustancial de la misma. Y en esto ha tenido mucho que ver, también, el trabajo de concienciación de nuestros socios, para que los demás ciudadanos expresaran lo que ya pensaban, pero que no se atrevían a decir. Por eso, aprovecho para agradecerles a todos Vds. su constancia y su valentía, invitándoles a que sigan en esa misma línea.
Recordemos que en 1998 una encuesta del Consejo Asesor de RTVE en Cantabria marcaba en un 29% el apoyo a nuestra causa unionista, pasando al 31% en 1999 como revelaba una encuesta encargada por El Diario Montañés, subiendo hasta el 36% en el año 2002 en otra encuesta del mismo Consejo Asesor de RTVE. Dicha secuencia ascendente culminaba, con el sondeo encargado por la AICC, el último por ahora, con un 46,6% de encuestados montañeses favorables a la unión con Castilla y León, siendo un 51% en Santander, ciudad que concentra prácticamente la mitad de la población de Cantabria.
La encuesta de finales del año pasado proporcionaba datos muy reveladores, que intuíamos muchos de nosotros, y que reflejaban lo que a menudo hemos oído en la calle sobre estos temas.
Entre esos datos tenemos los siguientes: a la pregunta de si creen que la autonomía uniprovincial de Cantabria beneficia sólo a unos pocos políticos regionales y no al conjunto de los ciudadanos, contesta afirmativamente el 35,75% de los encuestados, negándolo el 46,75%, con un 17,50% de indecisos ( es decir, los que no contestan o dicen no saber) , subiendo la contestación afirmativa en Santander hasta un 41%.
A la pregunta de que si Cantabria estuviera unida con Castilla y León, la Autovía de la Meseta habría estado terminada hace años, contestan afirmativamente el 51,75% de los encuestados, frente al 23,38% que lo niega, quedando en un 25% los indecisos.
A la cuestión de si nos hubiera ido mejor unidos a Castilla y León, la contestación es mayoritariamente afirmativa en todos los tramos de edad, alcanzando casi el 49%, frente al 31,75% que lo niega, y el 19% de los que no contestan o no saben.
Y a la pregunta, esencial para los fines de nuestra Asociación, de si está a favor de la unión de Cantabria con Castilla y León, se manifiestan un 46,6% favorables a la unión frente al 43,3% contrarios a la misma.
Es decir, ya somos más los que apoyamos la unión con la comunidad de Castilla y León, que quienes la rechazan.
Como sabéis, también la encuesta realizaba un sondeo electoral muy interesante de cara a las próximas elecciones autonómicas, planteando dos supuestos, uno en el que no concurriera una opción electoral que propugnara la unión con Castilla y León, y el otro con la concurrencia de dicha opción. En este sentido, a la pregunta de si de presentarse la opción política unionista, si la votaría o no, contesta afirmativamente un 14,25%, negativamente un 56%, y no saben o no contestan nada menos que casi un 29%. Realizando una proyección electoral, la opción unionista obtendría el respaldo de 65.500 votantes y representación en el Parlamento de Cantabria con 8 diputados.
Esto es lo que ha animado a que, desde la AICC, se haya promocionado la creación de una nueva formación política en Cantabria, La Unión, que tiene previsto presentarse a las próximas elecciones autonómicas y municipales con el programa básico de conseguir a corto plazo la más estrecha colaboración con Castilla y León, en sectores como la sanidad, la educación y el puerto, junto con la aspiración de asentar firmemente principios de ética, de regeneración y de transparencia en la vida política y en el funcionamiento de las instituciones.
Por supuesto, desde la AICC, deseamos que La Unión alcance sus aspiraciones, que son las nuestras, sin olvidar que el objetivo final debe ser la integración o la unión, cuando la mayoría de los ciudadanos lo decidan, de las regiones hermanas de Cantabria y de Castilla y León. Al respecto, como se ha recordado en más de alguna ocasión, hay que insistir en que no existe impedimento legal ni constitucional alguno para la unión de una comunidad autónoma, como la de Cantabria, con otra, como la de Castilla y León. La Constitución sólo inadmite la federación de Comunidades Autónomas en su Artículo
145, donde inmediatamente y a continuación habla de la posible cooperación entre las mismas.
Pero la AICC continúa, somos una Asociación Cultural, y debe seguir con sus actividades. Debemos proseguir con nuestra labor de difusión de la idea de la conveniencia de que nos unamos a la comunidad de Castilla y León, de la que siempre debimos formar parte protagonista, cuando se desarrolló la organización territorial de España en el llamado Estado de las Autonomías, que configura la Constitución Española de 1978.
En estos momentos, quisiera exponer unas reflexiones respecto de la trayectoria de la AICC. No sólo una mejora sustancial de la economía regional, de la perspectiva de mayor trabajo para los montañeses, de más y mejores vías de comunicación e infraestructuras para La Montaña…, nos han de convencer de la imperiosa necesidad de no seguir estando solos, en una autonomía pequeña, sin peso y sin sentido histórico ni cultural. Hay que atender también a razones de historia y de cultura.
Por eso, considero y proclamo que hemos de sentirnos orgullosos, muy orgullosos, de ser montañeses y de ser castellanos, con todo lo que esto supone. Orgullosos de que La Montaña sea la cuna de Castilla; más todavía, la primera Castilla que aparece en la Historia, la primera en la que sus pobladores decían Castilla, “los castillos”, allá en el siglo VIII, allá por los años 700 y pico, dado que nuestra tierra estaba plagada de fortalezas y de atalayas para defenderse de la invasión musulmana; precisamente Castilla era La Montaña, era nuestro pequeño rincón montañoso, que ya en un documento árabe del año 759 la mencionaba como “Al-Quilé”, es decir, “los castillos”; por cierto, también nuestros antepasados montañeses plasmaron en el año 800 por primera vez la palabra Castilla en el documento fundacional del monasterio de San Emeterio y San Celedonio de Taranco de Mena. Y todo esto, para que otros, al final, aprovechando el calor de la moda autonómica de los primeros años de la década pasada de los 80, pero con ignorancia interesada, hayan impuesto a su región nombres inventados, con guiones que enlazan el nombre de la región con el de una de sus comarcas, como ha sucedido con la aberrante suplantación de la denominación histórica de Castilla la Nueva.
También los montañeses participaron directamente en las labores de organización de la primitiva Castilla a través del Obispado de Valpuesta, primera diócesis fundada en Castilla en el año 804 y que abarcaba buena parte de la antigua Cantabria, y donde se redactaron, parecer ser, los documentos más antiguos escritos en el primigenio romance castellano. Es decir que los montañeses fueron, lógicamente, los creadores de una lengua de dimensión universal, el idioma castellano. Esto para que algunos, aquí, intenten ahora inventarse lenguas nunca habladas por nadie, más bien jergas nuevas, y encima pretendan que sean oficiales.
También a los montañeses, a estos primeros castellanos, se debe la elaboración de la carta foral de repoblación de Brañosera, que data nada menos que del año 824, y que es considerado el primer Fuero de España. Esto para que otros hablen de la antigüedad de sus fueros, que no lo son tanto, y nosotros no nos acordemos nunca de los nuestros, que son los más antiguos.
Poco más tarde, lanzados por la increíble vitalidad de esa nueva Castilla, los castellanos, es decir, los montañeses, toman en el año 860 la mítica peña de Amaya, que fue precisamente uno de los principales asentamientos de los antiguos cántabros, como otros situados en las actuales provincias de León, Palencia y Burgos. Esto para que los que ahora se consideran sólo cántabros y nada más que cántabros, sigan desorientados y sin caer en la cuenta de que los antiguos cántabros desaparecieron de la escena de la historia hace ya muchos siglos, como también desaparecieron los vacceos, los turmogos o los arévacos.
Precisamente, Miguel Angel García Guinea ya manifestaba hace 26 años, en el libro “Castilla como necesidad”, en el capítulo del que es autor “Cantabria orígen de Castilla”, lo siguiente: “Los recientes movimientos regionalistas que, a mi modo de ver, han exagerado en muchos casos sus propias motivaciones, están adquiriendo en la actual provincia de Santander unos planteamientos que rozan ya los límites de lo ridículo. La pretensión de trasformar a La Montaña en una miniregión, -buscando para ello entronques prehistóricos que nada tienen que ver con una conciencia regionalista y, lo que es peor, pretendiendo desconocer o acallar los reales fundamentos históricos del hombre actual de Cantabria-, nos está llevando a una serie de absurdos que, ayudados por el calzador de la demagogia, no dudamos que pueden, a la larga, provocar una errónea disposición capaz de producir un caos mental en los desorientados ciudadanos de La Montaña”.
Por desgracia, se han cumplido las previsiones de Miguel Angel García Guinea. Los ciudadanos montañeses presentamos tal confusión y desorientación, que muchos creemos ser de buena fe cántabros herederos directos de los antiguos cántabros, y pretendemos incluso que sea oficial la bandera que ahora plasma en tela los símbolos de las estelas de piedra de los siglos III y IV d.C. Y esto cuando la vexilología, la ciencia de las banderas, nos indica que éstas no aparecieron hasta la alta edad media.
Algunos pretenden olvidarse de la gran transformación histórica que aconteció en España tras la invasión de los árabes, después de siglos de dominación romana y visigoda. En el norte peninsular se vivió una auténtica catarsis, pues en la estrecha franja cantábrica se refugiaron precisamente la mayoría de los visigodos y de los hispano-romanos, convirtiéndose en una auténtica caldera de mestizaje a presión, debido a la elevada densidad de población. Con gran ímpetu surgió la nueva Castilla, precisamente en el territorio de la antigua Cantabria.
Por tanto, La Montaña y Castilla van tan íntimamente unidas y ligadas que, incluso, al principio, cuando se inicia el fenómeno histórico de la reconquista y nacen diversos reinos y condados hispánicos que siempre tendrían en el horizonte la unidad perdida de España, Castilla era La Montaña, y La Montaña era Castilla.
Tanto era así, que en el mismo Poema de Fernán González se definía así a Castilla:
“Era Castiella Vieja un puerto bien cerrado,
Non había mas entrada de un solo forado;
Tovieron castellanos el puerto bien guardado,
Por que de toda España ese hobo fincado”.
Y cantando las glorias de la joven Castilla del siglo X, y tal vez recordando el autor de dichos versos que el conde Fernán González fue criado y educado en un castillo muy cercano a Ampuero, se señala en unas emocionantes estrofas que describen a España y Castilla, que “sobre todas las tierras mejor es la Montanna”.
Desde entonces, repito, La Montaña ha compartido la historia con Castilla, convertida ésta después en un Reino decisivo en la configuración medieval de España, y que contó con la primera marina de guerra conocida, la Marina de Castilla, cuyas naves enarbolaban la bandera cuartelada de castillos y leones, armada naval que no hubiera sido posible sin la contribución esencial de la experiencia de nuestros hombres de mar, y sin la base de los espléndidos puertos naturales de nuestra costa. Castilla, más tarde, será ya la Corona más importante de España, tanto en población como en amplitud territorial y en vitalidad económica, con una desarrollada política europea e internacional, cuyos dominios abarcaron tierras de otros continentes, y que junto con los demás reinos de la Península Ibérica lograron la reunificación de España, que fue siempre por lo que lucharon en común todos los reinos hispanos contra el invasor musulmán.
Por tanto, animo a recuperar el orgullo por lo montañés y por lo castellano, a ser conscientes de nuestra historia, de nuestra cultura y de nuestros valores, a vibrar en la defensa de nuestros intereses, a tener fe en el progreso de La Montaña y de Castilla, puesto que toda vanidad, incluso la no justificada, ofrece el componente positivo del optimismo. Si queremos ser, tenemos que asumirnos en lo que somos: no hay otro camino. Pero no se trata de seguir la vía maniquea de los nacionalismos, de la insolidaridad, de la desigualdad descarada entre unos y otros españoles, y de la exclusión de los demás, cuando todos, por sentido común, debiéramos formar parte de una nación española moderna, que ampare a todos sus ciudadanos sin distinción alguna, y que fomente la fraternidad, la igualdad y la justicia, como proclama nuestra Constitución; no se trata, pues, de que nos asilvestremos, como está ocurriendo tristemente en otras partes de España, sólo de que dejemos de ser ciudadanos dóciles y domesticados por el poder establecido, como el de la autonomía uniprovincial.
Al hilo de esta última reflexión, quisiera finalizar con unas palabras del articulista de El Diario Montañés, Juan Antonio Pérez del Valle, recogidas en su Tribuna Libre titulada “De España como utopía”, que ponen de relieve la necesidad de salir del actual silencio y de esta coyuntural apatía: “Las dos Castillas, que lograron un imperio donde no había crepúsculos, se debieran poner en pie y gritar que ellas, durante cinco siglos, habían alimentado de sus pechos a estos zopillantes y zenutrios periféricos, ¿Qué ya estaba bien! Más bien parece que sus ímpetus se malgastaron luchando contra el Austria Carlos I, y se han refugiado en el fatalismo…Triste cosa es que sólo para las Castillas sea un pecado tildarse de nacionalistas.”