Contesto a Aragonesista en este cruce de conversaciones. Respecto a la otra, coincido plenamente con Riojano. Paciencia.
No pretendo que estés de acuerdo conmigo Aragonesista, que en esto que aunque no lo parezca acaba atañendo a la política raramente damos (todos) el brazo a torcer. Simplemente expongo en qué me apoyo y allá cada uno.
Por otra parte, creo que no has entendido el texto. Nadie habla de una unidad española, término contemporáneo. Nadie más que yo defenderá las esencias de cada pueblo peninsular, castellano, aragonés, catalán o andaluz. Se trata de una identificación diferente. Vamos a ver si ahora me explico más claramente.
El concepto geográfico romano, unido a las transformaciones administrativas, la destrucción los núcleos de relación social indígenas y la mayor o menor romanización generaron una nueva sociedad y nuevas formas de pensamiento, con nuevas características que se desarrollarán, y otras más antiguas que sobrevivirían. Esto permitió que los intelectuales romanos de origen peninsular, cuatro y cinco siglos después de la conquista, cuatro y cinco siglos después de un uso constante del término geográfico y la imposición de nuevas estructuras culturales, se reconocieran en el término geográfico que ya se proyectaba en los habitantes del territorio.
El caso más claro es el de Marcial, pero del mismo Adriano, entre los emperadores, se conservan fragmentos de un discurso pronunciado antes las tropas acantonadas en el norte de África, cohortes de diferentes puntos del imperio, en las que él se reconoce también como un provincial, imagina de dónde. Trajano se trajo 17 senadores hispanos ligados a su propia dinastía (la Ulpia Aelia) para que invirtieran en Roma, se interesaran por la capital de ese modo, y tener un cuerpo político firme desde el que iniciar la regeneración del corrupto senado. Favoreció el comercio hispano, y no parece que fuera casualidad que el mayor número de tropas reclutadas para la campaña Dacia se buscara en las provincias hispanas. Trataba Trajano de "regenerar" o descentralizar el imperio, partiendo de sólidas bases en las que apoyarse. Del mismo modo, no es extraña la ayuda prestada desde entonces entre las familias senatoriales oriundas de las originales Bética y Tarraconense , promocionando emperadores hispanos.
Su sucesor Adriano, del que hablábamos antes, mantuvo esa política, convocó en Tarraco en el 123 d. C. una asamblea de notables hispanos de todas las provincias para tratar de involucrarlos en la defensa del limes imperial. Marco Aurelio, nieto del ricachón hispano Annio Vero, en esa misma política, convertirá la Bética en provincia imperial y no senatorial, ligándola así al cúmulo de relaciones político económicas entre los hispanos y el trono. Tampoco es extraña la persecución a estas familias peninsulares un siglo después. Por tanto, constantes relaciones y evidencia de un concepto que pasó de ser geográfico a identificar un origen común junto a las peculiaridades propias (recordemos a Marcial, "nosotros, que descendemos de los celtas y de los íberos...).
En fin, que con todo esto no se habla de una España unida, término totalmente contemporáneo, creo que es algo de claridad meridiana, sino de una percepción de proyecto común auspiciada por Roma, a partir de una unidad geográfica que sin duda facilitaba las relaciones entre los habitantes de esa península, y de unas transformaciones sociales, administrativas y culturales que tendían a consolidar las relaciones. Todos estos emperadores e intelectuales se consideraban romanos, pero también, y eso facilitaba las relaciones entre sí, hispanos. Tampoco es casualidad que existieran 3 legiones cuyos componentes eran exclusivamente hispanos, cuyos orígenes conocemos por los nombres de las cohortes (“cantabrorum, celtiberorum, vasconum...”), la legio VI Victrix, la X Gémina y la I Adiutrix. Esto indica tanto la percepción típicamente externa, romana, como una relación más entre estos pueblos. Tanto que Vespasiano concedió la ciudadanía romana sólo a los hispanos en el 73 d.C. Bastante antes de que en 212, Caracalla lo extendiera al resto del imperio.
Hidacio en su Cronica 2, llama al emperador Teodosio I hispano de nación, oriundo
de la provincia de Gallaecia y nacido en Cauca. La expresión nación hispana aparece en
5 inscripciones. A un retiario, Marco Ulpio Arancinthro se le llama de nación hispana, la inscripción se halló en Roma; al igual que al tracio Quinto Vettio Gracilis, la inscripción se encontró en Nemeusus; que a Casio Apuleyo Diocles agitator, la inscripción se descubrió en Praeneste, y que Tito Julio Urbano, soldado de la Legión VII Gemina Felix, donde sirvió durante 26 años. La inscripción se halló en Bondeno (Venecia e Istria). Los tres primeros son personas dedicadas a los espectáculos.
Los anales Carolingios llaman "hispani" a los refugiados ibéricos en la corte de Carlomagno tras la invasión musulmana, empezando por Rábano Mauro. Es decir, sigue esa percepción.
Expongo a continuación algunos datos más, que comenté en su momento, así que me copio a mí mismo, y que me perdonen los que entonces lo leyeron. Están extraídos del discurso de ingreso de don Julio Valdeón Baruque en la Real Academia de la Historia, por si hay interés en ellos:
Rastros del uso del término España en la Historia
Hispania, o España, término latino, viene de una palabra fenicia. Significa “Tierra del Norte”, como señalan los más recientísimos estudios filológicos, desechando el anterior “tierra de conejos”. Tierra del norte porque ahí situaban la Península los fenicios.
En la etapa imperial romana hubo un poderosísimo clan senatorial hispano, responsable del esfuerzo mutuo en la elevación de los grandes césares hispanos: Trajano, Adriano, Marco Aurelio, Teodosio. José María Blázquez estudió este tema profusamente.
Eran conocidos, y la mayoría eran “andaluces” y “catalanes” (de las provincias Bética y Tarraconense, vamos), orgullosos de su ciudadanía romana y sus raíces (decía el “aragonés” Marcial : “... que a nosotros, que descendemos de los celtas y de los íberos, no nos cause vergüenza sino satisfacción agradecida, pronunciar en nuestra lengua los broncos nombres de la tierra nuestra...”
Multitud de “cohors”, la unidad en que se dividían las legiones, llevaron apelativos como “celtiberorum” o “cantabrorum”, determinando así el origen de los soldados, pero para Roma todos ellos eran “hispani”, hispanos. Por ello, por ejemplo, indígenas de todas las localidades de España formaron varias legiónes totalmente hispánicas, la “Legio VII Gémina, Pía, Félix” por ejemplo. Legionarios y senadores. Y todos ellos de su nación o etnia. Oponentes en más de una ocasión, especialmente durante la conquista romana. Pero todos ellos se sentían hispani. (Como así los consideró también Aníbal, a íberos y celtas españoles enrolados en su ejército)
Ya en el siglo V, Orosio (obispo hispano) hablando sobre la extrema dureza de la conquista romana de Hispania exclamó: “Edat Hispania sententiam suam ¡ ¡Dejad que España hable!
Un siglo después, en época germánica, el sentimiento de los hispani tras la romanización era tan fuerte que los reyes godos no se proclamaron “reges Gotiae” (como en la Galia ocurrió, al convertirse en Francia) sino “reges Hispaniae”, con una fuerte homogeneización económica, social, jurídica, política y cultural en todo el reino, ya que sabemos que los cántabros y astures originarios fueron exterminados por Roma, y que los vascones estaban más romanizados de lo que se creía (hay que recordar que los habitantes del actual País Vasco, pese a los muchos cuentos, son descendientes de grupos celtas como caristios, várdulos o autrigones, luego mezclados con vascos. Los verdaderos vascones, los de Aragón y Navarra, soportaron bien la romanización como demuestra la existencia de villas y ciudades). En definitiva, Hispania, y no Gotia.
Incluso en los orígenes de la invasión musulmana, la expresión Al Andalus, equivalente a España, a pesar de que acabó nombrando a lo que quedaba por reconquistar, inicialmente significó la totalidad de España, como demuestran las inscripciones de los dinares acuñados en el 716 d.C. Para los hebreos, ya fueran castellanos, catalanes, aragoneses o cordobeses, sólo había una Sefarad. Y ellos eran sefarditas. Como para Alfonso X de Castilla, en su “ Primera Crónica General de Espanna”. O las monedas emitidas por Aquila II, último rey godo (brevísimo) desde Cataluña.
La derrota visigoda fue entendida por los diferentes reinos de la reconquista como un origen común. De hecho, el conquistador de la antigua capital goda era considerado preferentemente entre todos los reyes de los reinos de España. Así, Rodrigo Sánchez de Arévalo, tratadista castellano del siglo XV, decía “ ...Post dictum Pelagium in diversa regna divisa est Hispaniae Monarchia...”, “después del reinado de Pelayo, la monarquía hispana se dividió en diversos reinos”. Y lo dice uno de esos castellanos del siglo XV que opinaban que Fernando de Aragón (a la muerte de Isabel), debía irse de Castilla por extranjero.
Del mismo modo, el catalán Pere Tomic en “Histories e conquestes del reys d’Aragó e comtes de Catalunya”, siglo XV, decía que a Pelayo le correspondía “lo primer titol de rey de Hispanya”. También nos habla de un caballero del Ampurdán, Dalmau de Crexell, el cual brillaba más “...que nengún cavallers que lavors fos en Hispanya...”.
En la citada crónica de Alfonso X, Alfonso VIII de Castilla, en vísperas de la batalla de las Navas, comenta a sus aliados catalanoaragoneses y navarros “Amigos, todos nos somos espannoles et entráronnos los moros la tierra por fuerça”.
La expresión “reges hispaniae” “o imperator totius hispaniae” es común entre los monarcas del medievo, casos de Alfonso VI de Castilla o Sancho III García el Mayor de Navarra, Aragón y Castilla (un godo, misteriosamente convertido en un vascón y rey de Vasconia, por lo visto). Encontramos el “reges hispaniae” en las crónicas de Jaime I de Aragón, Bernat Desclot o Ramón Muntaner. Así dice Jaime I que Cataluña es la “...pus honrada terra d’Espanya...”, o que su padre Pedro II “... Nostre pare, lo rey En Pere, fo lo pus franch rey que anch fos en Espanya...” Del mismo modo, el noble Guillem de Cervera “...era hom antich e dels pus savis homens d’Espanya...”
En otra ocasión, alabando el beneficio de la conquista balear “...Barons, be conexem e creem que vos e tots aquels que en Espanya son...”
Hablando de su tío don Fernando, “... quie es dels alts homens d’Espanya, per linyatge e per noblea...”
En fin, estos y otros muchos ejemplos pueden hallarse en la crónica de Jaime I. Reinos diferentes, pero unidos por el destino del solar común.
Hay más casos, por ejemplo, los trovadores Peire Vidal o Cerverí de Girona, que hablan de los reyes cristianos como “... dels reis de’Espanya...”
De entre los múltiples ejemplos de la crónica de los Almogávares de Ramón Muntaner, entresacamos quizá el más bello, del volumen III: “...Si aquest cuatre reis que ell nomená d’Espanya, qui son una carn e una sang, se tenguessem ensems, poc dubtarem e prearem tot l’altre poder del mon...” Es decir, si los cuatro reyes cristianos de España se uniesen, su fuerza sería difícilmente igualable.
Otro cronista medieval, Bernat Desclot, s.XIII, en su crónica, pone en boca del conde de Barcelona Ramón Berenguer “...yo són I cavaler d’Espanya...”, en su entrevista con el emperador germánico.
En la Crónica de Navarra, del siglo XV, podemos leer “...El rey de Castilla y los otros reyes de España...”
Del mismo modo, el navarro Rodrigo Ximénez de Rada, arzobispo de Toledo, en su “Historia de los hechos de España”, s. XIII, habla continuamente de “las Españas”, y del dolor causado en todas ellas por la muerte de Alfonso VI, el emperador, el conquistador de la vieja Toledo.
En 1417, para la celebración del Concilio de Constanza, que habría de poner fin al cisma de occidente, por influencia de los medios universitarios europeos, y por primera vez en la historia, se convocó también a laicos, agrupados en cada una de las 5 principales naciones Europeas, 5 representantes por cada una. Por la “nación hispana” (las otras eran la nación itálica, gálica, germánica y ánglica) acudieron delegados castellanos, portugueses, navarros y aragoneses (Liber Pontificalis).
El matrimonio de Fernando e Isabel, pese a mantener cada reino con sus propias instituciones, despertó entusiasmos dentro y fuera de los reinos españoles. Así se manifestaba el Obispo de Girona, Joan Margarit en su “Paralipomenon Hispaniae”. O el gramático castellano Elio Antonio de Nebrija al comentar “Hispania tota sibi restituta est”.
El alemán Jerónimo Muntzer consideraba que la potencia de las Españas conjunta era lo que hacía falta para la conquista del Santo Sepulcro.
Habría muchos ejemplos más. Felipe V, tras la Guerra de Sucesión en 1714, recibió una amonestación del monarca portugués, quien le recriminaba que se titulase rey de España, pues sólo era rey de Castilla y de Aragón, pero no de Portugal.
Durante las campañas del Gran Capitán en Italia, sitiando una ciudad en manos francesas, se encontró con un grupo de mercenarios. Estos le avisaron del riesgo de combatir contra ellos porque “... No somos franceses, sino españoles, y no castellanos, sino vizcaínos...” De nada les valió ante el impetuoso andaluz, pero ilustra claramente esta superposición de identidades.
Como comprenderás, después de todo esto soy firmemente partidario del concepto supranacional de España. No puede ser más clara su permanencia en las mentes de las gentes ibéricas. Pero como te decía más arriba, allá cada cual.
Finalmente, respecto al último comentario sobre la cercanía o no de nuestras culturas, ¿de verdad piensas que no? ¿De verdad crees que ni en la gastronomía, ni en la literatura lírica o dramática, ni en la pintura o la arquitectura, etc, que desarrollamos desde hace siglos en esta vieja Península, existen elementos comunes?¿Que somos compartimentos estancos?

