El castellanismo no tiene nada que hacer si se decanta por el nacionalismo o por el independentismo. Primero hay que admitir la realidad y después trabajar sobre ella. La realidad es que la inmensísima mayoría de castellanos se siente española, está orgullosa de ser española. El castellanismo tiene que trabajar sobre esa realidad. En segundo lugar, trabajar desde esa realidad española y castellana significa crear una alternativa distinta de los protofascismos provincianos de otras partes de España.
El castellanismo tiene que bajar al terreno y fijar sus bases en esos lugares de Castilla que la burocracia del sistema bipartidista tiene más abandonados: especialmente ese medio rural castellano tan abandonado y tan sediento de respuestas, de oportunidades, de una última posibilidad de salir adelante. Esa ha de ser la base del castellanismo.
El castellanismo ha de ser también de izquierdas, convertirse en paradigma de esa
liberté, égalité, fraternité que hace tiempo que la izquierda tiene olvidado. La izquierda no son banderas, no son etnias, no son fronteras: la izquierda es verdadera libertad, igualdad de todos (¿os suena lo de la redistribución de la renta?), y solidaridad.
Seamos realistas: a los castellanos les importa muy poco si Castilla es o no una nación, pero sí que sería una nueva esperanza saber que pueden contar con una opción política cercana que responde a las necesidades reales de los ciudadanos.
España, con el bipartidismo y los provincianismos separatistas, se ha convertido en un país donde triunfa la demagogia con el fin de ocultar a los ciudadanos el debate sobre los verdaderos problemas que afectan a las personas. Una tierra tan abandonada como Castilla debería estar llamada a ser el origen de nuevas formas de hacer política, en la busqueda intensa y emocionada de hacer realidad ese ideal de la igualdad.
Eso es para mi el castellanismo.
Un saludo desde esta tierra molinesa libremente asociada a Castilla.

