Necesidad de una Castilla viable
Más de un periférico se impacientará pensando que pierdo demasiado tiempo con un problema que, en fin de cuentas, es pleito interno entre castellanos. Esto es no ver que el tema de la capitalidad nunca puede ser exclusivamente castellano, sino español, y propio, por consiguiente, de todas las regiones; y que los problemas de Castilla, región medular de la Península, adquieren en todo caso una dimensión especial,no por ca¬pricho, ni por privilegio, sino por la naturaleza misma de las cosas, ante la cual el cerrar los ojos, además de no servir para nada si no es para mejor fracasar, constituye signo de estupidez.
Pues ¿cómo va a prosperar la regionalización de España: esa reforma estructural, en la que tantos españoles de la periferia tienen, con razón, puestas sus ilusiones: si se empantana en la impotencia, se depaupera y se desintegra una extensa región situada en el corazón de la Península, y a la que histórica y geográficamente pertenece la mayor urbe española (conserve esta o no la capitalidad política)? El riesgo es tan grande, que sería una locura correrlo.
El fracaso de Castilla como región, traería probablemente consigo el fracaso de la regionalización cómo sistema. La viabilidad regional de Castilla debe, por ende, quedar asegurada de antemano. Y sólo puede asegurarse si se hace de Madrid el centro propulsor de la región y su cabeza rectora, sea o no su capital políticoadministrativa. (Parece normal que no lo sea, y que la vertebración de una Castilla moderna em¬piece por la fijación de esta capitalidad en una de sus ciudades de tamaño medio.)
Esto significa que el «área metropolitana» (que, comprendiendo la provincia de Madrid, figura en varios esquemas de división regional española y que, con iguales o parecidos límites, podría segregarse de la región en la que está enclavada) no debe ser institucionalizada. Y que si, contrariamente a lo que digo y sostengo en el presente capítulo, Madrid fuese mañana la capital de una España regionalizada, habría de aceptarse el que fuera al mismo tiempo la cabeza y el centro de su región; y hasta su capital, si ello no pudiera evitarse y pese a las muchas razones que desaconsejan el fijar en una misma población la capitalidad de España y la de una de las regiones. Ya que, aun cuando Madrid no fuese la capital politicoadministrativa regional, vendría a ser de hecho la urbe rectora, centro, corazón y cabeza de toda su región.
En cambio, si la capitalidad de España se traslada a otra ciudad, sería aconsejable el sustraer esta última de la región correspondiente y convertirla, con el espacio circunvecino, en «área metropolitana» dotada de un estatuto especial que la independizase lo más posible de toda especie cíe localismos.
Pero en el caso de Madrid, y por más que la perspectiva de semejante «área» halague a muchos madrileños y haga las delicias de estadísticos y de tecnócratas, hay que esforzarse todo lo posible para que la idea no salga de los gabinetes de estudio e impedir que salte al campo de las realizaciones. La villa del Manzanares es cabeza de una extensa región estratégicamente situada en el centra peninsular, cuyas riquezas ha absorbido poderosamente y que, con Madrid, puede llegar a ser mucho, pero, sin Madrid, no será nada. Ya desde luego, sin esperar a que España se regionalice, Madrid está en la obligación de asumir la respon¬sabilidad que entraña semejante situación. España entera, que -como hemos visto--- ha hecho de Madrid la gran urbe que hoy es; y especial¬mente la Castilla circundante, que ha contribuido a ello más que ninguna otra región, tienen derecho a exigírselo. Y deberán exigírselo, si es pre¬ciso, con toda firmeza. Pues no hay que descartar la hipótesis de que Madrid se resista a encargarse de la gran tarea de revigorizar a Castilla, lo mismo que hemos de prever que se resista a verse privada de la capitalidad de España. Pero -repito- si este último punto es grave, el primero lo es más. Por eso, y sea o no la capital de una España regionalizada, Madrid tiene que ser desde ahora la cabeza orientadora y el corazón reanimador de Castilla la Nueva; y el día de mañana, la gran urbe rectora de la región la que geográfica e históricamente pertenece.
Madrid, urbe aislada
¿Sabrán comprenderlo así, y aceptarlo de buen grado, los madrileños? La duda es lícita, dadas las circunstancias especialísimas en que la villa ha venido desarrollándose.
Madrid ha creado en torno a sí un descomunal vacío geográfico y se asienta hoy en medio de un enorme espacio invertebrado, carente de centros urbanos y de estructuras sociales sólidas. únese a esto la tenden¬cia (no exclusiva de Madrid, sino común a todas las capitales de países centralizados) a dejar en segundo término, ignorándolos o desdeñándo¬los, las opiniones y los problemas del resto del país. Ambos factores contribuyen poderosamente a sacar al madrileño de la realidad española y confinarle en su capital: sin permitirle ver lo que ocurre fuera de esta y dejándolo de espaldas a aquella, que es la realidad del noventa por ciento de los habitantes del país, los cuales, en injusta contrapartida, no pueden permitirse el lujo de perder de vista, ni siquiera por un mo¬mento, la realidad madrileña; ya que esta es la que cuenta a la hora de tomar decisiones en cualquier faceta del vivir colectivo español, incluso del vivir local de las regiones y de las provincias.
Tratemos de comprender este fenómeno que tiene causas bien fácil¬mente perceptibles. Para el madrileño es difícil conocer, entender, observar, auscultar al resto de España, que rara vez tiene ante sí (no hay que contar el fugaz y superficial tránsito de las vacaciones, precipitado unas veces, desenfocado otras y casi siempre engañoso, corno no puede menos de ser; ya que no sale uno de vacaciones para encararse con los problemas, sino para escapar a ellos, ni en viaje de estudios, sino de placer y despreocupación).
El madrileño no tropieza en su vida cotidiana con la realidad del resto del país, no la percibe directamente, y ha perdido (si la ha tenido alguna vez) la curiosidad de asomarse a ella. Curiosidad -por otra parte- bastante difícil de satisfacer, lo que explica y justifica en muchos casos su ausencia.
En efecto:-cuando el madrileño sale de su villa, no encuentra nada. Recorre kilómetros y kilómetros de desierto interrumpido de cuando en cuando por un villorrio insignificante, por una vieja ciudad aletargada, de reducidas dimensiones y de espíritu más reducido todavía, o por una aglomeración desangelada, satélite de la propia capital: nada de lo cual cuenta, como es lógico, a sus ojos. Ya hemos visto * las distancias, siempre grandes, enormes a veces, que es preciso recorrer cuando se sale de Madrid, hasta encontrar una ciudad de 50.000 o más almas.
Lleva España. decenios y decenios oyendo hablar del «problema catalán» y, en grado algo menor, del «problema vasco», sin olvidar otros «problemas» periféricos más o menos similares. Pero nadie, o casi na¬die, le habla nunca del “problema castellano”, como si este último no existiera. Como si no fuera problema el permanecer atascada mientras los otros progresan, o el progresar despacio mientras los demás lo hacen aprisa; el despoblarse mientras aumenta la población de los vecinos, o el retener una población madura y anciana mientras los jóvenes van a fundar familia en otros lugares: con, por toda compensación, ver surgir de su suelo una enorme ciudad que la ignora, que prefiere vincularse con la periferia y que le chupa en provecho propio casi todos sus jugos vitales. Junto a este proceso trágico, que se acelera hoy alarmantemente, ¿qué importancia puede adquirir, a ojos del soriano, del zamorano o del conquense, el que se enseñe o se deje de enseñar catalán o vascuence en las escuelas de Olot o de Apatamonasterio; o el que unos señores designados por los valencianos, y otros designados por los gallegos, tengan o dejen de tener competencia para plantear, y resolver los pro¬blemas interiores de Valencia y de Galicia? Ni a ojos del conquense, del zamorano o del soriano, ni a ojos de nadie que tenga el sentido político medianamente despierto. ---(José Miguel Azaola. Vasconia y su destino. 1ª parte La regionalización de España. Cap VIII Capitalidad de Madrid y Papel de Castilla. Ediciones Revista de Occidente pp 427-462)..------1972,Que rápido pasan 35 años......un saludo

