El presente es fruto del pasado. Como decía Muad'Dib en "Dune",
No hay escapatoria... pagamos por la violencia de nuestros antepasados Durante el franquismo, el nacionalismo español hegemónico negó sistemáticamente las distintas realidades nacionales que existen en el Estado español, usando la violencia institucional para acabar con cualquier "posesión en común de un rico legado de recuerdos" que, como señalaba Renan, es uno de los elemento indispensables para formar y sentir una nación.
Tuvimos un pasado derechista, españolista y autoritario que, durante la elaboración de la Constitución de 1978 siguió, a través de los obstáculos impuestos por los poderes fácticos (entre otros la misma amenaza de unas Fuerzas Armadas fuertemente ideologizadas en términos de Cruzada de Liberación Nacional del 18 de Julio) influyendo en el proceso de apertura democrática, especialmente, como demostró el voto en contra de AP, en el debate abierto sobre la articulación territorial del Estado sobre la base de la plurinacionalidad y el reconocimiento de la existencia de identidades nacionales subjetivas más allá de la española.
Aunque nada para Castilla, troceada y condenada a la desaparición incluso nominal, el modelo de Estado autonomista ha tenido algún beneficio para algunas nacionalidades.
Sin embargo, no ha atajado el problema de raíz, originado por la "violencia de nuestros antepasados" y enmierdado por cuestiones absurdas de izquierda/derecha, consistente en obviar un hecho indiscutible: la persistencia de nacionalidades cívicas que reclaman su derecho a ser reconocidas como naciones políticas de pleno derecho y la inclusión del derecho de autodeterminación (que no es igual a independencia), como método de resolución de conflictos en la comunidad social.
La Constitución, que despreció en su momento AP, se ha convertido en el arma arrojadiza de sus herederos del PP usan para deslegitimar a cualquier reclamación o solución democrática y pacífica sobre modelos alternativos de estructurar el Estado (sea algún tipo de federalismo, sea directamente el derecho de autodeterminación). El nacionalismo español usa la Constitución no como un espacio de encuentro, sino patrimonializándola en exclusiva, la presenta como la única forma de ser "demócrata".
Es decir, la Constitución, un instrumento jurídico-político circunstancial, acota y delimita el espacio inmutable y atempral entre democracia y no-democracia.
DE este modo, el nacionalismo español ha impuesto los límites a la profundización de la democracia en el Estado español. Se ha "santificado" o "sacralizado" la Constitución que se sustenta en un incuestionable nacionalismo español que niega la existencia de otras naciones. (artículo 1.2. y 2 de la misma), y que nos impone UNA ABSOLUTA IDENTIFICACIÓN ENTRE NACIÓN Y ESTADO.
Cualquier demócrata, de izquierda o derecha, debe tener el rigor de rechazar este tipo de planteamientos "nacionalistas españoles", basados aún en las Tesis del 1er. Congreso de Alianza Popular en 1977
«aquí no hay más nación que España» .